- Eliçabe buscaba solucionar su problema; debía desalojar a la gente pero no quería asumir los costos de esa decisión. Entonces, buscó todas las formas de presionar psicológicamente a la gente para que se cansaran y se fueran. Esto es lo que vino haciendo desde un principio.
- ¿De qué formas?
- En la madrugada del 11 de septiembre, a pocas horas de haberse asentado la gente, la policía invadió el terreno en forma ilegal; rompió cosas, tiró casillas abajo y lastimó a algunas personas y a periodistas. Recientemente, Eliçabe sobreseyó a los policías denunciados por mí, dice que procedieron bien, que intentaron prevenir un delito. Esto me hace pensar que él estaba al tanto de esa represión, a pesar de que ante mí dijo que no. Eso fue el comienzo, cuando él dictó la orden de “no innovar”.
- El “no innovar” ¿no beneficiaba a los asentados?
- Aparentemente sí, porque no se los podía desalojar. Pero ¿cuáles eran las condiciones? Que las cosas queden como estaban: todas las casillas destruidas, menos dos. “Humanitariamente” autorizaba un baño para 150 familias. Sólo permitía una manguera, de las más pequeñas, para recibir agua y ninguna conexión eléctrica. Por otra parte, la policía entraba, salía, pedía los nombres de cada uno, controlaba, obliga a salir y a entrar por un solo paso rodeando el resto del terreno, lo cual hacía esto algo muy parecido a un campo de concentración. En el fondo, lo que el juez hacía era someter a la gente a un régimen de vida salvaje y a un desgaste permanente.
- ¿Cuáles fueron los- principales momentos de tensión antes de que se produjera tu arresto y el de los sacerdotes?
- El domingo 24 de septiembre vino una enorme cantidad de personal policial. Veinticinco patrulleros, camionetas, camiones de los que se utilizan para el traslado de presos, coches particulares, agentes de civil a los que se proveyó de garrotes. La medida que había dispuesto el juez, era controlar si se había respetado el “no innovar”. Lo lógico era enviar un funcionario del juzgado y no a tanta policía. Pero una vez más se intentó provocar que la gente se fuera. Y no sólo no se fue, sino que la gente desalojó a la policía. Luego el juez procesó a 256 habitantes por desobediencia y usurpación, le tomaban huellas digitales a todo el mundo, se tomaron todas las medidas en días inhábiles para evitar nuestro control. Todas estas acciones pretendían desmoralizar a la gente, y como no dieron resultado el juez determinó nuestra prisión para descabezar la posibilidad de defensa de la gente.
- ¿Cómo reaccionaron entonces los habitantes del “Agustín Ramírez”?
- Se sorprendieron, tuvieron un susto, pero ya el mismo domingo a la noche la gente hizo una asamblea y decidió quedarse. Se mantuvieron firmes, algunos que se habían ido, volvieron y esto fue muy importante. Comenzaron a organizar la solidaridad con los curas y el abogado presos. Dieron un verdadero ejemplo de resistencia.
- ¿De qué modo se ubica esta pelea en la lucha más general de nuestro pueblo?
- Estamos en una etapa de resistencia y de lucha contra un plan inmoral que viola todos los derechos humanos. Se aplica en Latinoamérica y en gran parte del mundo, estas pequeñas luchas son la demostración de que no se acabó la historia, sino todo lo contrario. La gente del asentamiento no son ni ideólogos, ni grandes militantes políticos. Son simple y sencillamente familias que, en su desesperación, decidieron tomar un terreno para vivir. Es un nivel mínimo pero muy importante de lucha porque es el escalón inicial para pelear por cambios sociales más profundos. Oscar Caminos
de Hermenegildo Sábat para "Realidad Económica N° 136 |