Wilde
tenía 44 años cuando en 1858, presentó esta tesis. En esos años era inusual que
un médico registrara su tesis doctoral tan tarde en su carrera, pero los
conflictos políticos, sociales, económicos que estaba atravesando Buenos Aires,
desde hacía varios años atrás, le habrán sido desfavorables, si bien su familia
no estaba enfrentada al rosismo (se la consideraba una familia federal) De
todos modos, esta demora, para el Quilmes de aquellos años lo benefició
sobremanera, a pesar de la irregularidad.
El
1851, había formado parte del Servicio Sanitario del Ejército Argentino a las
órdenes del general Justo José de Urquiza. A fines del años siguiente llegó a
la precaria aldehuela que era la ex Reducción de los Quilmes, después de haber
participado, el 3 de febrero, en la batalla de Monte Caseros, donde actuó como
cirujano y, quizá, la visión del horror de la guerra, y en este caso superior
por ser un enfrentamiento entre hermanos (si alguna vez los argentinos de las
distintas provincias nos sentimos realmente hermanados), fue lo que afirmó su
decisión de ejercer la medicina. Y trajo su propio botiquín; aún no había farmacia
ni farmacéutico en la vasta extensión del Pago.
El
14 de julio de ese mismo año había muerto su madre Leonora Marie Simonet
Lefebvre. Al año siguiente de su llegada, quizá alojado con alguna familia de
su amistad o en la casa de altos de los González Espeche, [1] lo
invitan a integrar la Comisión Directiva de las Escuelas con Tomás Flores y el
párroco Ramos Otero; de modo que ya se habían vislumbrado sus dotes de
intelectual humanista; por supuesto que se debía conocer que en 1845 había
publicado “El Silabario Argentino” para las escuelas de primeras letras.
Actúa
como médico hasta que en 1855, en que el Dr. Cueli,[2] lo
denuncia por no haber rendido la tesis habilitante. Indudablemente que,
previamente, se lo habrá advertido, pues nunca existió entre ellos enemistad
manifiesta, pero el tiempo pasaba y otras actividades lo distraen. El 27 de
enero de 1856, forma parte de la primera corporación municipal, en 1857 está
ocupado en la 5ᵃ edición del “Silabario Argentino”; y
en todo este tiempo debe haber trabajado en la tesis, pues a mediados de 1858,
llega este documento a la facultad de Medicina de Buenos Aires.
Eran
Catedráticos: presidente, el Dr. Francisco J. Muñiz, especialista de mugeres
(sic) y niños; vicepresidente 1° el Dr. Juan J. Montes de Oca, especialista en
clínica quirúrgica y operaciones (pariente de Ciríaca Montes de Oca, esposa de
don Andrés Baranda); 2° Dr. Martín García, especialista en nosografía[3] médica
(su padrino de tesis); 3° Dr. Teodoro Álvarez, especialista en nosografía
quirúrgica; tesoreros: Luis Gómez, especialista en materia médica, terapéutica,
higiene y arte de formular; el Dr. Nicolás Albarellos, especialista en medicina
legal, patología general y anatomía patológica; y el Dr. José M. Bosch,
especialista en clínica médica: secretario el Dr. José P. Lucena y sostitutos
(sic): Ventura Bosch, especialista en partos; Dr. Manuel A. Montes de Oca,
especialista en clínica quirúrgica y el Dr. Leopoldo Montes de Oca especialista
en nosografía quirúrgica (estos dos últimos hijos del anterior) Detallamos las
especialidades para destacar el amplio espectro médico que abarcaba la Facultad
de Medicina de Buenos Aires.
PADRINAZGO
Como
se menciona en la biografía de esta prócer quilmeño realizada por quien
suscribe y presentada en 2008, [4] a pesar
de lo que han afirmado algunos historiadores Domingo Faustino Sarmiento no fue
padrino de la tesis del Dr. Wilde, quizá le habrá dado un espaldarazo político,
pero las tesis médicas las apadrinaba un profesional de la medina. En este caso
fue padrino de la tesis de José Antonio Wilde don Martín García. Este
profesional era doctor en medicina y cirugía de la Universidad de Buenos Aires,
ex catedrático de nosografía quirúrgica, clínica quirúrgica y clínica médica.
