Esta
transcripción de unas líneas de Davis J. Canovas publicadas en un número
aniversario del periódico “LA VERDAD”
de 1937, sus bodas de plata con el periodismo quilmeño. Es
un hecho anecdótico
consecuencia de un episodio político de los que se repite
en nuestra historia nacional desde 1806. Se
refiere a las vivencias que funcionarios y militantes radicales transcurrieron
en la estadía coercitiva en la isla Martín García tras los sucesos de 1934, en
la provincia de Santa Fe, mientras se reunía en aquella ciudad, la Convención
de la Unión Cívica Radical, acto de trascendencia para la orientación
posterior que asumiría la U.C.R.
|
Marcelo Torcuato de Alvear |
En
estas memorias, por momentos infortunadas, en otras hilarantes, Canova describe
aspectos de las horas vividas en aquel pedazo de tierra de proscripción y
cautiverio; tierra que subrayaron con su prisión Hipólito Yrigoyen, Marcelo
Torcuato de Alvear y años después Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi.
EL PRONUNCIAMIENTO RADICAL DE 1932
Cuando los
conservadores y la oligarquía volvieron al poder, tras los períodos radicales
de Yrigoyen y Alvear, los acompañó el fraude y la violencia en cuantos comicios
se realizaron. Así llega al gobierno de la provincia de Buenos Aires Manuel
Fresco, quien se convirtió en un experto en estas técnicas.
El pronunciamiento de 1932, fue el intento de derrocar
al régimen fraudulento del Gral. Agustín P. Justo y su remplazo por una “Junta
Revolucionaria” provisoria integrada por civiles y militares de la proscripta
U.C.R. que hacía solo dos años había sido arrancada del poder constitucional.
Contaba con el apoyo de una porción importante de ejército encabezada por el Tte.
Cnel. Atilio Cattaneo y el mayor Regino Lascano. La detonación accidental de
una bomba en una casa donde había información y nombres de los rebeldes, alertó
al oficialismo y la asonada fracasó dos días antes de su ejecución.
REVOLUCIÓN
No transcribo la
palabra ‘revolución’ como la mayor
parte de los historiadores que se explayan sobre este tema pues, nunca lo
fueron en el sentido que una revolución implica, es decir, un cambio
proyectivo
y general en todos los estamentos del estado: socio-político, institucional, económico,
etc. El dictador Uriburu con su golpe cívico militar de 1930, quería volver a
las décadas previas a la Ley Sáenz Peña. Lo mismo sucedió con la llamada “revolución libertadora” que intentó
infructuosamente volver a atrás borrando al peronismo de la historia y lo
repitió Onganía con su “revolución
argentina” una fantochada nacionalista-católica que se derrumbó como las
condecoraciones que pesaban en el pecho del dictador. La única revolución
argentina que cambió un régimen e impuso otro con todas las transformaciones
consecuentes fue la Revolución de Mayo de 1810.
LA PROSCRIPCIÓN
El clima de violencia
creció y comenzó una serie de asesinatos políticos: el del socialista José Guevara,
[1] el
radical Regino Lascano, [2] el
senador Enzo Bordabehere, que produjo una gran conmoción por haberse cometido
en el recinto del Congreso de la Nación.
En 1933, se
fraguó un nuevo alzamiento radical, creyeron que mejor organizado, pero no
habían contado con la delación de traidores que nunca faltan.
En diciembre, en
ocasión de la reunión de la convención nacional de la U.C.R., un alzamiento
conjunto de militares y políticos se desató en Santa Fe y Paso de los Libres.
El ideólogo había sido Atilio Cattaneo acompañado por numerosos militantes de
todo el país; en esos años había militares comprometidos con la causa popular. Gregorio Pomar y Severo Toranzo son solo algunos de ellos. En
Quilmes también los hubo. La represión organizada por el mismo presidente Justo
fue salvaje. Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Misiones serían escenario
de alzamientos radicales, que acabaron con más de mil detenidos. José Benjamín
Ábalos, ex ministro de Yrigoyen, y el coronel Roberto Bosch fueron detenidos
por el alzamiento, los convencionales y dirigentes del partido encarcelados.
Nadie se salvó ni Alvear, todos presos al barco “Golondrina”, rumbo a
Martín García, de allí, Alvear al exilio, mientras que Pueyrredón, Guido,
Güemes, Rojas, Cantilo, O’Farrel, Mosca y otros, casi treinta, van a parar a
Usuahia. Se habla de más de cuatro mil radicales presos.
La reclusión en
Martín García y Usuahia de los principales dirigentes radicales tiene ribetes
increíbles, heroicos, románticos, dramáticos y graciosos.
