sábado, 21 de marzo de 2020

IMPORTANCIA DEL ACEITE DE HÍGADO DE BACALAO TESIS DEL DR. WILDE - 1858


Wilde tenía 44 años cuando en 1858, presentó esta tesis. En esos años era inusual que un médico registrara su tesis doctoral tan tarde en su carrera, pero los conflictos políticos, sociales, económicos que estaba atravesando Buenos Aires, desde hacía varios años atrás, le habrán sido desfavorables, si bien su familia no estaba enfrentada al rosismo (se la consideraba una familia federal) De todos modos, esta demora, para el Quilmes de aquellos años lo benefició sobremanera, a pesar de la irregularidad.
El 1851, había formado parte del Servicio Sanitario del Ejército Argentino a las órdenes del general Justo José de Urquiza. A fines del años siguiente llegó a la precaria aldehuela que era la ex Reducción de los Quilmes, después de haber participado, el 3 de febrero, en la batalla de Monte Caseros, donde actuó como cirujano y, quizá, la visión del horror de la guerra, y en este caso superior por ser un enfrentamiento entre hermanos (si alguna vez los argentinos de las distintas provincias nos sentimos realmente hermanados), fue lo que afirmó su decisión de ejercer la medicina. Y trajo su propio botiquín; aún no había farmacia ni farmacéutico en la vasta extensión del Pago.
El 14 de julio de ese mismo año había muerto su madre Leonora Marie Simonet Lefebvre. Al año siguiente de su llegada, quizá alojado con alguna familia de su amistad o en la casa de altos de los González Espeche, [1] lo invitan a integrar la Comisión Directiva de las Escuelas con Tomás Flores y el párroco Ramos Otero; de modo que ya se habían vislumbrado sus dotes de intelectual humanista; por supuesto que se debía conocer que en 1845 había publicado “El Silabario Argentino” para las escuelas de primeras letras.
Actúa como médico hasta que en 1855, en que el Dr. Cueli,[2] lo denuncia por no haber rendido la tesis habilitante. Indudablemente que, previamente, se lo habrá advertido, pues nunca existió entre ellos enemistad manifiesta, pero el tiempo pasaba y otras actividades lo distraen. El 27 de enero de 1856, forma parte de la primera corporación municipal, en 1857 está ocupado en la 5 edición del “Silabario Argentino”; y en todo este tiempo debe haber trabajado en la tesis, pues a mediados de 1858, llega este documento a la facultad de Medicina de Buenos Aires.
Eran Catedráticos: presidente, el Dr. Francisco J. Muñiz, especialista de mugeres (sic) y niños; vicepresidente 1° el Dr. Juan J. Montes de Oca, especialista en clínica quirúrgica y operaciones (pariente de Ciríaca Montes de Oca, esposa de don Andrés Baranda); 2° Dr. Martín García, especialista en nosografía[3] médica (su padrino de tesis); 3° Dr. Teodoro Álvarez, especialista en nosografía quirúrgica; tesoreros: Luis Gómez, especialista en materia médica, terapéutica, higiene y arte de formular; el Dr. Nicolás Albarellos, especialista en medicina legal, patología general y anatomía patológica; y el Dr. José M. Bosch, especialista en clínica médica: secretario el Dr. José P. Lucena y sostitutos (sic): Ventura Bosch, especialista en partos; Dr. Manuel A. Montes de Oca, especialista en clínica quirúrgica y el Dr. Leopoldo Montes de Oca especialista en nosografía quirúrgica (estos dos últimos hijos del anterior) Detallamos las especialidades para destacar el amplio espectro médico que abarcaba la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
PADRINAZGO
Como se menciona en la biografía de esta prócer quilmeño realizada por quien suscribe y presentada en 2008, [4] a pesar de lo que han afirmado algunos historiadores Domingo Faustino Sarmiento no fue padrino de la tesis del Dr. Wilde, quizá le habrá dado un espaldarazo político, pero las tesis médicas las apadrinaba un profesional de la medina. En este caso fue padrino de la tesis de José Antonio Wilde don Martín García. Este profesional era doctor en medicina y cirugía de la Universidad de Buenos Aires, ex catedrático de nosografía quirúrgica, clínica quirúrgica y clínica médica. Médico de la Facultad de Medicina, miembro de la Sociedad de Anticuarios de Conpenhague, etc, etc. Hay una aclaración al pie de la post-portada “El padrino de Tesis no podrá tomar la palabra en la discusión y su presencia se considera únicamente como un acto de honor para el ahijado (Reglamento de la Facultad)”
DICE EN LA DEDICATORIA:
A los que guiaron mis pasos en la carrera de las Ciencias, reconocimiento eterno.
