Las investigaciones: “La epidemia, de cólera del año 1868” y “La Comisión Humanitaria’’ del doctor
José A. Craviotto, se publicaron en el periódico “Renovación” del 11 de diciembre de 1936 y el 15 de julio de 1937,
respectivamente. Tuvieron una segunda publicación en el diario “El Sol” de Quilmes entre junio y julio
de 1954 en el apartado “Esto sucedió un
vez” que se publicaba con el seudónimo “Febo”.
Los subtítulos son del compilador
LA EPIDEMIA DE COLERA DEL AÑO 1868
Hasta pocos años antes de 1885, en el cual Koch descubrió el vibrión colérico, agente de la enfermedad, los tratados de medicina, entre ellos el de Buchan, daban por causa de la misma a las siguientes - tomadas del indicado -: “redundancia y acrimnoía [1] pútrida de la bilis, por fríos, por alimentos que fácilmente se vuelven rancios o se agrian en el estómago, como manteca, grasa de cerdo, dulces, pepinos, melones, cerezas y otras frutas frías; también suele ser efecto de purgas y vomitivos acres fuertes, o de sustancias venenosas que han entrado en el estómago y otras veces procede de pasiones violentas, o de afectos de ánimo, como temor, cólera, etc.”
En el año 1769, el médico, de cámara de Carlos III, Andrés Piquer, comentando las obras de Hipócrates, en pleno auge por entonces, decía a propósito: “el vulgo, que no alcanza estas cosas alude a la influencia de los astros, cree que viene por la fruta, o por el agua que entonces se suele beber en más cantidad por el calor de la estación, pero Sydenham (en 1676) que era sagacísimo en observar y distinguir los movimientos y acciones de la naturaleza decía muy acertadamente, que al modo que las golondrinas vienen al principio de la primavera y el cuclillo ama el calor del tiempo que la sigue, ni; más ni menos la cólera morbo viene desde la mitad de julio y se desaparece a principios de septiembre”.
Es curiosa la coincidencia entre lo que el vulgo creía con respecto a las causas de la enfermedad, con los conocimientos actuales de la misma; lo que confirma lo dicho por Bergson respecto a los descubrimientos de orden biológico: “su manera de actuar es precisamente aquella en la cual no hubiéramos jamás pensado”, en este caso hasta desechado por el médico de Su Majestad.
ORIGEN
Llevado a Corrientes desde el Brasil en un buque de guerra imperial, bien pronto, el cólera hizo estragos en los ejércitos que luchaban en el Paraguay. Durante el período de inactividad militar que siguió a Curupaityí corrió por su cuenta la mortandad que las armas en descanso habían dejado de causar. A fines de 1867, con motivo de una repatriación de heridos, se hizo presente en Buenos Aires, originándose una epidemia cuyo saldo fue de 8.000 víctimas, entre sus 170.000 habitantes; en la provincia los muertos alcanzaron a 30.000.
EN QUILMES
En octubre de 1867, el médico quilmeño doctor Fabián Cueli, llamó la atención de las autoridades acerca de un enfermo, el diagnóstico de cuyo mal podía hacer suponer que se estuviera en presencia de un caso de cólera.
El médico municipal, doctor José Antonio Wilde, al tiempo de opinar que sólo se trataba de un estado disenteriforme, [2] aconsejaba a las autoridades algunas medidas preventivas ante la proximidad del verano y la inminencia del peligro. En aquella época se decía, con mucho fundamento que la fiebre amarilla - constante por entonces en el Brasil y espada de Damocles en el Río de la Plata - sólo atacaba en el lugar donde hubiere enfermos, mientras que el cólera se hacía presente aún en las estancias, en donde pudiera haberse pretendido encontrar aires saludables.
En el primer trimestre de aquel año de 1867 la población total del partido de Quilmes era de 5.628 habitantes; 1.521 en el pueblo y 4.107 en los cuarteles rurales. De ellos, 69 en el primero y 62 en las afueras, formaron el total de las 131 víctimas del cólera iniciado, al comenzar el verano de aquel año.
EL COMIENZO
El 10 de diciembre de 1867, en el cuartel 5°, cerca de la Ensenada, Juan Amaesmit, alemán de 65 años, iniciaba la serie trágica. En el pueblo, cuya proximidad a Buenos Aires le hacía posible la visión de un cuadro de espanto de mayor intensidad, no se tuvo la impresión de la epidemia inmediata, pero, dos días después y hasta el 18 del mismo mes, caían la niña Justa Rosas, Cipriano Armesto, Antonia Avellaneda de Armesto, Remedios N. de Olivera, Máxima Córdoba de Cabral, Pedro Tralla, refugiado en Quilmes, fugado de la capital ante la inminencia del peligro y tal vez causa involuntaria de la propagación de la epidemia, Faustino Armesto y José María Bustos.