Al decir de un
memorioso, entre el frío, la soledad y el aislamiento:
Cuando los visitantes hablan de Justo, dicen todos ‘la puta que lo
parió’ con verdadera convicción, y Güemes que esta enfermo en la otra pieza
grita:
- ¿¡Qué es eso!?
- Nada doctor, se están acordando de Justo…
- ¡Qué lo parió! – dice Güemes en adhesión
tardía pero segura. [3]
PRIMERA PARTE
LA VIDA DEL CONFINADO COMIENZA
“El día 1º de Enero de 1934, atracaba al
pequeño muelle de la isla el ‘Golondrina’,
aviso de la armada nacional, trayendo a bordo
|
David Cánova sentado con boina |
el pasaje íntegro del vapor ‘Artigas’. [4]
Éramos ciento doce presos que, desembarcados y llevados en camiones a un viejo
caserón que fue Escuela de Preparación de Marineros, antes de convertirse en
cárcel de radicales, celebramos nuestro Año Nuevo con el primer almuerzo, por
cuenta del Estado, cuyo menú consistía en un trozo de tumba fría, [5]
que nos había estado aguardando desde el mediodía por toda golosina, y como
reconstituyente un grande espíritu de solidaridad y entereza, en esos momentos
inciertos de nuestro destino, lejos del afecto hogareño, en el día preciso que
la cristiandad celebra el suyo de paz y glorificación. Y
la vida de confinados comienza. La isla Martín García tiene una superficie de
261 hectáreas y su vegetación es exuberante,
cuajada de una flora variada.
La
parcela donde se nos había concentrado era un polígono irregular de más de una
hectárea y media, rodeada por un tejido de alambre con tres hilos de púas y por
el lado exterior junto a los alambrados una guardia permanente de cinco
centinelas con máuser y bayoneta calada. Esta relación, como digo, es sintética,
de manera que omito detalles interesantes que debo sacrificar en aras de la
urania del espacio. [6]
La
orden del día número uno que se nos había leído por oficiales de la guardia y
luego se fijó en un cartel, nos prevenían que cualquier intento de saltar el
alambrado significaba un riesgo de vida. Tres galpones de zinc, desmantelados
denominados pabellón A, B y C respectivamente, eran los dormitorios da los ‘delincuentes’ políticos, en cuyas
cuchetas marineras superpuestas vestidas con una colchoneta y almohada do
estopa, dos sábanas y frazadas, debían los cautivos radicales, en las horas
de sus noches de proscripción, evocar sus ensueños de patria y libertad. Otra
orden del día hacía saber que el gobierno ‘constitucional’ que implantó la
dictadura de septiembre, ‘no hace
distingos ni concede preferencias’ y es así como las figuras consulares del
radicalismo, ex Presidente de la Nación, ex Gobernadores, ministros, diputados,
senadores, intendentes, catedráticos, profesionales, hombres de ciencia,
hermanos todos en la historia de un ideal cívico, comparten en la misma mesa,
con los soldados más modestos de esa gran, fuerza democrática que es la Unión
Cívica Radical, el mismo menú cotidiano: sopa, puchero y guiso; y entreveran en
el mismo baño colectivo y duermen en los mismos camastros que el gobierno ha
dispuesto sin preferencias ni distingos.
LA TOILETTE
Los
primeros días de nuestra llegada al campamento y hasta tanto no se le permitió
el acceso al mismo al viejo Tomasini, un almacenero del lugar, que expendía sus
baratijas de toda variedad y que contribuyó en gran parte, a aliviar la
precariedad de nuestra situación, fueron algo penosos por la falta de
comodidades y fue entonces como el ingenio de los presos hubo de aguzarse a fin
de procurar un poco de ‘confort’ en materia de ‘toilette’ (aseo) sobre todo.
El
Gral. Juan G. Serrato, [7]
hombre pulcro, a quien la falta de un
espejo que le impedía afeitarse lo tenía
un tanto contrariado, había hallado, sin embargo, la manera de reemplazar a
aquel adminículo con una lata de galletitas, sobre cuya superficie su cara
mofletuda y barbilampiña, rozagante de salud, se reflejaba con más o menos limpidez.
En
eso estaba una mañana, con brocha y jabón, dándolo los últimos toques de pulido
a la lata, junto a las piletas de agua, que eran nuestros lavatorios, cuando el
Dr. Marcelo T. de Alvear que solía madrugar y que volvía de la cocina, envuelto
en una salida de baño, con su pavita de agua caliente para el amargo
mañanero, so detuvo y le dijo:
- Buen
día mi general.
- ¡Hola
doctor! Buenos días.
