En
mi última transmigración al pasado quilmeño en enero, cuando visité a don Francisco
Soto, estuve por acercarme hasta la casa de don Santiago Goñi, pero la hora no
era prudente y resolví dejar la entrevista para más adelante. [1]
De modo que ayer, temprano en la tarde, volví a 1936, y rumbeé para la casa de don
Santiago, ubicada en la esquina SO de las calles Mitre y Alem. Golpeé y me
atendió una criada que me condujo al fondo de la vivienda donde el anciano nonagenario
estaba punteando su quinta. Después de los saludos y las presentaciones de
rigor me condujo a la galería que corría frente a las habitaciones y nos
sentamos en sendos sillones de mimbre. Al momento la criada trajo una jarra de Kalimotxo [2]
y algunos pintxos. [3]
Encendí mi grabador que don Santiago observó con asombro sin decir palabra y
comenzamos la entrevista.
EL QUILMERO.- Muchas gracias por recibirme con tanta
deferencia don Santiago, pero no sé si es prudente para el éxito de este
reportaje beber vino tan temprano.
SANTIAGO GOÑI.- No es
sólo vino. Es un refresco que junto con los pintxos
son dos sabores imprescindibles en la gastronomía
del País Vasco ¡Pruebe amigo, vamos!
EL Q.- Por cierto que se
ve todo muy apetitoso - lo pruebo - Vayamos al tema de mi visita. Saber de
usted, su historia de inmigración.
S. G.- ¿Qué quiere saber de
mi que no sepan todos en este pueblo donde todos sabemos de todos?
EL Q.- Sí, pero yo vengo
de este mismo pueblo desde una época en la que está bastante más crecido. Y
estoy metido en la tarea de recuperar para la memoria a aquellos vecinos de
Quilmes que trazaron una huella indeleble en esta tierra, sobre todo los
inmigrantes que llegaron de tantas partes del mundo para diseñar un perfil de
nuestra identidad. ¿Cuándo llegó a Quilmes don Santiago?
S. G.- Llegué a
Quilmes, hace 73 años, en 1862. Primero me
radiqué en los cuarteles de la
campaña, allá por lo que hoy es Berazategui, donde residían unos parientes.
Vine en carreta por el bañado porque por ese camino no eran necesarios puentes
ya que los arroyos podían vadearse fácilmente. Antes del 1880 no había caminos
adecuados.
EL Q.- ¿Y esos parientes habían llegado mucho antes que usted?
S.
G.- Sí, en 1858, cuando compraron tierras a un tal
Magallanes.
EL Q.- Ud. nació en el País Vasco.
S. G.- Allí nací
el 17 de marzo de 1846, día de San Patricio, cuando reinaba la jovencita Isabel
II [4]
y el Carlismo preocupaba a los vascos,[5]
que no olvidaban a Zumalacarregui, el “tigre de las Amescoas”, [6]
como lo llamaban por su fanatismo y su crueldad.
EL Q.- ¿Y cuando se
estableció en este pueblo?
S. G.- Después de
una breve estadía allá en la campaña me radiqué en el pueblo. Don Augusto Otamendi
era Juez de Paz y Presidente del
Municipio. Un hombre muy decidido don Augusto. Trabajaba a la par que sus
peones, viera usted. Y de porte imponente, como don Andrés Baranda a quien
también conocí mucho pues hice trabajos para él.
EL Q.- ¿Cómo lo recibió
la Argentina, los argentinos?
S. G.- En esos años,
éramos más los extranjeros que los argentinos, en esta tierra. Por acá había
muchos vascos. Eso me facilitó la
adaptación hasta aprender el castellano, pues
yo hablaba la lengua de mi tierra, el euskera. Lo que no me gustaba, era que
algunos argentinos me dijeran “gallego”, pero luego no le di importancia. Acá
le dicen a todos los que vienen de la Península, gallegos. Cuando saqué el
documento argentino me pusieron “español” y aunque porfié que yo no era
español, no hubo caso y ahí está. Ahora soy argentino y voto con ese documento.
La Argentina es mi patria y la de mis hijos, de mis nietos y de mis bisnietos.
EL Q.- ¿Había muchos
vascos en ese entonces por estos lados?
S. G.- ¡Uy! Sí.
Labourt era vasco del Iparralde, también Lassalle, Larralde, Lerdou, Ithuralde.