Al estudioso joven D. Emilio García Wich,[5] estimación y aprecio. Aceptad el respeto que profeso a vuestra reconocida capacidad y talento.
Esta es la introducción (un texto laudatorio, casi apologético, a la profesión médica)
SEÑORES
Venciendo dificultades casi insuperables debidas a mi posición exepcional (sic); llenando con la constancia el va­cío de inteligencia, y alentado con la indulgencia que me habéis dispensado en las diversas asignaturas, he alcan­zado al día en que deba someteros mi humilde trabajo, para optar el honroso título de Doctor en la carrera más azarosa, mas difícil, y a la vez mas ingrata entre todas las profesiones liberales.
En efecto, la vida del Médico, desde el día en que empuña el escalpelo, para esplorar (sic) con él el misterioso arcano que encierra el cuerpo humano, hasta que descien­de al sepulcro, no es sino una larga serie de sufrimientos, de privaciones, de peligros y sinsabores.... Gastados sus mejores años en la adquisición de vastos y profundos co­nocimientos, tiene que sufrir no solo la crítica severa de los peritos, sino que todo el mundo se considera capaz de juzgar sobre el desempeño de su profesión.
Todos sabemos que Montaigne y Rousseau, filósofos, pero agenos (sic) de todo conocimiento en Medicina, ataca­ron acremente a los Médicos. Todos conocemos las sátiras prodigadas por Moliére a la Facultad. Voltaire ha dicho: “es cierto que el régimen vale más que la medici­na; es cierto que Moliére tuvo razón para burlarse de los Médicos etc.” Aunque parece haberse arrepentido y correjido (sic) su falta cuando después se ha expresado así: “Los hombres que se ocupan en dar la salud a los demás hombres por los solos principios de la humanidad y la beneficencia, son más que los grandes de la tierra, tocan en la di­vinidad: conservar y reparar es tan bello como construir.”
No hablamos del charlatán que cautivando con solo apariencias burla al fin las esperanzas que la lijereza (sic) hi­zo abrigar, ni de aquel que sin una educación competen­te, llego a obtener un título que jamás mereció alcanzar, y con el que arroja una mancha indeleble sobre la más noble profesión. No, hablamos de los verdaderos Médi­cos, de aquellos que consagran todo su tiempo, todas sus vigilias, cuanto Dios les ha concedido de fuerza, de inteli­gencia, de voluntad, para atesorar conocimientos; esos son los hombres realmente útiles y que nadie puede reem­plazar en su alta é importante misión.
El Médico, Señores, no es solo útil para curar las enfermedades; lo es también para prevenirlas por sus oportunos consejos, lo es para suavizar los tormentos del infeliz a quien un mal incurable arrastra a la tumba, a pesar de los esfuerzos del arte y los poderosos recursos de la naturaleza, juiciosamente segundados por él, su ministro.
Oigamos a Cabanis demostrando la utilidad de la profesión con relación a la conservación de los indivi­duos. “Una familia desolada, amigos heridos de una consternación profunda, os piden el objeto de sus afec­ciones; vosotros se lo volvéis ¿no eréis (sic) a sus ojos un ángel de salvación? Cuando reanudáis el lazo de felici­dad entre dos seres necesarios el uno para el otro, pró­ximos a separarse para siempre, no es solamente la vi­da de aquel que vuestros desvelos han salvado; son dos coronas cívicas que merecéis a la vez. ¿Y, qué digo? ¿No hacéis en cierto modo más que la mano nos llama de la más a la vida? ¿Conservar a la patria sus útiles servidores, prolongar los actos de beneficencia, las inspiraciones del genio y el ejemplo de la virtud, no es la acción más noble y la más meritoria ante las naciones y el género humano?”