- Ya
lo veo general, que anda Vd. por ponerse buen mozo.
- Cállese
hombre, que ando peleando con esta lata que no sé donde colgarla, y además...
Y
el doctor Alvear, palmoteándole cariñosamente el hombro mientras su rostro se
iluminaba con esa su sonrisa expresiva y leal, lo interrumpió a Serrato,
diciéndole:
- No es extraño mi general, en
estas épocas que estamos corriendo, ver a un general de la Nación pelear con la
lata en una mano y el jabón en la otra.
* * *
Frente
a los galpones que servían de dormitorio había dos surtidores de agua, de esos
que existen en las plazas, con un pie sosteniendo un plato de loza de unos 15
centímetros de diámetro con un grifo en el centro y alguien había descubierto
que ese aparato resultaba un excelente ‘juego al sapo’, haciendo las veces de
tejos, la escoria de carbón que era la alfombra que cubría la calzada que
cruzaba por frente a los pabellones. En ese pasatiempo le gustaba ensayar su
puntería al doctor Alvear, en algunas ocasiones en que los presos hacían rueda
y tiraban por turno.
Una
tarde, hacia la caída del sol, se habían reunido muchos competidores en el
juego al sapo y el ex presidente ya había acertado algunas embocadas cuando alguien
de la rueda le habló al tiro y le dijo:
-Doctor
Alvear, noto que Ud. es zurdo como yo.
-Lo
celebro amigo - le contestó en el acto - no hay zurdo que sea maula y Ud. también
debe tener su historia.
|
El Dr. José Eduardo López y David Canova en su "mesa de trabajo", un cajón ente las dos camas del "Aposento" |
LA PATADA DE ALVEAR
El
pabellón destinado a comedor era amplio con capacidad para 200 personas más o
menos. Estaba ubicado al frente de la cocina, vereda por medio y las mesas de
mármol con patas de hierro adheridas al piso estaban dispuestas en dos alas;
entre una mesa y otra había una distancia de medio metro y sitio para ocho comensales
cada una.
Una
de ellas - en el centro de una de las alas - estaba integrada por Alvear, Honorio Pueyrredón, [8] O’Farrell,
Rodríguez de la Torre, Cantilo, Boatti, Leiva y Rojas; como se ve, el
Estado Mayor del radicalismo casi en pleno. Un banco por cada costado, también
adherido al suelo, tenía el asiento plegadizo, de manera que para una persona
algo corpulenta, como lo es el jefe de la Unión Cívica Radical, no era tarea
fácil poder entrar en el hueco que quedaba entre el banco, que era fijo repito,
y la mesa. Y esa era la tragedia de Alvear de todos los días. Él que casi
siempre, era el último en llegar a la mesa, hubo que descartar la idea de
darle una silla, pues, la única que había en el campamento era de la enfermería
y estaba prohibido sacarla de allí. No había, pues, más remedio que volear la
pierna para sentarse a la mesa y en esa tarea de Alvear, el que pagaba el pato
era Pueyrredón, ya que estando a su lado, era difícil que no le alcanzara con
el pie, por más precauciones que este tomara para esquivar el golpe.
Un
día por fin, fastidiado Alvear de tanta molestia, no quiso sentarse a la mesa
y protestando quiso retirarse e ir a comer a cualquier otra parte, cuando alguien
de los compañeros lo instó a que no se fuera y entonces Alvear dijo iracundo:
- No,
no hay caso, no me siento; por nada de este mundo quiero darle la ‘patada’ a
Honorio.
SPALLA
En
el mismo galpón - pabellón B - donde se hospedaba el doctor Alvear, dormía
también a pocos metros de distancia, un muchachito llamado Spalla que había
caído preso por haber sido simplemente pasajero del ‘Artigas’ y por esa sola
causa y nada más. Este Spalla, que era un muchachón servicial cebador de mate
y que además lavaba la ropa de algunos compañeros que lo recompensaban con
monedas o golosinas, era un sonámbulo consuetudinario y nos habíamos acostumbrado
a que en el silencio de la noche fuera interrumpido nuestro sueño con los gritos
de Spalla, víctima de quién sabe que terribles pesadillas.
Los
gritos de Spalla se oían a veces desde la guardia motivando, en los primeros
tiempos, hasta la alarma del centinela alerta y una noche fue tal el ataque que
se cayó de la cama con el estrépito consiguiente, pues, hay que saber que
Spalla dormía en la cucheta alta; otro compañero ocupaba la de abajo. Como es
natural el doctor Alvear también se había acostumbrado a estas andanzas del
pobre sonámbulo, quien, una vez recuperado su estado normal volvía a subirse al
camastro, tomando parte él mismo en el regocijo general.
