Nos
remitimos a una página del diario Clarín de hace 60 años, cuando Hudson estaba
adquiriendo mayor relieve, si bien habían pasado 18 años de los homenajes por
el centenario de su nacimiento, realizados y promovidos por el Dr. Pozzo y la
Asociación Amigos de Guillermo Enrique Hudson. El tiempo todo lo deteriora,
cuando la memoria se deteriora y se extravía en los vericuetos de lo cotidiano,
que se impone siempre y las nuevas generaciones se pierden la oportunidad de
conocer los valores sobre los que se sostiene la cultura, la tradición y el
patrimonio argentinos. Hoy gracias a personalidades como Violeta Shinya, Juan
Carlos Lombán, Aníbal Rubén Ravera y muchos otros miembros de la Asociación Amigos del Parque Ecológico
Cultural y Museo Histórico Provincial Guillermo Enrique Hudson [1]
se cumplieron los deseos del columnista Eros Nicola Siri.
Lateral del rancho en 1959, con su techumbre de alero saliente soportado por troncos de quebracho.
CLARÍN, LUNES 12 DE ENERO DE 1959
por Eros Nicola Siri
Guillermo
Enrique
Hudson sigue siendo en la literatura, no sólo argentina sino universal, uno de sus
más sólidos valores. Y cosa paradojal, su obra y su personalidad se aquilatan y
se conocen mejor en el extranjero que en su propia tierra. No nos llame ello la
atención, es cosa común entre nosotros, no sabemos si por idiosincrasia o por
esa rara desviación, carne en los criollos, a admirar más lo foráneo que lo
bueno propio. Pregúntesele al lector común sobre los valores y la temática de “Allá lejos y hace tiempo” de
nuestro Hudson y muy pocos, poquísimos, nos darán una respuesta satisfactoria,
pero hablarán con euforia del último “best
seller” de Pearl S. Buck, Mika
Waltari o John Steinbeck o nos apabullarán con sus puntos de vista sobre los
valores de “Doctor
Jivago”, de Pasternak... Y Hudson, como su apellido, sigue siendo
extranjero y desconocido para la mayoría de nuestro pueblo lector.
Y,
sin embargo, Guillermo Enrique Hudson proyecta su personalidad y su obra fuera
de las fronteras de su patria; y allí se le valora; allí se le hace justicia y
millones de amigos tienen los libros de nuestro escritor compatriota; y
notables cenáculos- intelectuales, con el nombre de; “Amigos de Hudson”, se han formado en Inglaterra, Japón y Estados
Unidos de América; en este último país,
el principal animador por el culto hudsoniano es el residente argentino Jorge
Keen, de Hollywood, que en su mocedad conoció personalmente, ya que ambos
campos, de los Keen y los .Hudson, eran colindantes.
Recientemente
el embajador del Japón ante nuestro gobierno hizo una declaración singular,
muy honrosa para los amigos de Hudson en el extranjero, pero muy deprimente
para nosotros, los argentinos. El citado diplomático hablando en nombre de los
amigos de Hudson de los EE.UU. y del Japón, ofreció reconstruir a sus expensas
la ruinosa casa de Hudson y convertirla en Museo Husoniano. La prensa recogió
la información sin comentarios; las autoridades, en este caso, el Gobierno de
la Provincia de Buenos Aires de cuya Dirección Provincial de Parques y Turismo
depende la jurisdicción de la casa de Hudson, no dijo una sola palabra, como
tampoco la han dicho hasta la fecha las instituciones culturales, públicas o
privadas que agrupan a escritores e intelectuales argentinos en su seno. Y
Guillermo Enrique Hudson es uno de ellos, uno de los más brillantes y
completos, el poeta que cantó con prosa inimitable a la pampa, a sus arroyos y
pajonales, a sus ombúes y a sus pájaros. Nadie lo hizo como él.