¿Quién no ha presenciado por, ejemplo un, accidente imprevisto de los que suceden con tanta frecuencia? Un hombre es atropellado por un carruaje o arrojado por su caballo, cae de un andamio ó dentro de un pozo. ¡Cuánta confusión y desorden; todos se atropellan y hablan juntos, todos disponen y al fin nadie sabe qué hacer. Aparece un Médico, la escena cambia, cesa la confusión, su autori­dad impone, a su voz, del caos brota el orden, el traba­jo se organiza, sus determinaciones son oportunas, sus auxilios eficaces, y se arranca una víctima más una víctima más a la muerte!
Pero la Medicina no consta solo de la terapéutica; la higiene con que se previenen y evitan las enfermeda­des no es menos que el poderlas curar.
Por otra parte, si dejando de estudiar al hombre como individuo y como especie, lo consideramos como miembro del cuerpo social, le vemos precisar a cada paso do socorros médicos. La sociedad exije (sic) cada día, tanto en su esfera administrativa, como en su esfera judicial y lejislativa (sic), trabajos cuya realización hace indispensable el concurso del Médico ilustrado.
Si volvemos hacia la administración de justicia civil, hallamos de nuevo al Médico estrechamente ligado a los más caros intereses del ciudadano. Como, en efecto, sin su concurso y con conocimiento de causa, determinar el momento de la concepción o de la muerte en materias de supervivencia, constatar un error de sexo, pronun­ciar sobre el estado mental de un individuo, estatuir sobre su interdicción o sobre anulación por demencia de alguno de sus actos.
El rol que el Médico es llamado a jugar en la jurisprudencia criminal no es menos esencial y conspicuo; sea que auxilie al Juez en sus pesquisas para del descubrimiento de un culpable o que le ayude a desvanecer injustas prevenciones que pesen sobre la frente de un inocente. Con sus investigaciones ilustradas, infatigables, es que la justicia ha podido, centenares de veces, poner de manifiesto el cuerpo del delito, cuando el asesino se lisonjeaba que la tierra habría ocultado para siem­pre su crimen.
¿Habrá que indicar su utilidad ocupando un puesto en las Corporaciones Municipales, proponiendo precau­ciones y medidas de salubridad pública? ¿Habrá que señalar la importancia de la intervención del Médico en la confección de las leyes? ¿Las leyes y las costumbres no se hermanan? ¿No es de su unión que emana la fe­licidad de los pueblos?
He dicho que la carrera a que me honro pertenecer, era de las más difíciles y a la verdad, inmensas son las dificultades que acercan a la profesión, mayores que en ninguna otra ciencia de observación. Si el arte se aprovecha de los descubrimientos que hace la ciencia, ésta a su vez se enriquece por las aplicaciones que hace el arte. La ciencia marcha siempre, no decimos por eso que siempre avanza, pero, sean cuales fueran sus evoluciones, forzoso es seguirla y no abandonarla un solo instante, pues por poco que uno se desvíe, los lazos que a ella nos unen se rompen y sus cabos son demasiado cortos pura reanudarse fácilmente… ¿No se concibe pues, cuan difíciles seguir el paso de una maquina cuyos movi­mientos son tan continuos, tan rápidos y tan variados?
No hay una teoría en medicina, por insostenible que sea en su conjunto, que no tenga algo de verdadera y por lo tanto de útil. Al Médico toca profundizarlas todas para poder apropiarse lo bueno y desechar lo inútil ¡Qué trabajo largo y difícil de realizar!
De todos los problemas que pueden presentarse al espíritu humano, ninguno hay mas compexo (sic) que una enfermedad, ninguno cuyos elementos sean más diversos, más variados, cambiando, no solo según cada caso individual, sino en un caso dado, cada día, cada hora, cada minuto, sin que el más leve de sus elementos, pueda dejarse de valorar ¡Qué fuerza de atención, qué po­der de inducción, qué ardor de penetración, qué sagaci­dad de análisis no presuponen esa multitud de datos pa­ra arribar a una solución completa de la cuestión que con­curren a formar! ¿Hay una sola profesión liberal que exija esfuerzos del ánimo, más constantes, mas soste­nidos?
