El 18 de agosto, miembros de la Asociación de
Amigos del Museo Hudson, del Rotary E. Club del Conurbano y la Agrupación de
Scouts, recordaron al notable quilmeño en un nuevo aniversario de su
fallecimiento.
Por Prof. María Rosa Mariani
Frente a
su busto en la Plaza del Bicentenario se depositaron ofrendas florales y se
plantó un Tarumá, “el árbol”
del Capítulo I de la centenaria autobiografía: “Allá Lejos y Hace Tiempo”
para recuperar el legado de un adelantado a su tiempo. El que ya a fines del
Siglo XIX alertaba sobre la acción devastadora del hombre sobre el mundo
natural, convirtiéndose en el primer ambientalista y el que abrazó con fervor
la defensa de los seres vivos, alertando sobre el riesgo de desaparición del
gorrión en Londres por efecto de la polución. Una predicción cumplida para una
ciudad que recuperó el canto del gorrión recién hace unos pocos años. Con un
concepto apropiado para cada momento, su palabra cobra cada día mayor vigencia.
En una
fecha coincidente con el Día del Niño,
se recuperaron sus recuerdos de la infancia en Chascomús, al comentar los
dichos en los que el naturalista se convierte en el más acabado retratista de
la “brecha” de su tiempo. Con pasajes ligeramente
adaptados de Allá Lejos y Hace Tiempo, se evocó al notable quilmeño que
desde los retratos de la sala,
integra y concilia a los actores de una grieta con historia en nuestro país.
“Era una
casa imponente, un verdadero palacio a los ojos del niño, con cientos y cientos
de plantas, habitaciones tan cómodas. Tenía una gran sala, muy bien
decorada, donde se perdían las risas de los chicos mientras corrían bajo la
misteriosa mirada señora del cuadro, que con sus negros ojos parecía estar
controlando cada uno de sus pasos. Una hermosa mujer, la esposa del jefe
supremo del país, Rosas, Doña Encarnación, lucía en la pared que su papá
había elegido para traer a los personajes más famosos de la República, a
ese, su pequeño mundo.
Cerca de
Doña Encarnación, colgaba el retrato del ministro de guerra, que no era en
colores, ni tenía atractivo alguno en su rostro. Pero era un honor que un
vecino tuviera semejante cargo. Tenía una estancia en Chascomús, al este
de su casa.
Del lado
opuesto, la imagen del capitán general Urquiza, provocaba nuestro rechazo.
Había sido durante años la mano derecha de don Juan Manuel. Se decía que
lo había apoyado en el norte, pasando a degüello a cientos de sus enemigos,
pero estaba conspirando en su contra con la con la ayuda del ejército
brasileño. A sus ojos de niño, un traidor.
Pero el
gran lugar de la sala, el puesto de honor sobre la chimenea, lo ocupaba un
retrato en colores del gran personaje, Rosas. Un hombre de rostro de rasgos
regulares y fino perfil, con pelo tan claro, casi rubio, y ojos tan azules,
que parecía un Inglés, rodeado de banderas, cañones y ramas de olivo. Daba
miedo mirarlo. En casa decían que Rosas era el hombre más grande de la República,
y que podía decidir sobre la vida y la propiedad de todos los ciudadanos.
Que podía ser terrible con aquellos que desafiaban su autoridad, por eso sus
enemigos (que los tenía y muchos), lo llamaban el “Tirano”, el “Dictador”, o el
“Nerón de Sudamérica”. Aunque su padre le tenía un gran respeto, confiesa
que posturas tan opuestas lo confundían, y que llegó a creer que todos los
crímenes cometidos, toda la sangre derramada por Rosas durante casi un cuarto
de siglo, no podía ser medida con la misma vara que los crímenes cometidos por un
ciudadano común. Que todo era por el bien del país.
De
adulto, y lejos del país, lo vio como el más grande de los alcanzaron el poder
en un continente de jóvenes repúblicas sacudidas por constantes conflictos internos
y revoluciones. Durante los más de veinte años que duró su poderío, don
Juan Manuel demostró ser uno de caudillos y dictadores más sanguinarios, pero
uno de los más originales que tuvo América. Con su caída y el fin de su
dictadura, terminó el tiempo de paz y prosperidad en la provincia y
comenzó para la República un largo período con revoluciones, sangre y
anarquía”.
Mg. María Rosa Mariani – E Club Conurbano