MÉTODOS DE HIGIENE
El 16 del mismo mes de diciembre, por consejo del Municipal doctor Wilde, se reglamentó la matanza en los corrales de abasto y se acordó que desde esa fecha en adelante “todos los abastecedores deberán carnear por la mañana, antes de salir el sol, no debiendo esto, por ningún motivo, vender carne cansada ni flaca, quedando sujetos los infractores a una multa, de cuya resolución se dio orden al comisario de los corrales para que notifiqué a todos ellos”.
Para la época actual, puede servir de referencia de la resolución municipal transcripta, las consideraciones que agregamos, correspondientes a un informe pedido por el Presidente de la Municipalidad don Tomás Giráldez, [3] al doctor Wilde pocos meses después de pasada la epidemia de cólera, y poco antes de aquella terrible de fiebre amarilla que asoló al país en 1871. El Dr. Wilde “en contestación a la nota... referente al mayor aseo en los corrales de abasto con el fin de evitar consecuencias funestas”, manifiesta sus opiniones así: “No hai duda que las emanaciones de la sangre i los restos sólidos del animal, cuando se hallan ya en putrefacción son necesariamente perjudiciales, pudiendo producir enfermedades terribles. Pero debe notarse que el paraje en que se hace la matanza para el abasto, es sumamente ventilado, por lo que no hai temor de la concentración, de las emanaciones fétidas y sabemos que los efluvios pútridos animales, esparcidos ampliamente en la atmósfera., diseminados a lo lejos, sus efectos son insensibles, casi nulos’’.(textual)
Esto que hoy parece ridículo, si no se toma en cuenta la lenta y segura evolución de la bacteriología, es lo que se pensaba entonces y justifica ante nosotros las medidas propuestas por el mismo doctor Wilde en su carácter de Municipal.
COMISIÓN HUMANITARIA
La considerable cantidad de enfermos, con relación al número de habitantes del partido, y las víctimas causadas por el cólera, fueron las causas por las cuales, un grupo de vecinos se constituyeron en Comisión, para remediar en lo posible, la situación creada.
Hoy, con los servicios sanitarios extendidos a todas partes y la poderosa terapéptica disponible, no es posible comprender la situación de quienes se encontraron sin medios bajo el horror de la epidemia; es por ello que los miembros de la Comisión Humanitaria, al actuar del modo que lo hicieron, en plena zona de combate y sin defensa, adquieren el carácter de héroes civiles.
“Alarmado el pueblo - se lee en la memoria final de la Comisión Humanitaria al disolverse por la vuelta a la normalidad - a mediados de diciembre del año ppdo. (1867), por la aparición de algunos casos de cólera; aterrados por la rapidez mortífera con que esta cruel enfermedad recorría sus períodos (sic); se hallaba, como es natural, abatido por el pánico que producía tan formidable invasor”.
Por invitación del señor don Miguel Rodríguez Machado se reunieron los siguientes vecinos: doctor José A. Wilde, Patricio Fernández, Jaime Wilde, Pablo Pardo, Juan López, Martín Puig, José A. Matienzo, Juan M. García, Juan Ithuralde, doctor Fabián Cueli, Francisco Labourt, Juan María Costa, Jaime Arrufó, Gerónimo Basigalup, Tomás Flores, Domingo Sánchez, José María Pizarro, Manuel Rueda (o Ruesta), Atanasio Tabares, José Puyadas (o Pujadas), Manuel Doroteo Soto, Mariano Solla, Manuel Benavente, Ángel Elía (o D’Elía), doctor Sabiniano Kier, Francisco Casares, Andrés Baumgart, Manuel Amoroso, José D. Córdoba, Miguel Núñez, Agapito Echagüe, Alejandro Lassalle, Julio Blanco, Bernardo Lerdou, Mariano Vega, Celestino Risso, Norberto Espínola, Remigio González, Ezequiel Navarro, Félix Risso, Urbano Drake, Domingo Hasperué, Bernardo Laguarda y Juan Chourrout.