Sigamos al Médico en la práctica y veamos cuantas dificultades le rodean allí. Arbitro supremo de la vida de sus enfermos, omnipotente al lado del lecho del Soberano, como en la choza del proletario, es de un golpe de vista justo o falso, de un juicio verdadero o erróneo, de una prescripción oportuna o intempestiva, que puede depender la existencia de un hombre, el porvenir de una familia, la suerte de una nación! ¡Qué misión difícil, qué inmensa responsabilidad!
¿Pintaré su actitud en esas épocas nefandas en que epidemias mortíferas invaden un país, trayendo con la muerte, el espanto y la desmoralización?... ¡Cuánta fuer­za de voluntad y dominio propio no se precisa para salvar­se del terror genera; para estudiar con calma el origen, la naturaleza, la marcha del mal y determinar los me­dios de detener su progreso, atenuar su violencia, conju­rar sus efectos! ¡Qué amor a la ciencia y a la humanidad para permanecer imperturbable en medio de los peli­gros que lo rodean: cuanta abnegación para olvidarse de sí mismo, para consagrarse solo a la salvación de sus conciudadanos! Pues bien. En esos flagelos horrendos en que el espanto reina; en que todo el que puede huir, huye; solo el Médico, sin desconocer el poder inmenso de este nuevo enemigo, se precipita a su encuentro, im­paciente de verse de cerca y de medir con él sus fuerzas; y en esta notable arena, no han sido los Médicos Argen­tinos, ni los menos intrépidos en enrostrar, ni los me­nos felices en combatir.
Veámoslo siguiendo los Ejércitos, tomando parte en los sucesos de la guerra: luchando contra obstáculos in­finitos, la apatía de los unos, el mal querer ó la ignoran­cia de los otros, la falta de los objetos más indispensa­bles y venciendo solo a fuerza de genio, de zelo (sic) y perse­verancia, desafiando a par del soldado los peligros del campo de batalla, asociado a las privaciones, a las fati­gas, de las miserias, a los peligros de la carrera de las ar­mas participando de todo… menos de las recompensas y las glorias!
En nuestros ejércitos improvisados las más veces a la lijera (sic) y en medio de la confusión de circunstancias apremiantes, lo último en que se piensa es en el Médico y en lo necesario para el desempeño de sus importantes atribuciones. Su posición ha mejorado últimamente es verdad, pero está lejos aún de lo que debería ser.
Nuevas dificultades le aguardan en la práctica civil. En el ejercicio de su profesión, el Médico tiene relación y contado con personas de diferentes edades, condicio­nes, conocimientos y civilización. Para tener suceso es preciso agradar, o si no, ¿cómo poder satisfacer a la vez tantas opiniones encontradas, tantas voluntades diversas; conciliar tantas exijencias (sic) opuestas y uniformar tantos gustos contrarios?
Pero réstanos ver que es también de todas las profesiones la más ingrata. En cambio de las fuertes garantías de saber, de probidad, que la sociedad exije del que ejerce la Medicina ¿cuál es la retribución que lo ofrece; las ventajas que le concede, los testimonios públicos que le acuerda? ¿Cuál la perspectiva que le brinda para cuando prematuramente envejecido por las fa­tigas, agoviado (sic) de enfermedades adquiridas en su servicio no puede ejercer ya su profesión? Nada, absoluta­mente nada; y mientras se colman de honores y rique­zas a las artes frívolas, para los trabajos del Médico solo hay una mezquina retribución acordada muchas veces do mala gana.
¿Cuáles son los premios, las pensiones que los Gobiernos acuerdan a los antiguos servidores, a los vetera­nos de la ciencia, encanecidos en servicio de la Patria y de la humanidad? Si a pesar de sus conocimientos y asi­duidad no han sido afortunados en su penosa carrera; si no han hecho una fortuna, los hijos de esos hombres eminentes quedan en la horfandad (sic) y la miseria… Tiempo es que los gobiernos piensen en acordar estas remunera­ciones, no como una gracia, sino como un deber imprescindible.