Y
fue así que en la madrugada del 11 de enero
- fecha emotiva por el vejamen estéril inferido a la población del campamento,
como que fue el día de la dispersión, pues un grupo de compañeros tomaba el
camino de la cárcel de Ushuaia, otro a Europa exiliados y el resto olvidados
allí mismo, en el polígono alambrado, por varios meses - en esa madrugada,
digo, tuvimos un brusco despertar por la irrupción del comandante de la isla
capitán de navío Raúl G. Aliaga, algunos oficiales y tropa, quienes con palmadas y voces
de mando, ordenaban a los presos tirarse de las camas, sin mayor dilación. Claro
está que el sobresalto fue general y semidormidos, restregándonos los ojos todo
lo creíamos en ese momento: un motín, un incendio, una sublevación...
El
doctor Alvear, víctima él también de despertar tan intempestivo, pero creyendo
sin duda, que se trataba de una nueva fechoría de Spalla, gritó casi a boca de
jarro al capitán Aliaga a quien no había visto y que continuaba batiendo
palmas:
- ¡A
ver canejo si hacen callar a ese loco, que no deja dormir! Péguenle un palo en
la cabeza.
Un numeroso grupo de presos políticos, frente al pabellón 'A'.
SEGUNDA PARTE
ARMÓNICA CONVIVENCIA
Entretanto
la vida del campamento tendía a normalizarse, adaptándose al clima creado por
la fuerza de los hechos. Una admirable unidad espiritual y afectiva se había
establecido entre los presos sin distinciones ni preferencias. Cada cual,
valiéndose de cajones que hacían las veces de roperos y clavos que resultaban
perchas, trató de ‘amueblarse’ su lugar y poco a poco, pacientemente y hasta si
se quiere con un derroche de buen gusto esos galponazos desmantelados y mal
olientes, refugio de millones y millones de hormigas coloradas, temible plaga
de cuya voracidad tuvimos luego que defendernos organizando verdaderas batidas
heroicas en salvaguardia de nuestra integridad física y de los comestibles que
ya después del primer mes recibíamos de nuestros familiares.
Esos
barracones ofrecían una fisonomía amable y hasta con un poco de olor a hogar,
sobre todo cuando por la mañana el grupo de madrugadores del pabellón B, integrado
por Guido, Onsari, Serrato, José Eduardo
López, Marabotto, Floricel Pérez, Cánova (quien suscribe), Leiva, Silva, Fleury y Noriega, hacían
circular la primera serie del amargo amigo. [9]
Alvear se incorporaba algunas veces a la rueda.
El
5 de enero, vísperas de Reyes, se interrumpió la paz que dentro de la
incertidumbre de la hora reinaba en la población de radicales. La primera nube
de desasosiego cruzó por el cielo de nuestro campamento hacia el cual todavía
no había llegado ninguna noticia del exterior, ni de propios ni de extraños. La
incomunicación se observaba estricta y rigurosamente.
Había
llegado la orden del día Nº 13, por la cual el Presidente de la República hacía
saber a los ‘señores que se les concedía un plazo de 48 horas para optar entre
salir del país o ser confinado en un lugar lejano de las principales ciudades
del país.
Reunión
previa de todos los presos presidida por Alvear, y luego de un cambio de
opiniones se resuelve ‘dar la callada por respuesta’ [10]
al gobierno, aunque luego esa determinación fue necesario modificarla por razones especiales, ya que la mayoría de
los amigos aconsejaba al ex mandatario que se expatriara y con el Dr. Alvear se
irían 24 compañeros más. Los ochenta y ocho restantes resolvimos quedarnos a
disposición y al arbitrio de la ‘dictamansa' que sucedió a la de 'facto'. [11]
El
día 11 de enero el comandante Aliaga asistido por la oficialidad, dio lectura
a la nómina de los compañeros que
habían sido confinados allá, en la inhospitalaria Ushuaia. Eran las siete de la mañana cuando partió el primer camión
conduciendo a ese puñado
de radicales, rumbo al pequeño atracadero de la isla,
para ser embarcados en el ‘Chaco’ que esperaba con los fuegos encendidos para
hacer proa hacia las regiones patagónicas: Pueyrredón (foto a la izquierda),
Watson, Peco, Guido, Mosca, Ferreyra, Cantilo, O’Farrell, Rojas, Güemes, Álvarez
de Toledo, Guillot, Boatti, a éste último lo volvieron a traer a la isla,
antes de zarpar el ‘Chaco’ por razones de salud, y otros más que escapan en
este momento a mi memoria. Del
cielo, surcado por nubarrones espesos, se descolgaba la lluvia, melancólica,
que así se asociaba al episodio como llorando la maldad de los hombres y una letanía
de truenos poblaba el espacio, albo rotando en la selva cercana a las familias
de loros barranqueros que habían ido a refugiar su vocinglería en las ramas de
los ceibos y de los alcanfores en flor.
