Termina
la guerra de Malvinas y con ella la dictadura cívico–militar-eclesiástica
autodenominada ‘el proceso’; una formación del Roca embiste, en Quilmes, a otra
produciendo un accidente ferroviario de trágicas consecuencias, es el 17 de
octubre de 1982. Este es el relato preciso de Gustavo Moure que ilustra aquel incidente
introduciendo al lector desde una anécdota que se enlaza con la experiencia
de un primer narrador. Se publicó por primera vez en una trascendente publicación,
la revista “El Parque”, un emprendimiento gráfico de Jorge Contreras que nació
en Ranelagh y se extendió por todo Berazategui y Quilmes. Luego la página de
Facebook ‘Ciudad de Quilmes’ le reeditó el 26 de mayo de 2011 y, de esta
recogemos, la ‘testimonios vivenciales’, esos que aportan quienes fueron testigos directos o indirectos, los que desde la pequeña historia, completan la otra, siempre parcial y perfectible. (Chalo Agnelli)
De chico
escuchaba junto a mis amigos la historia que nos contaba Carlos y no dejaba de
sorprenderme. Una y otra vez le pedíamos que volviera a repetirla y él lo hacía
sin problema. Cuando el piso temblaba y el relato se interrumpía por la bocina
ensordecedora que anunciaba el paso de un nuevo convoy, la historia cobraba más
impresión en aquellos días de potrero y pelota en el campito de Guido e Yrigoyen al
lado de las vías, cuando nuestra corta edad aún nos permitía sorprendernos
seguido.
Se trató de un
choque de trenes que había tenido lugar “hace muchos años,
cuando ustedes eran muy chicos. Un tren embistió a otro por detrás y murió
un montón de gente”, decía Carlos, que si algo nos había enseñado, como
buen ferroviario, era el respeto por los rieles, algo que quizás explica porqué
nuestro equipo de fútbol se llamó La Locomotora...
Que si el tren
va más rápido que un auto, que si chocan dos trenes de frente, etc., etc. El
morbo juvenil hacía que no nos cansáramos de especular incluso de que manera
podría descarrilar un tren. Recuerdo una anécdota, vaya a saber contada por
quién, que aseguraba que el cuero de chancho era tan duro que podía sacar una
de esas moles de hierro de la vía.
No es que
planeáramos comprobarlo, pero el paredón lindero a las vías, partido en el
medio a causa del choque a la altura de la calle Solís, y el vagón quemado que descansa
volcado en el fondo del campo cerca de Triunvirato, fueron alimento constante de nuestra
imaginación.
Cuando hacíamos
nuestras expediciones hacia el tren quemado–por supuesto sin que nuestros
padres supieran porque teníamos prohibido cruzar las vías- en varias
oportunidades nos quedamos charlando dentro del vagón imaginando que alguna vez
ese mismo coche había estado cubierto de cuerpos sin vida por el fatídico
choque.
Tuve que esperar
quince años para que Carlos, quince años más viejo, me contara que en realidad
ese vagón no había pertenecido al accidente, sino que fue depositado allí por
los militares en la época del mundial de 1978 para que los turistas no lo
vieran debido a su escalofriante aspecto (por lo menos a nosotros siempre nos
inspiró cierta apariencia tenebrosa)
Por suerte, para
que el “encanto” de la historia no se perdiera del todo, Carlos me confirmó que
el paredón sí estaba partido a causa del estampido de un vagón que fue a parar
encima de los trenes de carga que paraban en la vía de maniobras detrás del
paredón.
Había un
tren que se dirigía a Constitución desde Ranelagh, justo
acá frente a mi casa que esperaba la señal de paso. En esa época los trenes
llevaban la locomotora en un extremo, y en el otro una especie de vagón con
cabina de conductor similar al subte que se llamaba plus. El tren estaba parado
con el plus mirando hacia Constitución y la máquina en el fondo. Un tren que
venía de La Plata también
con el plus adelante y la máquina detrás, dobló en la curva de Triunvirato pero
la distancia entre la cola del tren y esa curva no le dio tiempo a frenar. El
maquinista clavó los frenos y empezó a correr hacia atrás del tren gritando que
chocaban. Escuché un estruendo tremendo. Cuando salí vi el desastre”.
