Craviotto fue un incansable investigador. La cantidad de artículos y documentos históricos de su factura que constantemente encontramos en periódicos, revistas y folletos de instituciones locales y nacionales de toda índole, es asombroso. EL QUILMERO, intenta recuperar esos trabajos que de otro modo quedarían olvidados en el tiempo y conservan un valor documental incalculable. Siempre es bueno también retrotraernos a nuestras Malvinas y no esperar sólo las fechas aniversario o conmemorativas.
“Si no hubiese buques americanos (léase estadounidenses) en estos mares, la gente de Buenos Aires nunca tendría un buque en los mares de la Patagonia o magallánicos, pues entre todos no hay ingenio, atrevimiento o coraje suficientes para apoderarse de una foca o de una ballena”. Así escribió el Encargado de Negocios de los Estados Unidos, Francis Baylies, desde Buenos Aires, el 24 de julio de 1832, al Ministro de Relaciones Exteriores de su país, Edward Livingston, en determinado momento de su desastrosa intervención en el asunto Malvinas. Si el capitán Carlos Timblon hubiese podido enterarse de esas palabras, habría dicho, anticipándose a don Laguna: “¡Canejo!... ¿Será verda? ¿Sabe que se me hace cuento?” Porque él, con la polacra argentina San Juan Nepomuceno, de 21 metros de eslora y 65 toneladas, matriculada en Buenos Aires el 21 de octubre de 1871, había navegado muchas veces por aguas del sud, en busca de cueros de lobos marinos.
La Gazeta de Buenos Aires registró varias de sus salidas o entradas a puerto, en setiembre, octubre y diciembre do 1818; agosto de 1819; febrero de 1820; en el número del 1º de marzo de ese año, dice que “entró a Buenos Aires la polacra nacional San Juan Nepomuceno al mando del capitán Carlos Timblon con cargamento de 14.000 cueros de lobo”, y para ratificar la noticia, en nuestros días la Enciclopedia Británica en el tomo XX, página 243 de la edición Chicago, 1844, certifica en su artículo Seal fisheries: “One of the earliest recorded landings was that of the argentine ship Juan Nepomuceno which brougt in 13.000 skins in 1820” (Pesquerías de focas: Uno de los primeros desembarcos registrados fue el del buque argentino Juan Nepomuceno que en 1820 trajo 13.000 cueros)
En las dos primeras décadas del siglo pasado, Buenos Aires fue un importantísimo centro comercial de pieles de lobo y focas; el San Juan Nepomuceno no andaba solo por aguas del sud, desde 1810 hasta 1827 quedan registradas las actividades foqueras de los siguientes buques argentinos: Espíritu Santo, Pescadora, Concepción, San Pedro, San José y Animas, Carmen de Patagones, Director, Campanera, Carmen, Mercurio, Jesús María, Neptuno, Despecho, Vicente, Fenwick y Antílope.
Habría que cantarle al diplomático Baylies unas estrofas que el paisano Simón Peñalva recitaba en 1833: “Pues amigo, si tal piensa, fieramente se engañó”. [1]
Hasta aquí se ha hablado de cantidad; falta explicar la procedencia de los cueros de foca; podría creer el diplomático que se obtenían por ahí cerca.
A mediados de 1818, el bergantín foquero estadounidense Hersilia navegaba, cazando focas y lobos, en procura del cabo de Hornos; su comandante, capitán J. P. Sheffield, llevó el buque hasta el archipiélago malvinense donde dejó al segundo, N. Brown Palmer con algunos hombres, para refrescar víveres y agua dulce, mientras continuaba su navegación y caza. Poco después de haber zarpado el Hersilia llegó al mismo fondeadero el bergantín foquero argentino Espíritu Santo; Palmer, con un bote, se acercó al buque recién arribado y lo piloteó hasta el lugar de anclaje.
Por el comandante del buque porteño supo Palmer que se dirigía al sud, a un lugar donde abundaban las focas, lugar que conocía desde años anteriores y cuya posición geográfica no quería divulgar. Luego, el Espíritu Santo, habiendo embarcado agua dulce, abandonó el fondeadero, salió aguas afueras y emprendió navegación hacia el sud. Tres días después regresó el HersiIia y Palmer refirió el hecho al capitán Sheffield, aconsejándolo, seguir el rumbo del Espíritu Santo y descubrir el lugar donde hacía su caza.
