Los aniversarios son trascendentes aportes a la memoria de un pueblo, pero creo que cualquier momento es apropiado para reconocer los momentos de nuestra historia que revelan los avatares por los que transitamos los argentinos en el siglo XX: violaciones constitucionales, abusos de poder, crimenes de estado, movilizaciones populares, afrentas a los derechos individuales, lucha de clases, prebendas y privilegios de los poderosos por sobre los desfavorecidos, los carentes, etc, etc, etc. Quién lea cada una de estas frases hechas encontrará con que acontecimiento de la historia pasada se la pueda conectar.
El jueves 9 de junio de 2011 el periódico PERSPECTIVA SUR en la página “Aportes a la historia” publicó una nota sobre los “Fusilados del 56” por los golpistas del 55 y la incidencia que esos crímines en Quilmes del historiador Jorge Márquez, defensor adjunto del pueblo de Quilmes y autor de uno de los libros de historia política más elocuentes de la historiografía quilmeña de los últimos 10 años, “Al sur de la utopía”. EL QUILMERO solicitó a Jorge Márquez su colaboración para reeditar esa nota que prolonga la historia de Quilmes con los propios protagonistas y circunstancias en los acontecimientos de la historia grande.
He aquí ese texto que recupera para la memoria los nombres de los caídos por una causa fundada en la voluntad del pueblo y intolerancia absoluta de la llamada “revolución” - que para nada fue tal pues nada cambio sino quiso volver a la Argentina de la década infame con la hegemonía de las corporaciones internacionales y la oligarquía rural – y mucho menos “libertadora” pues la primera medida fue imponer prohibiciones que atentaban contra las libertades individuales y la libertad de prensa.
CHALO AGNELLI
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En el distrito se gestó el emblemático Comando L113 que formó parte del intento del peronismo por recuperar el poder, tras el golpe militar de 1955.
El 9 de junio de 1956 un grupo de militares y civiles se sublevaron contra el gobierno del general Aramburu, quien conocía la organización de la operación y ejercitó una represión impiadosa: la mayoría de los insurrectos fueron asesinados ilegalmente. Entre las víctimas de aquella acción bárbara e inclemente, hubo un grupo de quilmeños que dejó su vida como hito de dignidad en tiempos de persecución y muerte. El sábado 9 de junio de 1956 entre las 22 y las 24, los generales Juan José Valle y Raúl Tanco encabezaron una rebelión cívico militar contra el gobierno de facto liderado por el general Pedro Eugenio Aramburu que detonó en diferentes focos en Buenos Aires. La Plata y La Pampa.
En la Escuela Técnica 5 «Salvador De Benedetti», en Alsina y Paláa, en pleno centro de Avellaneda, un grupo liderado por el coronel José Albino Irigoyen y por el Capitán Jorge Miguel Costales, jefe de inteligencia del Estado Mayor de José Valle, tenía la misión de instalar lo necesario para transmitir por radio una proclama: la idea era interferir con un comunicado en el momento que se producía el relato del enfrentamiento boxístico que se llevaría a cabo entre el argentino Eduardo Lausse y el chileno Humberto Loaysa.
La señal, teóricamente, era esperada por muchos núcleos civiles para sumarse al alzamiento, pero tanto Aramburu como Rojas, su vicepresidente, tenían información de la conspiración, y decidieron no abortarla con el objetivo de dar una muestra de lo que eran capaces de hacer.
Los sublevados, entre los que había militantes quilmeños de la Resistencia Peronista, fueron apresados y llevados a la Comisaría 1ª de Avellaneda por unos minutos; de ahí los trasladaron a la Unidad Regional de Lanús de la Policía Provincial, en la esquina de Córdoba y Juncal.
Dante Hipólito Lugo fue asesinado allí el 10 de junio, Aldo Emir Jofré moriría como consecuencia de la tortura. Miguel Ángel Mauriño sería ametrallado en el ACA. Román Salas, también militante de la Resistencia de Quilmes, fue apresado y liberado cuando Arturo Frondizi asumió como presidente - sin embargo, después de permanecer 19 meses detenido en la cárcel de Olmos, murió a poco de ser liberado -. La amnistía fue tardía. Los golpes y la tortura habían sido extremos.