Tantos años y el
relato de Carlos se mantenía inalterado. Cuando encontré frente a mí las tapas
de diario El Sol y Diario Popular, no pude sino asombrarme de que
el choque había sido en realidad una catástrofe, la más importante en la
historia de Quilmes, y
entre las 10 más fatales a escala nacional, encabezadas por la maldita y fresca
tragedia de Once.
“Más de 30 muertos en
choque de trenes en Quilmes”, tituló El Sol. “Catástrofe en Quilmes. Al menos 37 muertos”, aseguró Popular.
Si los títulos
me conmovieron las fotografías superaron todo lo que mi imaginación había
elaborado, ya que en ese momento la historia contada por los periódicos
superaba el relato dantesco que Carlos me había contado. Después de 23 años,
volví a tener contacto visual con la trágica escena; la última y única vez
había sido de la mano de mi abuela a los dos años, cuando el 18 de octubre de
1982 me llevó a ver lo que quedó del siniestro al día siguiente del choque.
En las imágenes
de los diarios se alcanza a distinguir “El Campito”, el
paredón roto, la fila de más de 20 ambulancias estacionadas una detrás de la
otra sobre las vías esperando para partir al hospital con los sobrevivientes, y
la apocalíptica imagen de un vagón doblado en forma de “L” reducido a pura
chatarra.
Fue un domingo
lluvioso en el que se festejó el día de la madre. El almanaque marcó 17 de
octubre, el reloj las 18.43. El barro conspiró aún más con las tareas de
rescate realizadas por los Bomberos Voluntarios de Quilmes e innumerable
cantidad de vecinos que voluntariamente comenzaron a retirar heridos de los
vagones.
La cifra de
víctimas fatales nunca se determinó con exactitud. Los informes de la policía y
autoridades sanitarias aseguraron cerca de la medianoche que los muertos fueron
32 y los heridos más de 60. A esa cifra los bomberos agregaron cinco personas
más que aún estaban atrapadas en medio de los restos del vagón más dañado. Al
día siguiente Defensa Civil informó que habían fallecido 19 personas y
Ferrocarriles Argentinos 17. No sólo la variedad de informes sino la diferencia
exagerada entre unos y otros contribuyeron a que el número de muertos quedara
indeterminado, sobre todo porque se desconoce la suerte de los 63 heridos en
los días subsiguientes al choque. “Para mí murieron como 40 personas, pero
los diarios hablaron de la mitad. Vi tantos cuerpos. Gente sin piernas, gente
aplastada...”, recordó Carlos.
Las
responsabilidades recayeron en los señaleros. El tren 3818 proveniente de Ranelagh se
detuvo justo en la señal que se encuentra frente a la casa de Carlos que
indicaba peligro. En cambio, el tren 3822 que venía de La Plata encontró
las señales con el paso permitido.
Carlos me
comentó que los señaleros se turnaban en el puesto. “La garita sur que
está luego del cruce de Guido estaba
clausurada, y la de Ezpeleta por cuestión de presupuesto no funcionaba los
fines de semana. Berazategui pidió vía a la central de la estación de Quilmes y
los señaleros no tenían ni idea que había un tren parado antes del cruce
de Guido y le dieron el visto bueno”.
Los diarios
explicaron que otro tren que partió desde Quilmes rumbo a La Plata estuvo a
punto de producir un triple choque si no fuera por el instinto del maquinista
que no pasó la curva de Guido al advertir peligro, ya que si bien le habían
ordenado que avanzara, la señal indicaba lo contrario. El azar impidió que
embistiera al vagón que quedó atravesado en ambas vías.
Fue tal la
magnitud del accidente que junto a los bomberos quilmeños vinieron a trabajar
en las tareas de socorro, bomberos de Florencio Varela, Bernal, Berazategui e
incluso según el testimonio de Carlos, una dotación de La Boca.
