jueves, 4 de julio de 2019

"QUILMES CAPITAL DE LA PROVINCIA" (VII) - CAP. VII y VIII


Quilmes, Capital futura de la Provincia” de Luis Vicente Varela; publicado en 1881, dividido en 10 notas consecutivas. La primera es una transcripción del libro “Quilmes a través de los años” del Dr. Craviotto. Las dos siguientes, corresponden a “los antecedentes”, la biografía de Luis V. Varela, seguidas por 6 que presentan los 12 capítulos, la última con la carta sobre la vegetación y la higiene del Dr. Carlos D. Spegazzini y el plano y estudio del terreno por don José Benites. A continuación se desarrolla la CUARTA PARTE con los CAPÍTULOS VII y VIII (Chalo Agnelli)

- VII - 
Cuando la Provincia de Buenos Aires tenía por cabeza á la ciudad, se comprendía la división territorial en setenta y siete partidos de campaña, cada uno con autonomía é individualidad propias.
La convención de 1870-1873, que creó esos munici­pios federales,  dentro del Estado Federal de Buenos Aires, realizaba una obra factible. El equilibrio políti­co y administrativo nada sufría. Una gran Provincia, con una gran ciudad por Capital podía bien dividirse en tantos partidos cuantos pueblos importantes tuviera, sin que la administración se resintiera por ello.
Toda la población de la campaña reunida, formaba apenas el doble de la población aglomerada en la sola ciudad de Buenos Aires; resultando de allí que no era posible la deformidad en un cuerpo así construido. La cabeza que domina, que impone, que impera, tenía todos los prestigios que ofrece una población concentrada, que representa la tercera parle de la población total; sobre todo, cuando el resto de esa misma población está diseminado y esparcido sobre millares de leguas de territorio.
Entonces, pues, cuando teníamos á Buenos Aires por Capital la actual división política y administrativa de la Provincia tenía fundados motivos de existencia.
La fuerza absorvente (sic) del centralismo de la ciudad, mantenía el equilibrio del cuerpo. No había movi­miento subversivo, azonada (sic) ó motín en la campaña, que no fuese instantáneamente dominado por los elementos de la ciudad.
Cuando en 1874 una gran parle de la campaña se sublevó en armas, apoyada por fuerza de línea, bastó la actitud de la ciudad de Buenos Aires para dominar el conflicto.
Era la evolución natural de los astros girando en la esfera. Reconocida la ciudad de Buenos Aires como el centro de todos los intereses políticos, económicos y administrativos de la Provincia, nada podía obstar (sic) al desa­rrollo y á la marcha armónica y equilibrada de las pequeñas autonomías rurales, que aceptaban como cabeza a esta gran autonomía urbana. En el lenguaje oficial mismo, sé aceptaban estas verdades innegables.
El Partido de Campaña de Dolores tiene en su seno la Ciudad de Dolores y estas palabras ciudad y campaña, se han mezclado tanto en nuestras relaciones políticas, para designar á la ciudad de Buenos Aires y al resto de la Provincia que hubo diputado inteligente, ilustrado y liberal, que en un debate parlamentario á propósito de una subvención á los hospitales de las ciudades de San Nicolás y de Mercedes, las llamó ciudades de la campaña sin apercibirse siquiera de que una clasificación, ciudad, excluía (sic) la otra, CAMPAÑA. 
Es que no se puede luchar sistemáticamente contra las convicciones tradicionales; y son ya una tradición, entre nosotros, estas preocupaciones, que nos señala­ban á la actual Capital de la República, como la cabeza inteligente y cariñosa, que velaría siempre por el resto de la Provincia, sirviendo, con su sola influencia, de contrapeso y de equilibrio, al resto de la campaña, reunida como una sola masa de población, de intereses y de propósitos.
Pero hoy hemos dejado de tener á Buenos Aires co­mo cabeza y directriz de los actos de la Provincia. Hoy, en el lenguaje de nuestras viejas tradiciones, ya no hay ciudad. Todo es campaña.
Cualquiera que sea el punto elejido (sic), para, asiento de las autoridades que gobiernan la Provincia, será siem­pre un parage (sic) de la antigua campaña, sin que, ni su po­sición, ni su población, ni siquiera sus posibles elementos de engrandecimiento futuro, puedan eximirlo de esta es­pecie de condenación tradicional urbana:es un punto de la campana. 
