El incendio del 8 de diciembre de 1874
del Dr. José A. Craviotto
para la revista “Fuego y Agua”
31/10/1961
(compilación Chalo Agnelli)
También los incendios tienen su historia, los “iracundos incendios con sus llamas que queman”, como escribió un viejo secretario del Cabildo de Buenos Aires, es el siglo XVII. Resulta hoy imposible saber cuál fue el primer incendio que ocurrió en el pasado de Quilmes, sobre todo si se tiene en cuenta lo precario de las construcciones de otras épocas: ranchos con paredes de barro y techos de paja.
Ya en 1610, Andrés Giménez de Fuentes, en su estancia que ocupaba la actual planta urbana de Quilmes, tenía una población de varios de aquellos ranchos, y en ellos, en las cocinas, había fuego permanente, tanto por la abundancia de leña como por la falta de medios cómodos para iniciarlo rápidamente; esa característica, si bien facilitaba la tarea del mate y del asado, permitía la rápida difusión de chispas; y como esa cocina, las demás en toda la campaña, tal vez en peores condiciones.
Además, en los cálidos veranos, los cardales secos, ayudados por la temible “paja voladora”, servían de abundantísimo combustible, hasta un extremo tal que el Cabildo, por bando, en cierta oportunidad, prohibió “andar pitando por el campo”, para evitar incendios.
Hubo otra causa, otro agente productor de incendios; en abril 26 de 1819, el Intendente de Policía en nota al Cabildo de Buenos Aires — que por intermedio de los alcaldes de hermandad de cada partido extendía su jurisdicción por la campaña — mostraba preocupación por ello. “Se acerca el 25 de Mayo — decía en nota — en cuya celebridad, V. E. animado del entusiasmo que excita todos los años este día memorable, prepara fiestas que recuerdan al pueblo la época en que datan su emancipación y glorias. Entre las varias diversiones que se ejecutan, los fuegos artificiales ocupan el primer lugar, por el gusto con que concurre el público a su expectación. Sin embargo estoy en la obligación de observar a V. E. los riesgos a que exponen estos fuegos para que si pesan en su consideración se sirva prevenir no se usen de la clase que indicaré: tales son los llamados cohetes votadores y buscapiés”.
Hasta aquí, los agentes productores de incendio. En cuanto al combustible, expone: “… dentro de la Capital y en las inmediaciones a la Plaza grandes y numerosos depósitos de leña de rama, cardo y biznaga y otros combustibles en que por cualquier accidente puede prenderse el fuego, prodigarse a las casas de trato y panaderías en que generalmente se tienen estos acopios, y verse en consternación y graves desgracias sin que baste a impedirlas todo el celo y auxilio de la Policía. Las escupidas y busca pies disparados entre un crecido concurso han quemado repetidas veces los trajes y vestidos de las mujeres, causando sustos de trascendencia en este sexo, que por su delicadeza merece se le ahorren estas incomodidades en las diversiones públicas”.
Queda por considerar otro aspecto, que encaró el periódico EL AMERICANO, en su número del 2l del mismo mes de mayo de ese año, ante la amenaza de fuegos artificiales; glosando así: “aconseja se prohíba el uso de cohetes, bajo pena de prisión, durante las próximas fiestas mayas por los múltiples inconvenientes que trae especialmente para las mujeres y los niños y. además, porque ese detalle puede, de por sí, restar brillo a los actos que se realicen, por los excesos de la plebe, que los arrojan encendidos a los puntos de mayor concurrencia”. Tal el problema de cohetes, busca pies y escupidas.
Precisamente en Quilmes, los festejos patronales de cada 8 de diciembre, anualmente, se hacían — y se hacen aun hoy — con la base, en cuanto se refiere a actos populares en la Plaza, de fuegos artificiales, bombas de estruendo y demás artificios pirotécnicos. Y no solamente los patronales, sino toda fecha que se hubiese querido recordar de algún modo especial.