“Por
momentos, los gritos de dolor de las víctimas se mezclaban con las
instrucciones y pedidos de los bomberos. La oscura noche se veía iluminada por
los destellos y las chispas de los equipos de soldadura, utilizados por los
servidores públicos quiénes abrieron un boquete en el vagón UC 3780 para
rescatar a las personas atrapadas. Con el transcurso de las horas la confusión
se adueñó del lugar, que en los instantes posteriores al accidente fue dando
paso a una nerviosa calma”.
La crónica
periodística da cuenta de las sensaciones que se vivieron en la trágica noche.
Uno de los sobrevivientes declaró que “Eran impresionantes los gritos
y gemidos de dolor de los heridos. Había algunos aprisionados por los hierros
que clamaban auxilio, es algo que no olvidaré jamás”.
El choque de Quilmes
se inscribió en la historia como uno de los accidentes que contó mayor cantidad
de víctimas fatales. En accidentes ferroviarios sólo fue superada por la
tragedia de Benavides en 1970 y la de Santa Fe en 1978. En el primer caso
chocaron un rápido que provenía de Tucumán, y otro servicio local repleto de
pasajeros que causó la muerte de 142 personas y 368 heridos. El segundo
accidente se produjo cuando el Tren Estrella del Norte chocó a un camión
carguero provocando la muerte de 56 pasajeros. El resto de las tragedias
ferroviarias son de similares o menores consecuencias que la de Quilmes.
Quise volver al
lugar para contemplar la escena e imaginar cómo había sido esa noche lluviosa
de octubre. El paredón destruido se conserva igual que las fotos de hace 23
años. Me paré en las vías y comprendí algo de la sensación de ese maquinista
desesperado por salvar su vida al observar que el impacto era inevitable. La
noche cayó sobre el campito, pero ya no se veían las luces de las ambulancias,
ni se oían los gritos de dolor. Esta vez bajó la señal. El paso firme y
tranquilo de un tren me permitió retirarme en paz.
Tapa: "Manos suplicantes" de Mirta Tachini
Por Gustavo
Moure, en revista mensual “El Parque” de Jorge Contreras Año 1 N° 7 (2004),
reeditado en la página de Facebook "Ciudad de Quilmes" el 26 de mayo de 2011
Ejemplares de la Revista ‘El Parque”
en la hemeroteca de la Biblioteca Popular Pedro Goyena.
TESTIMONIOS VIVENCIALES
Ester Martínez En
ese accidente falleció un chico del barrio que no le había dicho a su mamá que
viajaba a La Plata a ver un partido de fútbol, la madre se enteró del accidente
sin pensar que su hijo había fallecido en él...
Ariel Alejandro Wagner… recuerdo ese accidente. De hecho, conocí más detalles años después
porque mi ex esposa vivía a dos cuadras de allí. Tengo entendido que fue
pasando la barrera de Triunvirato y Primera Junta. Más hacia la Cervecería que
la cementera. Esa suerte de curva, siempre fue peligrosa. Muchos accidentes
ocurrieron en esa barrera porque los automóviles que pasaban, no podían ver al
tren venir hasta que pasaran casi la totalidad de la barrera, debido al paredón
de la Cervecería, tanto en el depósito como en la fábrica cuadras después. Esto
ocurría si se venía por Triunvirato o por Amoedo. La barrera de Guido y Amoedo,
también siempre fue peligrosa y más aún porque los paredones en esa área son
más cerrados a excepción de la Plaza actual que antes era un baldío que,
generalmente, era utilizado por los Circos que visitaban la ciudad. Con el bajo
nivel en Guido-Amoedo, se redujo el peligro.
Lucas Valledor Mi
viejo se iba a laburar y escuchó una explosión y corrió, hasta llegar al lugar,
estaba en la estación, fue unos de los primeros en llegar, se quedo ahí
ayudando a sacar gente. Él era policía en ese entonces.
