Don Juan Eusebio Otamendi, de acuerdo a las disposiciones del gobierno de Buenos Aires en 1840, volvió a realizar el reparto de terrenos baldíos en el pueblo de Quilmes y donó el solar de la esquina SO, que en este nuevo plano llevaba el Nº 228, frente a la Iglesia, a Inocencio González Espeche, cordobés, que procedió a abrir los cimientos de una casa de dos pisos, que fue la primera de "altos" que se construyó en Quilmes - si bien se conoce que fue el hotelero Echagüe quien la concluyó - y aún existe resabios de ella. La casa que había construido el cura Ramos Otero en 1849, en la esquina NE de las actuales calles Sarmiento y Rivadavia, y luego adquirió don Andrés Baranda, también tenía una parte de altos que fungía de ‘mirador’, muy común en las casonas de la época.
Por aquel entonces la calle N° 13 se la llamaba del "Comercio", pues allí se concentraba la vida comercial del pueblo, luego la denominaron Bartolomé Mitre, hasta hoy día. [5]
Los primeros historiadores que mencionan esa casa fueron don Luis E. Otamendi y el Prof. Ales en su “Remembranzas quilmeñas” [6] El Dr. Craviotto cuenta que se levantó en 1839, y lo ratifica el Prof. Juan Carlos Lombán, aunque otros afirman que fue en 1843, que se comenzó a construir, de modo que cuando los mazorqueros asesinaron enfrente, en la plaza principal, al juez de paz interino don Paulino Barreiro estaba recién estrenada y Quilmes aún era un villorrio quieto, somnoliento al sur del Riachuelo, con un entorno de pampa insospechada. [7]
La cocina era importante, las demás dependencias de servicio y las cuatro letrinas estaban separadas de la casa del lado sur y no faltaba gallinero y huerta.
Su segundo propietario, Echagüe había destinado la planta baja para comercios, y en todo el primer piso se instaló el hotel. Al final del edificio, sobre la calle del Comercio, había una amplia entrada de 4 m de ancho y 15 de extensión, por donde ingresaban los carruajes, berlinas, breaks, hasta un cobertizo o tinglado con pesebres, a manera de caballeriza.
En la esquina – donde en el siglo siguiente de instaló una panadería-confitería - se abría la entrada, de unos 2,50 metros, en ochava, aunque todavía no se había generalizado en los pueblos de la provincia el decreto al respecto, dictado por Bernardino Rivadavia el 14 de diciembre de 1821.[8]
Primero don José Domingo, solo, hizo un viaje a su provincia para comprobar si podría volver a instalarse allí con su familia, pero no le convenció la situación imperante y decidió volver a Buenos Aires que se había constituido en Estado separado de la Confederación Argentina.
Luego, todos juntos, recorrieron algunos pueblos en torno a la nueva Capital del nuevo Estado, hasta que llegaron al villorrio de Quilmes, donde definitivamente se estableció la familia Córdova-González; aldehuela que parecía despabilarse de la larga modorra en que holgó durante cuarenta años, desde la extinción de La Reducción y el nacimiento del Pueblo que evidenciaba amagues de progreso.
José Domingo se hizo cargo del hotel “La Amistad” instalado en la casa que su suegro arrendó a Echagüe. Lo ayudaban su mujer, sus hijos y dos empleadas: Juana Salas, la cocinera y Encarnación Suárez, mucama o sirvienta (como dice el censo de 1869)
También presenció todos los 8 de diciembre, las bulliciosas y no tan fervorosas fiestas patronales, y las fiestas patrias con cuadreras, corridas de sortijas, fuegos artificiales y no faltaron las que, por el exceso de caña, terminaban en bataholas y muertes.
Bajo sus ventanas veía el ir y venir de las diligencias de Melitón Acuña y la berlina de Marcelino Córdoba, primo suyo, hasta que el progreso las desterró con la llegada del ferrocarril y del ‘tranway”.
Una sola vez, en toda su larga vida, Lupercia, viajó en ese Ferrocarril del Sud rumbo a la ‘Ciudad’, fue en 1891, para el bautismo del primer hijo varón de su hermano Eduardo, radicado en la Capital desde tiempo atrás. En la ceremonia obró de madrina y transcurrió dos noches en esa Buenos Aires, que la abrumó y espantó con su muchedumbre variopinta, la desmesura de sus calles, los carros y carruajes de todo tipo que zigzagueaban peligrosamente, la ornamentación y desmesura de sus edificios.
Cuando necesitaba algo de la Capital se lo encargaba a María Mena Baunelle, quien, cuando todos los comisionistas eran varones, fue la primera mujer que cubrió esa tarea en el pueblo. María Mena iba y volvía en el Ferrocarril de Sud, a y desde Buenos Aires, con encargos únicamente de las señoras quilmeñas que la requirieran para que les comprara: fajas, calzones, telas para enaguas, encajes, perfumes peinetas de carey, hasta esa pequeñas pipas que empleaban las damas para fumar en exclusivas tertulias de género, donde estaban absolutamente discriminados los caballeros.