RUINA Y
DESOLACIÓN
Conocida
la declaración del diplomático nipón, CLARIN visitó el histórico solar que
viera nacer y crecer a Hudson y conocido en la comarca con el nombre sugestivo
de “Los 25 ombúes”, que existieron en la niñez y mocedad del escritor. Hoy sólo
quedan tres o cuatro; los restantes, abatidos por los huracanes de la pampa,
sucumbieron, y de su leña se alimentaron los fogones lugareños.
Digamos
que para llegar a las ruinas de la casa de Hudson es menester disponer de un
baqueano o preguntar cien veces a los distintos moradores del lugar. Pese a
estar sobre el camino provincial, de tierra, por supuesto, no hay indicación
alguna en kilómetros y kilómetros de la polvorienta ruta, que indique u
oriente al visitante hacia el destino buscado. Por fin llegamos a una zona
selvática y recién un monolito de piedra indica que se está en un esquinero
del reducido campo de los Hudson. En ese monolito hay varias placas recordatorias
del escritor y su presencia. Se destacan las de S. A. D. E. y otras dos
colocadas por japoneses. Oficial, no hay ninguna.
Quinientos
metros adelante por un camino lateral, se llega a la entrada del predio donde debiera estar la tranquera solo hay un par de
tiros de alambre sujetos por dos postes; la franqueamos y nos encontramos en
plena selva virgen que nos hace suponer que nos hallamos en Formosa o Chaco.
Un estrecho sendero, verdadera picada en aquella maraña de árboles, lianas,
hiedras abrazadoras, matorrales de paja brava y peligrosos
montecillos de punzantes ñapinday,
conduce hacia el rancho, el cual, de pronto, aparece en medio de un claro de
esa selva en miniatura que se ha cerrado sobre la casa de Hudson. Tal vez,
piadosa, la Naturaleza ha querido cubrir la vergüenza de esas rumas veneradas.
Bajo uno de los ombúes supérstites, totalmente aprisionado su tronco por una hiedra
monstruosa, una piedra sillar, semienterrada, muestra un bajo relieve y una
leyenda: “El árbol y el pájaro conocieron lo mejor de tu
espíritu”. .
El
aspecto de lo que fuera la casa natal del escritor sobrecoge. Todo es ruina y
desolación, incuria y abandono, el techado de totora se pudrió y algún vecino
comedido lo reemplazó con chapas de zinc; las puertas y ventanas, destruidas
por la carcoma del tiempo, se van cayendo a pedazos, lo mismo que los cielo
rasos de madera rústica enjalbegada que atacadas por la roya se desmenuzan
en polvo impalpable. El brocal del pozo del patio de tierra se derrumbó y el pozo
se tapó.
Huelga
abundar en detalles descriptivos de tanta ruina que allí observamos; las fotos
que ilustran esta nota son más elocuentes que las palabras y a su lenguaje
acusador nos remitimos.
Por
lo que Guillermo Enrique Hudson significó para la patria y las letras
argentinas; por la proyección que su literatura alcanzó en el extranjero mejor
nos hizo conocer; por lo que de vergonzante tiene para nosotros el estado de
ruina de la casa natal del escritor, es menester, a la urgente brevedad,
terminar con ese bochorno, que cual llaga viva nos ha hecho sentir el
magnífico gesto del embajador del Japón. CLARIN exhorta a restaurar la casa de
Hudson y convertirla en lo que hace mucho tiempo debió ser: Museo Hudsoniano,
tal cual se ha hecho con el terruño y cosas de Güiraldes en el pago de Areco.
Totalmente abrazado por la naturaleza, que pareciera querer protegerlo a través de la fronda de la añosa arboleda aparece el rancho de Hudson, convertido en una tapera. La acción incesante del tiempo carcomió, poco a poco, lo que fuera la casa del gran escritor y naturalista, que cantó a la pampa, su flora, sus aves.
Compilación,
tipeado y nota Chalo Agnelli/2019
NOTA
[1]
Ver en EL QUILMERO del jueves, 1 de agosto de 2013.
“Asociación
Amigos del Parque Ecológico Cultural Guillermo
Enrique Hudson"