El capitán Sheffield, que tenía gran confianza en su segundo lo escuchó y pocos días después descubrió las Shetland del Sur, desconocidas por esta época en la América del Norte. “El Espíritu Santo estaba anclado allí, y su tripulación no quedó poco sorprendida al ver llegar el brick; pero su admiración por la habilidad de Palmer fue tal que ellos mismos contribuyeron al cargamento del brick, que regresó a Stonington, su puerto de matrícula en Estados Unidos, con 10.000 de las más hermosas pieles”. Tal dice Edwin S. Balch, en un artículo publicado en “Antartic addenda” aparecido en el “Journal of the Franklin Institute”, número de febrero de 1904, publicado en Washington. En el mismo, no se sabe si admirar las 10.000 hermosas pieles; la sorpresa de los tripulantes argentinos, su admiración por Palmer o el encantador desparpajo con que Balch descubre lo ya descubierto.
Al año siguiente, Palmer ya manda un buque, el balandro Hero; con él, llegan al fondeadero del año anterior los siguientes foqueros norteamericanos: bricks Frederick y Hersilia, capitanes Pendleton y Sheffield; goletas Express y Free Gift, capitanes Williams y Dumbar. En cuanto al Espíritu Santo, que andaba por Malvinas, fue comprado para la escuadra francesa, en reemplazo de la Uraníe allí naufragada, por el explorador y navegante Freycinet; recibió el nombre de La Physicienne; el cambio de bandera se hizo en presencia del teniente coronel Jewit, comandante de la fragata Heroína, de la marina de guerra argentina, de guardia en aquellas islas, en abril de 1820.
El lugar donde la Hersilia encontró al Espíritu Santo, que éste buque conocía desde años anteriores, es el puerto Foster, en la isla Decepción; precisamente, pasada la emulación de los dos faros argentinos que demarcan hoy su entrada, se llega a la antigua caleta de los Balleneros, cuyo nombre explica toda la actividad de una época.
Edwin S. Balch, para documentar su artículo en parte transcripto así como otros sobre el mismo tema, tomó datos de los libros de a bordo del Hersilia, de varias cartas y otros manuscritos que pertenecieron al tío de la persona que le facilitó esa documentación; esa persona era la señora R. Fanning Loper y el tío nada menos que el capitán Nathaniel B. Palmer, segundo comandante del Hersilia quien en los últimos meses de 1818 trabó conocimiento en Malvinas con el comandante del Espíritu Santo, de donde surgió el viaje a la isla Decepción.
El explorador antártico Charcot escribió que Palmer estuvo en aquella isla a fines de 1818 y por lo tanto antes que el inglés William Smith, que lo hizo - si realmente fue cierto - en febrero de 1819, y dijo: “que los marinos argentinos conocían dicho archipiélago y frecuentaban la región mucho antes que los exploradores británicos tuvieran noticia de su existencia. Así, pues, los primeros conocedores de las tierras antártica que se tiene noticia fueron marinos argentinos”.
A pesar de que Balch escribió en 1904 á Charcot entre 1906 y 1912, otro escritor, Lawrence Martin, en octubre de 1940 publicó en Geographical Review un artículo: “Antártica descubierta por un yankee de Connecticut, capitán Nathaniel. B. Palmer”; pero, dejando de lado el macanazo, como dijera Miguel Cañé [2] y volviendo al matasiete. Baylies podríamos endilgarle con Paulino Lucero: “de balde va con bravatas, crealó, por su difunta”.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
Sarmiento, el escritor que describió el rastreador, el baquiano y otros criollos de la campaña argentina, en algunas oportunidades, durante su vuelta a Buenos Aires embarcado en el Merrimac, escribió sobre aspectos del mar con referencias pampeanas; así, el 27 de julio de 1868: "Una bandada de toninas, los potros de esta pampa, brincando a proa”: luego, el 29: "dos lindos delfines, acompañan jugueteando al lado del vapor, lo mismo que los perros, que por festejo corren al lado del caballo”.
Ya presidente de la República, contrató el servicio de vapores a la costa sud. Reglamentó la extracción de guano de su costa y su exportación: creó aduanas en aquellos puertos y luego el servicio de buques-correo. Fundó la Escuela Naval para que otros gauchos pasaran a los timoneles; bien pronto lo hicieron en uno de los buques de la escuadra creada juntamente con la Escuela Naval, y durante una memorable campaña hidrográfica y de asiento y afirmación de la Soberanea en el sud, los aspirantes de la primera promoción rindieron sus primeros exámenes en aguas australes, en la latitud de Santa Cruz. Pocos años después, aquellos aspirantes y sus sucesores, ya oficiales, cumplieron una abnegada y silenciosa tarea de estudios hidrográficos y en 1902, las cartas de navegación de los canales fueguinos y aguas australes, de exclusiva procedencia argentina, fueron puestos a disposición de la navegación mundial.
Insistiendo una vez más en el pobre mister Francis Baylies para colocarlo en su justo lugar, habría que decirle, con el viejo Viscacha: ‘‘Ansina vos ni por broma - quieras llamar la atención - nunca escapa el cimarrón - si dispara por la loma”.
FUENTES QUE TOMA CRAVIOTTO
(Notas y subtítulos del compilador)
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