ORIGEN
Llevado a Corrientes desde el
Brasil en un buque de guerra imperial, bien pronto, el cólera hizo estragos en
los ejércitos que luchaban en el Paraguay. Durante el período de inactividad
militar que siguió a Curupaityí corrió por su cuenta la mortandad que las armas
en descanso habían dejado de causar. A fines de 1867, con motivo de una repatriación
de heridos, se hizo presente en Buenos Aires, originándose una epidemia cuyo
saldo fue de 8.000 víctimas, entre sus 170.000 habitantes; en la provincia los
muertos alcanzaron a 30.000.
EN QUILMES
En octubre de 1867, el médico
quilmeño doctor Fabián Cueli, llamó la atención de las autoridades acerca de un
enfermo, el diagnóstico de cuyo mal podía hacer suponer que se estuviera en
presencia de un caso de cólera.
El médico municipal, doctor
José Antonio Wilde, al tiempo de opinar que sólo se trataba de un estado
disenteriforme, [2]
aconsejaba a las autoridades algunas medidas preventivas ante la proximidad del
verano y la inminencia del peligro. En aquella época se decía, con mucho
fundamento que la fiebre amarilla - constante por entonces en el Brasil y
espada de Damocles en el Río de la Plata - sólo atacaba en el lugar donde
hubiere enfermos, mientras que el cólera se hacía presente aún en las estancias,
en donde pudiera haberse pretendido encontrar aires saludables.
En el primer trimestre de
aquel año de 1867 la población total del partido de Quilmes era de 5.628
habitantes; 1.521 en el pueblo y 4.107 en los cuarteles rurales. De ellos, 69 en
el primero y 62 en las afueras, formaron el total de las 131 víctimas del
cólera iniciado, al comenzar el verano de aquel año.
EL COMIENZO
El 10 de diciembre de 1867, en
el cuartel 5°,
cerca de la Ensenada, Juan Amaesmit,
alemán de 65 años, iniciaba la serie trágica. En el pueblo, cuya proximidad a
Buenos Aires le hacía posible la visión de un cuadro de espanto de mayor
intensidad, no se tuvo la impresión de la epidemia inmediata, pero, dos días
después y hasta el 18 del mismo mes, caían la niña Justa Rosas, Cipriano
Armesto, Antonia Avellaneda de Armesto, Remedios N. de Olivera, Máxima Córdoba
de Cabral, Pedro Tralla, refugiado en Quilmes, fugado de la capital ante la
inminencia del peligro y tal vez causa involuntaria de la propagación de la
epidemia, Faustino Armesto y José María Bustos.
MÉTODOS DE
HIGIENE
El 16 del mismo mes de
diciembre, por consejo del Municipal doctor Wilde, se reglamentó la matanza en
los corrales de abasto y se acordó que desde esa fecha en adelante “todos los abastecedores deberán carnear por
la mañana, antes de salir el sol, no debiendo esto, por ningún motivo, vender
carne cansada ni flaca, quedando sujetos los infractores a una multa, de cuya
resolución se dio orden al comisario de los corrales para que notifiqué a todos
ellos”.
Para la época actual, puede
servir de referencia de la resolución municipal transcripta, las
consideraciones que agregamos, correspondientes a un informe pedido por el
Presidente de la Municipalidad don Tomás Giráldez, [3]
al doctor Wilde pocos meses después de pasada la epidemia de cólera, y poco
antes de aquella terrible de fiebre amarilla que asoló al país en 1871. El Dr.
Wilde “en contestación a la nota...
referente al mayor aseo en los corrales de abasto con el fin de evitar
consecuencias funestas”, manifiesta sus opiniones así: “No hai duda que las emanaciones de la sangre
i los restos sólidos del animal, cuando se hallan ya en putrefacción son
necesariamente perjudiciales, pudiendo producir enfermedades terribles. Pero
debe notarse que el paraje en que se hace la matanza para el abasto, es
sumamente ventilado, por lo que no hai temor de la concentración, de las
emanaciones fétidas y sabemos que los efluvios pútridos animales, esparcidos
ampliamente en la atmósfera., diseminados a lo lejos, sus efectos son
insensibles, casi nulos’’.(textual)
Esto que hoy parece ridículo,
si no se toma en cuenta la lenta y segura evolución de la bacteriología, es lo
que se pensaba entonces y justifica ante nosotros las medidas propuestas por el
mismo doctor Wilde en su carácter de Municipal.