Al día siguiente de la batalla de Pavón, vale decir cien años atrás, se festejó esa batalla en Quilmes, con el disparo de una gruesa de bombas de estruendo, es decir 144 bombas, que si fueron disparadas por un solo mortero, en la única población del partido, es decir en Quilmes, sus habitantes soportaron un bombazo cada nueve minutos, de sol a sol.
Formaban el arsenal de estruendos, en esos festejos, los clásicos buscapiés, las cañas voladoras, bombas, aros y algo llamado “cañutos escupidores”, según facturas de las casas proveedoras.
En la noche del 8 de diciembre de 1874, la plaza principal, hoy San Martín, estaba iluminada, además de los clásicos faroles a kerosene, con grandes barricas conteniendo alquitrán, que ardía con llama tan poco luminosa como productora de abundante humo pesado, fuliginoso y negro. Volaban cohetes, ruecas que desprendían chispas de colores, buscapiés, bombas de estruendo y cataratas luminosas de muchos colores, producidas por los ya mencionados caños escupidores, que desprendían hacia arriba torrentes de luz, de humo y de estruendo.
A medida que aumentaban los estampidos, las pocas corrientes luces, tan extrañas en el apagado pueblo nocturno, las chispas y el humo, juntamente con las exclamaciones gozosas y también quejosas de aquellos viejos quilmeños, aumentaba la algarabía producida por los desesperados aullidos de los perros asustados y la disparada silenciosa de cuanto gato veía turbada su vida nocturna por las chispas y restos de artificios que caían incendiados, aún en los lugares alejados de la plaza.
En las torres de la iglesia, los lechuzones que allí anidaban, desesperados ante tanto estruendo y luz, y sobre todo por el humo, volaban en círculos alrededor de las mismas, emitiendo sus típicos chistidos de mal agüero.
La atención se concentró en un hermoso globo aerostático, con los colores de su envoltura realzados por la llama interior; la ascensión del mismo llamó la atención tanto como la tarea de prepararlo para ella; de pronto, el humo negro que cubría el cielo quilmeño se iluminó con Otros fulgores menos alegres, que al aumentar con bruscas intensidades rojizas justificó el incendio cuyas llamas se encargaban de producir aquella nueva iluminación. Detrás del monte de higueras que se encontraba a inmediaciones de una fonda con pretensiones de hotel, cuyo edificio fue demolido poco tiempo atrás, en la esquina Rivadavia-Sarmiento, pudo advertirse que ardía el techo y bien pronto el rancho principal y los agregados, propiedad del Capitán Morón, en la actual calle Alem entre Belgrano y Pringles, hacia mitad de cuadra; un rancherío semejante, entre varios árboles muy viejos, había en el mismo lugar, hasta 40 años atrás, reemplazado entonces por varias construcciones, una de ellas de altos.
El incendio alborotó todo el barrio, con sus escasos pobladores, de uno de los cuales llegó la noticia hasta nuestros días; sólo se apagó cuando faltó combustible, es decir, cuando todos los ranchos quedaron hechos cenizas. La causa del siniestro había sido una rueda voladora, disparada desde la plaza y caída allí, precisamente sobre la paja del techo de uno de los ranchos, el más grande, el que tenía más paja.
No ha llegado a nuestros días la noticia de que se hubiese empleado allí agua, tomada de algún pozo de balde; buscando antecedentes de prevención, encontramos que en 1818, el comisario de policía Felipe Robles, que tuvo a su cargo la distribución de tierras en Quilmes en ese año, había ordenado, con fecha 3 de octubre que “los dueños de ranchos del bajo cubran los techos de paja con barro para precaución”. La medida se había dispuesto para Buenos Aires, pero admitiendo que se hubiese empleado, habría sido eficazmente preventiva
Tal fue el incendio del 8 de diciembre de 1874 del que quedó recuerdo en el barrio y llegó hasta nuestros días.
Dr. José A. Craviotto
Para la revista “Fuego y Agua”
Publicación de la Sdad. de Bomberos Voluntarios de Quilmes
Número de su cincuentenario – 31 de octubre de 1961
Director Juan Cornaglia
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