Colaboración de Ana María de Mena
Supera las diez mil hectáreas insertas en
los partidos de Berazategui, Florencio Varela, La Plata y Ensenada, con ello el
Parque Pereyra Iraola es el pulmón verde más importante entre Buenos Aires y La
Plata. De esa superficie, casi seis mil hectáreas corresponden a la selva
marginal de Hudson, una selva en galería de características peculiares.
Es el espacio bonaerense de mayor
biodiversidad. En 2008 la UNESCO lo declaró “reserva de la biosfera” a través
de su Consejo de Coordinación del Programa MAB (Man and Biosphere), con su zona
núcleo de pastizales, bañados y bosque (restringida para monitoreo e
investigaciones científicas) un sector de amortiguación (se permiten
actividades de bajo impacto) y otro de transición (para prácticas de desarrollo
sustentable).
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Arco de acceso con torres almenadas (Archivo de la autora) |
BREVE
HISTORIA
A poco de
fundar Buenos Aires, Juan de Garay entregó treinta propiedades llamadas
“suertes de estancias”, aledañas al Río de la Plata, entre lo que hoy es Wilde
y Magdalena. Una de ellas -la extensión del actual parque- la asignó a Antón de
Higueras y luego de varias sucesiones pasó a Pedro Ximénez como estancia “Las
Conchitas”. Fue heredada por su esposa Rita Pinto de Ximénez quien el 21 de
junio de 1850 la vendió a Simón Pereyra.
A partir de entonces se llamó estancia
“San Juan”. Casado con doña Antonia Iraola, a su muerte, dos años después, la
heredó su hijo Leonardo. Eran 13.000 hectáreas con pastos y especies nativas.
Con él comenzó la transformación. Junto a
un primo -Martín Iraola- en una ocasión emprendió un viaje de carácter cultural
por Europa y Rusia, que duró alrededor de tres años. Al regreso los dos
trajeron ideas respecto de la forestación y la conservación del suelo. Hacia
1860 Leonardo sembró múltiples especies en su vivero, que diez años después
tenía 4000 plantas cuyas medidas oscilaban entre los tres y los quince metros
de altura. Fue el principio de la frondosa vegetación que hoy conocemos.
Familiarmente vinculado con la ganadería,
Leonardo Pereyra Iraola importó de Inglaterra dos animales Hereford (la vaca
Coral y el toro Niágara), con los que inició en Argentina la reproducción de
los primeros vacunos de esa raza con pedigrée, justamente en la cabaña que
funcionaba en esa propiedad.
Mientras esto ocurría, comenzaba la
organización institucional en el país y durante su Presidencia, Domingo F.
Sarmiento trajo de Australia semillas de eucalipto, un árbol que no existía en
nuestro suelo. Las distribuyó a los estancieros, incluido Pereyra. Así fue que
los primeros eucaliptos del país son los que crecieron en el actual Parque y
los de algún otro establecimiento bonaerense.
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En mayo de 1910, la Infanta Isabel de Borbón recibe un facón
que tiene en su mano y un rebenque, en las manos de Samuel Hale Pearson; al
lado, Leonardo Pereyra Iraola (Archivo General de la Nación).
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En 1910 se vivía la euforia del
Centenario de la Revolución de Mayo y de las visitas europeas que llegaron al
país, la princesa representante de los reyes españoles fue quien más llamó la
atención. Próximo al aniversario, la infanta Isabel de Borbón fue trasladada en
ferrocarril hasta la estancia de Pereyra Iraola, donde la recibieron cien
paisanos ataviados de fiesta para brindar un espectáculo de destrezas criollas
en su honor. También fue agasajada con un asado y recibió de regalo un facón y
un rebenque con cabo de plata. Aquella vez, el patriciado porteño también se
paseó por la estancia.
En 1918 comenzó a funcionar el Colegio
María Teresa para brindar formación a las hijas de los trabajadores de las
estancias, así como niñas de Villa Elisa, Hudson y Plátanos. El establecimiento
continúa abierto en la actualidad y funciona en la vieja casona levantada
frente a la estación ferroviaria de Pereyra.
A la muerte de Leonardo, lo heredaron sus
seis hijos: dos varones recibieron “San Juan” y “Santa Rosa”, las estancias más
grandes. Las hijas recibieron “La Porteña”, “Las Hermanas”, “Abril” y “El
Carmen”, iniciándose el proceso de división y venta de las tierras. Estas
últimas dieron nombre a diversos barrios actuales de la zona.
Las construcciones principales fueron
levantadas entre 1850 y principios del S XX. Se trata de los cascos de los
establecimientos que responden al estilo de estancia pampeana que era propio de
la época.
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Tronco del llamado “árbol de cristal”
(Revista Submarino Espacial).