José Ignacio Pastorino Lo recuerdo perfectamente, yo tenía por esa época 17 años y vivía en
Ranelagh y esa tarde de domingo (Día de la Madre) con mi amigo Daniel nos
dispusimos ir a Quilmes a tomar mate con unos amigos. Tomamos el tren y como solíamos
viajar de colados nos sentamos en el último asiento del último vagón. Al llegar
a Guido el tren se detiene, transcurre un largo periodo de tiempo y el tren seguía
allí. Mi amigo me invita a que nos bajemos y tomemos el 324 ya que, según parecía
el tren no se iba a mover de ahí por un largo rato; "me fumo un pucho y si
no arranca vamos" le dije. Cuando estaba por terminarlo veo que un
canillita, que se asoma por el estribo, tira todos los diarios y se tira del vagón.
No llegué a entender por qué lo hacía, tampoco tuve tiempo, un sonido ensordecedor
y una estampida me aturdió de sobremanera. Vi bebés expulsados de los brazos de
sus madres como proyectiles, gente eyectada como muñecos y lo que me aterró es
ver como el vagón en el que estábamos se aplastaba como si fuese de papel. Como
solía viajar muy reclinado (casi acostado) en mi caso el techo quedó a 10 cm de
mi cabeza y no llegó a tocarme. Mi amigo, en frente, sí había sido golpeado y
estaba desmayado frente a mí. Pasado el colapso solo se escuchaban gritos y
quejidos; pensé en quedarnos y esperar que nos rescaten pero un denso humo
(proveniente de la máquina) me asustó; imaginé que moriríamos quemados en ese sarcófago
de metal. Saqué fuerzas de donde no tenía, cargué a mi amigo y salimos
tambaleando por lo que quedaba de puerta. Cuando llegamos a Guido él ya se había
repuesto y pudimos seguir caminando, al principio sin rumbo fijo y más tarde a
tomar el 324 según nuestros planes. No teníamos real dimensión de la catástrofe
hasta llegar a la casa de nuestro amigo en donde por la TV pasaban la noticia.
Yo esa noche volví a nacer.
Manuel Oviedo Yo
vivía en Amoedo a 30 cuadras del lugar, y tal vez por ser domingo y lluvioso,
había más silencio que un día laborable, desde allá se escuchó el estruendo que
produjo el choque, casi llegando las 7 de la tarde...
Walter Cai
Ese día, me acuerdo perfectamente, ya que murió mi amigo Freddy que estuvo
viajando en tren toda la tarde. A las 18 hs más o menos fue el accidente. A dos
chicos que estaban con él que los sacó un hombre cuando vio venir el tren, pero
Freddy no pudo escapar.
Mariana Centurión Estos días me anda rondando este recuerdo espantoso. Era mi hermana
la que viajaba después de visitar a su novio que era colimba. Su retraso a la
hora de llegar, la incertidumbre hasta que tocó el timbre de casa. Unos muchachones
la estaban molestando a ella y a su cuñada y debieron cambiarse de vagón. Ese
lugar terminó siendo el de mayor impacto. Una suerte de "destino
final" fue el que experimentaron.
Héctor Tassino Yo
viajaba en el segundo tramo del primer vagón, Fanga Petrocchi de La Plata un
amigo mío que también jugaba al hockey iba en el otro tren que estaba parado,
falleció desnucado; era muy alto, el tren iba lleno. Había llovido y estaba
lleno de barro ya que habían replanado el terreno. Venían cientos de personas que
visitaron los colimbas del Bim 3. Yo rompí con la cabeza el separador de
vagones y me cayeron todos los cuerpos del resto del vagón; el primer tramo,
como se ve en la foto, desapareció. Cuando bajé del tren salté como un metro y
medio de altura, ya que se había elevado al doblarse para abajo la primer
parte, con una chica en brazos que le dolía la espada, me enterré hasta las
rodillas. La gente se veía apilada por las ventanillas y mutilada. Lentamente
llegué a la calle y ya estaban llegando ambulancias. Pase 10 días sin dormir,
me despertaba el estruendo… y dos meses más soñando con el nene que pedía
limosnas que durante varios días nadie reclamó el cuerpo. Yo le había abierto
la puerta para pasar a la primer parte del tren, a él y a otros ya que era de
esas puertas corredizas que nunca andan. Hasta hace poco tenía el boleto. Los
milicos taparon todo. Jamás podía haber 37 muertos. Iban todos parados
apretados y el tren chocó a más de 45 km/h. De los dos trenes sacaron fallecidos.
