El patriotismo colectivo de esas poblaciones, unido al celo y al interés individuales, deben llevar a individuos y a colectividades a una labor conciente (sic), sana y agena (sic) de todo propósito egoísta; labor en que con el concurso todos, pueda llegarse á la mejor solución en ese gran problema, que puede reputarse el asunto más grave, más serio y más transcendental de la política de actualidad.
No se trata de una cuestión de partido, ni hay intereses transitorios, que puedan imprimirle un sello de odiosidades o de luchas apasionada. Se trata del porvenir de la Provincia de Buenos Aires; se trata de su influencia presente y futura como elemento del gobierno y de la política argentina; se trata, quizá, de su misma existencia, en su actual integridad territorial.
Cuando la suerte de las generaciones futuras no peligra, y los errores de los hombres solo gravan los intereses de su época, tal vez se tiene derecho de callar, perdido en las sombras, luchando con la adversidad, en las apartadas soledades del hogar. Pero cuando la responsabilidad del porvenir se presciente (sic) y se teme; cuando hay una exijencia (sic) de patriotismo que se impone al espíritu, entonces el egoísmo del silencio es un crimen, porque, el deber manda al ciudadano ayudar a los que tienen por misión, resolver aquello que importa al bienestar y á la felicidad de todos.
El Gobernador de la Provincia ha atribuido á la designación de la futura Capital de Buenos Aires, toda la importancia vital que ella tiene. No se busca resolver el detalle trivial, que señale un punto del territorio provincial, para que allí residan sus primeras autoridades.
Se busca el punto preciso, aquel que las leyes económicas, políticas y geográficas, señalan corno el más conveniente, para concentrar en él la influencia y el poder que acompaña á las grandes Capitales.
El partido de Quilmes, aparece designado como el segundo de aquellos cuyo estudio ha mandado hacer el Poder Ejecutivo, por reconocerles conveniencias posibles, para que en alguno de ellos se coloque la futura Capital. Esta sola circunstancia habría bastado para imponer ciertos deberes a las autoridades y al vecindario de Quilmes Por lo menos, al obligar la gratitud de aquel partido para con el señor Gobernador, ella le señalaría el compromiso en que se haya de facilitar á la comisión nombrada, los elementos necesarios para su estudio.
Así lo han comprendido pueblo y poderes públicos en Quilmes, y confundidos hoy en un solo movimiento patriótico, vienen á cumplir aquel deber, ayudados por los hombres de buena voluntad que, ajenos á los móviles y pasiones personales, quieren prestar su concurso en una cuestión tan grave. Quilmes no se presenta armado en el palenque para defender su candidatura á la Capital de la Provincia, como una cuestión de derecho, de supremacía ó de preferencia caprichosa.
Viene reposado y tranquilo á tratar la cuestión en abstracto, estudiando primero las condiciones generales que cree debe reunir la futura Capital, para demostrar, luego, que Quilmes las reúne todas ellas, en mejores, ó por lo menos, en las mismas proporciones que cualquier otro punto de la Provincia.
Queremos el mejor acierto en los que mandan; y si, al fin de la jornada, Quilmes no fuese la Capital de la Provincia, porque se hubiese hallado otro punto en condiciones más favorables, los que hemos contribuido de alguna manera á este trabajo, volveremos tranquilos a la labor, que aumenta la riqueza, con la conciencia de haber llenado un deber agradable y austero.
Roma, colocada casi en un estremo (sic) geográfico de la Europa, sin seducciones para la agricultura, rodeada de lagunas que engendran las fiebres, se hace un día la Capital del mundo antiguo. La conquista le sirve de medio para avasallar á cuanto la rodea, y cuando concentra el poder y las riquezas de los conquistadores, entonces se impone como Señora del orbe.
París, la capital del mundo moderno, está situada sobre las márgenes de un río insalubre, apenas navegable, distante solo pocas leguas de las inmensas costas marítimas del Mediterráneo y del Océano. Su población ha tenido que pedirle al Marne y al Oisse que la alimenten con sus aguas y apenas se comprendería como han podido allí amontonarse tantos elementos de fuerza y de acción, si la historia no nos presentara á Hugo Capeto conquistando las tierras de sus vecinos, para llegar a hacer del reino L´Ille de France, la capital de la actual Nación Francesa.
Londres, la capital de la Inglaterra, si no debe su preponderancia a las guerras, tampoco la debe á su posición geográfica. No es el centro del Reino Unido, corno no lo es tampoco de la Inglaterra aislada. Su poder no está en la inmensa ciudad de Londres, con sus tres millones de habitantes. Está en la City, centro de Londres y cerebro que gobierna las finanzas del mundo, las industrias y el comercio de todo el reino. La City es la patria histórica de la aristocracia inglesa. Las tradiciones populares, cuentan los orígenes de aquel pueblo de leyes consuetudinarias, mostrando la huella de los sucesos pasados, en los ángulos de las angostas calles de la City ó en las piedras seculares de algunos monumentos conservados todavía.