COMISIÓN
HUMANITARIA
La considerable cantidad de
enfermos, con relación al número de habitantes del partido, y las víctimas
causadas por el cólera, fueron las causas por las cuales, un grupo de vecinos
se constituyeron en Comisión, para remediar en lo posible, la situación creada.
Hoy, con los servicios
sanitarios extendidos a todas partes y la poderosa terapéptica disponible, no
es posible comprender la situación de quienes se encontraron sin medios bajo
el horror de la epidemia; es por ello que los miembros de la Comisión
Humanitaria, al actuar del modo que lo hicieron, en plena zona de combate y
sin defensa, adquieren el carácter de héroes civiles.
“Alarmado el pueblo - se lee en la memoria final de la
Comisión Humanitaria al disolverse por la vuelta a la normalidad - a mediados de diciembre del año ppdo. (1867), por la aparición de algunos casos
de cólera; aterrados por la rapidez mortífera con que esta cruel enfermedad
recorría sus períodos (sic); se hallaba,
como es natural, abatido por el pánico que producía tan formidable invasor”.
Por invitación del señor don
Miguel Rodríguez Machado se reunieron los siguientes vecinos: doctor José A. Wilde,
Patricio Fernández, Jaime Wilde, Pablo Pardo, Juan López, Martín Puig, José A.
Matienzo, Juan M. García, Juan Ithuralde, doctor Fabián Cueli, Francisco
Labourt, Juan María Costa, Jaime Arrufó, Gerónimo Basigalup, Tomás Flores,
Domingo Sánchez, José María Pizarro, Manuel Rueda (o Ruesta), Atanasio Tabares,
José Puyadas (o Pujadas), Manuel Doroteo Soto, Mariano Solla, Manuel Benavente,
Ángel Elía (o D’Elía), doctor Sabiniano Kier, Francisco Casares, Andrés
Baumgart, Manuel Amoroso, José D. Córdoba, Miguel Núñez, Agapito Echagüe,
Alejandro Lassalle, Julio Blanco, Bernardo Lerdou, Mariano Vega, Celestino
Risso, Norberto Espínola, Remigio González, Ezequiel Navarro, Félix Risso,
Urbano Drake, Domingo Hasperué, Bernardo Laguarda y Juan Chourrout.
COMISIÓN CENTRAL
De entre ellos fue designada
la Comisión Central, plenamente autorizada por la General, para acudir sin
pérdida de tiempo al socorro de los atacados por el flagelo. Previamente a esa
reunión el Concejo Municipal, en vista de la situación alarmante, había sancionado
el empleo de sus fondos por cuanto fuese necesario en favor de aquellos que
careciesen de medios, al mismo tiempo se dictaron medidas de precaución, entre
las que se hallaba la visita domiciliaria que fue confiada a varios vecinos.
“Establecidas estas dos potencias para
prodigar el bien
- dice la memoria -, la Comisión
Humanitaria fue conocida por la Municipalidad, y autorizada para que, en unión del Municipal
del ramo, proceda al desempeño de las atribuciones que da la ley respecto a las
medidas higiénicas y salubridad pública”.
La Comisión Central originaria
estuvo formada por los señores: García, López, Machado y Puig, aumentándose
poco después, con los señores Jaime Wilde como secretario y los señores Pablo
Pardo, Jaime Arrufó, José M. Pizarro y Patricio Fernández como vice presidente,
el todo bajo la presidencia del doctor José Antonio Wilde.
Con el fin de arbitrar
recursos se organizaron diversos actos, algunos de los cuales se realizaron en
los días de mayor mortalidad; a pesar de la situación de la extrema gravedad,
las corridas de sortija en la Plaza de la Constitución (hoy San Martín), las
cedulillas y las funciones de “prestidigitación
y magia a que generosamente se prestó el Sr. Arrufó”, proporcionaron
fondos con que atender a necesidades urgentísimas.