Médico de la Facultad de Medicina, miembro de la Sociedad de Anticuarios de
Conpenhague, etc, etc. Hay una aclaración al pie de la post-portada “El padrino de Tesis no podrá tomar la
palabra en la discusión y su presencia se considera únicamente como un acto de
honor para el ahijado (Reglamento de la Facultad)”
DICE EN LA DEDICATORIA:
A los que guiaron mis pasos en la carrera de las Ciencias,
reconocimiento eterno.
Al estudioso joven D. Emilio García Wich,[5]
estimación y aprecio. Aceptad el respeto que profeso a vuestra reconocida
capacidad y talento.
Esta es la introducción (un texto laudatorio, casi
apologético, a la profesión médica)
SEÑORES
Venciendo
dificultades casi insuperables debidas a mi posición exepcional (sic); llenando
con la constancia el vacío de inteligencia, y alentado con la indulgencia que me
habéis dispensado en las diversas asignaturas, he alcanzado al día en que deba
someteros mi humilde trabajo, para optar el honroso título de Doctor en la
carrera más azarosa, mas difícil, y a la vez mas ingrata entre todas las
profesiones liberales.
En
efecto, la vida del Médico, desde el día en que empuña el escalpelo, para
esplorar (sic) con él el misterioso arcano que encierra el cuerpo humano, hasta
que desciende al sepulcro, no es sino una larga serie de sufrimientos, de
privaciones, de peligros y sinsabores.... Gastados sus mejores años en la
adquisición de vastos y profundos conocimientos, tiene que sufrir no solo la
crítica severa de los peritos, sino que todo el mundo se considera capaz de
juzgar sobre el desempeño de su profesión.
Todos
sabemos que Montaigne y Rousseau, filósofos, pero agenos (sic) de todo
conocimiento en Medicina, atacaron acremente a los Médicos. Todos conocemos
las sátiras prodigadas por Moliére a la Facultad. Voltaire ha dicho: “es cierto que el régimen vale más que la medicina; es
cierto que Moliére tuvo razón para burlarse de los Médicos etc.”
Aunque parece haberse arrepentido y correjido (sic) su falta cuando después se
ha expresado así: “Los hombres que se ocupan en dar la
salud a los demás hombres por los solos principios de la humanidad y la beneficencia, son
más que los grandes de la tierra, tocan
en la divinidad: conservar y reparar es tan bello como construir.”
No
hablamos del charlatán que cautivando con solo apariencias burla al fin las
esperanzas que la lijereza (sic) hizo abrigar, ni de aquel que sin una
educación competente, llego a obtener un título que jamás mereció alcanzar, y
con el que arroja una mancha indeleble sobre la más noble profesión. No, hablamos
de los verdaderos Médicos, de aquellos que consagran todo su tiempo, todas sus
vigilias, cuanto Dios les ha concedido de fuerza, de inteligencia, de
voluntad, para atesorar conocimientos; esos son los hombres realmente útiles y
que nadie puede reemplazar en su alta é importante misión.
El
Médico, Señores, no es solo útil para curar las
enfermedades; lo es también para prevenirlas por sus
oportunos consejos, lo es para suavizar los tormentos del infeliz a quien un
mal incurable arrastra a la tumba, a pesar de los esfuerzos del arte y los
poderosos recursos de la naturaleza, juiciosamente segundados por él, su
ministro.
Oigamos
a Cabanis demostrando la utilidad de la profesión con relación a la
conservación de los individuos. “Una familia desolada, amigos heridos de una
consternación profunda, os piden el objeto de sus afecciones; vosotros se lo
volvéis ¿no eréis (sic) a sus ojos un ángel de salvación? Cuando reanudáis el
lazo de felicidad entre dos seres necesarios el uno para el otro, próximos a
separarse para siempre, no es solamente la vida de aquel que vuestros desvelos
han salvado; son dos coronas cívicas que merecéis a la vez. ¿Y, qué digo? ¿No hacéis
en cierto modo más que la mano nos llama de la más a la vida? ¿Conservar a la
patria sus útiles servidores, prolongar los actos de beneficencia, las
inspiraciones del genio y el ejemplo de la virtud, no es la acción más noble y
la más meritoria ante las naciones y el género humano?”