Se podría enumerar todas las Capitales europeas, en la seguridad de que, ninguna de ellas, reconoce como origen, el propósito de los Gobiernos ó de los pueblos de hacer de ella una ciudad cáput (sic) de la nación á que pertenecen. Han sido las combinaciones de lo desconocido, el curso de sucesos inesperados, la guerra, levantando como ley suprema la espada del vencedor, ó los pactos que seguían á esas guerras, lo que ha producido las grandes capitales del mundo europeo.
Solo San Peterburgo y Constantinopla tienen como esplicación (sic) una designación hecha á priori, y aun en estas mismas, La Rusia, acosada por el nihilismo que asesina sus emperadores, anda peregrinando con su capital entre Moscow y Petersburgo. La razón primordial de la importancia de esas dos capitales, agenas (sic) á, las tradiciones históricas, la encontramos en el centralismo autocrático de sus gobiernos respectivos; centralismo que, llevando consigo el poder, la nobleza, el ejército y todos los esplendores que rodean á los monarcas absolutos, ha conseguido hacer del asiento del Czar, el centro político y económico de la Rusia, y Constantinopla, el centro de todas las necesidades y de todas las fuerzas del inmenso Imperio Otomano.
Entre nosotros la ley histórica que ha presidido a la formación de las grandes capitales, ha tenido también una aplicación rigorosa. Los fundadores de la ciudad de la Santísima Trinidad no tuvieron siquiera el pensamiento intuitivo de que echaban los cimientos de la futura capital de la República Argentina. Los monarcas mismos de la España no lo creyeron cuando levantaban la importancia de la provincia del Tucumán y colocaban en Charcas la Audiencia, el Obispado y las Cajas Reales.
Es solo el Virreinato el que empieza a dar importancia a Buenos Aires. Cuando los acontecimientos vertijinosos (sic) de la Europa, precipitaron a las naciones en las aberturas de conquistas lejanas; cuando la navegación aumentó sus empresas temerarias y la ruta de América adquirió todos los prestigios con la promesa de lo maravilloso, entonces fue cuando comenzó á desarrollarse la metrópoli del Plata, llamada á grandes destinos por su posición geográfica, por su clima, por sus hombres y por sus posición geográfica y por sus productos
La revolución de la independencia aumenta su influjo y lenta y paulatinamente, como la obra del destino y del tiempo, sufriendo las transformaciones de todos los organismos que crecen, Buenos Aires llega á encontrarse, un día, que, aun cuando muy lejano del centro geográfico de la República Argentina, ella es la cabeza material y lógicamente (sic) construida, por el trabajo inconsciente pero fatal de todas las generaciones pasadas.
Acatando este hecho histórico, acaba de declararan oficialmente que la Ciudad de Buenos Aires será de hoy en más la Capital de la República Argentina y la Provincia, a quien ella servía de caput y de metrópoli, tiene que buscar el asiento de sus propias autoridades.
¿Cuál será el punto más conveniente, cuál aquel á quien, sus condiciones señalen, como el preferente?
La agitación benéfica que hoy se siente en la provincia, prueba la importancia de esta grave cuestión. De todas partes se alzan voces designando parages (sic) determinados, y los celos y las rencillas comienzan a encender y fomentar los localismos vecinales nacientes.
Hay, sin embargo, un detalle esencial á este debate que debe estudiarse con serena tranquilidad, porque él es el punto de partida de tan complicado problema.
No se trata de llevar una ciudad á un pedazo determinado del territorio provincial; se trata de encontrar una zona de tierra donde pueda colocarse la Capital de la Provincia.
Lo primero que hay que hacer, es determinar qué condiciones debe reunir la futura Capital de Buenos Aires; y luego, ver cuál es el punto de su territorio, que cabe mejor dentro de las líneas de este cuadro ya trazado.
Son otros los elementos que más fuerza harán en esta cuestión. La política transcendental le señala como un problema, de cuya solución depende la vida y el engrandecimiento futuros de Buenos Aires.
Hay, desde luego, un dilema institucional que se presenta, pidiendo la atención preferente; el Gobierno futuro de la Provincia ¿tendrá por base el centralismo, que la supremacía de la ciudad hizo antes inevitable, ó se fundará en la descentralización que hoy hace posible la igualdad relativa de todas las poblaciones provinciales?