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Respecto de la parquización realizada por
Carlos Vereckee - también diseñador de Parque Lezama - es de estilo mixto,
donde se combinan geometrismo francés y
pintoresquismo inglés, predominando los caminos curvos en los que se
alinean distintas especies, abundan avenidas arboladas y conjuntos de
matorrales y macizos. Entre la multitud de especies -autóctonas e implantadas-
una curiosidad es la existencia de un ejemplar de Agathis alba, originario
del archipiélago Malayo, llamado “árbol de cristal” porque su tronco segrega
una resina brillante que le confiere un aspecto vidrioso. Es el único ejemplar
en Sudamérica y tiene más de cien años.
La frondosidad y variedad de arbustos y
árboles de gran porte determinan la nidificación de distintas especies de aves
que pueblan la zona y exceden las doscientas.
Entre los edificios que se conservan se
encuentra la casa principal de la ex estancia “San Juan” que forma parte de un
circuito turístico cultural y el casco de la ex estancia “Santa Rosa”,
utilizada antaño por la familia Pereyra como residencia temporaria; hoy
funciona allí una dependencia del Ministerio de Asuntos Agrarios bonaerense.
Otras construcciones destacables son
la cancha de pelota a paleta vasca, única en nuestro país que posee las medidas
reglamentarias para practicar ese deporte; la casa de planchado y las cocheras,
edificios que son parte del conjunto que funcionaba antiguamente como casco de
“Santa Rosa”. Una veintena más de construcciones similares e igual valor
arquitectónico están diseminados en los alrededores. Hacia fines del ’40 se
levantó el molino holandés – pintoresquista - que siempre motivó a los
fotógrafos profesionales y aficionados. Allí funcionó una usina eléctrica.
La capilla Santa Elena fue mandada a
construir por Martín Pereyra Iraola en recordación de su hija, que había
fallecido con solamente quince años de edad. Está habilitada y periódicamente
se realizan oficios religiosos.
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Capilla Santa Elena durante una ceremonia religiosa
(Gentileza de Rosalía Jambrina).
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En enero de 1949, Juan Domingo Perón expropió
las estancias “San Juan” y “Santa Rosa” con el objetivo de “salvar ese tesoro
forestal y artístico estratégicamente implantado entre Buenos Aires y La Plata
y realizar una vasta obra cultural, social, científica y turística”. Alguna
crónica relata que en febrero de 1950 cuando se inauguró como Parque Derechos
de la Ancianidad, el Presidente y su esposa saludaron desde lo alto de uno de
los cascos ante una multitud de veinte mil personas; sin embargo, no se han
encontrado registros fotográficos de ese acto.
Con respecto al nombre, algunos lo
llamaron "Parque de la Ancianidad", pero el apelativo se usó muy poco y la
generalidad lo llamó - como hasta hoy - Parque Pereyra.
Recorrido en parte por los caminos
General M. Belgrano y Centenario, fue habilitado al uso público; se construyeron
sanitarios y refugios en las paradas de medios de transporte; se colocaron
hamacas, toboganes, subibajas y bebederos. De esos años son los arcos y
portales que se yerguen en los accesos, uno de ellos neo románico con torres
almenadas, que se ha convertido en una imagen iconográfica del parque.
En 1959 se radicó en un sector de Pereyra
la Escuela de Policía “Juan Vucetich” y más adelante la Escuela de Suboficiales
“Julio Dantas”. En marzo de 1966 se inauguró el Instituto Argentino de
Radioastronomía que depende del CONICET y realiza actividades científicas de la
mano del Observatorio Nacional de La Plata y la Comisión Nacional de Estudios
Geofísicos.
En 1971 se puso en marcha la Estación de
Cría de Animales Salvajes (ECAS) que ocupa una extensión de 80 hectáreas; en
ellas se exhiben distintas especies en ambientes naturales. De carácter
recreativo, se realizan visitas guiadas en las que pueden observarse monos,
bisontes, ciervos, cebras, ñandúes, búfalos, patos, pumas, gatos monteses,
yacarés, pecaríes, coatíes, zorros, tortugas, etc.
En esa década también funcionó el Centro
de Incorporación y Formación de Infantes de Marina - CIFIM - que fue desactivado
a fines de los ’80, cuando algunas construcciones fueron ocupadas por la
Policía y luego Prefectura Naval Argentina. El CIFIM y los alrededores
alimentan sospechas sobre su uso durante la dictadura militar.
Ocho años más tarde se puso en marcha la Estación Biológica de Aves
Silvestres (EBAS) que también depende del Ministerio de Asuntos Agrarios
bonaerense y está dedicada a la conservación y rehabilitación de especies.