Acá cerca estaban los Iturriaga, los Urrismendi, don Pedro Eliziri vivía aquí
cerca sobre Mitre y San
Andrés - ahora se llama Olavarría -, don Ramón Dapena a
la vuelta, tenía un almacén llamada “El Universo”, Apecechea, Iparraguirre con
panadería en Brown ente Olavarría y Humberto Primo, calle que entonces se
llamaba “Progreso”; los Bazterrica que eran tamberos; Arrieta, Etchevere, Etchevertz,
Ourracarriet, Arriaga, Letamendi, Borro, mi primo Santiago Laurnaga que vivía en
la esquina NO de Brown y Videla; en la esquina de Alem y Sarmiento estaba la herrería de Domingo
Hasperué donde trabajaban - ¡Asómbrese usted! – 20 herreros. El vasco más
fuerte que he conocido fue Pierre el Grande que era capaz de trabajar tres días
seguidos sin descansar ni comer, pero ¡Santo Dios! Cuando comía, calcule usted
cómo lo hacía. Yo lo vi una vez cenando en lo de una parienta mía, despacharse
25 huevos fritos, como postre (Ríe con ganas don Santiago) ¡No digo más nada
para que no me llamen exagerado, porque de los vascos se pueden decir muchas
cosas como esa! (Vuelve a reír)
EL Q.- Me contaba de los vascos.
S. G.- ¡Uy! ¡Si
había vascos por estos lados! Y además de los nombras estaban los Otamendi, que
hacía varias décadas que
estaban por estos pagos… Sí… un montó más que no
recuerdo. ¿Sabe? En 1901 participé de la fundación de la Euskal Echea, la Casa de los Vascos. [7]
Hoy tenemos un hermoso local en la equina de Brown y 25 de Mayo. Le voy a
mostrar una foto. (Se
levanta don Santiago y entra en una habitación, sale a los pocos minutos con
una caja, vuelve a su sillón y comienza a revolver el contenido hasta que me
tiende una foto)
S.G.- Vea. Aquí
estoy yo… y este si no me equivoco es su abuelo. - Sigue dando nombres e
historias de vida. Lo interrumpo pues el sol cae y se me hará tare para volver
al 2015.
EL Q.- ¿Siempre se
domicilió aquí don Santiago?
S. G.- Efectivamente, en el mismo barrio en que siempre he
vivido, en esta esquina donde hoy me encuentra usted; con casi 90 años que
todavía no llevo del todo mal… aunque pesan mucho. Este solar y la otra mitad
de la manzana sobre la calle Tres de Febrero ¡No, quiero decir Alem! Siempre olvido
que le cambiaron en nombre. Y como decía, este solar anteriormente había
pertenecido a don Santiago Arrascaeta, vasco también, y se lo habían dado en la
distribución de tierras que hizo en 1840, don José Eusebio Otamendi. Además le
dieron una chacra donde instaló un tambo; por allá por el oeste. Un
hijo de este vivió luego en Alem y San Martín, esquina SE.; frente a la quina
de Casares y en diagonal con los solares de Benavente.
EL Q.- En ese entonces
este barrio no estaba tan poblado seguramente.
S. G.- ¡Para nada!
Pero más que otros rincones del pueblo. Enfrente, donde ahora están las
monjitas, vivía don Francisco Labourt. Al lado, don Pedro Giménez instaló su
periódico “El Quilmero”, como su… ¿¡Eso que usted tiene con ese mismo nombre!? [8]
EL Q.- Es un poco
complicado de explicarle don Santiago. Las cosas cambiaron bastante en el año
2015. Pero siga con su relato.
S. G.- Seguía a la
imprenta de Giménez, Vernieri el peluquero y en la esquina, de lo que hoy es
Garibaldi, la librería “El Catalán”.
Enfrente estaba la familia Tasso y a su
lado, pegado a mi propiedad, don Luis Leonardi fabricaba muebles; casi todos lo
que hay en esta casa los hizo él. En diagonal con mi esquina el terreno estaba
baldío. Aún no habían levantado la Biblioteca Municipal, que se construyó
durante la intendencia de don José Andrés López, [9]
quien murió hace pocos años. El año pasado a la Biblioteca se la bautizó
“Domingo Faustino Sarmiento”. [10]
Yo fui al acto. En la esquina, frente a la mía, vivía don Agustín Lavaggi, tenían
un almacén, y luego sobre Mitre estaba la botica de Bernis y en la esquina de
Mitre y Rivadavia una confitería; sigue sobre la calle Rivadavia la peluquería
de Navarro, que también era flebótomo y el sastre Salas. Frente a la confitería,
el Templo Parroquial.
EL Q.- ¿Y sus parientes de Berazategui?
S. G.- Allá se
quedó mi sobrino Martín María Goñi. Tuvo un montón de hijos que a su vez tuvieron
una numerosísima descendencia… ¡Acá, en Quilmes, hay más Goñi, que en el País
Vasco! – Se ríe con ganas don Santiago.
EL Q.- ¿A qué se dedicó usted?