COMISIÓN CENTRAL
De entre ellos fue designada la Comisión Central, plenamente autorizada por la General, para acudir sin pérdida de tiempo al socorro de los atacados por el flagelo. Previamente a esa reunión el Concejo Municipal, en vista de la situación alarmante, había sancionado el empleo de sus fondos por cuanto fuese necesario en favor de aquellos que careciesen de medios, al mismo tiempo se dictaron medidas de precaución, entre las que se hallaba la visita domiciliaria que fue confiada a varios vecinos.
“Establecidas estas dos potencias para prodigar el bien - dice la memoria -, la Comisión Humanitaria fue conocida por la Municipalidad, y autorizada para que, en unión del Municipal del ramo, proceda al desempeño de las atribuciones que da la ley respecto a las medidas higiénicas y salubridad pública”.
La Comisión Central originaria estuvo formada por los señores: García, López, Machado y Puig, aumentándose poco después, con los señores Jaime Wilde como secretario y los señores Pablo Pardo, Jaime Arrufó, José M. Pizarro y Patricio Fernández como vice presidente, el todo bajo la presidencia del doctor José Antonio Wilde.
Con el fin de arbitrar recursos se organizaron diversos actos, algunos de los cuales se realizaron en los días de mayor mortalidad; a pesar de la situación de la extrema gravedad, las corridas de sortija en la Plaza de la Constitución (hoy San Martín), las cedulillas y las funciones de “prestidigitación y magia a que generosamente se prestó el Sr. Arrufó”, proporcionaron fondos con que atender a necesidades urgentísimas.
Mientras tanto, tras nueve días sin casos fatales, el 28 de diciembre de 1867, se iniciaba la nueva serie, causando siete víctimas: Rufina Iraola, Juan Campistrán, “un desconocido”, Manuel Leiva, Pedro Torres, Juana María Fuentes de Aranda y Juan Medina, en el corto espacio de 96 horas.
En los días actuales, en los que solamente como visión cinematográfica puede tenerse una idea de catástrofes semejantes, no es posible imaginarlas de otro modo si no fuera recurriendo a los sobrevivientes de aquella época, en procura, de lo que puede significar la anotación “un desconocido” dentro del orden familiar y social, o, como se verá más adelante, la notación de familias enteras caídas víctimas del mal, extranjeros en el medio, de las que sólo revivió la madre en un caso particular.
[Aquí se produce un bache en la información pues se perdieron los documentos originales]
HÉROES CIVILES
Los médicos doctores Fabián Cueli y José Antonio Wilde y el farmacéutico don José Agustín Matienzo fueron quienes tuvieron a su cargo la atención sanitaria de los habitantes. En esos días de 1868 debieron trasladarse desde Monte Chingolo y Las Higueritas (Bernal Oeste y Wilde) hasta el límite Sud del partido cerca de la Ensenada. Ejercieron su misión en la forma que la tradición les ha señalado y es honroso decirlo, juntamente con las medicinas, fueron muchas las veces que agregaron recursos con que aliviar la situación de hogares desesperados.
NUEVOS CASOS
En la segunda semana de enero Pedro Vicenzi, Casto Martínez, Juan Boada, Eusebio Ponce, Petrona Martínez, José Iriarte, María Ariola (o Arriola), Eusebia de los Santos, María Casas de Santos, Miguel Florencio, Catalina Frante, Antonio López, Nerea Maestre, María Miralles de Luna, Francisco Piñero, Magdalena Ticoiti e Isidoro Salas hicieron llegar el número de muerto a la cifra de 52.
En los días 15, 16, 17 y 18 de enero la mortalidad alcanzó juntamente con los últimos del mismo mes las cifras más elevadas. Murieron en los primeros: Julia de Vicenzi, cuyo esposo había fallecido en la semana anterior; Alvaro Parejas, Laureano Gutiérrez, María del Carmen Baigorria, Miguel Pérez, Francisco Parejas, “un pobre extranjero incógnito”, mencionan las crónicas de entonces aludiendo a un desconocido llegado horas antes desde Buenos Aires; Domingo Guío, Martina Gutiérrez de Piñero, Adolfo Godoy, Juana Román de Sánchez, Pedro Almirón, un desconocido llamado Brigido, Sofía Torres, Ascensión Cufré, Marcos Moraña, Manuel Jacques, Julia Figón, Jorge Fernández y sus hijos menores Juan y Clara, Remigio Parejas, Manuel Cabral, Petrona Chorroarín, Carlos Calderón y Fortunata Barragán, muchos de los antiguos soldados del Restaurador.
