miércoles, 6 de mayo de 2020

EN SELBORNE, TRAS LAS HUELLAS DE HUDSON


por María Constanza Huergo - 1963
Éramos unos quince. Silenciosos, casi inmóviles. Los expertos, pro­vistos de prismáticos; los novatos, como quien esto escribe, teniendo só­lo ávida curiosidad y buen deseo de aprender.
 Estábamos en el jardín de “The Wakes”, la casa en el pueblecito de Selborne [1] donde pasó la mayor parte de su vida el reverendo Gilbert White,[2] “el padre de los naturalistas británicos”, cuya obra tuvo una influencia tan decisiva en Guillermo Enrique Hudson. [3] 
Íbamos a observar cómo se grababa el canto de un robín, una variedad del petirrojo característica del sur de In­glaterra, que Gerald Durrell [4] compara por su forma y tamaño, aunque no por su canto ni su nido, a nuestro hornero.
En verdad, no hacía falta ni tanto silencio ni tanta quietud. Arthur Jollands,[5] nuestro mentor, se movía con naturalidad y hablaba sin bajar la voz.
— “En otros tiempos” - nos explica – “era difícil captar el canto de algunos pájaros. Había que llevar la cera y de­rretirla sobre el terreno para grabar el disco allí mismo. Era indispensable salir antes del amanecer, pues a la hora en que empieza a clarear pero aún no hay bastante luz para distinguir los insectos con que se alimentan, es cuan­do más y mejor cantan. Los métodos modernos han simplificado la tarea.”
Sobre un trípode fijó un reflector de algo más de medio metro de diámetro, que en la parte cóncava llevaba colocado un pequeño micrófono, unido por un cable a un grabador portátil.
 EL PETIRROJO DEFIENDE SUS DOMINIOS 
Eran las 11 de la mañana, y los pájaros estaban demasiado ocupados en alimentar a sus polluelos para ponerse a cantar. Pero al acercarnos, oímos un repetido gritito de alarma. Nuestro guía enfocó el reflector hacia él y puso en marcha la cinta magnética. Luego, nos advirtió:
- “Ahora voy a hacer funcionar el apa­rato para hacer reproducir el sonido captado y verán ustedes: el petirrojo creerá que un rival ha invadido su te­rritorio y se irá acercando. Se esforza­rá por cantar mejor para ahuyentar al intruso. Hasta se olvidará de comer, mientras no se sienta seguro de que no será desplazado.”
Así fue. El breve y monótono gorjeo de la primera alarma del petirrojo se trasformó en un aria cada vez más complicada, imposible de imitar ni aún por la soprano mejor dotada. Se enta­bló como un duelo - una payada, diría­mos - entre el pajarito cantor y su propia voz captada en el grabador. 
UNA INTERRUPCIÓN 
Escuchábamos asombrados y diverti­dos, cuando de pronto, un leve ruido en un cantero cercano nos hizo des­cubrir un erizo. Mr. Jollands lo levantó con la mano y nos hizo ver la carucha del asustado animalito, ante los “¡Ohes" y “¡Ahes!” del grupo.
- “Es rarísimo que salgan a esta ho­ra” - comentó Mr. Jollands, volviendo a colocar el erizo en el suelo, donde éste quedó hecho una bola espinosa. Se inflaba y desinflaba con la respira­ción anhelante, reflejo de su temor, y único signo de que no se trataba de un raro cacto castaño. 
CANTO DE PÁJAROS 
Nos encaminamos a la sala comunal del pueblecito, para escuchar el canto recién grabado y otros, tomados en días anteriores; de un mirlo, un pavo azul, una urraca, un grajo y finalmente un ruiseñor.
Cada uno tiene una melodía y un ritmo diferentes, fáciles de distinguir, pero sólo descriptibles, tal vez, median­te un pentagrama.
- “El viento es el peor enemigo de una buena grabación” - nos dice Mr. Jo­llands.
– “Una breve brisa suele resonar como un huracán. En aparatos sensibles, el paso del agua por las piedras de un arroyo puede parecer una formidable cascada.”
Mientras escuchábamos esa música tan fresca y, para mí, tan extraña, no pude dejar de pensar que Hudson se ha­bría sentido muy a gusto entre estos ornitólogos ocasionales, y tal vez algo sorprendido que entre ellos se encon­trara una argentina.