La vieja división territorial ya no nos sirve. ¡Ya no podemos quedarnos en el desierto, con nuestros partidos alejados de toda influencia y de todo recurso y sin ele­mentos propios de gobierno! Ya Monsalvo ó Tres Ar­royos no podrán emprender grandes obras, grandes obras á que antes tenían derecho, porque la rica Buenos Aires les ayudaba!
Hoy, donde quiera que la Capital se fije no existirá esa fuerza motriz del progreso, que nace de la acción combinada del gobierno, el pueblo, y el centro, y que produce como resultado fructífero el dinero y la influencia que hacen los milagros que, en el siglo XIX, se traducen en el májico (sic) desarrollo de las poblaciones. Qué podría dar San Fernando, Zárate, Mercedes ó la Ensenada, á la Mar Chiquita, cuando esta tratase de construir un puente, hacer un camino ó levantar un templo.
¿Qué temor podrían inspirar á los revolucionarios de Las Heras, los elementos reunidos en la Capital de la Provincia, si esta fuese San Nicolás de los Arroyos? La epidemia que se desarrollara en el Nueve de Julio ¿Qué concurso podría esperar de la Capital situada en Zárate?
No se decretan influencias ni recursos. El gobierno de la Provincia, situado en cualquier punto de la campaña, CON SU ORGANIZACIÓN ACTUAL, no podría nunca contar con los grandes elementos de que ha dispuesto en los buenos días, en que la Provincia de Buenos Aires, dirigía y gobernaba, los destinos de la República Argentina.
Perdida, pues, la ciudad de Buenos Aires, como Capital de la Provincia, no hay ni capital creada, ni capital á crearse, capaz de reemplazarla en las múltiples influen­cias que ella ejercía.
Y aun hay más. La ecsistencia (sic) de la Provincia en su actual división territorial como base del gobierno político y administrativo, es imposible de mantenerse. Ya no hay punto céntrico que atraiga y apoye los rayos que parten de la circunferencia; ya no hay poder moral que influya y gobierne la marcha de estos pequeños as­tros que jiran (sic) en nuestro sistema planetario provincial. Ya no hay riqueza, fuerza, saber acumulados, que se im­pongan al resto de la Provincia, para decidir en sus cuestiones, para ayudarle en sus necesidades, para llorar ó alegrarse, cuando algún luctuoso suceso ó algún gran triunfo le alcance.
Las ciudades de la campaña quedan huérfanas, como está huérfana la Provincia; y sin centro que les atraiga á todas ellas, los setenta y siete partidos de campaña, son, hojas sueltas de distintos libros, encuadernadas soto para formar con ellas un volumen, en que se encuentran confundidas todas las ciencias, todas las artes; todos los caprichos de las imaginaciones inspiradas, pero sin orden sin combinación, sin propósito serio.
Sin la ciudad de Buenos Aires, cada partido de la antigua Provincia, es el alfa de grandes cosas. Ninguno de ellos tiene el omega. No hay, hoy, capital posible, que tenga el poder de irradiar luz y calor sobre los setenta y siete partidos que forman la provincia; y, por tanto, tenemos: que admitir que, ó bien no hay posibilidad de mantener el territorio actual de la Provincia en su integridad, ó no podemos reconocer como posible el gobierno de ella, en su actual organización política y administrativa.
Lo primero sería un crimen de lesa-autonomía; lo se­gundo seria una solución indispensable. Reorganizar la provincia, bajo una forma conveniente; no matar esas autonomías rurales, y procurar que ellas depende directamente de un poder central, por medio de operaciones indirectas, esa es la labor de los hombres de Estado.
El Gobernador de la Provincia se ha preocupado de estas cuestiones sin duda, cuando atribuye tan preferen­te atención á la cuestión Capital. El ha creído que no se trata de buscar solo un punto hijiénico (sic) y conveniente para el asiento de las autoridades; sino de armonizar la designación de la Capital, con la reorganización política  administrativa del Estado.
Para ello es menester, ante todo, reformar la Consti­tución actual de Buenos Aires, exelente (sic) como Código de una Provincia como la que existía en 1870 - 1873, cuan­do ella fué dictada, pero inaplicable hoy, que es menester rehacerlo ó reconstruirlo todo.