Todavía recuerdo los gritos, los lamentos, la sangre y el estruendo del choque,
un ruido parecido al de las cataratas en la Garganta del Diablo. Una tremenda
experiencia…
Alfredo Ramón Yanelli
Este terrible accidente me marcó creo yo para todo la vida. Trabajaba en frente,
justo en la pista de karting junto a mi amigo Cacho fui el primero en entrar,
si ven la foto los bomberos me están ayudando a mí, que estoy en el interior
justo en esa ventana asistiendo a los que quedaron atrapados entre los hierros,
les cuento una anécdota: yo en ese momento para ayudar a un chico peruano que
estaba atrapado desde las piernas y nivelarlo lo ato con mi campera, con el
transcurso de las horas y ya lo único que quedaba eran los cuerpos de los
fallecidos, salgo por recomendación de los bomberos y me retiro hacia el predio
del karting, cuando paso el cordón policial me acuerdo de la campera y quiero
regresar para recuperarla y termino preso por discutir con un policía. Luego
con el transcurrir de los años estando en la casa de mi abuela en el barrio de Tolosa
frente al predio de talleres ferroviarios veo las chatas con desaguase de
trenes viejos y los voy a ver de cerca, recorriendo las chatas veo entre los
hierros de un vagón mi campera todavía atada y créanme no tuve el valor para
sacarla. Hoy día se lo cuento a mi esposa y no sé si me cree, pero yo siempre
lo voy a recordar hasta el último de mis días.
Celeste
Lorenzetti Yo iba en ese tren era chica, estábamos entre el vagón que se
incrustó y el que quedó colgando tuvimos que saltar, vi una persona sin cabeza.
No encontrábamos a mi papá. Alguien nos subió a un auto y nos llevó al hospital
de Quilmes. Hasta la noche no supimos nada de él, por suerte estaba ahí herido,
pero bien. En realidad fueron más de 100 muertos y muchísimos más heridos. El
hospital estaba re lleno, gente herida en el patio una al lado de otra. Era el
Día de la Madre así que imagínense un tren a full, entrabamos a presión, fue
horrible. Un día que jamás olvidé, y a raíz de ese accidento ahora quedé con
una epilepsia. Obvio el ferrocarril mintió desde el minuto cero sobre las
victimas y los heridos. En Tucumán mi papá figuraba en la lista de los muertos,
mi tía que estaba allá casi se infarta...
Beatriz Liliana
Marcos Yo fui una accidentada del tren y también del choque con los
bomberos, recuerdo que después del choque me subieron a una camioneta celeste
con mucha gente, fue terrible.
Carlos Lapegna Yo
trabajaba en Policía, Fui el primero llegar con mi compañero. Hoy todavía no
puedo olvidar el terror y la tristeza de semejante tragedia. Que Dios guarde
siempre a niños, mujeres y hombres que murieron en ese accidente.
Leonel Simonetto
Faltó mencionar el accidente ferroviario de 1981, donde un tren de pasajeros
embistió a un tren carguero, en Brandsen. Y el otro en 1964, cuando un tren de
pasajeros embistió a un tren carguero cerca de la estación Altamirano. Es una
casualidad que las locomotoras de dichos accidentes tenían de sobrenombre ‘luciérnaga’.
Uno en 1964 y el otro en 1981
Uno el 1 de febrero y el otro el 8 de marzo, respectivamente.
Pam Ela Ese día
falleció mi papá. Yo apenas tenía seis años. Tengo en la memoria la imagen de
una portada de diario en la que aparecía una foto en donde dos personas estaban
sacando el cuerpo de un hombre. A pesar de que estaba en blanco y negro
logramos distinguir los diseños del suéter. Se trataba de él...
Facebook ‘Ciudad de Quilmes’ el 26 de mayo de
2011/2017
Compilación,
cometarios y compaginación Chalo Agnelli
EL QUILMERO, 2017
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