Selborne, situado en Hampshire, a unos 75 kilómetros al sudoeste de Lon­dres y a unos ocho de Alton, la estación ferroviaria más cercana, poco parece haber cambiado desde que Hudson lo visitara por primera vez, hace más de 60 años.

Ahí está el Plestor, como se llama la plazoleta, con el árbol secular rodeado por un banco, tal como lo describe Hudson en “Birds and Man” (Los pá­jaros y el hombre). Está igual la vieja iglesia grisácea y vive aún el tejo gi­gantesco, cerca de la entrada. Todavía puede subirse hasta la cima del Hanger la colina cubierta de hayas, por el ca­mino en zigzag abierto por Gilbert White y su hermano John en 1751.
Se conservan muchas casas con sus característicos techos de paja glaseada, y la única incongruencia moderna es alguna que otra antena de televisión, alzándose en el aire como una grotesca telaraña de acero. 
EL MUSEO 
Tal vez, el cambio mayor en Selbome, desde la visita de Hudson, es que “The Wakes” ha sido trasformada en museo.
En 1954 se inició una colecta popular para comprar la casa de White y conservarla como un monumento en ho­nor del naturalista. Aunque se recibie­ron muchas donaciones, la suma reuni­da resultó insuficiente; pero entonces R. W. Oates ofreció los recursos de una fundación que él mismo había do­tado, en memoria de su primo, el capi­tán L. E. G. Oates, [6] que acompañó a Scott en su malograda expedición al Polo Sur, en 1911. Oates sacrificó heroicamente su vida, tratando de salvar a sus compañeros perdidos. En un ventanal de “The Wakes” están inscriptas sus últimas pala­bras: “Voy a salir. Tal vez demore en regresar”. [7] 
Un trineo y diversos objetos pertene­cientes a Oates se exhiben en el piso superior de “The Wakes”. La planta baja está dedicada al recuerdo Gilbert White, y en la sala principal se ha instalado una biblioteca especializada en obras de historia natural afines, entre las que se encuentran por supuesto las de Guillermo Enrique Hudson.
La ventana de la salita donde White escribió las “Cartas”, que luego formaron “The Natural History and Antiquities of Selborne” (La historia y antigüedades de Selborne), da al jardín cuidado con el esemro de una afectuosa devoción. 
EL MISTERIO DEL RETRATO 
En esa salita se conservan varios muebles de White, ejemplares de casi todas las 200 ediciones de su obra y la re­producción de un pequeño retrato a plu­ma del naturalista.
- Éste es el único retrato auténtico de Gilbsrt White —afirma Mr. C. R. Nortcliffe, director del museo.
- “¡Cómo!” – exclamé -. “¿Y el óleo que aparece en tantos libros y revistas?”
- “Ése es un misterio que difícilmente se logrará aclarar, pero a mi juicio se trata de una obra falsa” - me dice Mr. Nortcliffe [8] y amablemente me facilita un trabajo suyo, recién publicado, en que analiza el caso.
En 1913, el anticuario John Glen ofre­ció a la Selborne Society el retrato de un clérigo, que según dijo había halla­do el año anterior mezclado con otras obras en Islington.[9] La tela y el marco databan del año 1770 y tenía la siguien­te inscripción: “El reverendo Gilbert White, naturalista y autor. 1720-1793”.
Pero los miembros de la Selborne So­ciety consideraran insuficientes las prue­bas ofrecidas sobre la autenticidad del cuadro. White no hace ninguna refe­rencia de tal retrato en sus cartas, y en cambio enumera minuciosamente los de sus numerosos parientes, varios de los cuales adornan hoy las paredes de “The Wakes”. Rashleigh H. White, autor de una biografía de su tío bisa­buelo Gilbert, tampoco lo menciona. Y en 1902, cuando la universidad de Ox­ford buscó afanosamente un retrato de su ex alumno para colocarlo en un si­tio de honor, no encontró rastro de ninguno.
Sin embargo, Glen estaba tan con­vencido de la autenticidad de su hallazgo que hizo imprimir numerosas copias. Esas copias alcanzaron conside­rable difusión, pero el óleo original se ha perdido, de manera que no parece posible ahora llegar a dilucidar el mis­terio de su origen.
El dibujo a pluma, aceptado sin ob­jeciones, fue ejecutado en el frontispicio de un tomo de la “Ilíada” tra­ducida por Alexander Pope y obsequia­da por el poeta inglés a White, al graduarse éste en Oxford, en 1743.
El retrato lleva las iniciales T. C., que se cree corresponden a Thomas Chapman, amigo y compañero de estu­dios de White. Se conserva actualmen­te en el Museo Británico.
Es un mal dibujo, pero debemos con­formarnos con él y con la descripción que nos ha dejado de White su so­brino Ralph: “Su estatura era sólo de cinco pies y dos pulgadas; era delgado y de porte muy erguido. Su expresión era inteligente, bondadosa y vivaz; su constitución buena y vigorosa, sus mo­dales corteses y afables”.
Pero poco importa, en realidad, su aspecto físico. Más valor tiene la herencia espiritual que nos ha dejado. 
EL LEGADO DE WHITE
Me tocó ir a Selborne cuando se ce­lebraba en Inglaterra la “Semana de la Naturaleza”. En todo el país se habían organizado conferencias, exposiciones y diversos actos relativos a la fauna y la flora silvestre y la conservación de las riquezas naturales del suelo.
Selborne fue uno de los centros más activos en esa “Semana de la Natura­leza”. Continuas delegaciones escola­res llegaban para visitar la casa museo y recorrer los alrededores, siguiendo las sendas, cuidadosamente marcadas, que llevaban a los rincones preferidos de White.
Con magnífica amplitud se cumplía el consejo de White a sus lectores, de detenerse a contemplar las maravillas de la creación con demasiada fre­cuencia pasadas por alto, según sus palabras.
Una visita a Selborne, donde hasta las piedras y las plantas parecen irra­diar un halo de paz, hace comprender la exquisita finura y el sosiego interior de Gilbert White, ese hombre bondado­so “en quien no cabía ni pizca de ma­licia”, que en medio del tumultuoso siglo XVIII, tan lleno de tensiones como el nuestro, pudo escribir serenamente las “Cartas”, que al través del tiempo y la lejanía, alentaren a Hudson en la elección de su porvenir, y cuyo en­canto perdura aún. MARÍA CONSTANZA HUERGO
 Ver en “La Prensa” del 28 de octubre de 1962, el artículo titulado “Influencia de un libro en la vocación de Hudson”.
Compilación, tipeado y notas Prof. Chalo Agnelli
NOTAS

