En una entrevista
de 1994, don Pedro Copes contó, con la sonrisa franca y espontánea que lo
caracterizaba, que había empezado a pintar junto a Ludovico Pérez y Bonfiglio
Luccini, bajo la mirada atenta del maestro Juan Correa por el que manifestaba un afecto especial, lo mismo que
por sus compañeros de estudio. [1]
Recordaba:
“Como el problema de los pintores que
recién empezábamos siempre era el marco, porque a veces la plata alcanzaba para
las pinturas, pero no para los marcos, o al revés, recorríamos desarmaderos
buscando puertas con molduras para hacernos nuestros propios marcos. Entonces
yo trabajaba en la fábrica Alpaseda, y cuando la empresa empezó a despedir
gente veía que también me iba a tocar el turno a mí, por eso empecé a comprar
cepillitos moldureros para ir armando un tallercito. Después fui comprando
máquinas eléctricas chiquitas hasta que, con la indemnización del despido,
compré fresas de cuatro paletas y otras más importantes, hasta contar con todas
las herramientas”.
Ludovico Pérez y
Pedro Copes, a fines de la década del ’60. Foto gentileza de Norma Cistaro.
Al momento de la entrevista
tenía una colección de veinticuatro cepillitos moldureros que eran verdaderas
reliquias de su taller, ubicado en la
esquina NO de Quintana y Corrientes, en el barrio La Colonia.
Guardaba muchos recuerdos del Ateneo Cervecero y uno que eligió contar fue cuando Aldo Severi siendo un estudiante allí, había realizado el dibujo de un torso que pasó de mano en mano entre el alumnado, hasta que llegó a las del maestro Correa, quien lo calificó pronunciando solamente una palabra: “ocho”. Copes decía que para un discípulo era una nota premonitoria de la destacada trayectoria que después desarrolló Severi.
Al finalizar la
década de 1950, los amigos le pedían que hiciera los marcos para sus obras, ya
que era el que mejor los confeccionaba. Así, poco a poco, pintó cada vez menos
y se dedicó de lleno a la tarea que se convirtió en el medio de vida para él y
su familia.
Con afecto
nombraba a Gerónimo Narizzano, Dante
Tozzi, Nemesio Aguirre, Enrique Martinotti, Pedro Ricci, Francisco Anfuso,
Martín Castro, Mario Amisano, Julio Paz, Dino Pazzelli, Manuel Oliveira…
Además de los
quilmeños y berazateguenses que acudían a él para que les enmarcara las obras,
también tenía clientes procedentes de La Plata, como los artistas Francisco de Santo, Salvador Calabrese y
Marta Girard, entre otros. Para
llevarles los trabajos terminados, durante los fines de semana solía viajar en
tren hasta La Plata, acompañado por sus hijos que, de ese modo, hacían un paseo
con el padre.
En esa época no se
vendían marcos regulables en los supermercados, ni existían tutoriales que
enseñaran cómo fabricarlos. Era una manufactura especializada, una labor
artesanal que implicaba dedicación y sentido estético en la selección del color
del passe partout, el ancho del entelado y la canaladura de las varillas. Las que
Pedro Copes utilizaba eran las que se fabricaban en el taller propio. Como
plus, en la producción ponía conocimiento y amor al arte.
Severi escribió de él: “…en cada obra que recibe, llega a percibir la vibración más íntima de su esencia, ‘ve’ con pureza y sabiduría, no está contaminado por la dialéctica trasnochada y estéril que confunde y perturba la posibilidad verdadera de ‘sentir’”.
Pedro Copes en
1994 fotografiado por Carlos Scott, escaneada de la revista ESTAR.
Utilizaba madera
de cedro misionero, lenga y guindo de la Patagonia, roble salteño y paraíso
misionero, del que decía: “es un árbol de
cultivo de veta muy bonita y un poco desprestigiada por algunos fabricantes de muebles
que ni siquiera se la mencionan a sus clientes, o la llaman de otra forma para
no dejar ver de qué árbol se trata”.
Don Pedro ponía la
misma dedicación para encarar el enmarcado de obras de virtuosos consagrados como
las de jóvenes que recién hacían las primeras pinturas y las llevaban
entusiasmados a su taller. Con prudencia en el uso de las palabras, él les
hacía las observaciones que creía convenientes, si podían servir de enseñanza
para esa muchachada que estaba aprendiendo.
Otro
prestigioso pintor como Jorge Cassanello
sostiene: “Él era muy esquivo con las
fotos y las inauguraciones. Mi recuerdo de él es su bondad y colaboración para
con los artistas que iban a enmarcar, tuvieran o no el dinero para pagar la
tarea. Era también un gran artista”.
Irene, Noemí y
Juan Copes, los hijos, aprendieron el quehacer del padre. Y el taller continuó en
actividad con las nuevas generaciones de artistas.
Acuarela “Bailando frente a la casa de Copes” de Ludovico Pérez, imagen gentileza de Norma Cistaro.
Acaso inspirados por él y su familia, el portón de acceso al hogar y el lugar de trabajo, fue pintado por Oscar Rodríguez Reino. Y Severi plasmó en una tela el patio de la vivienda. También Ludovico Pérez hizo la acuarela “Bailando frente a la casa de Copes”, obra que fue comprada por la Sra. Rosa María Jiménez y actualmente se encuentra en Alemania.
Apertura de la
muestra en el Museo Roverano. El secretario de Cultura de entonces, Ana María
de Mena, Miguel Montalto, Angel Ottonello, Ludovico Pérez y Juan y Noemí Copes.
Ella con flores recibidas ese día en que se recordó a su padre. Foto de Carlos
Scott
A poco de
fallecido el querido artesano, se realizó una exposición de artistas plásticos
en el Museo Municipal “Víctor Roverano” de Quilmes, que tuvo un fragmento
dedicado a recordarlo. En esa oportunidad, los presentes tuvieron palabras de
agradecimiento y afecto para don Pedro Copes, quien dedicó oficio y habilidades
para que lucieran en toda su magnitud, las obras de arte que ponían en sus
manos.
Ana María de Mena –
2021 anamariademena@gmail.com
Compaginación Chalo Agnelli
NOTA
3 comentarios:
En 1987, el profesor Pérez Basualdo pintó un cuadro de mi vieja casa de San Martín y Colón, a partir de una foto que le facilité.
Cuando tuve la obra en mi poder la llevé a enmarcar al taller de Pedro Copes, éste al verla se quedó asombrado y me relató que había pasado por el lugar cuando estaban demoliendo la casa.
Ante el desconcierto de los presentes, al levantar las baldosas de mi habitación, aparecieron dos restos humanos, calcinados.
Cruzaron a la clínica de enfrente y algún médico corroboró que se trataba de un adulto y un niño. Dedujeron que podrían haber sido víctimas de la epidemia de cólera o fiebre amarilla del siglo XIX. BEATRIZ BIANCHETTI
Paula Frankovic
Un abuelo inolvidable que siempre esta en nuestros corazones...
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