Mientras tanto, tras nueve
días sin casos fatales, el 28 de diciembre de 1867, se iniciaba la nueva serie,
causando siete víctimas: Rufina Iraola, Juan Campistrán, “un desconocido”,
Manuel Leiva, Pedro Torres, Juana María Fuentes de Aranda y Juan Medina, en el
corto espacio de 96 horas.
En los días actuales, en los
que solamente como visión cinematográfica puede tenerse una idea de catástrofes
semejantes, no es posible imaginarlas de otro modo si no fuera recurriendo a los
sobrevivientes de aquella época, en procura, de lo que puede significar la
anotación “un desconocido” dentro del orden familiar y social, o, como se verá
más adelante, la notación de familias enteras caídas víctimas del mal,
extranjeros en el medio, de las que sólo revivió la madre en un caso
particular.
[Aquí se produce
un bache en la información pues se perdieron los documentos originales]
HÉROES CIVILES
Los médicos doctores Fabián
Cueli y José Antonio Wilde y el farmacéutico don José Agustín Matienzo fueron
quienes tuvieron a su cargo la atención sanitaria de los habitantes. En esos
días de 1868 debieron trasladarse desde Monte Chingolo y Las Higueritas (Bernal
Oeste y Wilde) hasta el límite Sud del partido cerca de la Ensenada. Ejercieron
su misión en la forma que la tradición les ha señalado y es honroso decirlo,
juntamente con las medicinas, fueron muchas las veces que agregaron recursos
con que aliviar la situación de hogares
desesperados.
NUEVOS CASOS
En la segunda semana de enero
Pedro Vicenzi, Casto Martínez, Juan Boada, Eusebio Ponce, Petrona Martínez,
José Iriarte, María Ariola (o Arriola), Eusebia de los Santos, María Casas de
Santos, Miguel Florencio, Catalina Frante, Antonio López, Nerea Maestre, María Miralles
de Luna, Francisco Piñero, Magdalena Ticoiti
e Isidoro Salas hicieron llegar el número de
muerto a la cifra de 52.
En los días 15, 16, 17 y 18 de
enero la mortalidad alcanzó juntamente con los últimos del mismo mes las cifras
más elevadas. Murieron en los primeros: Julia de Vicenzi, cuyo esposo había
fallecido en la semana anterior; Alvaro Parejas, Laureano Gutiérrez, María del
Carmen Baigorria, Miguel Pérez, Francisco Parejas, “un pobre extranjero incógnito”, mencionan las crónicas de entonces
aludiendo a un desconocido llegado horas antes desde Buenos Aires; Domingo
Guío, Martina Gutiérrez de Piñero, Adolfo Godoy, Juana Román de Sánchez, Pedro
Almirón, un desconocido llamado Brigido, Sofía Torres, Ascensión Cufré, Marcos Moraña, Manuel
Jacques, Julia Figón, Jorge Fernández y sus hijos menores Juan y Clara, Remigio
Parejas, Manuel Cabral, Petrona Chorroarín, Carlos Calderón y Fortunata
Barragán, muchos de los antiguos soldados del Restaurador.
DISMINUYE LA
EPIDEMIA
En los días 20 hasta 23 disminuyó
la violencia del mal. Fueron sus víctimas Valentín Antomata, Encarnación Garrido
de Pintos, Clara Juana Guzmán de Bustos, Ana Quevedo de Larrosa, Victorio
Herrera, Estanislada García, Fernanda F. de Faquet (o Franquet), Andrés Guión y
una negra llamada Manuela, natural de África, de 80 años de edad, que conoció
la esclavitud.
Al finalizar el mes de enero,
a modo de cima de la línea curva, la mortalidad, que en el mes siguiente debía
descender definitivamente se registraron 22 muertos en cuatro cuarteles, de ella en 8 en el día
30; durante el transcurso de febrero siguiente; en 24 días de
epidemia se registraron solo 12 muertos.