¿Quién
no ha presenciado por, ejemplo un, accidente imprevisto de los que suceden con
tanta frecuencia? Un hombre es atropellado por un carruaje o arrojado por su caballo, cae de un andamio ó dentro de
un pozo. ¡Cuánta confusión y desorden; todos se atropellan y hablan juntos,
todos disponen y al fin nadie sabe qué hacer. Aparece un Médico, la escena
cambia, cesa la confusión, su autoridad impone, a su voz, del caos brota el
orden, el trabajo se organiza, sus determinaciones son oportunas, sus auxilios
eficaces, y se arranca una víctima más una víctima más a la muerte!
Pero la Medicina no consta solo de la
terapéutica; la higiene con que se previenen y evitan las enfermedades no es
menos que el poderlas curar.
Por otra parte, si dejando de estudiar
al hombre como individuo
y como especie, lo consideramos como miembro del
cuerpo social, le vemos precisar a cada paso do socorros médicos. La sociedad
exije (sic) cada día, tanto en su esfera administrativa, como en su esfera
judicial y lejislativa (sic), trabajos cuya realización hace indispensable el
concurso del Médico ilustrado.
Si
volvemos hacia la administración de justicia civil, hallamos de nuevo al Médico
estrechamente ligado a los más caros intereses del ciudadano. Como, en efecto,
sin su concurso y con conocimiento de causa, determinar el momento de la
concepción o de la muerte en materias de supervivencia, constatar un error de
sexo, pronunciar sobre el estado mental de un individuo, estatuir sobre su
interdicción o sobre anulación por demencia de alguno de sus actos.
El
rol que el Médico es llamado a
jugar en la jurisprudencia criminal no es menos esencial y conspicuo; sea que
auxilie al Juez en sus pesquisas para del descubrimiento de un culpable o que
le ayude a desvanecer injustas prevenciones que pesen sobre la frente de un
inocente. Con sus investigaciones ilustradas, infatigables, es que la justicia
ha podido, centenares de veces, poner de manifiesto el cuerpo del delito,
cuando el asesino se lisonjeaba que la tierra habría ocultado para siempre su
crimen.
¿Habrá
que indicar su utilidad ocupando un puesto en las Corporaciones Municipales,
proponiendo precauciones y medidas de salubridad pública? ¿Habrá que señalar
la importancia de la intervención del Médico en la confección de las leyes?
¿Las leyes y las costumbres no se hermanan? ¿No es de su unión que emana la felicidad
de los pueblos?
He
dicho que la carrera a que me honro pertenecer, era de las más difíciles y a la
verdad, inmensas son las dificultades que acercan a la profesión, mayores que
en ninguna otra ciencia de observación. Si el arte se aprovecha de los descubrimientos
que hace la ciencia, ésta a su vez se enriquece por las aplicaciones que hace
el arte. La ciencia marcha siempre, no decimos por eso que siempre avanza,
pero, sean cuales fueran sus evoluciones, forzoso es seguirla y no abandonarla un
solo instante, pues por poco que uno se desvíe, los lazos que a ella nos unen
se rompen y sus cabos son demasiado cortos pura reanudarse fácilmente… ¿No se
concibe pues, cuan difíciles seguir el paso de una maquina cuyos movimientos son tan continuos, tan rápidos y tan
variados?
No
hay una teoría en medicina, por insostenible que sea en su conjunto, que no tenga
algo de verdadera y por lo tanto de útil. Al Médico toca profundizarlas todas
para poder apropiarse lo bueno y desechar lo inútil ¡Qué trabajo largo y
difícil de realizar!
De
todos los problemas que pueden presentarse al espíritu humano, ninguno hay mas
compexo (sic) que una enfermedad, ninguno cuyos elementos sean más diversos, más
variados, cambiando, no solo según cada caso individual, sino en un caso dado,
cada día, cada hora, cada minuto, sin que el más leve de sus elementos, pueda
dejarse de valorar ¡Qué fuerza de atención, qué poder de inducción, qué ardor
de penetración, qué sagacidad de análisis no presuponen esa multitud de datos
para arribar a una solución completa de la cuestión que concurren a formar!