[1] Selborne es una localidad situada en el condado de Hampshire, en Inglaterra.
[2] Gilbert White (18 de julio de 1720 – Selborne, Inglaterra - 26 de junio de 1793) Pionero en los campos del estudio de la naturaleza y la ornitología. 
[3] Ver en La Prensa del 28 deoctubre de 1962, el artículo titulado “Influencia de un libro en la vocación de Hudson”. 
[4] Gerald Malcolm Durrell (n. 7 de enero de 1925, en Jamshedpur, India - + 30 de enero de 1995, Saint Helier, hersey, Inglaterra)Naturalista, conservacionista, escritor y presentador de televisión británico. Fundó el Zoo de Jersey en 1958 y la Jersey Wildlife Preservation Trust en 1964 ambas instituciones en la isla de Jersey. Era hermano del conocido novelista Lawrence Durrell. 
[5] Arthur Jollands (1 de mayo de 1926 – 26 de mayo de 2016) Naturalista y fotógrafo. 
[6] Lawrence Edward Grace Oates (n. 17 de marzo de 1880, Putney, Londres // + 17 de marzo de 1912, Antártida)  Militar y explorador antártico británico. 
[7] «I am just going outside and may be some time».
[8] Alfred Charles William Harmsworth, lord Northcliffe (n. 15 de julio de 1865, Chapelizod, Dublín, Irlanda  +  14 de agosto de 1922, St James’s, Londres, Inglaterra)Periodista y escritor irlandés, propietario y editor de periódicos conocido como el «Napoleón de la Prensa». Dio auge extraordinario al periodismo nuevo, lo industrializó, creó un vasto imperio periodístico y se labró una sólida fortuna. 
[9] Islington es un municipio de la ciudad de Londres, en el Reino Unido. Situado en el área conocida como Norte de Londres en el Londres interior.

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