Sin embargo, ese decreto, enumera algunas poblaciones que, todas las verdaderas conveniencias, escluyen (sic) desde luego de las capitales posibles.
No son solo los intereses políticos los que tienen que consultarse al preocuparse de la cuestión distancia. Los intereses económicos e hijiénicos (sic) entran por mucho, por muchísimo, pues quizá de ellos esclusivamente (sic) depende la solución definitiva del problema.
No se comprendería, por ejemplo, que un jefe (sic) de familia, un propietario, ó un empleado, que hace vida cómoda y fácil en Buenos Aires, porque el precio de los alimentos y las ropas así como los materiales de construcción y los alquileres de alojamiento son equitativos, abandonase todas esas facilidades de la existencia, para trasladarse á otro punto, donde los elementos indispensables á la vida fuesen más caros. Y esto tendría que suceder fatalmente, porque todo lo que es obra de la mano del hombre, seria forzosamente recargado con el costo del flete desde esta ciudad de Buenos Aires, á la nueva capital de la provincia.
Nuestro gran puerto de importación de mercaderías estrangeras (sic) es el de Buenos Aires. [1] Las dificultades del desembarque, las estadías y los siniestros marítimos, tan frecuentes en nuestra rada, aumenta el precio de esas mercaderías á tal estremo (sic), que hay muchas de ellas que, al entrar al comercio de plaza, valen un ciento por ciento más que su costo de factura. Si esos artículos, de un indispensable consumo en toda población, son recargados todavía con el precio de transporte á una gran distancia, al ser vendidos en el mercado, tendrán un valor tan crecido que hará muy difícil su adquisición para las pequeñas fortunas rías.
Y, como esto haría más cara y más difícil la existencia, el resultado lójico (sic) de la elección de un punto distante para Capital de la Provincia seria que su población no creciese ni se formase con los elementos de la actual ciudad de Buenos Aires, donde todo sería más barato y, probablemente, de mejor calidad.
Esta observación nos lleva, desde luego a una reflexión no menos importante. Sin tomar, por ahora, en cuenta otros inconvenientes de las ciudades mediterráneas, este es uno gravísimo. Cualquier parage (sic) que se elija en el interior de la Provincia, tendrá que producir un fuerte recargo á los materiales de construcción y á los artículos todos de fabricación extranjera (sic). Los fletes y costos de transporte entre nosotros, son todavía tan crecidos, que unidos á los derechos aduaneros y á las contribuciones nacionales, provinciales y municipales, hacen una adición de precio, al producto primitivo, que le aleja con frecuencia, de la generalidad, consumidora.
No sucedería lo mismo con los puntos de las costas marítimas ó fluviales, que tienen ya un puerto natural construido ó fácil de construirse.
Si los hombres que están destinados á resolver esta cuestión, se pusiesen en la corriente de nuestras ideas, desde luego excluirían (sic) de la contienda todo punto mediterráneo, fijando solo su atención en aquellos de la costa que tuviesen puerto fácil para el comercio internacional.
Ante todo, dadas las condiciones de nuestro territorio, sería, casi imposible, encontrar en la Provincia, una zona mediterránea, donde hubiese agua potable permanente, capaz de satisfacer las necesidades de una gran ciudad, á la que, desde su origen, se destina á un rapidísimo desarrollo.
Y el agua pura es, para las poblaciones más esencial que el aire puro. Hay medios científicos fáciles sencillos y baratos para purificar la atmósfera, parcial ó generalmente. Pero no sucede lo mismo con el agua, donde la descomposición produce el desarrollo de materias orgánicas y de sedementos (sic), que engendran la malaria, como en las lagunas Pontinas de Roma ó desarrollan las fiebres intermitentes, como los parásitos que se crían en los lagos de Estados Unidos.
Amarga y dolorosa experiencia (sic), ha dejado á la ciudad de Buenos Aires, [2] el descuido tradicional de esa parte esencial de la higiene de las grandes ciudades. Con un estuario como el Plata, en frente de nosotros, habíamos permitido que la población bebiera el agua emponzoñada que los residuos de los saladeros, arrojados al Riachuelo, llevaban á las costas del rio, mezclándose con las pequeñas olas que bañaban sus playas
Allí los aguadores la tomaban, sin purificarla, sin preocuparse siquiera de separarla del lodo sobre que se ajitaba (sic) apenas y al espenderla (sic) á la población, llevaban con ella esas enfermedades endémicas de las vías digestivas, que tantos estragos ban (sic) producido en Buenos Aires, favoreciendo el desarrollo de terribles pestes.
Y si aquello ha sucedido en esta ciudad, con su gran Rio de excelente agua ¿qué no sucedería en cualquier parage (sic) mediterráneo, donde apenas corren arroyuelos, hilos de agua, á los que pomposamente damos el nombro de Ríos?
Si de la falta de agua, pasamos á la vegetación, (sic) indispensable también para saturar de oxíjeno (sic) el aire atmosférico, tenemos que reconocer que, en nuestras vastas planicies, todas las plantaciones de bosques son artificiales, con pequeñas excepciones como en el Tordillo; y que aún allí donde existen, es menester el trabajo y el cuidado especiales del hombre, para vencer y conservar esos bosques, en la tremenda y frecuente lucha con la terrible seca periódica.
En general, es muy difícil encontrar, en zonas mediterráneas, parages (sic) adecuados para asiento de grandes ciudades. La naturaleza y las necesidades de la humanidad han señalado las márgenes de los ríos ó las costas del mar para esos fines. Habría, pues, error, y error lamentable, en apartarnos de ese consejo de la ciencia y de la experiencia (sic) universales, sólo por satisfacer pequeñas ambiciones de localidades determinadas.