En los veranos tórridos, el tranvía pasaba atestado de paseantes rumbo a la Ribera que había adquirido vasta fama en toda la región por sus bondades, principalmente la accesibilidad a sus aguas y los frondosos sauces. Fama que creció en 1914, cuando los Fiorito lo electrificaron, ante el asombro de la señorita Lupercia, quien los domingo por la tarde, cuando el clima lo permitía, en compañía de su amiga María Mena, se encasquetaba su pamela, guantes, sombrilla de batista bordada en azul marino y bajaba a la costa a solazarse y curiosear el comportamiento de la gente.
VECINOS
Fueron algunos de sus vecinos el preceptor Robustiano Pérez,[13] maestro de la escuela de varones y secretario municipal, durante la inauguración de la primera escuela oficial de Quilmes en 1863, a la que fueron sus hermanos Eduardo y Julio; don Juan Manuel García y luego los parientes de este, los Silva quienes abrieron el almacén “El Positivo”; el tendero Figueredo; el sastre Sandalio Salas; el flebótomo, dentista, peluquero y bandurrista canario don José Navarro que a veces resultaba un tanto fastidioso cuando se ponía a tocar por horas en la vereda frente a su barbería.
Muy devota la señorita Lupercia conoció a muchos de los párrocos, algunos de los cuales comieron en su casa: desde Carlos Vadone, Ángel Pueyo, don José Ramón Quesada, el polémico Rafael Fanego, Bartolomé Ayrolo, el benemérito Manuel Bruzzone, quien la invitó a integrar la Asociación Damas Pro Culto (o Pro Templo) junto con Avelina Tobal de Huisi, Francisca L. Hasperué, Pascuala Goñi, Juana Grigera, Felisa Castro, Carmen Silva y Ángela Fraquelli. Luego siguió colaborando en esa Institución con el párroco Ángel Banfi.
Presenció Lupercia las transformaciones del templo - hoy Catedral -; modificado y ampliado a lo largo de sus años de vida. Afortunadamente no alcanzó a ver el desafortunado estilo colonial que le dieron a su frente, disociandolo del estilo que lo unificaba a los demás edificios de esa cuadra y de toda la manzana histórica.
También presenció, divertida, las menesundas que se producían en ese atrio cada comisio electoral.
Desde allí veía avanzar la figura imponente de don Andrés Baranda [14] siempre apurado y concentrado, con la compañía endeble de su secretario don Robustiano, sumamente delgado, que vivía enfrente, en diagonal con el templo; a veces rodeado de niños a los que alfabetizaba en su propia casa, cuando todavía no se había terminado la primera escuela pública que tuvo el pueblo.
Fue testigo de las honras fúnebres que se le hicieron a Andrés Baranda en 1880, al Dr. Wilde en 1885, a José Agustín Matienzo en 1896; los restos mortales de estos dos últimos fueron sepultadas en el atrio de la iglesia parroquial, donde tuvieron igual destino los del padre Bruzzone.
El 28 de enero de 1887, la plaza ‘25 de Mayo’, que a esta altura se llamaba ‘Constitución’, la Municipalidad, en los atardeceres de domingos y feriados bajo la frondosa arboleda inició las “retretas’.
Próxima a la fuente se instaló una pérgola donde una banda formada por 25 músicos, de no mucha calidad interpretativa, amenizaba el paseo de los jóvenes muy emperifollados y las jóvenes relucientes, muy vigiladas por sus chaperonas. Luego la banda fue suplantada por otra de 20 profesores dirigidos por el maestro Juan Barrera Picart, quien también formó parte del primer cuarteto de cuerdas que tuvo el pueblo, junto a Rodolfo Labourt, Juan Ithuralde, en violines y el médico y artista plástico Julio Fernández Villanueva en violoncello y participaban algunos domingos en las retretas.
Foto colección Alcibíades Rodríguez, revista "Quilmes
en el recuerdo", 1987
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EL PROGRESO
En 1923, vio instalar en diagonal, frente a su esquina el primer surtidor de nafta, otro factor que irrumpía en su pérdida tranquilidad pueblerina.
Cuatro años antes de su muerte, presenció Lupercia como se llevaban la fuente y en su lugar emplazaban el grandioso basamento donde colocarían la escultura ecuestre del Libertador bajo las instrucciones de un italiano vocinglero, don Antonio Sassone, que iba y venía a tranco largo entre los albañiles, desconcertados municipales y esperanzados miembros de la Comisión Pro-Monumento al Libertador.
El grupo escultórico la dejó pasmada, pero poco le duró pues lo bajaron de su pedestal, súbitamente, de un día para otro. Pero antes, a la medianoche, un bullicio acallado, la atrajo a la ventana y vio a un grupo de personas que entre las sombras quitaron la lona, con la que las autoridades habían mandado cubrir el grupo ecuestre, y entre las sombras del noche colocaron coronas de laureles a sus pies. En murmullo, un hombre, al que Lupercia creyó reconocer a don Mariano Espina, dio un breve discurso. Luego las personas se retiraron tan silenciosamente como habían llegado.