El Dr. Pueyrredón de pie en la culata del
camión, ya listo con el motor en marcha, arengó a los marineros de la guardia
allí presentes: ‘Jóvenes soldados de mi patria - les dijo - aprended, grabad
bien en vuestros corazones ésta indignidad que se comete con los hombres que
luchan por la libertad...’ Y el eco de su voz airada por la protesta viril, se
perdió allá, cuando el camión que había echado a fondo el acelerador, volcó el
primer recodo del camino llevando en sus lomos el peso de esa estiba de
patriotas.
El
doctor Alvear fiero y altivo, sereno, luchando con las rebeldías de una lágrima
que quería resbalar por el bronce de su rostro de patricio tendía un abrazo y
musitaba una palabra para cada uno de los actores en aquella escena patética e
inolvidable. En ese momento se estaba escribiendo una página de nuestra
historia.
Cuando
tocole el turno al doctor Ricardo Rojas,
esa pirámide de la intelectualidad americana, arquitecto romántico do la
nacionalidad, se confundió en un largo abrazo con el Dr. Alvear quien al separarse,
le dijo las siguientes palabras: ‘Ya se quisiera este gobierno tener el honor
de contar con un ministro de su talento y al tenerlo a Vd. preso, es lo mismo
que si tuviera encarcelada a la Universidad’.
Ya
después llegaron los días largos de enero con sus noches tachonadas de estrellas
y hacia fines de ese mes la población del presidio se fue reforzando con los
contingentes que llegaron: correligionarios santafecinos y de la Capital
Federal, intensificándose de hora en hora, un fraterno espíritu de camaradería
que hacía más llevadera la monotonía del largo encierro.
José E. López y David Canova "gineteando" un vejo cañón de la época colonial.
TERCERA PARTE
ANILLOS DE CAROZO
La
mayor parte del día, sin embargo, y para matar nuestros ocios obligados de revolucionarios
‘irredentos’, la destinábamos a la fabricación de anillos de carozo de duraznos
que, al poco tiempo de haber sido instituida por su maestro doctor Santiago
Corvalán, llegó a ser una verdadera industria, a tal punto que, entre los que
se dedicaban a esa tarea, entró una fiebre intensa de competencia en
su doble aspecto artístico y cuantitativo, para ser obsequiados luego los anillos
sin más especulación que la de recoger el elogio reconfortante a la justificada
vanidad del artista, a los familiares y amigos que se llevaban muy orgullosos
el codiciado recuerdo.
Entre
los cultores más dilectos de ese entretenimiento y que llegaron a demostrar
aptitudes de acabados artífices, hay que mencionar a los doctores Emilio Ferreyra, José Eduardo López, el
escribano José Basso, J. Vigliola,
Marthol y Rodríguez Mera, que habían instalado talleres completos con
herramientas adecuadas: limas, escofinas y papel de lija. Lo demás lo completaba
la muñeca del carocero y la superficie áspera de las piletas de lavar, contra
las que había que frotar el carozo.
Véase
la fotografía que ilustra esta rápida relación, cuyo grupo está integrado por
la casi totalidad de los presos, unos ochenta más o menos, que fue el efectivo
que se mantuvo firme hasta que llegó el mes de marzo, en que comenzaron a producirse
las primeras libertades. Figuran en él entre otros, Elpidio González, el ex ministro Fleitas, Boatti, Carlos Sánchez, Emilio Ferreyra, Noriega, Fleury,
Floricel Pérez, Aranda, Sallares, Gamba, López Anaut, Marabotto, Suárez,
Zorrilla, Tormcy, Vilches, Leiva, Cornejo, Onsari, Silva, Godoy, López, Reales,
Busquet, Canova, Cabrera, Campoamor, Burgueño, Conte, Grecca, González, Zimermann, Carbajal, Fernández Acuña, Corvalán, Lanza,
Donatti, Bregante, De los Heros, Dolarea, Italiani, Alsina, Braco, Rampa, Pertino, Olano, Carusso, Lalanne,
Bruno, César, Gargiullo, General Serrato, Colombres, Boullosa, Velloso,
Marthol, Weskamp, Rodríguez, etc., etc.
El Gral. Serrato con las señoritas Lita López, María Amelia Canova y Perla López, en un día de visita.