Concretándonos, pues, solo a las costas no creemos que en ningún caso el punto elejido (sic) deba estar fuera de la zona comprendida entre Zarate y la Ensenada, encontrando que, dentro de esos límites, ningún parage (sic) reúne las condiciones favorables, que Quilmes puede presentar como títulos lejítimos (sic) para sostener su candidatura á la futura Capital de la Provincia.
No basta estar sobre el mar ó sobre el río para considerarse un parage (sic) aparente para la nueva ciudad. Es menester que á esa condición especial, reúna otras muchas tan importantes como ella y sobre todas la de encontrarse á una distancia prudente de la ciudad de Buenos Aires.
La prudencia, en materia de distancia tiene en este caso, tanta importancia como en cuestiones políticas. Esa prudencia consiste en no colocarse tan cerca de la ciudad de Buenos Airón, como para convertirse en un mero arrabal de ella, perdiendo así la futura Capital su fisonomía y su autoridad propias, para recibir la vida y la inspiración de la Capital de la República.
Flores, Belgrano, Barracas al Sud (Avellaneda) y cualquier otro punto á donde pueda irse y volver á pié, sin dificultad, no tendrán jamás importancia ni población, ni influencia que compita con la ciudad de Buenos Aires.
Los vínculos que hoy ligan á esta con la Provincia, ni se romperían ni se desatarían, porque no habría un objeto práctico en ello; de manera que todo continuaría como hasta aquí.
Los tribunales provinciales, situados en Belgrano ó en Flores, no exijirían (sic) forzosamente la residencia en ellas de las personas que intervienen en los juicios, pues con consagrar una hora diaria á la atención del despacho, en cualquiera de esas localidades, el ferro carril les llevaría y traería en un cuarto de hora, pudiendo, por tanto, seguir residiendo en esta ciudad.
Y luego, el ensanche progresivo de la gran metrópoli, ejercería la atracción fatal que el sol ejerce sobre los demás astros; y la capital de la provincia, situada en Flores ó Barracas al Sud, tendría que preocuparse más de los, acontecimientos y de las ajitaciones (sic) de la capital de la la República, que de los intereses locales del estado federal á que sirviera de cabeza.
Las autoridades provinciales mismas, puestas en forzoso contacto personal con las autoridades nacionales, sentirían debilitada su fuerza de acción, viniendo así a sufrir directamente los elementos de la autonomía provincial, por la influencia inmediata del Poder Nacional.
La residencia del personal de la administración, no sería siquiera el parage (sic) que sirviera de asiento al gobierno Provincial, porque es seguro que la vida general sería más cómoda y más barata en Buenos Aires que en Belgrano ó en Flores, si cualquiera de osos puntos fuese el ejido (sic) para capital de la provincia.
El desarrollo industrial y mercantil sería imposible, porque la facilidad instantánea de la comunicación, haría innecesario el establecimiento de casas de comercio y la nueva Capital seguiría, como hoy sucede con aquellas poblaciones, siendo la tributaria de Buenos Aires, en todo lo que se refiere á los elementos para la vida y hasta para el confort.
Un punto cualquiera, situado tan cerca de esta ciudad, Como para poder ir y volver á pié fácilmente, no será jamás una gran ciudad, porque el poder de absorción de ésta le arrastrará fatalmente ó su centro.
La PRUDENCIA, pues, aconseja no acercarse tanto como para desaparecer entre los esplendores del gran astro; ni alejarse tanto como para quedar perdido, como punto apenas luminoso, entre la inmensa bóveda desierta.
El desiderátum está en el término medio. Es menester no confundir la descentralización con el aislamiento. La capital en el Tuyú, por más que este sea un excelente puerto de mar, sería el aislamiento; porque entre el Tuyú y la Capital de la República ó entre el Tuyú y el resto de la Provincia no hay vínculos directos, ni medios fáciles de establecerse.
La Capital en Quilmes sería una verdadera base de descentralización política, al mismo tiempo que se establecería la nueva ciudad, en vegetación (sic) condiciones económicas, hijiénicas (sic) y administrativas.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la Provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que, en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en Quilmes que en Buenos Aires, las mercaderías de importación estrangera (sic), tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires y hasta, para la higiene del alma, panorama y paisaje que encanta la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) [i] haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en QUILMES que en Buenos Aires, las mercaderías de importación tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires, y hasta, para la higiene del alma, panoramas y paisajes que encantan la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á su administración, QUILMES ofrece á la Provincia las ventajas indiscutibles de su situación geográfica, ligada hoy á todas las líneas que se dirigen al Norte y á la costa, y con un pequeñísimo ramal de dos leguas que le uniera a las Lomas de Zamora, estaría ligado á los ferro-carriles que van al Sud y al Oeste.
Por otra parte, distante solo tres leguas de Buenos Aires está bastante inmediato para que pueda hacerse con facilidad, la traslación lenta y laboriosa de los elementos que aquí existen, y que deben servir de base á la nueva ciudad; al mismo tiempo que está bastante lejos para impedir la atracción absorvente (sic) de la gran metrópoli.
En QUILMES el Gobierno de la Provincia estaría en su propia casa; tendría territorio y medios de hacer una gran ciudad, sin que la Capital de la República influyera en su desarrollo y podría, desde allí, con independencia, ir atendiendo las necesidades de esta situación transitoria de los primeros años de la nueva organización, en que va á ser necesario ir desatando los lazos que unen á la ciudad con la campaña, por medio de largas copias de protocolos, de jurisdicciones determinadas en los pleitos entre vecinos de distintas localidades, de nuevas divisiones territoriales para la administración de los intereses provinciales; y, en una palabra, por medio del cúmulo de medidas gubernativas, que exije (sic) la reconstrucción completa, política y administrativa, do la actual Provincia de Buenos Aires.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE NOTA – CAP. V y VI)
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