Si el centralismo se pretendiese imponer, sería menester buscar entonces, para Capital de la Provincia, la ciudad que HOY TENGA MAS INFLUENCIA, para que, desarrollándose con los elementos que la residencia del poder produce, se engrandezca por la absorción de cuanto la rodee.
Si la descentralización se erige, como sistema de gobierno, entonces es menester encontrar un capital sin elementos inmediatos de fuerza y de acción; pero con condiciones suficientes para soportar un gran desarrollo futuro. Lo primero es imposible.
Es condición esencial del centralismo, tener como base de poder, una gran ciudad, que por su posición política y social de actualidad, domine en influencia lejítima (sic) á cuanto la circunde.
¿Cuál sería esa gran ciudad? ¿San Nicolás? ¿Dolores? ¿Mercedes? ¿Chivilcoy? Cualquiera de ellas podría citarse como muestra elocuente de las fuerza de progreso que acumula en su población Buenos Aires; pero ninguna ha tenido, como individualidad orgánica, influencia alguna en la política trascendental argentina, ó en el desarrollo político provincial.
Hasta el día en que la ciudad de Buenos Aires fue federalizada, la existencia propia de esas otras ciudades era apenas sentida en el movimiento general de nuestro organismo político.
Satélites de un gran astro - la metrópoli - sus detalles quedaban perdidos entre las irradiaciones del intenso centro luminoso. El centralismo estaba solo imperante en la ciudad de Buenos Aires; y cuanto de ella emanaba, se imponía sin resistencias al resto de la Provincia.
Como Roma y como París, Buenos Aires había conquistado la influencia y el poder, en nombre, no de la Provincia entera, sino de ese centro prodigioso que acumuló la labor de las generaciones de tres siglos. Su prestigio era por derecho de conquista, porque cuanto la rodeaba convergía á su Centro para aumentarlo.
Hoy, al perderla, la Provincia se encuentra huérfana, porque falta á su vida, como Estado, el poder de esa gran ciudad calor de madre que desarrolló bajo sus alas amorosas la influencia de otros días. Esa influencia perdida, no la restituirá una ley, que designe otro punto para asiento de las autoridades provinciales
Buenos Aires, la ciudad, no fué tampoco la obra de voluntad alguna. Es la consecuencia de combinaciones desconocidas, tejidas por el tiempo, con los acontecimientos y los hombres que pasaron.
Su centralismo no era, como en Rusia ó en Turquía, el resultado de la imposición del poder público, reunido en una sola mano. Era la consecuencia lójica (sic) de ese cúmulo de circunstancias imprevistas, que producen el poder moral de las capitales; era el producto natural y lejítimo (sic) de las relaciones entre la gran ciudad y los pequeños centros, inmediatos ó lejanos, que la rodeaban, manteniendo con ella un cambio constante de riquezas y productos, de ideas y de aspiraciones, para terminar por convertirse en el verdadero alimento de la centralización.
Ese poder ineludible de Buenos Aires, lo ha sentido, no solo la Provincia, sinó (sic) también la República; y si no lo han rechazado con audacia y con violencia, es porque el derecho á esa influencia está lejitimado (sic) por un hecho insalvable.
Buenos Aires, como las grandes capitales del mundo antiguo, y como el Paris moderno reunía en sí sola los tres elementos que concentran las ciudades que llegan a ser la cabeza de las naciones. Ella era el lazo político de la Unión Nacional; era el gran mercado de la industria; era el santuario común de la inteligencia. En una palabra: Buenos Aíres es el triple centro de la política, del comercio y de la ciencia. Separada hoy del territorio de la Provincia, la gran metrópoli, no queda en ella otra ciudad que pueda pretender igual concentración de fuerzas físicas y morales. Y si se buscase alguna que, por condiciones peculiares sin reunir en sí ese trípode de influencias, pudiera atraer como centro los elementos que pululan en la circunferencia, tendríamos que reconocer que, segregada la ciudad de Buenos Aires de nuestra geografía local, ni Dolores, ni Chivilcoy, ni Mercedes, ni San Nicolás, pueden reclamar esa peculiaridad suprema. Londres es una excepción en la historia de las capitales. Sin ser un centro científico, y siendo solo un centro político durante las sesiones del Parlamento, ella tiene la supremacía absoluta, por su colosal influencia financiera en todos los mercados del mundo.
Es, pues, inútil pensar en hallar, ya construida, una ciudad que se encuentre en condiciones de reemplazar la centralización, que estaba acumulada en la tradicional capital de Buenos Aires.
Las actuales ciudades de la Provincia, llenas de elementos muchas de ellas, no tienen más influencia que otro partido cualquiera, en que la población no se haya aglomerado tanto.