¿Hay una sola profesión liberal que exija esfuerzos del ánimo, más constantes,
mas sostenidos?
Sigamos
al Médico en la práctica
y veamos cuantas dificultades le rodean allí. Arbitro supremo de la vida de sus
enfermos, omnipotente al lado del lecho del Soberano, como en la choza del proletario,
es de un golpe de vista justo o falso, de un juicio verdadero o erróneo, de una
prescripción oportuna o intempestiva, que puede depender la existencia de un
hombre, el porvenir de una familia, la suerte de una nación! ¡Qué misión
difícil, qué inmensa responsabilidad!
¿Pintaré su
actitud en esas épocas nefandas en que epidemias mortíferas invaden un país,
trayendo con la muerte, el espanto y la desmoralización?... ¡Cuánta fuerza de
voluntad y dominio propio no se precisa para salvarse del terror genera; para
estudiar con calma el origen, la naturaleza, la marcha del mal y determinar los
medios de detener su progreso, atenuar su violencia, conjurar sus efectos!
¡Qué amor a la ciencia y a la humanidad para permanecer imperturbable en medio
de los peligros que lo rodean: cuanta abnegación para olvidarse de sí mismo,
para consagrarse solo a la salvación de sus conciudadanos! Pues bien. En esos
flagelos horrendos en que el espanto reina; en que todo el que puede huir,
huye; solo el Médico, sin desconocer el poder inmenso de este nuevo enemigo, se
precipita a su encuentro, impaciente de verse de cerca y de medir con él sus
fuerzas; y en esta notable arena, no han sido los Médicos Argentinos, ni los
menos intrépidos en enrostrar, ni los menos felices en combatir.
Veámoslo
siguiendo los Ejércitos, tomando parte en los sucesos de la guerra: luchando
contra obstáculos infinitos, la apatía de los unos, el mal querer ó la ignorancia
de los otros, la falta de los objetos más indispensables y venciendo solo a
fuerza de genio, de zelo (sic) y perseverancia, desafiando a par del soldado
los peligros del campo de batalla, asociado a las privaciones, a las fatigas,
de las miserias, a los peligros de la carrera de las armas participando de
todo… menos de las recompensas y las glorias!
En nuestros
ejércitos improvisados las más veces a la lijera (sic) y en medio de la confusión
de circunstancias apremiantes, lo último en que se piensa es en el Médico y en
lo necesario para el desempeño de sus importantes atribuciones. Su posición ha
mejorado últimamente es verdad, pero está lejos aún de lo que debería ser.
Nuevas
dificultades le aguardan en la práctica civil. En el ejercicio de su profesión,
el Médico tiene relación y contado con personas de diferentes edades, condiciones,
conocimientos y civilización. Para tener suceso es preciso agradar, o si no, ¿cómo
poder satisfacer a la vez tantas opiniones encontradas, tantas voluntades diversas;
conciliar tantas exijencias (sic) opuestas y uniformar tantos gustos contrarios?
Pero
réstanos ver que es también de todas las profesiones la más ingrata. En cambio
de las fuertes garantías de saber, de probidad, que la sociedad exije del que
ejerce la Medicina ¿cuál es la retribución que lo ofrece; las ventajas que le
concede, los testimonios públicos que le acuerda? ¿Cuál la perspectiva que le
brinda para cuando prematuramente envejecido por las fatigas, agoviado (sic) de
enfermedades adquiridas en su servicio no puede ejercer ya su profesión? Nada,
absolutamente nada; y mientras se colman de honores y riquezas a las artes
frívolas, para los trabajos del Médico solo hay una mezquina retribución acordada
muchas veces do mala gana.
¿Cuáles
son los premios, las pensiones que los Gobiernos acuerdan a los antiguos
servidores, a los veteranos de la ciencia, encanecidos en servicio de la Patria
y de la humanidad? Si a pesar de sus conocimientos y asiduidad no han sido afortunados
en su penosa carrera; si no han hecho una fortuna, los hijos de esos hombres
eminentes quedan en la horfandad (sic) y la miseria… Tiempo es que los
gobiernos piensen en acordar estas remuneraciones, no como una gracia, sino como
un deber imprescindible.