Y esa reforma de la Constitución Provincial, tiene que producir un cambio completo en la organización política y administrativa del Estado; de tal manera que, no es solo una Capital, lo que es menester encontrar, sino di­versas pequeñas capitales.
Hemos dicho, al principio de este trabajo, que la cen­tralización que ha imperado, como sistema de gobierno, era imposible en la Provincia, después de la federalización de la ciudad de Buenos Aires.
La descentralización que se opere, tiene que producir­se por medio de una sub-división territorial que, agru­pando distintos partidos de la campaña, vengan á formar un solo departamento con un gobierno propio y peculiar para todas las necesidades departamentales.
Más claramente esplicado (sic): podríamos hacer una progresión creciente de poderes y autoridades. Del munici­pio del partido, pasaríamos al gobierno departamental, para de allí llegar á la Provincia, que pertenece y obedece á la Nación. 
Todas las autonomías, todos los intereses, desde las pequeñas preocupaciones de barrio, que nacen en la comuna, hasta los grandes intereses internacionales, que terminan en las autoridades de la Nación, tendrían su representación y su núcleo en esta forma del futuro mecanismo político de la Provincia de Buenos Aires.
Los que solo estudian la cuestión a Capital de la Provincia, bajo el prisma de las utilidades que ella produciría á los pequeños centros poblados; no se han preocupado del cúmulo de circunstancias que deben rodearla; circunstancias agenas (sic) á las condiciones pecu­liares del suelo, y puramente vinculadas con los intere­ses generales del Estado.
Que haya ó no población acumulada en el sitio elegido, nada influiría en la solución del problema, que debe mirar solo al porvenir, sin preocuparse para nada de la actualidad de esas localidades.
Defensores sinceros y apasionados de QUILMES para futura Capital, no tenemos inconveniente en reconocer que, la ley que designara cualquier punto del desierto para asiento de las autoridades de la provincia, reuniría, en un mes, los ocho ó diez mil habitantes que puede tener hoy el pueblo de QUILMES.
Pero ¿Qué haría esa población aventurera, sin víncu­los en el partido, sin antecedentes ni conocimientos de las poblaciones que la rodeasen?
En cualquiera parte que se coloque la nueva influencia nunca seria ni tan inmediata ni tan poderosa como para poder dilatar su acción á todos los ámbitos de la estensa (sic) Provincia de Buenos Aires.
Las preocupaciones de la propia construcción de la ciudad nueva; los cuidados de su organización: sus nece­sidades peculiares; sus relaciones frecuentísimas sobre puntos de lejislación (sic) transitoria, con la Capital de la República y en una palabra, todo lo que se refiere á la traslación de las autoridades provinciales á su nuevo alo­jamiento, atraerá forzosamente la mayor suma de atención por parte del Gobierno Provincial, que, difícilmente, podría atender inmediata y constantemente los demás in­tereses de la Provincia.
Para obviar todas estas dificultades, y dar impulso á la gran masa de población que le queda á la actual Buenos Aires, es indispensable darle una nueva organización política y administrativa. En ella los partidos perderán tal vez algo de su personalidad vecinal, creada por la Cons­titución de 1873; pero en cambio, ganarán en medios de progreso y en elementos de existencia, porque de su unión resultará su propia fuerza.
Un sistema de administración vecinal, combinado con un gobierno que atienda las necesidades departamentales y ambos dependientes del Gobierno General del Estado, podría satisfacer perfectamente las exigencias ac­tuales de la Provincia.
Las autoridades del partido, serían esclusivas (sic) en todo aquello que solo tuviese relación con sus necesidades municipales; las autoridades -departamentales tendrían á su cargo los impuestos, los caminos generales, la policía ín­ter-vecinal, etc.; en tanto, que el Gobierno del Estado sería el regulador y protector de todos los actos en que se encontrasen afectados los intereses que dicen relación con la provincia entera.
En el sistema actual, creado por la Constitución, pero nunca puesto en práctica, cada partido de campaña, es un municipio, al que se dan ciertas facultades, que lo constituyen casi en un pequeño estado autonómico, inde­pendiente, en cuanto se refiera á su propia administra­ción.