VISITAS
Las
autoridades de la isla tuvieron que ponerse a tono con la modalidad del ambiente
y el ceño adusto de la disciplina militar tuvo, empero, que tolerar ciertas
libertades, como ser la venta de diarios que llegaban al campamento las tres
veces por semana que arribaba el ‘Gaviota’ con carga y correspondencia y hasta
se habilitó un galpón que fue destinado a casino donde se jugaba a los naipes
y al ajedrez y luego la instalación de una radio que fue adquirida por subscripción
de un peso por cabeza, por intermedio del almacenero Tomasini.
Además,
para esta época, ya se habían dispuesto las visitas periódicas de nuestros
familiares que nos traían noticias del hogar lejano. Los días de visita eran
verdaderos días de fiesta para los confinados; desde temprano la gente
empezaba a empaquetarse y hasta la barba rebelde y bohemia de Carlos Sánchez
caía, ese día, víctima del filo de la Gillete.
Madres,
esposas, hijas, novias traían para el infeliz prisionero, que paseaba sus
angustias recónditas dentro de los alambrados infames, una voz de aliento, un
rayo de esperanza, el perfume de un beso.
Ellas
también tuvieron su ascensión al Gólgota y fueron estoicas nuestras mujeres
criollas que desafiaban, con una oración en los labios por toda arma y una sonrisa
como escudo, las olas bravías del Plata, cuando las sudestadas inclementes
golpeaban el casco del viejo y desmantelado “Gaviota”, que a las veces,
parecía querer sucumbir llevándose al fondo del río que surcara Solís, el romance
de tanta abnegación y coraje...
EXPANSIONES FILARMÓNICAS
Hacia
mediados de enero llegaron al campamento los presos de la Penitenciaría y de
Villa Devoto. Era un contingente formado por una veintena do correligionarios,
jóvenes en su mayor parte de la Capital Federal, en el que se hallaban también Elpidio González y el doctor Fleitas ex ministro de Yrigoyen.
Claro
está que el grupo fue recibido con la más cordial y afectuosa hospitalidad y
todos nos deshacíamos para ayudarlos a bajar las valijas del camión y como era
de noche cada uno se hizo cargo de un compañero para ubicarlo, antes que nada,
en los pabellones y designarlo su cama, que ya las habíamos preparado do
antemano.
Los
del pabellón “B" denominado el pabellón de los patricios, nos disputamos
el honor de agasajar a tan distinguidos huéspedes y nos tocó en suerte tener do
compañero de dormitorio, muy cerquita, al doctor Fleitas. Mi cama estaba al
lado de la de José Eduardo López y al frente lo tenía a Floricel Pérez dos
formidables roncadores que llegaron a ser la pesadilla del pabellón, pues, era
rara la noche que no se tenía que usar de procedimientos heroicos para hacerlos
cesar en sus expansiones filarmónicas, en bien de la tranquilidad y reposo de
todos los compañeros; pero esa misma noche tuvimos que confesar quo habíamos
hecho un mal negocio con la vecindad de Fleitas, pues, el ex ministro de Yrigoyen
resultó ser un imbatible competidor do Pérez y López, y ya desde este momento
resolvimos buscar la forma de deshacernos de tan temible roncador. La cosa fue
fácil; dos noches después, con la complicidad de Alsina, Silva, Italiani, Gamba
y otros armamos una batahola a base de bochas que rodaban por el suelo, tachos
que golpeaban contras las paredes y
otros ruidos raros que provocaron la
indignación de los que no estaban en el secreto a el expediente, inclusive el
famoso trío de roncadores, que eran los que más protestaban contra el escándalo
y sus autores que, naturalmente se hacían los dormidos. Al
día siguiente el equipaje del doctor Fleitas fue mudado al pabellón "C"
con una cama al lado de la de Elpidio
González (foto a la izquierda) a quien le hizo llegar sus cuitas diciéndole al austero y
dignísimo ex vicepresidente de la Nación:
- Vea
don Elpidio he tenido que mudarme del pabellón de los patricio porque allá es
algo imposible la vida de noche ¡Nadie duerme allá!...
CUARTA PARTE
FUGA DE RANAS QUILMEÑAS
Un
día recibimos un cajón conteniendo unas cuantas docenas de ranas vivas, obsequio
de mi buen amigo Enrique Mezzadra y
esa noche después de un prolongado cambio de ideas con los habitantes
|
Alcides Greca |
del
pabellón B, determinamos largarlas en una de las piletas de lavar a medio
llenar; pero alguien que después supimos fue el doctor Alcides Greca, [12] llamado
con toda razón y fama el ‘bandolero santafecino’, abrió las canillas y colmadas
las piletas de agua, se produjo la fuga de los batracios, que diseminados por
los corredores se ganaban a saltos hacia los alambrados, sin temor por lo
visto, a la bayoneta vigilante de los centinelas. No era una la que saltaba, sino
dos, veinte, cincuenta; y habiendo cundido la voz de alarma, ya de madrugada,
no pocos fueron los compañeros que en paños menores y con una frazada por
poncho, se lanzaron a la caza de los saltarines animalitos, que al día
siguiente debían ser pasto de un exquisito bocado.