Eso
en cuanto a lo material; en cuanto a lo moral, resalta aun más lo ingrato de la
profesión; hablo de la profesión colectivamente, pues no desconozco la alta y
bien merecida distinción que se hace de las cualidades personales de muchos de
sus miembros.
A
pesar de haber tan pocas, tan sumamente pocas personas capaces de pronunciar
con conocimiento de causa, en materias de medicina, todo el mundo se considera
apto para juzgar. Desde el más alto
hasta el más humilde censurado con aplomo el proceder del Médico.
Cabanis, a esto respecto so expresa
así: “Las gentes quieren estar en todo lo que da asunto para conversaciones. Se
habla de enfermedades y Médicos pretender conocer en aquellos y juzgar a estos:
Esta fiebre ha sido mal tratada; se ha hecho esto, debería de haberse hecho lo
otro; si se hubiere empleado tal medicamento se habría salvado la enfermo”.
Este es el lenguaje que so emplea a cada paso; aun mas allá se llevan las
injustas ofensas. Vosotros mismos, Señores, que hoy sois mis jueces, cuanto
habréis sufrido en el flagelo que acaba de desaparecer! ¡Cuántas invenciones insensatas
de asesinatos y envenenamientos, llegando a pronunciarse, por
el vulgo, esa blasfemia, hasta sobre la tumba recién abierta, de la víctima a
quien el cumplimiento de sus deberes y el amor a la ciencia arrancó de entre
vosotros dejando un vacío no fácil de llenar!... Por temerario, por injurioso
que sea a la razón, pues es ultrajar a la razón juzgar sobre lo que se ignora,
ved ahí la justicia de la sociedad para con los Médicos.
Fuerza es confesarlo, todos los Médicos
no son irreprochables, se encuentran algunos indignos del título que llevan.
Pero son pocos, muy pocos en el día, y lo serán cada vez menos gracias a
vuestras luces, a vuestro empeño, a las mejoras, al perfeccionamiento entre
nosotros en todos los ramos de la educación médica.
Tampoco hay suficiente unión en el
Cuerpo Médico. Los zelos (sic), esa miserable pasión que no debería llegar
hasta los hombres de talento, se filtra entre sus elementos y le corroe. ¿A
qué sordas intrigas, a qué ineptas críticas, a qué bajas denigraciones, no se
ha visto descender, algunas para empañar una gloria que los ofusca, o abatir un
renombre que les causa envidia? Al inculcar sobre las afecciones, las
dificultades y la utilidad de la profesión, no me ha guiado ningún sentimiento
de aquellos que nos inducen a exajerar (sic) la importancia de los trabajos a
que consagramos nuestra vida, el cuadro trazado es muy imperfecto y muy lejos
es la de abrasar (sic) todas las penas que envuelve… Pero no se crea, sin
embargo, que todo es espinas y dolores, no; la profesión tiene sus goces nobles
y elevados, dignos de ella, en fin. Preocupado
de una sola idea, la humanidad, el verdadero Médico no conoce esa sed de vanas
distinciones y tristes ambiciones que atormentan en l sociedad y cuanto más
dignos se crean del reconocimiento público, tanto mejor pueden pasarse sin él. La
conciencia del bien que hacen, los goces que han esparcido, las heridas que
han cicatrizado, los dolores que han calmado, los consuelos que han prodigado
al infeliz para quien los recursos del arte eran ya impotentes, indemnizan con
usura, el desprecio del ignorante, los ultrages (sic) de la calumnia, las sátiras
del necio, la indiferencia del poder, el olvido y abandono del ingrato. La
gratitud del padre cuyo hijo se ha salvado, las bendiciones de una madre que
estrecha contra su seno el fruto de su amor que creía perdido, llena al corazón
del más dulce deleite.