Se Inició la cima que se
indica hasta el día 24
con Pedro Ibarra a quien siguieron insensivamente Bernardo Domínguez, Tomasa
Barragán, Martínez, Santiago del Mué, Petrona Viamont, vecina de de Quilmes
desde el año 1816; Francisca Rojas, Renania
Sotuyo de Contreras, Máxima Albarracín, y la criatura Lucas Fuentes
de 7 meses de edad, Rufino Sánchez, los menores Teodoro y Gregoria de apellido
desconocido, encontrados abandonados en el cuartel; José María Echenique, Luisa
Pérez de Giménez, el señor Hilario Giménez, Jacinto Quíntela, Antonio López,
Manuel Florencio, José Soler, Irene Cañete, Cayetana Rodríguez, Luisa
Villanueva, Manuela Quiroga. María
Teresa Garay, Máxima Giménez y un negro llamado Juan, muerto en casa de don
Celestino Risso en donde ‘trabajaba de
tiempo inmemorial”.
El día 30 de enero de 1868,
fallecía el mayor Juan Pascual Miralles, a los 66 años de edad, consiguiendo la
epidemia lo que no pudieron años de campaña en la frontera, en lucha con los
indios. [4]
Luego le siguieron Martiniana Jiménez, María Pereyra de Otamendi [5]
y Claudia Campana de Kier, esposa del doctor Sabiniano Kier, que desempeñaba un
alto cargo en la judicatura.
El l
de febrero: Fortunato Díaz y Juan Colares fueron las únicas víctimas, luego el
día 3 Alejandro Barragán.
El 4, la menor Josefa
Cadinaro, Jacinto Rodríguez y José Casimiro Durañona. El 8, María Cerisola y
Bernardo Appechena, refugiado de Barracas al Sud. Tras una semana inactiva, en
los días 15, 17 y 19, Damasio Rosales, Jacinta Ramos e Ignacia López, a las que
siguió Santos Salas, anciano santiagueño del cuartel 5°, muerto el
día 24, última de las víctimas del cólera.
EN RESUMEN
El número de atacados fue de
aproximadamente 300; "es
satisfactorio declarar que más de una tercera parte de ellos han salvado”.
La Comisión Central “no puede dejar de
llamar vuestra atención hacia el proceder humanitario y recomendable del señor
Wilfredo Lahtham, [6] quien acudió al
socorro de varios atacados en las inmediaciones de su establecimiento”. En
resumen, la Comisión Humanitaria “ha
llenado las exigencias de su cometido, ya atendiendo a los acometidos del
flagelo con médicos, botica, ropas, y en algunos casos aun con dinero, ya
socorriendo hasta donde ha sido posible, a los huérfanos y desvalidos”.
Su actuación tuvo lugar entre
el 15 de diciembre de 1867 y el 24 de febrero del año siguiente, al desaparecer
la epidemia.
En el cuadro siguiente se
indica la mortalidad en cada cuartel del partido de Quilmes:
Cuartel 1° (pueblo):
diciembre 1867, 11 enero 1868, 52; febrero 1868, 6. Total: 69.
Cuartel 2° (Florencio Varela):
diciembre 1867, 1; enero 1868, 17; febrero 1868, 3. Total: 21.
Cuartel 3° (Wilde): diciembre
1867, 1; enero 1868, 5; febrero 1868, 0. Total: 6.
Cuartel 4° (Berazategui):
diciembre 1867. 0; enero 1868, 6; febrero 1868, 1. Total: 7.
Cuartel 5° (Hudson hasta Ensenada):
diciembre 1867, 4. enero 1868, 22; febrero 1868, 2. Total: 28. Total por mes:
diciembre 1867, 17; enero 1868, 102; febrero 1868, 12. Total: 131.