Es la descentralización llevada á tal estremo (sic), que, po­dría decirse que la Provincia de Buenos Aires, bajo el imperio de la Constitución de 1873, es una verdadera República federativa, en la que, cada municipio, desem­peña el papel de un estado federal. Este sistema, avanzado como institución del gobierno libre de los pueblos modernos, era quizá posible, cuando el centro de esa federación era la gran ciudad de Buenos Aires.
Hoy es de todo punto imposible. Es, pues, indispensable crear cuerpos atrayentes, centros de influencia directa, entre los partidos de Campaña y la Capital de la Provincia. A esto respondería una división territorial como la que indicamos.
Establezcamos capitales de departamento, y divida­mos el territorio de la Provincia en siete ú ocho depar­tamentos, compuestos de un número determinado de partidos, cuya cifra solo puede señalar la proximidad entre ellos y el radio que cada departamento puede abarcar. 
Con esa división, podríamos alcanzar un doble resultado. En primer lugar, tendríamos mayores elementos de gobierno y de influencia, para el rápido desarrollo de los intereses provinciales.
En segundo lugar, tendrían cabida como capitales de Departamentos, muchos de los actuales puntos que se presentan como candidatos para Capital de la Provincia.
Las capitales de Departamento tendrían gran impor­tancia, porque, no solo serían el asiento del Prefecto, sino también del Consejo General, formado por delegados de los partidos, y que funcionaría casi como un cuerpo legislativo departamental.
El arrondisement francés, modificado según nuestras necesidades peculiares, podría servirnos de modelo te­niendo nosotros la ventaja inmensa de nuestra práctica democrática, que nos ha alejado de las influencias perni­ciosas, que han impedido la descentralización en Fran­cia.
Y si ese sistema se adoptase, entonces con más razón, la Capital de la Provincia debería colocarse en QUILMES. 
Suposición geográfica la pone en aptitud de comuni­carse con todas las capitales de Departamento, con más facilidad y más economía, que cualquier otro punto de la Provincia.
La mayor parte de los Departamentos estarían al Sud y al Oeste. 
- VIII - 
 Cuando se discuten, bonna fídoe, las condiciones gene­rales, que debe reunir la futura Capital de la Provincia de Buenos Aires, hay un doble deber de patriotismo y de hidalguía, que manda á todos los que de la cuestión se ocupan, evitar confusiones y mistificaciones capciosas al lector.
Por nuestra parte - lo hemos dicho desde el principio - , tenemos solo un interés cívico en la solución de este problema; y si algún propósito personal puede atribuírsenos, es solo aquel que justifica hasta la vanidad, puesto que consiste en haberse preocupado demasiado de los grandes intereses de la patria.
Queremos llevar un grano de arena a la obra del engrandecimiento común. No tenemos fé en los hombres enciclopédicos, que pretenden que todo lo saben ó todo lo prescienten (sic). La Enciclopedia pudo engañar al siglo XVIII y pudo hasta hacerlo avanzar intelectualmente con su mentira. El siglo XIX es especialista y solo rinde culto á la consagración especial del espíritu del hombre, cuando se dedica á una rama de los conocimientos útiles, que pueden servir á la generalidad.
La Comisión nombrada por el Gobierno de la Provincia, para dictaminar sobre esta cuestión, no está com­puesta ni de ingenieros, ni de geógrafos, ni de higienis­tas, ni de políticos, ni de economistas. Y, sin embargo, todas esas especialidades afectan á la solución del gran problema que se llama “la futura Capital de Buenos Aires”.
Hay, entonces, un deber cívico en llevar nuevas luces, nuevos conocimientos ó siquiera, nuevas preocupaciones especiales, al seno de esa Comisión, procurando que ella obtenga el mayor acierto, en la solución que le está en­comendada.
Y si este es un deber impuesto al patriotismo de cada uno, podría casi considerarse un crimen, el estrado vo­luntario de las ideas, cuando él se produce por personas capaces de comprender el mal que causan.
Decimos todo esto, á propósito de una tendencia marcada que venimos notando hace días, á confundir dos puntos y dos cuestiones esencialmente distintas, y que afectan primordialmente á esta propaganda.
Es menester no confundir, ni dejarse confundir, to­mando como exactamente iguales los intereses que acon­sejan la elección de un puerto para el comercio exte­rior de Buenos Aires, y la elección de una Capital para la actual Provincia de Buenos Aires. Un puerto tiene por objeto atender intereses puramen­te marítimos. Se consulta al elejirlo (sic) la mayor comodidad de la parte del comercio confiada á la navegación.