Terminaremos
con las palabras de Fallot: “Un noble orgullo fundado en que ninguna profesión
puede rivalizar con la suya; un valor indomable, pronto a desafiar todos los
odios, todos los peligros que el deber le exije (sic); una libertad de
principios y de pensamientos que no retrocede ante ninguna otra autoridad que
la de la razón; una independencia de carácter basada en el valor del espíritu
que no abdica, ni ante las caricias ni ante los rigores de la opinión; un
ardiente amor a la ciencia; una devoción sin límites a la humanidad, que no
retrocede ante ningún sacrificio; una probidad e insensibilidad a todos los
atractivos reunidos a su alrededor para corromperle.” Tales son en efecto las
fuentes de donde el Médico bebe su felicidad, ellas corren puras y abundantes,
al abrigo de los embates de la suerte, de las vicisitudes y caprichos de la
multitud.
IMPORTANCIA DEL ACEITE DE HÍGADO DE
BACALAO, ESPECIALMENTE EN LA TISIS PULMONAR
I
El
aceite de hígado de bacalao
ha sido preconizado sucesivamente en el tratamiento de casi todas las
enfermedades que afligen al género humano. Pero el escepticismo no es un crimen
en Medicina, y sin que esto importe revelarnos contra autoridades en la
ciencia, no podemos empero aceptar sin examen sus doctrinas.
Nosotros
rechazando todo medicamento universal,
con que se pretende curar las afecciones mas opuestas, no acordamos semejante
latitud al agente que recomendamos; peto reconocemos su benéfica influencia y
su inmenso poder en casos determinados.
Recordaremos
solamente que los partidarios de las sangrías veían morir anémicos a sus
enfermos y en medio de su entusiasmo ciego, decían que habían sucumbido porque
no se les había sangrado lo bastante. La medicina curativa de Le-Roy,
se propinaba en cantidades fabulosas y sus adeptos esclamaban (sic) satisfechos
que el paciente habría sanado si hubiera alcanzado a tomar siquiera doscientas
tomas más. Ambos medios eran buenos, pero llenando sus indicaciones
especiales, y no aplicados a todos los casos indistintamente.
Esta
generalización pues, que ha
querido hacerse del aceite de hígado de
bacalao, ha perjudicado su crédito, por haber
fracasado en enfermedades en que jamás podía dar resultados y esto mismo habrá
contribuido a restringir sin duda su uso en aquellos casos en que administrándose
con mayor constancia habría probado su inmensa utilidad.
…
… …
ADENDA
Obtuve este documento invalorable gracias a la intervención del historiador quilmero de Bernal Alejandro Gibaut que me anotició que en la librería "Los siete pilares", librería anticuaria, ubicada en el Pasaje Tres Sargentos 422 PB de la CABA, (http://www.7pilares.com.ar/) donde tienen libros raros, primeras ediciones, autógrafos, fotografía antigua, bibliografía, libros dedicados estaba el libro original de la tesis del Dr. Wilde y allá me fui veloz y pude adquirirlo en cómodas cuotas mensuales por la amabilidad de Héctor su propietario. Otro logro para quien se asumió (modestia aparte) biógrafo emérito de este prócer de nuestra viejo Quilmes, cuya nueva información se sumará a la segunda edición de "Dr. José Antonio Wilde - Médico, Periodista y Educasdor Quilmeño - 1814-1885"
Compilación, tipiado e investigación Prof. Chalo Agnelli
Ver en EL QUILMERO del viernes, 24 de
enero de 2020 “Nueva Bibliografía para la
Historia de Quilmes”
NOTAS
[1] Ver en EL QUILMERO del miércoles, 15 de mayo de 2019 “Los Echagüe –
Cuitiño”. Y en el del lunes, 8 de julio de 2019, “Lupercia María Córdova – El Hotel La Amistad”
[2] Ve en EL QUILMERO del lunes, 19 de diciembre de 2016, “Dr. Fabián Cueli (1817-1882) Primer Médico De
Quilmes - Apuntes Biográficos” (colaboración)
[3] Descripción y clasificación de las
enfermedades.
[4] Agnelli, Héctor Chalo (2008) Dr. José Antonio
Wilde – Médico, periodista y educador quilmeño (Biografía) 1814-1885 Ed.
Jarmar. Quilmes.
[5] Emilio García Wich (1832-1868) Se recibió de
médico con la tesis La fiebre amarilla es una enfermedad local” presentada en
la Universidad de Buenos Aires en 1851 y publicada en 1860