S. G.- Me
considero el decano de los albañiles quilmeños pues aquí he trepado en
andamios, manejando cucharas y colocando adobes y
ladrillos desde 1865... Hace
70 años bien contados. Recuerdo haber trabajado en la construcción de la casa
de don Juan Ithuralde, aquí cerca, frente a la plaza, en la calle Mitre, a
metros de Alsina ¡En aquella época, para Quilmes, un palacio de dos pisos!
Viera usted. Y en la Iglesia. [11]
Si señor, hiciera frío o calor, lloviera o el Sol rajara la tierra trabajábamos
a destajo de lunes a lunes si se prestaba. Buena parte de los muros y las torres
del templo son obra personal mía.
EL Q.- Era constructor.
S. G.- Trabajaba
con mi primo Santiago Laurnaga. Él había venido mucho antes del País Vasco. Era
algo así como arquitecto, director
de la empresa constructora de la que yo era
socio. En 1875 instaló la estufa para la sala de la Municipalidad, el viejo
edificio, no el hermoso palacio que se ve ahora, donde también funcionaba la
Biblioteca. Las obras del templo estaban paradas. Se habían empezado cuando don
Andrés Baranda era juez de paz; con él hicimos un contrato de obra y lo terminamos
bajo el gobierno de don Augusto Otamendi. No faltaron diferencias entre
aquellos dos jueces meticulosos y exigentes. Hasta por la altura de las torres
que la administración de Baranda quería de 25 varas y la de Otamendi de 35. Aún
se medía todo en varas. Me costó mucho acostumbrarme al metro.
EL Q.- ¿Estuvo en acto de inauguración del templo?
S.G.- (Piensa
don Santiago unos segundos…) La piedra fundamental se había puesto en 1863. No
recuerdo la ceremonia
inaugural ni puedo citarle fechas, pero sí recuerdo que
un domingo por la mañana con asistencia de algunas personas y el párroco
Vadones se realizó durante la ejecución de los trabajos un pequeño acto. Creo
recordar que bajo el muro lateral de la Iglesia, en su costado sur, en la parte
media hoy del altar mayor, [12]
si hizo una pequeña excavación, donde se colocó a guisa de recuerdo o piedra
fundamental [13], algo
así como un recipiente de forma redonda me parece, metálico, en cuyo interior
debió encerrarse alguna cosa que no podría precisar. Dos hiladas de ladrillos
cubrieron la excavación y sobre ella se elevó luego el muro.
EL Q.- De manera, don Santiago que usted estuvo en
Quilmes durante la fiebre amarilla ¿No se contagió?
Tengo
un triste recuerdo de la peste de 1971. Fue un episodio dramático en mi vida. En
Quilmes como en toda esta zona el flagelo se hizo sentir con intensidad. Era
tal el pavor que los enfermos morían sin asistencia pues nadie se animaba a
prestarla, salvo el Dr. Wilde y a algunas mujeres como doña Juana Gauna. Era
hasta difícil que los cadáveres fueran sepultados. Pero hubo una valiente en este
pueblo, no recuerdo su nombre, que, quizá por buena paga – lo que no le restaba
mérito – se encargaba de los difuntos que conducía amontonados en su carro
hasta el cementerio de la barranca, que ya se estaba ocupando en su totalidad
habiéndose abierto no hacía tantos años. Un día, estaba yo en el boliche de
doña Lorenza “la vasca”, en la
esquina de Moreno y Progreso (Humberto Primo) y pasó este hombre. Transportaba
varios cadáveres y quizá agotado porque esa jornada había sido más dura que en
otras ocasiones o por la fuerza de la costumbre, detuvo su carro en la equina y
entró a tomarse un trago al boliche.
EL Q. -¡Me imagino el
alboroto!
S. G.- Todos se
apartaron espantados. Pero la patrona ni lerda ni temerosa al saber de la
cargo, salió con un pañuelo tapándose la nariz y la boca, para informarse quiénes
eran los difuntos que
llevaba el improvisados carro fúnebre. A poco, entre
ahogos, se la oyó dar voces de terror. Todos salimos a la calle y allí estaba
doña Lorenza gritando en euskera, como hacía siempre que se ponía nerviosa: “Hey!! Apaizaren
Julian, nire herrikide
da! ... Oraindik
bizirik zuen ... Begira mugitzen! [14] (Imita don Santiago a la mujer) Era un cura.
Julián no sé qué. Estaba de paso por el pueblo, paisano. Había caído enfermo y
creyéndolo muerto lo subieron al carro. Como nadie se acercó a ayudarla, ella
despreciando el peligro de contagio, trepó al carro por los ejes de una rueda,
bajo al cura sola y lo metió en su casa. Julián vivió. Sí señor, tanto vivió
que doce años después yo lo acompañé cuando embarcó de regreso a España.
EL Q.- ¿Y doña Lorenza?