La preocupación del estadista y del ingeniero, es buscar facilidades al buque que trae y lleva la carga, sin dete­nerse mucho á considerarlas consecuencias que en tierra pueda producir la designación de ese puerto.
Una Capital tiene que ocuparse de intereses diame­tralmente opuestos. Ella responde á combinaciones de política general, de intereses económicos generales, de administración general de un Estado.
El desarrollo del comercio y las facilidades que un puerto puedan ofrecer, son accidente, y no exencia (sic), en la designación de una Capital, ya se trate de una Nación, ya de una Provincia.
La Provincia de Asturias, en España, tiene como Capital á Oviedo, situada exactamente en el centro de su territorio. Todas las conveniencias de la localidad, aconsejaron esa Capital sabiamente elejida (sic). Y, sin em­bargo, Gijón, puerto de mar, va adquiriendo hoy una im­portancia que pronto dominará á Oviedo.
¿Se creerá, acaso, que los que elijieron (sic) á Oviedo y no á Gijón para Capital de Asturias, ignoraban la importancia de los puertos de mar? ¡No! es que al designar al primero y no al segundo, para Capital de Asturias, con­sultaron intereses más generales que los que solo se re­fieren al comercio marítimo. Hoy tiene que suceder lo mismo entre nosotros.
Cuando la razón tranquila domine los vastos horizon­tes que abarca la cuestión capital de la Provincia, tendrá que pesarse mucho la opinión de los grandes estadistas, con que pretende hacerse presión en favor de algunas localidades, que se señalan de antemano como las pre­destinadas.
Por ejemplo: se pretende que D. Bernardino Rivada­via, señaló desde hace cincuenta años, á la Ensenada, como la Capital futura de Buenos Aires. Esto es calumniar á Rivadavia y falsear la historia y las ideas. Rivadavia nunca pensó en otra capital, que no fuese Buenos Aires mismo; y cuando se ocupó, alguna vez de la solución más adecuada al problema del puerto exte­rior, fué siempre buscando darle mayor importancia centralista á esta gran ciudad de Buenos Aires.
El unitario político, no podía pretender quebrar la influencia de su sistema de gobierno, rompiendo la unidad económica, que deseaba establecer en Buenos Ai­res.
Si alguna vez, discutiendo distintos proyectos de puer­to encostro preferible el de la Ensenada á los demás que le presentaban; esa preferencia fué solo en cuanto se refería al punto más adecuado para el embarque y de­sembarque de mercaderías entregadas al tráfico ultramarino; pero no en cuanto se refería á la capital de la Pro­vincia de Buenos Aires.
Y tan es así, que cuando una ley federalizó este mu­nicipio de Buenos Aires, en la época de Rivadavia, ni él ni los hombres de su tiempo, pensaron en la Ensenada como capital posible; ni siquiera cuando se intentó hacer del territorio de Buenos Aires tres distintas provincias, ninguna de las cuales tenía como Capital á la Ense­nada. (Ver bibliografía) 
Siempre que D. Bernardino Rivadavia buscó resolver la cuestión puerto, lo hizo sujetando esa cuestión, á la que él consideraba, con razón, como más esencial y más 'grave, la organización del país.
E1 mismo Dr. Alberdi lo ha reconocido, sin decirlo, al hablar de la Ensenada como puerto. El recuerda que, situada una nueva ciudad en la En­senada, tendría, entre otras vías de comunicación con la ciudad de Buenos Aires: “el canal que pensó Rivadavia” (testual – sic-) Y bien ¿cuál fue ese canal? Era el que, aprovechando las corrientes del río, y sirviéndose del flujo y reflujo de las aguas para su propia conservación, ligase el puerto de la Ensenada, Punta de Lara ó Quilmas, con la ciudad de Buenos Aires, á fin de que fuese siempre Buenos Aires la beneficiada y no la población problemática que se alzase en el parage (sic) elejido (sic) para puerto.
Ese canal se habría (sic) en el bañado de Quilmes, y lo cruzaba por completo utilizándolo, porque Rivadavia conocía, sin duda, los estudios hechos en esos puntos del Rio; estudios que demuestran que las embarcaciones de ultramar pueden llegar, por canales naturales, hasta mil metros de la playa misma frente á Quilmes. 