DESTINO FINAL
Alguna vez, con motivo del
hallazgo de restos óseos en un subterráneo encontrado al Este de la ciudad, [7]
se ha dicho que tales restos - que por otra parte resultaron ser de animales
pequeños - debieron pertenecer a víctimas de las epidemias de 1868 y 1871, esta
última de fiebre amarilla, cremadas en el horno, tal como se identificó al
subterráneo aludido. Los cadáveres de las víctimas quilmeñas de la epidemia de
1868 (las de 1871 lo fueron en el cementerio actual), a excepción de algunas
pocas sepultadas en el cementerio porteño de la Recoleta, lo fueron en el
viejo cementerio de la barranca, que estaba donde hoy el hospital. Tal cementerio,
de por si pequeño, vio colmada su capacidad en aquellos días de 1868, causa
por la cual fue habilitado el de Ezpeleta. Al construirse en el año 1926 los
pabellones del hospital, quedaron a la vista gran cantidad de restos humanos,
los cuales, piadosamente recogidos por la entonces Hermana Superiora del
establecimiento, fueron depositados en los jardines que rodean los edificios
del mismo, y en el cementerio de la ciudad, dándose con ello ubicación
definitiva a parte de los restos de los fallecidos en la epidemia de 1868.
Dr. José A. Craviotto
Compilación, bibliografía y notas Prof. Chalo Agnelli
Quilmes, agosto, 2020
(en plena pandemia)
BIBLIOGRAFÍA
RELACIONADA
Fiquepron, Maximiliano Ricardo (UNGS –
CONICET) “Los vecinos de Buenos Aires
ante las epidemias de cólera y fiebre amarilla (1856-1886)”. Quinta Sol revista
de Historia – Portal de revistas académicas y científicas. Santa Rosa - La
Pampa 23/04/2017
https://cerac.unlpam.edu.ar
Goldar,
José. “Historia de la Sociedad Hospital de Quilmes Dr. Isidoro G. Iriarte –
desde 1919 hasta 1972”. Municipalidad de Quilmes. Serie archivos y fuentes
de documentación. San Francisco Solano, 6/7/1979
El QUILMERO del lunes, 6 de julio de 2009 “Epidemias
que castigaron a quilmes en 1867, 1868 y 1871
El QUILMERO del jueves, 7 de marzo de 2013 “Juana Gauna - Federica Dorman de Quijarro”
El QUILMERO del lunes, 26 de diciembre de 2011 "Compendio
de Higiene Pública y Privada" del Dr. José Antonio Wilde”
EL QUILMERO del martes, 23 de agosto de 2016 “Salud
e Higiene en Quilmes entre 1868 y 1888 – Informe Sanitario del Dr. Wilde”.
El QUILMERO del domingo, 22 de marzo de 2020
La peste en Quilmes, 1883
NOTAS
[2] La disentería (anteriormente conocido como flujo o flujo de
sangre) es un trastorno inflamatorio del intestino (gastroenteritis),
especialmente del colon, que produce diarrea grave que contiene moco o sangre
en las heces.
[3] Ver en EL
QUILMERO del viernes, 20 de mayo de 2011 “Tomás Giráldez – Juez de Paz y placero”
[4] Juan
Pascual Miralles, comandante del 6º regimiento de caballería de Campaña de
Quilmes durante la gobernación de don Juan Manuel de Rosas. En 1834 es elegido juez de paz en su
reemplazo actúa Juan M. Gaete. En 1836
y 1837 sigue como juez de paz titular, pero en su ausencia lo reemplaza Paulino Barreiro. El 18 de octubre de 1840 se reintegra
en su cargo hasta 1841 en que lo reemplaza Manuel Gervasio López. Sus ausencias
se debían a que como comandante realizaba partidas de enfrentamiento contra los
naturales.
[5] Hermana del hacendado Leonardo Pereyra y madre del juez de paz don Augusto
Otamendi.
[6] Eran
establecimientos de Wilfredo Lahtham la estancia “Los Álamos”, vecina a la estancia “San Juan”
de Leonardo Pereyra y la estancia “La Palma”. Ver en
EL QUILMERO del miércoles, 2 de marzo de 2016 “Wilfrid C. D. Latham – Pionero agro-ganadero
en Quilmes”
[7] Lo que
se conocía como “El Horno de la Virgen” a la altura de las calles Pringles y
Matienzo. Ver Craviotto, J. A. “Quilmes a través de los años” Pág. 228 - Ver en EL
QUILMERO del miércoles, 23 de marzo de
2016 “Comisión
Arqueológica Quilmes – 1935/2016”