DISMINUYE LA EPIDEMIA
En los días 20 hasta 23 disminuyó la violencia del mal. Fueron sus víctimas Valentín Antomata, Encarnación Garrido de Pintos, Clara Juana Guzmán de Bustos, Ana Quevedo de Larrosa, Victorio Herrera, Estanislada García, Fernanda F. de Faquet (o Franquet), Andrés Guión y una negra llamada Manuela, natural de África, de 80 años de edad, que conoció la esclavitud.
Al finalizar el mes de enero, a modo de cima de la línea curva, la mortalidad, que en el mes siguiente debía descender definitivamente se registraron 22 muertos en cuatro cuarteles, de ella en 8 en el día 30; durante el transcurso de febrero siguiente; en 24 días de epidemia se registraron solo 12 muertos.
Se Inició la cima que se indica hasta el día 24 con Pedro Ibarra a quien siguieron insensivamente Bernardo Domínguez, Tomasa Barragán, Martínez, Santiago del Mué, Petrona Viamont, vecina de de Quilmes desde el año 1816; Francisca Rojas, Renania Sotuyo de Contreras, Máxima Albarracín, y la criatura Lucas Fuentes de 7 meses de edad, Rufino Sánchez, los menores Teodoro y Gregoria de apellido desconocido, encontrados abandonados en el cuartel; José María Echenique, Luisa Pérez de Giménez, el señor Hilario Giménez, Jacinto Quíntela, Antonio López, Manuel Florencio, José Soler, Irene Cañete, Cayetana Rodríguez, Luisa Villanueva, Manuela Quiroga. María Teresa Garay, Máxima Giménez y un negro llamado Juan, muerto en casa de don Celestino Risso en donde ‘trabajaba de tiempo inmemorial”.
El día 30 de enero de 1868, fallecía el mayor Juan Pascual Miralles, a los 66 años de edad, consiguiendo la epidemia lo que no pudieron años de campaña en la frontera, en lucha con los indios. [4] Luego le siguieron Martiniana Jiménez, María Pereyra de Otamendi [5] y Claudia Campana de Kier, esposa del doctor Sabiniano Kier, que desempeñaba un alto cargo en la judicatura.
El l de febrero: Fortunato Díaz y Juan Colares fueron las únicas víctimas, luego el día 3 Alejandro Barragán.
El 4, la menor Josefa Cadinaro, Jacinto Rodríguez y José Casimiro Durañona. El 8, María Cerisola y Bernardo Appechena, refugiado de Barracas al Sud. Tras una semana inactiva, en los días 15, 17 y 19, Damasio Rosales, Jacinta Ramos e Ignacia López, a las que siguió Santos Salas, anciano santiagueño del cuartel 5°, muerto el día 24, última de las víctimas del cólera.
EN RESUMEN
El número de atacados fue de aproximadamente 300; "es satisfactorio declarar que más de una tercera parte de ellos han salvado”. La Comisión Central “no puede dejar de llamar vuestra atención hacia el proceder humanitario y recomendable del señor Wilfredo Lahtham, [6] quien acudió al socorro de varios atacados en las inmediaciones de su establecimiento”. En resumen, la Comisión Humanitaria “ha llenado las exigencias de su cometido, ya atendiendo a los acometidos del flagelo con médicos, botica, ropas, y en algunos casos aun con dinero, ya socorriendo hasta donde ha sido posible, a los huérfanos y desvalidos”.
Su actuación tuvo lugar entre el 15 de diciembre de 1867 y el 24 de febrero del año siguiente, al desaparecer la epidemia.
En el cuadro siguiente se indica la mortalidad en cada cuartel del partido de Quilmes:
Cuartel 1° (pueblo): diciembre 1867, 11 enero 1868, 52; febrero 1868, 6. Total: 69.
Cuartel 2° (Florencio Varela): diciembre 1867, 1; enero 1868, 17; febrero 1868, 3. Total: 21.
Cuartel 3° (Wilde): diciembre 1867, 1; enero 1868, 5; febrero 1868, 0. Total: 6.
Cuartel 4° (Berazategui): diciembre 1867. 0; enero 1868, 6; febrero 1868, 1. Total: 7.
Cuartel 5° (Hudson hasta Ensenada): diciembre 1867, 4. enero 1868, 22; febrero 1868, 2. Total: 28. Total por mes: diciembre 1867, 17; enero 1868, 102; febrero 1868, 12. Total: 131.