Por
penitencia se le impuso al ‘bandolero Greca’ que debía ser él quien matara y
despellejara las ranas, y en eso estábamos esa mañana oficiando de ayudantes:
Gamba, Italiani, Corvalán, Gargiulo y yo, cuando se detuvo a mirar la operación
el comandante Aliaga, jefe de la isla, que pasaba por allí.
- ¿Y
estas ranas? - inquirió Aliaga.
- Son
de la isla, mi comandante - le dije - Anoche saltamos el alambrado, con estos
amigos, y las fuimos a pescar al arroyo.
- ¿Cómo?
- tartamudeó asombrado Aliaga - ¿Han saltado Uds. el alambrado?...
- No
se alarme, jefe - cortó de inmediato Corvalán - Es una ranada del amigo Canova.
Son ranas quilmeñas que llegaron ayer en el ‘Gaviota’ y queda Ud. invitado a
comerlas.
ASADO CRIOLLO
El
día 4 de marzo, día de elecciones
nacionales, aprovechando que se había levantado el estado de sitio por 24 horas,
resolvimos obsequiarnos con un asado a la criolla que fue organizado por los representantes
de San Luis, doctores Rodríguez, Vílchez y Coronel Amieva.
Toda
la colonia concurrió al acto y como ese día había ‘libertad’ por haberse
levantado, como digo el estado de sitio, hubo discursos de corte netamente
radical en los que ciertamente no le obsequió con flores al gobierno y a los
usurpadores de septiembre. [13]
Media
vaquillona adquirida en un frigorífico de Buenos Aires y llegada el día
anterior en el “Gaviota", fue
asada por los criollos de pura cepa: Tormey, de los Heros y Campoamor. Sirvió
de parrilla donde se doraron los costillares, una reja de un sepulcro
abandonado del cementerio, traída por un conscripto. Bien es cierto que el
fuego todo lo purifica, hasta eso que algunos opinaron que era una herejía.
El
postre del banquete y la bebida fue suministrada por el ‘bandolero’ Greca, quien al frente do sus santafecinos armados con
garfios de los botes a guisa de chuzas, organizaron un malón a los pabellones
de donde volvieron entre alaridos con peras, duraznos, quesos, pasteles,
botellas de vinos, hasta cigarros que le robaron al doctor Leiva que los
cuidaba como pan bendito y un cajón de botellas de Malta pertenecientes al Dr. Pedro
López Anaut (hoy fallecido) [14] que
la tomaba por prescripción médica. Nada se salvó del malón; a mí me sacaron
ocho melones que me había dejado José
Eduardo López [15]
cuando el día antes salió en libertad.
|
J. E. López, caricatura por don Luis Otamendi |
De
esa suerte celebramos nosotros las ‘votaciones’ del 4 de marzo y luego Grecca
quería justificar la del ‘malón’ a los radicales, diciendo que los conservadores
nos estaban dando ese día, otro malón; pero de verdad, arrebatándonos por el
fraude y la fuerza las representación popular.
Estamos
a mediados de marzo, ya se han producido algunas libertades. Las noches
comienzan a ser largas y tristes; hay frío en la selva y en el alma también hay
frío. El día 17 murió Ernesto Carusso,
por la mañana temprano, fue hallado sin vida en su cama de confinado, víctima
de un ataque al corazón. Hay mucha congoja en los rostros; pero hay más imprecaciones
contra los
|
El ataúd de E. Caruso es conducido al muelle |
conculcadores del derecho ciudadano y los opresores del civilismo
argentino y los carceleros de los radicales.
Yo
salí de Martín García, respirando el aire de la libertad, cuatro días antes de
morir este compañero humilde y bondadoso y la fotografía del sepelio que se publica
en esta reseña me fue enviada por mi distinguido amigo el doctor Santiago
Corvalán ex senador nacional por la Provincia de Santiago del Estero que fue
de los últimos en salir, creo que en los primeros días de Mayo.
Y
para terminar esta colaboración que repito, es brevísima, pues, no he querido
darle la extensión de una novela diré con Alcides Greca, el talentoso autor de
‘Viento Norte’ y ‘Tras el alambrado de Martín García’, que
antes de dar la vuelta al recodo miro desde el camión que me lleva al
embarcadero, a los compañeros que aun quedan detrás del alambrado: '¡Adiós
hermanos! ¡Escuela y Cárcel! Algún día volveremos... quizás.'