VALOR PATRIMONIAL
Las edificaciones que se mencionan en párrafos anteriores
conllevan en sí mismas un alto valor histórico como exponentes de la
arquitectura de una época. La solidez de las construcciones y la memoria que
albergan sus paredes, también forman parte del conjunto patrimonial que amerita
su conservación. A ello suman la variada flora y avifauna, los cursos de agua y
todos los elementos naturales que conforman la reserva de biosfera declarada
por UNESCO. Y desde la historia hay hechos relevantes como el comienzo de la
cría de Hereford, la visita de la Infanta Isabel de Borbón y la habilitación
pública como Parque Derechos de la Ancianidad.
También hubo concursos de manchas que se
hicieron en su entorno. Y se recuerdan las salidas que el maestro Gerónimo
Narizzano hacía con sus discípulos del Ateneo Rigovisor, para hacerlos dibujar,
pintar, grabar… y enseñarles el respeto y amor a la naturaleza que conservan
quienes estuvieron cerca suyo. Cuando el recordado Narizzano se había retirado,
volvía al parque siempre que podía y capturaba los trinos y cantos de las aves
con un grabador, para volver a escucharlos después, fascinado siempre por los
pájaros.
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El viejo casco resignificado por la acuarela del entonces
principiante Georg Miciu Nicolaevici; hoy artista consagrado que reconoce en
Pereyra su primer espacio de aprendizaje (Gentileza de su autor).
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En Patagonia, Georg Miciu Nicolaevici,
artista reconocido internacionalmente, formado al lado de su padre y a través
de experiencias propias, sostiene “El parque
Pereyra fue mi primera escuela de arte…”. Allí llegaba diariamente cuando
empezaba a incursionar en el arte para pintar sus primeras acuarelas. Produjo
alrededor de 500.
Luego recorrió varios países y perfeccionó
su técnica de pintura “au plein air”
utilizando espátula, con la que refleja la temática amable de su entorno. Le
canta a las escenas cotidianas y a la naturaleza de manera luminosa y con
estilo propio. La consagración llegó para él por la palabra elogiosa de
críticos autorizados del país y el exterior y por los destinos públicos y
privados de Europa y América donde está su obra. Otro reconocimiento singular -
recibido en la plenitud como artista y como persona - es que le ha dado nombre
a una calle de San Martín de los Andes, donde vive. Su testimonio sobre Pereyra
es significativo: allí exploró los secretos de la luz.
Por otro lado, en ese parque hay
multitud de historias no escritas. Son las que recuerdan cada una de las
personas que usó sus espacios para la recreación: los columpios infantiles, las
cabalgatas, los partidos de fútbol improvisados, los almuerzos campestres, las
bicicleteadas, la observación de aves, las caminatas, las tomas fotográficas,
las barrileteadas… Desde Buenos Aires, La Plata, City Bell, Villa Elisa,
Gonnet, Quilmes, Florencio Varela, Berazategui y alrededores, en los años ’50 y
’60 era el destino obligado para los pic-nics de primavera y verano. Lo sigue
siendo.
“La memoria del pasado colectivo - dice
Javier Marcos Arévalo - reflejada en diferentes formas en los referentes
patrimoniales, está estrechamente unida al sentimiento de identidad” (1).
Miles de chicos y grandes que pasaron un
día o una tarde en sus espacios guardan imágenes imborrables: los juegos de la
infancia, los noviazgos de juventud, los recuerdos de la madurez. Allí anidan
anécdotas afectivas con las que se identifican muchas personas. A partir de
vivencias semejantes asociadas a un espacio público, éste se convierte en un
bien de todos. Hay una memoria colectiva que está presente. Es inmaterial pero
se percibe a la hora de los recuerdos.
Vale reflexionar sobre el origen de la
palabra recordar. Proviene del latín re = de nuevo; cordis = corazón. Recordar
entonces, es “pasar de nuevo por el
corazón”.
Y así - en la intangibilidad del recuerdo
común de personas diferentes - hay un sentimiento de apropiación afectiva que
suma valores, a los naturales y culturales que posee el Parque Pereyra Iraola.
Ana
María de Mena
Es Periodista, egresada de la Universidad
Nacional de La Plata.
Master en Cultura Argentina,
egresada del Instituto Nacional
de Administración Pública-Presidencia de Nación
Desde
2004 reside en San Martin de los Andes
NOTAS
(1) El
patrimonio como representación colectiva. La intangibilidad de los bienes
culturales, Javier Marcos Arévalo, en Gaceta de Antropología, Nº 26/1; 2010,
España.
Fuentes
informativas:
Escuela
María Teresa de la estación Pereyra; La Plata, Talleres La Popular, 1928
Informes
varios del Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires
Mirando al
Bicentenario; coordinado por Fraga-Estevez, Grupo Velox, Bs. As. 2001
Georg;
Georg Miciu Nicolaevici; Editorial Sergio Clerici, Buenos Aires, 2005
Aportes de
la sra. Lona Carmen Blanco.