Ninguna ha conseguido, hasta ahora, formar partidos políticos propios; y algunas vez la ajitación (sic) electoral se ha producido en ellas, ha sido solo al impulso de intereses comunales, ó como estremecimientos reflejos de gran centro nervioso, situado en la ciudad capital.
Aunque por causas distintas, Buenos Aires se encuentra hoy colocada, al procurar resolver el gran problema, en condiciones muy semejantes á las de la vieja Alemania.
Cada una de las ciudades que existen en el actual territorio de la Provincia, semeja á uno de los reinos autonómico-federales del Imperio Germánico.
Allí la centralización es imposible, porque ha faltado la unidad de acción y de propósito. La independencia relativa de cada una de aquellas pequeñas nacionalidades, ha creado intereses antagónicos entre ellas, que no siempre se someten voluntarias a las exigencias de lo que se llaman intereses germanos.
Aquí, sin Buenos Aires, no hay vínculos directos que hayan unido, antes de ahora, á ninguna de las ciudades del territorio provincial con las demás poblaciones de la Provincia; de manera que no puede siquiera sostenerse, que exista un lazo tradicional, que haya vinculado los intereses de ninguna de esas ciudades con el resto de nuestro territorio poblado.
En Alemania, la política, la ciencia y las finanzas, se dividen la influencia y el poder, repartiéndolo en distintos puntos. Franckfort compite con Berlín, cuando reclama para sí las glorias de la Universidad; y á pesar de reunirse en esta última ciudad el Parlamento, los representantes de las soberanías reales y ducales, impiden que la influencia de la Capital pese sobre el Imperio. La unidad alemana, el centro, actual de su poder político, científico y financiero, no es una ciudad: es Bismarck.
Pero un hombre, no es una Capital. Cuando el canciller muera, la influencia de Berlín desaparecerá; los nudos de la unidad germánica se aflojarán visiblemente, y al comenzar de nuevo la peregrinación republicana de la Alemania, más de una vez reaparecerá la sombra de Carlos Sand, entre los pliegues de las banderas que enarbolen los partidos del porvenir germano.
Entre nosotros, las ciudades que ocupan los estremos (sic) casi desiertos, de nuestras dilatadas campañas han pretendido siempre disputarse noblemente una supremacía relativa y solo estimable cuando la comparación se hacía entre ellas mismas. La una se pretende más ilustrada y presenta como testimonio sus adelantos sociales, cuya cultura equipara á la de Buenos Aires mismo. La otra reclama su importancia política, recordando acontecimientos históricos á los que sirvió de asiento, y sus antecedentes en la vida revolucionaria de todos los tiempos. Otra presenta sus trigos dorados y sus millares de labradores enriquecidos, para exigir, en la historia de nuestros progresos más rápidos, el lugar que los Estados Unidos han señalado al portentoso Chicago. En tanto que la otra, presentando sobre sus títulos de población, de riqueza pastoril, de ilustración relativa, el mapa de la Provincia, señala al Sud como la tierra del porvenir, y exije (sic) que el centro del poder público se coloque desde ahora allí, donde quizá un día lo llamen otros acontecimientos.
Y así, disputándose entre ellas una supremacía relativa, que prueba su propia deficiencia, como unidad perfecta todas las ciudades del territorio poblado de la provincia, demuestran que ninguna de ellas está fatalmente señalada para el caso. No hay, pues, razón alguna política, económica, científica ó histórica, que dé prelación á las ciudades existentes, sobre cualquier otro punto del territorio.
Quizá esto mismo es una ventaja. Esta actualidad inesperada, iguala las condiciones de todo el territorio y al fomentar los intereses comunales y despertar las lejítimas (sic) aspiraciones locales, viene a ahogar el centralismo, que es odioso como institución d de los gobiernos libres, porque mata la autonomía y la iniciativa del municipio, que es la verdadera base de la libertad civil.
Municipal. Pp. 241 y 242
Salmerón, Luis Arturo. “La Gran Hambruna irlandesa, 1845-1849”. https://relatosehistorias.mx
Trujillo, Juana. “Breve historia de Antoine Augustin Parmentier y la patata” https://www.directoalpaladar.com
Varela, Luis V.: (1877) “Debates de la Convención constituyente de Buenos Aires 1870-1873”. Publicación Oficial. Hecha bajo la dirección del convencional Luis V. Varela. Bs. As. “La Tribuna”, 1877. 2 Tomos
Ver en EL QUILMERO del lunes, 17 de octubre de 2011, “William Wheelwright y una excursión fluvial por el Rio de La Plata hasta Ensenada”
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