Para cada uno que
se aleja se agitan pañuelos, como si fuera la Bandera de la Patria que hubiera
perdido su sol y el azul. Quilmes, julio
de 1935.
ADVERTENCIA
La
transcripción es mayoritariamente textual, salvo algunas adaptaciones que se
debieron hacer para coincidir con la secuencia del discurso debido al deterioro
sufrido por el papel; otras donde se usaron modismos de la época ya en desuso
se los adecuó a la actualidad para facilitar la lectura.
Compilación e investigación Chalo Agnelli
Serrato, General Juan G.: “Visiones de un
cuyano”. Gleizer, Bs.As., 1935.
REFERENCIAS
[1] En Córdoba, es asesinado el diputado provincial
socialista José Guevara. Y en Avellaneda matan a Juan Ruggiero, “Ruggierito”,
hombre de acción al servicio del intendente Alberto Barceló. Causa muy mala
impresión que el féretro de Ruggiero haya sido cubierto con la Bandera
argentina.
[2] El Teniente Coronel Regino Lascano muerto por los
agentes del Régimen en Curuzú Cuatiá el 30 de junio de 1932, fue el autor del
"Manifiesto Revolucionario".
[3] http://jorgehace.com.ar
[4]
La Hamburg Amerika Linie encargó en 1917 al astillero Howaldswerke de Kiel, la
construcción de un buque que llamaría AMMERLAND. La botadura del barco se
produce el 19 de enero de 1923, siendo bautizado WESTPHALIA III. Es terminado y
entregado el 17 de mayo e inicia su viaje inaugural en la línea de Hamburgo a
Nueva York el 21 de junio de ese año. En 1929 es modificado para el servicio a
América del Sur y a partir del 1 de mayo de 1930 inicia los viajes entre
Hamburgo y Buenos Aires con el nombre de GENERAL ARTIGAS. El 8 de noviembre de
1934 es charteado por la Línea Hamburgo Sudamericana siendo luego vendido a esa
línea marítima el 30 de junio de 1936.
http://filateliadiligencia.blogspot.com.ar
[5] Carne
asada fría.
[6] Metonimia de “tiempo”.
[7] Militar cuyano autor del libro “Visiones de un
Cuyano”.
[8] Honorio
Pueyrredón. N. en San Pedro, 1876 – M. en Buenos Aires, 1945. Abogado. ministro
de agricultora de Yrigoyen En 1931
fue elegido gobernador de la Pcia. de Buenos Aires, pero las elecciones fueron
impugnadas y finalmente anuladas por el dictador José Félix Uriburu.
[9] El
mate.
[10] No
darse por aludidos.
[11] Se
refiere a la asunción del Gral. Justo tras unas elecciones fraudulentas
orquestadas por los conservadores, los productores agro-ganaderos y el apoyo de
Gran Bretaña.
[12] Alcides Greca fue abogado, periodista,
cineasta, jurista, profesor, escritor y político, dirigió la película El último malón de 1917, y defendió la
causa indígena en Santa Fe. Militó en el socialismo, luego se pasó a la U.C.R.
y fue activista de la reforma universitaria. Nació el 13 de febrero de 1889, en
la localidad de San Javier, Santa Fe y el 16 de abril de 1956 falleció en una
sala del Hospital Italiano.
[13] El 6 de setiembre de 1930, un golpe de estado
cívico militar derrocó al gobierno constitucional de don Hipólito Yrigoyen y
liderado por el general Uriburu, los conservadores y las corporaciones
británicas. Se inauguró con esta dictadura otras 5 que se sucederán en el siglo
XX. Cada una, batallas en la lucha de clases de la historia Argentina.
[14] Pedro López Anaut fue médico, nació en Buenos Aires en 1876. Su tesis
de doctorado, y su campo de estudio fue siempre el de los “alienados llamados
delincuentes”. Expuso que los alienados no delinquen, sino que son enfermos
mentales. Entre 1920 y 1924 fue diputado nacional, cuando impulsó la ley de la
Silla, la cual obligó a proveer de una silla con respaldo a todo empleado.
Falleció en Buenos Aires el 21 de octubre de 1934.
[15] Intendente de Quilmes en el período. Ver en
EL QUILMERO del lunes, 8 de junio de 2009, “EL
INTENDENTE JOSÉ ANDRÉS LOPEZ - EL QUILMES DE ANTAÑO”
http://elquilmero.blogspot.com.ar/2009/06/el-intendente-jose-andres-lopez.html
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