Pero, cuando Rivadavia se ocupaba de estas cuestio­nes, no pensaba, siquiera, en que un día sus opiniones serian citadas en favor de tal ó cual localidad, para futu­ra Capital de Buenos Aires.
El no buscaba una Capital para la Provincia; buscaba un puerto para la ciudad de Buenos Aires; y es esencial, es leal y es honesto, no con­fundir, en esta propaganda, dos cosas tan sustancialmen­te distintas.
Para que la Ensenada fuese un excelente puerto del comercio exterior (sic), no le estorbaría en nada la revolución y confusión de sus aguas, cuando soplan fuertes vientos del Sud-Este.
En esos días de terribles sudestadas, como se llaman en nuestro lenguaje vulgar, las aguas del mar Atlante se mezclan con las del Río de la Plata, haciéndose impotable la que queda en la ensenada que da nombre á aquel lugar.
Seguramente este no es un inconveniente para un puerto, pero lo es inmensamente grande para una Ca­pital, pues que, en esos días, la ciudad tendría que verse privada de aguas potables, (porque hasta la de los po­zos es allí salada), á no ser que se adoptase, como único recurso el de las viejas cisternas que la conquista árabe introdujo en España.
Rivadavia, que sin duda sabía todo esto, no pudo, pues, haber pensado en hacer de la Ensenada una gran ciudad, rival de su Buenos Aires amada; y cuando pre­firió, para más tarde, aquel punto como un puerto fácil, fue haciéndolo el tributario, el dependiente, el auxiliar del engrandecimiento de esta ciudad, que él reputaba, con razón, el emporio de riqueza, de luz y de inteligencia.
Hacer decir hoy lo contrario á las ideas de Rivadavia, aplicándolas como opiniones decisivas á la cuestión Ca­pital de la Provincia, es alterar, con el comentario, la esencia del pensamiento del autor que se comenta.
Hace tiempo que tenemos un terror inmenso por los comentarios y los comentadores de frases sueltas. Un literato notable nos infundió ese terror, con una anécdota. El poeta italiano había dicho: “Veder Napoli, é poi Moriré”. 
Los escritores Napolitanos, orgullosos con el elojio (sic) inmenso de su bella “dormida al pié del Vesubio co­mentaron é hicieron célebre la frase, traduciéndola: ¡Ver á Nápoles y después morir! El amigo literato nos explicó (sic) un día el error de los comentaristas. En las inmediaciones de Nápoles, hay una pequeña aldea llamada Morir. Allí tuvo el poeta unos amores llenos de recuerdos y cuando dijo en sus versos: “Veder Napoli, e poi Morir”, solo quiso como consejo romántico á los viajeros, aconsejándoles que, primero vieran á Nápoles y después a Morir, es decir al villorrios inmediato, sin que se le ocurriera siquiera aconsejarles que murieran de la emoción después de haber visto á Nápoles…
Tememos que hoy, se hace lo mismo comentando á Rivadavia, que habló de la Ensenada, como puerto de Buenos Aires, y no como Capital de la Provincia. 
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE NOTA CAP. IX y X) 
Digitalización, escaneo y configuración Prof. Chalo Agnelli
Gentileza del Prof. Claudio Schbib
Asociación Historiadores Los Quilmeros
Biblioteca Popular Pedro Goyena
Quilmes, agosto 2016
“EL QUILMERO 10 AÑOS”
BIBLIOGRAFÍA PARA CONSULTAR 
Craviotto, José A. (1966) “Quilmes a través de los años”. Ed. Municipalidad de Quilmes. Pp. 241 y 242
Salmerón, Luis Arturo. “La Gran Hambruna irlandesa, 1845-1849”. https://relatosehistorias.mx 
Trujillo, Juana. “Breve historia de Antoine Augustin Parmentier y la patata” https://www.directoalpaladar.com 
Varela, Luis V.: (1877) “Debates de la Convención constituyente de Buenos Aires 1870-1873”. Publicación Oficial. Hecha bajo la dirección del convencional Luis V. Varela. Bs. As., La Tribuna, 1877. 2 Tomos 
Ver en EL QUILMERO del lunes, 17 de octubre de 2011, “William Wheelwright y una excursión fluvial por el Rio de La Plata hasta Ensenada”

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