Al día siguiente, apenas había amanecido, otra vez se repitió el barullo en la plaza y Lupercia saltó de su cama a la ventana, y allí estaban un grupo de empleados municipales con escaleras, el intendente Eloy Numa Damonte despeinado y a medio vestir, el comisario y el cura quien, según se supo luego, había sido quien dio la voz de alarma.
Pasaron los años. El pueblo que ella conoció aldea ya era ciudad. La mística del progreso, trajo la luz eléctrica, el teléfono, el automóvil, la radiodifusión…
Lupercia nunca se casó, aunque era una mujer agraciada de estatura media, con un fino cabello renegrido que llevaba siempre recogido en dos trenzas unidas sobre la cabeza – el mismo peinado que se hizo hasta encanecer -, ojos oscuros, grandes, labios carnosos bien delineados y tez blanca. El único pretendiente que se le conoció fue Casimiro Trouvent, un quintero francés que la cortejaba con los frutos de una chacra que tenía en La Colonia, pero nunca pasó de cortejante. Él tampoco se casó y hasta avanzada edad la visitaba en la ‘casa de altos’, dos o tres jueves por mes, hasta que dejó de hacerlo por varias semanas no volvió. Ella supo por Finita el por qué, había regresado a Francia, a morir.
PERSONAS Y PERSONAJES
Una persona se hace personaje cuando asume en la vida un papel que trasciende el común.
Hay personas que a lo largo de sus existencias escenifican acciones que los ponen en evidencia que los hacen distintivos en su entorno, que se superan a sí mismos, esos son personajes. Otras personas, sin embargo, transcurren sus vidas anónimamente, sin haber tenido relevancia notoria de ningún tipo, en silencio, pero alguna particularidad que alguien advierte en ellos y la revela, los instala como personajes.
Quilmes, 1988/2018.
Migliorata, Agr. Emir Higinio. Universidad Fasta Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales “San Raimundo de Peñafort” Carrera de Martillero Y Corredor Público, Catastro Y Agrimensura. Edición 2012
Censo de la provincia de Buenos Aires de 1869
Craviotto, José A. (1969) “Quilmes a través de los años”. 2ᵃ Ed. Municipalidad de Quilmes.
Diario "El Sol" de Quilmes del sábado 2 de agosto de 1941
La base de este relato fueron historias orales recabadas a dos quilmeñas de nacimiento: doña María Filomena de Baunelle y Martel de Yori (1884-1962) y a Josefina Haydee Y.B. de Tiscornia (1912-2006)
[2] En alguna documentación figura como Lucrecia, no asé en el censo de 1869.
[3] Una chacra eran 16 manzanas establecida en varas La manzana, como medida de superficie, es un área correspondiente a un cuadrado de 100 varas (83,59 m) de lado, es decir 10 000 v² (10.000 varas cuadradas = 8.359 m2). La vara es una medida española que corresponde a 0,8359 metros. De modo que un solar, ¼ de manzana tenía 2089,75 m2
[4] “Historia de la Reducción” Pp. 89 a 100
[5] Ver en EL QUILMERO del viernes, 7 de febrero de 2014, “La Primera Casa de Altos de Quilmes”.
[6] “Remembranzas quilmeñas” Pág. 18.
[7] Ver en EL QUILMERO del lunes, 11 de octubre de 2010, “Casas con Historia - Los Altos de Quilmes”.
[8] El 14 de diciembre de 1821, Bernardino Rivadavia decretó que las construcciones porteñas debían ceder un triángulo de su terreno para mejorar la visibilidad en los cruces de calles. Es decir, tuvieron que construir una ochava que los españoles llamaban chaflán y que para entonces era una moda bien europea
[9] Ver en EL QUILMERO del martes, 29 de noviembre de 2011, “Recorrido final – La Historia en el Cementerio de Quilmes”
[10] Ver en EL QUILMERO del lunes, 6 de abril de 2015
[11] Ver en EL QUILMERO del lunes, 6 de julio de 2009 “Epidemias que castigaron a Quilmes en 1867, 1868 Y 1871”
[12] Periódico, editado en Buenos Aires en lengua inglesa, fue el primero en Sudamérica que utilizó máquinas de linotipo. Fue fundado por los hermanos irlandeses Edward y Michael Mulhall, el 1° de mayo de 1861.
[13] Ver en EL QUILMERO del lunes, 5 de abril de 2010, “Robustiano Pérez - Maestro Fundador de la Escuela Nº 1”.
[14] Ver en EL QUILMERO del lunes, 2 de mayo de 2011, “Don Andrés Baranda, un Fundador del Quilmes de Antaño”.
[15] “Quilmes de antaño” Cap. Pp.
[16] Ver en EL QUILMERO del viernes, 20 de mayo de 2011, “Tomás Giráldez – Juez de Paz y Placero”
[17] José Cravioto. “Quilmes a través de los años” Págs. 227 y 228.
[18] Migraciones Ed. Jarmat. de Chalo Agnelli
[19] Ver en EL QUILMERO del viernes, 7 de febrero de 2014, “La primera casa de altos de Quilmes”
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