Fermín Jeanneret acusado de llevar adelante acciones revolucionarias, fue detenido en la cárcel de Las Heras inicialmente y, posteriormente, transferido a Caseros; Dante Blacanera, también activo militante de la Resistencia, logró fugarse al sur.
El mensaje de los rebeldes, que incluía el compromiso de un llamado inmediato a elecciones, sólo pudo ser transmitido por el grupo de La Pampa, en donde se escuchó la proclama que establecía en uno de sus párrafos iniciales “… tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes”.
EL DESENLACE
La tragedia, que sin dudas, sería mayor, no se limitaría a los hechos mencionados; en los basurales de José León Suárez. tras ser llevados en un camión como animales al matadero, un grupo de detenidos fue fusilado.
Sin embargo, algunos sentenciados escaparían de su destino precipitado miserablemente. Uno de ellos, Juan Carlos Livraga, permitiría que Rodolfo Walsh iniciara a partir de su relato la construcción de la impresionante Operación Masacre.
El 12 de junio. Juan José Valle decidió entregarse a cambio de que detuvieran la represión y se le respetara la vida. Ese mismo día a las 22:20, fue fusilado por un pelotón, sin orden escrita ni decreto de fusilamiento.
El gobierno estableció a las 0.32 del 10 junio la Ley Marcial, mediante un decreto firmado por los dictadores que aplicaron norma con retroactividad. Poco tiempo después, mediante el decreto Nº 10.363 se ordenaba fusilar a quienes violaran aquella ley.
Juan José Valle dejó una carta como legado de dignidad, su único pecado había sido haberle pedido, tiempo atrás, un favor a Perón, cuyo beneficiario habría de ser Pedro Eugenio Aramburu. Justamente quién lo mandaría a matar sin clemencia.
Estas acciones extremas, que dejaron un saldo de 32 muertos, profundizaron las dicotomías ideológicas, ahondando el conflicto histórico en términos de peronismo-antiperonismo como guía antagónica e irreconciliable de una época.
Estaba claro que para aquella dictadura había que erradicar de la faz de la tierra todo lo que tuviera que ver con Perón y Evita, aún a costa de cualquier procedimiento, aún a costa de la violencia como discurso de la vergüenza y la miseria humana, mientras el relato histórico tejía sus propios signos, reparado por las luchas populares y el sueño de los mártires.
EL QUILMES DE JUNIO DE 1956
Aquel junio, el de los fusilamientos, gobernaba el Partido el Capitán de Fragata Rogelio Collet, quién había asumido el mando de la intervención militar el 6 de octubre de 1955.
Luego del golpe de setiembre fue creada una Comisión Investigadora con el fin de detectar anomalías en las administraciones, revisando minuciosamente lo actuado hasta ese momento. Eran días en los que muchos vecinos asistían a "lunchs por la libertad" y se festejaba la caída del tirano prófugo. El "antiguo régimen" debía ser borrado de la faz de la tierra, y consecuentemente Quilmes, como el país, se teñía de censura y persecución.
A casi un año del golpe militar, se investigaba a los últimos gobiernos locales y se pedía la prisión de quienes habían sido los intendentes peronistas: Pedro T. Bond y Armando Bucich. Se sabía que poco importaba lo hecho. Una sentencia teórica intentaba borrar de la faz de la tierra algunas pasiones.
Pero la receta no sería necesariamente exitosa. Lejos de anular ciertos sentimientos, los potenciaría.
Por eso, en el silencio y los confines de la proscripción, se generarían consecuencias exponencialmente opuestas a las buscadas.
En la oscuridad de aquellas noches sin fechas ni horas, grupos de militantes acudían al rescate de sus voces prohibidas, nunca silenciadas. Hablamos de la resistencia peronista, un fenómeno de heroísmo y lucha casi imposible, frente a quines no entendieron que la historia no se puede cambiar sin la voluntad popular. JORGE MÁRQUEZ
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Fermín Jeanneret |
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