Eso en cuanto a lo material; en cuanto a lo moral, resalta aun más lo ingrato de la profesión; hablo de la profesión colectivamente, pues no desconozco la alta y bien merecida distinción que se hace de las cualidades personales de muchos de sus miembros.
A pesar de haber tan pocas, tan sumamente pocas personas capaces de pronunciar con conocimiento de causa, en materias de medicina, todo el mundo se considera apto para juzgar.  Desde el más alto hasta el más humilde censurado con aplomo el proceder del Médico.  
Cabanis, a esto respecto so expresa así: “Las gentes quieren estar en todo lo que da asunto para conversaciones. Se habla de enfermedades y Médicos pretender conocer en aquellos y juzgar a estos: Esta fiebre ha sido mal tratada; se ha hecho esto, debería de haberse hecho lo otro; si se hubiere empleado tal medicamento se habría salvado la enfermo”. Este es el lenguaje que so emplea a cada paso; aun mas allá se llevan las injustas ofensas. Vosotros mismos, Señores, que hoy sois mis jueces, cuanto habréis sufrido en el flagelo que acaba de desaparecer! ¡Cuántas invenciones insen­satas de asesinatos y envenenamientos, llegando a pro­nunciarse, por el vulgo, esa blasfemia, hasta sobre la tumba recién abierta, de la víctima a quien el cumpli­miento de sus deberes y el amor a la ciencia arrancó de entre vosotros dejando un vacío no fácil de llenar!... Por temerario, por injurioso que sea a la razón, pues es ultrajar a la razón juzgar sobre lo que se ignora, ved ahí la justicia de la sociedad para con los Médicos.
Fuerza es confesarlo, todos los Médicos no son irre­prochables, se encuentran algunos indignos del título que llevan. Pero son pocos, muy pocos en el día, y lo serán cada vez menos gracias a vuestras luces, a vues­tro empeño, a las mejoras, al perfeccionamiento entre nosotros en todos los ramos de la educación médica.
Tampoco hay suficiente unión en el Cuerpo Médico. Los zelos (sic), esa miserable pasión que no debería llegar hasta los hombres de talento, se filtra entre sus elementos y le cor­roe. ¿A qué sordas intrigas, a qué ineptas críticas, a qué bajas denigraciones, no se ha visto descender, algunas para empañar una gloria que los ofusca, o abatir un renombre que les causa envidia? Al inculcar sobre las afecciones, las dificultades y la utilidad de la profesión, no me ha guiado ningún senti­miento de aquellos que nos inducen a exajerar (sic) la im­portancia de los trabajos a que consagramos nuestra vi­da, el cuadro trazado es muy imperfecto y muy lejos es la de abrasar (sic) todas las penas que envuelve… Pero no se crea, sin embargo, que todo es espinas y dolores, no; la profesión tiene sus goces nobles y elevados, dignos de ella, en fin.  Preocupado de una sola idea, la humanidad, el verdadero Médico no conoce esa sed de vanas distinciones y tristes ambiciones que atormentan en l sociedad y cuanto más dignos se crean del reconocimiento público, tanto mejor pueden pasarse sin él. La conciencia del bien que hacen, los goces que han espar­cido, las heridas que han cicatrizado, los dolores que han calmado, los consuelos que han prodigado al infeliz para quien los recursos del arte eran ya impotentes, indem­nizan con usura, el desprecio del ignorante, los ultrages (sic) de la calumnia, las sátiras del necio, la indiferencia del poder, el olvido y abandono del ingrato. La gratitud del padre cuyo hijo se ha salvado, las bendiciones de una ma­dre que estrecha contra su seno el fruto de su amor que creía perdido, llena al corazón del más dulce deleite.
Terminaremos con las palabras de Fallot: “Un no­ble orgullo fundado en que ninguna profesión puede riva­lizar con la suya; un valor indomable, pronto a desafiar todos los odios, todos los peligros que el deber le exije (sic); una libertad de principios y de pensamientos que no re­trocede ante ninguna otra autoridad que la de la razón; una independencia de carácter basada en el valor del es­píritu que no abdica, ni ante las caricias ni ante los rigo­res de la opinión; un ardiente amor a la ciencia; una devoción sin límites a la humanidad, que no retrocede ante ningún sacrificio; una probidad e insensibilidad a todos los atractivos reunidos a su alrededor para corrom­perle.” Tales son en efecto las fuentes de donde el Médico bebe su felicidad, ellas corren puras y abundantes, al abrigo de los embates de la suerte, de las vicisitudes y caprichos de la multitud.