DESTINO FINAL
Alguna vez, con motivo del hallazgo de restos óseos en un subterráneo encontrado al Este de la ciudad, [7] se ha dicho que tales restos - que por otra parte resultaron ser de animales pequeños - debieron pertenecer a víctimas de las epidemias de 1868 y 1871, esta última de fiebre amarilla, cremadas en el horno, tal como se identificó al subterráneo aludido. Los cadáveres de las víctimas quilmeñas de la epidemia de 1868 (las de 1871 lo fueron en el cementerio actual), a excepción de algunas pocas sepultadas en el cementerio porteño de la Recoleta, lo fueron en el viejo cementerio de la barranca, que estaba donde hoy el hospital. Tal cementerio, de por si pequeño, vio colmada su capacidad en aquellos días de 1868, causa por la cual fue habilitado el de Ezpeleta. Al construirse en el año 1926 los pabellones del hospital, quedaron a la vista gran cantidad de restos humanos, los cuales, piadosamente recogidos por la entonces Hermana Superiora del establecimiento, fueron depositados en los jardines que rodean los edificios del mismo, y en el cementerio de la ciudad, dándose con ello ubicación definitiva a parte de los restos de los fallecidos en la epidemia de 1868.
Dr. José A. Craviotto
Compilación, bibliografía y notas Prof. Chalo Agnelli
Quilmes, agosto, 2020
(en plena pandemia)
BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA
Fiquepron, Maximiliano Ricardo (UNGS – CONICET) “Los vecinos de Buenos Aires ante las epidemias de cólera y fiebre amarilla (1856-1886)”. Quinta Sol revista de Historia – Portal de revistas académicas y científicas. Santa Rosa - La Pampa 23/04/2017 https://cerac.unlpam.edu.ar
Goldar, José. “Historia de la Sociedad Hospital de Quilmes Dr. Isidoro G. Iriarte – desde 1919 hasta 1972”. Municipalidad de Quilmes. Serie archivos y fuentes de documentación. San Francisco Solano, 6/7/1979
El QUILMERO del lunes, 6 de julio de 2009 “Epidemias que castigaron a quilmes en 1867, 1868 y 1871
El QUILMERO del jueves, 7 de marzo de 2013 “Juana Gauna - Federica Dorman de Quijarro”
El QUILMERO del lunes, 26 de diciembre de 2011 "Compendio de Higiene Pública y Privada" del Dr. José Antonio Wilde”
EL QUILMERO del martes, 23 de agosto de 2016 “Salud e Higiene en Quilmes entre 1868 y 1888 – Informe Sanitario del Dr. Wilde”.
El QUILMERO del domingo, 22 de marzo de 2020 La peste en Quilmes, 1883
[1] Virulencia
[2] La disentería (anteriormente conocido como flujo o flujo de sangre) es un trastorno inflamatorio del intestino (gastroenteritis), especialmente del colon, que produce diarrea grave que contiene moco o sangre en las heces.
[3] Ver en EL QUILMERO del viernes, 20 de mayo de 2011 “Tomás Giráldez – Juez de Paz y placero”
[4] Juan Pascual Miralles, comandante del 6º regimiento de caballería de Campaña de Quilmes durante la gobernación de don Juan Manuel de Rosas. En 1834 es elegido juez de paz en su reemplazo actúa Juan M. Gaete. En 1836 y 1837 sigue como juez de paz titular, pero en su ausencia lo reemplaza Paulino Barreiro. El 18 de octubre de 1840 se reintegra en su cargo hasta 1841 en que lo reemplaza Manuel Gervasio López. Sus ausencias se debían a que como comandante realizaba partidas de enfrentamiento contra los naturales.
[5] Hermana del hacendado Leonardo Pereyra y madre del juez de paz don Augusto Otamendi.
[6] Eran establecimientos de Wilfredo Lahtham la estancia “Los Álamos”, vecina a la estancia “San Juan” de Leonardo Pereyra y la estancia “La Palma”. Ver en EL QUILMERO del miércoles, 2 de marzo de 2016 “Wilfrid C. D. Latham – Pionero agro-ganadero en Quilmes”
[7] Lo que se conocía como “El Horno de la Virgen” a la altura de las calles Pringles y Matienzo. Ver Craviotto, J. A. “Quilmes a través de los años” Pág. 228 - Ver en EL QUILMERO del miércoles, 23 de marzo de 2016 “Comisión Arqueológica Quilmes – 1935/2016”