Por Juan C. Benavente e
Italo Nonna
Perspectiva Sur 1 de junio de 2015
Queda el sueño de unos muchachos que aceptaron y desafiaron
el sueño de volar, quizá tan antiguo como el primer hombre que fue consciente
del vuelo de los pájaros.
El Club de Planeadores Quilmes (CPQ), formado a mediados de
la década de 1950 por un puñado de adolescentes del Colegio Nacional de
Quilmes, comenzó su actividad de vuelo años después. En el aeródromo de Quilmes
se hicieron grandes festivales aéreos y sociales, hasta que en los años ´70, el
club fue mudando de sede hasta su extinción. El tramo final de esta aventura
aérea de aquellos emprendedores quilmeños.
La actividad aérea regular del CPQ, con material de vuelo propio, comenzó en
Quilmes en la década del ´60, aunque desde la década anterior el club realizó
importantes festivales aéreos en las instalaciones de la ex - IMPA, en el
aeródromo de Quilmes.
En tanto, en las instalaciones que le cedió la Fuerza Aérea en el aeródromo
quilmeño, el CPQ utilizó un hangar para guardar aviones y planeadores, y un
pañol para materiales.
Para dar cuenta de la dinámica actividad desplegada por los volovelistas de
Quilmes, basta mencionar un dato: Emilio Alonso, uno de los pilotos
remolcadores realizó 38 remolques en un sólo día. En su momento más encumbrado,
la escuela contó con 25 alumnos en actividad.
Pero a la par del vuelo, el CPQ continuó su tarea de divulgación aeronáutica
brindando charlas en colegios de la zona y haciendo exposiciones con material
de vuelo propio en pleno centro de Quilmes, durante la conmemoración de la
Semana Aeronáutica.
CONCIENCIA
AERONÁUTICA
Los medios locales solían informar las actividades del club, lo que
contribuía a expandir la "conciencia aeronáutica" y a promover la
actividad, anhelos de los fundadores del club.
Entre los cientos de personas que pasaron por el CPQ, los aviadores recuerdan a
una familia de pilotos, formados en Quilmes, y que continuaron y evolucionaron
en la actividad, incluso teniendo participación destacada en competencias internacionales
de volovelismo. Se trata de Fernando Repicky, su esposa Irene y la hija de
ambos, quienes continuaron volando en el Club Albatros, en San Andrés de Giles.
Otro personaje rememorado es el ingeniero Teodoro Altinger, que comenzó a
construir un prototipo biplaza en el club y fue uno de los pioneros en la
utilización de materiales compuestos (fibra de vidrio y fibra al carbono) para
la construcción de planeadores. Altinger es oriundo de Alberti, provincia de
Buenos Aires, y actualmente trabaja en Paraná.
EL OCASO Y LAS
PEREGRINACIONES
El entusiasmo y el impulso arrollador de los jóvenes quilmeños, tuvieron
también sus graves pesares. El primer gran golpe para el club ocurrió en la
mañana del 14 de abril de 1965, cuando tras realizar un vuelo de remolque, y al
efectuar un viraje escarpado, el avión remolcador Ranquel cayó a tierra en el
TRQ muriendo su piloto, Juan J. Muhldorfer, de 25 años de edad, hijo de un
directivo de la Cervecería Quilmes. Entre los miembros del club el impacto
emocional fue fuerte, pero la actividad continuó.
Hacia fines de los años ´60, sin embargo, y con el creciente tráfico del
Aeroparque de Buenos Aires, comenzaron los verdaderos problemas para el CPQ.
Cierta vez, uno de los pilotos recuerda que un avión de transporte de pasajeros
DC-6 pasó cerca de un planeador del club_ La experiencia no fue agradable para
el volovelista, sacudido por el torbellino de las hélices del avión, casi como
si un barco pasa cerca de un bote.
La razón decisiva del ocaso del club en Quilmes no fue el accidente sino el
tráfico aéreo de Buenos Aires. Inexorablemente, el CPQ comienza la mudanza a
comienzos de la década de 1970; el primer destino fue Brandsen, donde con gran
esfuerzo por la distancia, alcanzaron a levantar hangares. Todo parecía bien allí
hasta que fueron desalojados del sitio por la instalación de un Parque
Industrial.
Tras ello, se hacen de un lugar en Ranchos, donde nuevamente levantan hangares,
pero están muy lejos de su "cuna" quilmeña. La gente de Quilmes
comienza a disgregarse acosados por la distancia, y muy poca gente del lugar se
suma al club, lo que debilita la empresa.
Finalmente, el CPQ guarda sus alas. Más aún, se desprenden de ellas. Según el
propio estatuto lo que era propiedad del CPQ se vende y el dinero se destina a
los Bomberos Voluntarios; las máquinas cedidas por el Estado vuelven a él y son
distribuidas en otros aeroclubes. Algunos pilotos continúan volando en otros
lugares.
En la memoria queda esa enorme experiencia de un puñado de quilmeños, de una
historia que, como toda historia, transforma y vuelve dialécticamente a los
hombres que la hicieron o deja abiertas las puertas a quienes acceden a su
relato. Y quedan lo vivido, los amigos y los recuerdos como fértil terreno
viviente.
Queda el sueño de unos muchachos que aceptaron y desafiaron el sueño de volar,
quizá tan antiguo como el primer hombre que fue consciente del vuelo de los
pájaros. Un sueño que ha lanzado a la humanidad, lentamente, a salir de su gran
casa.
1 comentario:
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