Tenía su enclave en una capilla raída, próxima a la calle Isidoro Iriarte, donde vivió largos y duros años. Solía llegar al centro de Quilmes a caballo con una sotana arratonada, con bordes deshilachados y un poncho cruzado sobre el hombro izquierdo.
Pero entre sus amigos más fieles, tuvo a otro providencial personaje de nuestra Ribera, el Dr. Vicente Macignani y a la señora Gerónima Inés Giles y Gaete de Mayol, [2] una mujer, también de carácter, pero altruista, íntimamente ligada por origen y parentesco con las familias más antiguas del Partido desde épocas de Juan de Garay.
El sacerdote Enrique Cerri, nació en Gualeguay, Entre Ríos, el 8 de abril de 1875, fue el segundo de los seis hijos de don Juan Cerri y doña Isabel Caffarena. Sus padres poseían una zinguería y hojalatería, emprendimiento con el que habían adquirido una desahogada posición económica. Enrique y sus hermanos varones trabajaron junto a su padre, pero él desde la primera infancia manifestó inclinación al sacerdocio.
Sus padres no se opusieron, pero prefirieron que antes de asumir los rigurosos estudios que le permitirían alcanzar su propósito, hiciera un viaje a Francia donde tenían familiares, más allá de cualquier otra distracción, el joven Enrique inició la carrera sacerdotal. Rápidamente logró su ordenamiento religioso como fraile dominico.
En carácter de misionero, fue enviado a Lima, Perú. En este país se ordenó y celebró su primera misa. Se graduó, también, como profesor de colegios secundarios. Además del latín eclesiástico, hablaba con fluidez francés e italiano. Luego fue enviado a Buenos Aires donde trabajó como profesor en el desaparecido colegio Lacordaire de la calle Esmeralda 650; práctica que abandonó para trasladarse por breve tiempo a la iglesia San Antonio de Gualeguay como teniente cura, siendo párroco don Ángel Armelín.
En 1926, fue trasladado a la parroquia de la Inmaculada Concepción de Quilmes, como teniente cura, donde permaneció hasta 1966. Era párroco don Manuel Bruzzone quien le encomendó que asistiera a los fieles del paraje de la Ribera, lo que hizo con absoluta probidad cristiana. Los vecinos que lo veían chapotear en el lodo y andar por la playa en las bajantes esquivando basura, le regalaron un caballo que fue su compañero durante muchos años; con él recorría de norte a sur la Ribera, visitando a todas las familias, oficiando misas bajo los sauces, asistiendo a los damnificados en las sudestadas, acompañando enfermos al Hospital donde siempre recibía la atención del Dr. Iriarte. Muchas veces en sus andanzas ribereñas lo hacía junto con su entrañable amigo el Dr. Aníbal Silva, al que había conocido en Francia en su época de estudiante, con quien solía sostener largas charlas mates de por medio, sentados en el murallón.
Tras el fallecimiento de Bruzzone, no fue tan cordial su tarea junto al nuevo párroco el Pbro. Ángel Banfi. A algunos, considerados ‘buenos cristianos’, les chocaba su andar campechano, su sotana arratonada, su poncho pardo demasiado usado, su único abrigo, ya que le preocupaba muy poco su aspecto exterior, y el deambular siempre rodeado de niños con los que hacía recorridas por casas y comercios de la ciudad para proveerse de víveres, ropas y otros elementos para su “Despensa del Desamparo”. Cuando la sudestada castigaba la Ribera, realizaba su trabajo de apoyo desde canoas facilitadas y guiadas por personal de la Prefectura Naval.
Tenía su enclave en una capilla también raída, próxima a la calle Isidoro Iriarte, donde vivió largos y austeros años.
Afortunadamente, cuando asumió como párroco el padre Silvio Rodolfo Cartasegna la relación cambió y tuvo gran apoyo de este sacerdote. Poco duró la armonía pues cuando ocupó la parroquia el Pbro. Ovidio Merola, volvieron los encontronazos. Fue uno de sus oponentes más tenaces; otro sacerdote muy particular que tuvo la parroquia de la Inmaculada Concepción, por su temperamento un tanto irascible. Fastidiaba al Párroco que Cerri, en algunas oportunidades, subía por la barranca hasta el templo parroquial en su caballo y lo ataba a las rejas del atrio.
El nacimiento del peronismo, que ofrecía una nueva esperanza para los humildes, hizo que Cerri se convirtiera en sincero admirador de Eva Perón, le escribió cartas y recibió su apoyo, a pesar de ello, nunca estuvo afiliado a su partido. Esto también distanció a Merola del Cura Gaucho.
Fue recompensado, en sus últimos años, por Mons. Gerónimo Podestá, el obispo de Avellaneda desde 1962, un hombre de la Iglesia que apoyaba por entero a todos los curas que se mantenían rectos en el camino trazado por Cristo y los Evangelios.
Proviniendo de una familia de desahogada posición económica, renunció a todo beneficio, solamente aceptó una chacra en la primera sección de Gualeguay que vendió para destinar el dinero a su misión por los pobres.
Entre 1944 y 1946, gracias a la generosidad de Arnold P. Herck vivió gratuitamente en el recientemente inaugurado Hotel Astrid. Luego se mudó a la casa de una familia solidaria en la calle Olavarría 321. Era costumbre verlo tomar el colectivo 8 con su viejo bolso negro, volviendo de la costa. En 1949, el empresario don Antonio Fiorito le facilitó una vivienda prefabricada frente al río, desde donde pudo continuar su tarea, compartiendo necesidades con la vecindad.
"Un puñal de plata y una cadena de monedas de plata dejan filtrar sus resplandores en el escaso arsenal que conforman sus posesiones. El primero - manifiesta con un matiz emocionado en al voz - le fue obsequiado por monseñor Podestá; en tanto que una expresión de reconcentrada nostalgia asoma a su rostro cuando confiesa que la segunda fue producto de un insólito trueque con el general Mitre, cuando este le cambió la cadena de monedas de plata por una estampilla que le faltaba en su colección." (El Mundo, 27/8/1966)
Los restos del Cura Gaucho, según su deseo, yacen en el Cementerio de Ezpeleta. Tal era su grandeza que pretendió que su muerte pasara desapercibida, así era de sencillo, como lo es su modesta sepultura.
Fragmento de la nota enviada por su sobrino-nieto
Carlos María Moreyra. Gentileza de Susana Moreyra de Verán
Anécdotas del Dr. Vicente Marcignani y la señora Gerónima Giles
"Quilmes generando cultura" Año V N° 16. Diciembre de 1998. Pág. 31
[3] Ver en EL QUILMERO del lunes, 12 de marzo de 2018, “EL HOGAR SANFORD”
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