 Y así comienza la tesis:
IMPORTANCIA DEL ACEITE DE HÍGADO DE BACALAO, ESPECIAL­MENTE EN LA TISIS PULMONAR
I
El aceite de hígado de bacalao ha sido preconizado suce­sivamente en el tratamiento de casi todas las enfermedades que afligen al género humano. Pero el escepticismo no es un cri­men en Medicina, y sin que esto importe revelarnos contra au­toridades en la ciencia, no podemos empero aceptar sin examen sus doctrinas.
Nosotros rechazando todo medicamento universal, con que se pretende curar las afecciones mas opuestas, no acordamos semejante latitud al agente que recomendamos; peto reconocemos su benéfica influencia y su inmenso poder en casos determi­nados.
Recordaremos solamente que los partidarios de las sangrías veían morir anémicos a sus enfermos y en medio de su entusias­mo ciego, decían que habían sucumbido porque no se les había sangrado lo bastante. La medicina curativa de Le-Roy, se pro­pinaba en cantidades fabulosas y sus adeptos esclamaban (sic) satisfe­chos que el paciente habría sanado si hubiera alcanzado a tomar siquiera doscientas tomas más. Ambos medios eran buenos, pe­ro llenando sus indicaciones especiales, y no aplicados a todos los casos indistintamente.
Esta generalización pues, que ha querido hacerse del aceite de hígado de bacalao, ha perjudicado su crédito, por haber fra­casado en enfermedades en que jamás podía dar resultados y esto mismo habrá contribuido a restringir sin duda su uso en aque­llos casos en que administrándose con mayor constancia habría probado su inmensa utilidad.
… … …
ADENDA
Obtuve este documento invalorable gracias a la intervención del historiador quilmero de Bernal Alejandro Gibaut que me anotició que en la librería "Los siete pilares", librería anticuaria, ubicada en el Pasaje Tres Sargentos 422 PB de la CABA, (http://www.7pilares.com.ar/) donde tienen libros raros, primeras ediciones, autógrafos, fotografía antigua, bibliografía, libros dedicados estaba el libro original de la tesis del Dr. Wilde y allá me fui veloz y pude adquirirlo en cómodas cuotas mensuales por la amabilidad de Héctor su propietario. Otro logro para quien se asumió (modestia aparte) biógrafo emérito de este prócer de nuestra viejo Quilmes, cuya nueva información se sumará a la segunda edición de "Dr. José Antonio Wilde - Médico, Periodista y Educasdor Quilmeño - 1814-1885"
 
Compilación, tipiado e investigación Prof. Chalo Agnelli
Ver en EL QUILMERO del viernes, 24 de enero de 2020 “Nueva Bibliografía para la Historia de Quilmes”
NOTAS

[1] Ver en EL QUILMERO del miércoles, 15 de mayo de 2019 “Los Echagüe – Cuitiño”. Y en el del lunes, 8 de julio de 2019, “Lupercia María Córdova – El Hotel La Amistad”
[2] Ve en EL QUILMERO del lunes, 19 de diciembre de 2016, “Dr. Fabián Cueli (1817-1882) Primer Médico De Quilmes - Apuntes Biográficos” (colaboración)
[3] Descripción y clasificación de las enfermedades.
[4] Agnelli, Héctor Chalo (2008) Dr. José Antonio Wilde – Médico, periodista y educador quilmeño (Biografía) 1814-1885 Ed. Jarmar. Quilmes.
[5] Emilio García Wich (1832-1868) Se recibió de médico con la tesis La fiebre amarilla es una enfermedad local” presentada en la Universidad de Buenos Aires en 1851 y publicada en 1860




 


1 comentario:

Matilde dijo...

Que interesante y oportuno artículo. Felicitaciones y gracias!

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