jueves, 4 de julio de 2019

"QUILMES CAPITAL DE LA PROVINCIA" (V) - CAP. III y IV


El facsímil de Quilmes, Capital futura de la Provincia” de Luis Vicente Varela; publicado en 1881. Los datos  biográficos de Varela aparecen en otra nota “Luis V. Varela promotor de hacer de Quilmes la Capital de la provincia”. Por la extensión del material, se dividió en 10 notas consecutivas. La primera es una transcripción del libro “Quilmes a través de los años” del Dr. Craviotto. Las dos siguientes corresponden a “los antecedentes” y datos biográficos de Luis V. Varela, seguidas por 6 que presentan los 12 capítulos, la última con la carta sobre la vegetación y la higiene del Dr. Carlos D. Spegazzini y el plano y estudio del terreno por don José Benites. A continuación se desarrolla la SEGUNDA PARTE con los CAPÍTULOS III y IV (Chalo Agnelli)

- III - 
Abandonada la centralización, por imposible de reali­zarse, en las condiciones de actualidad de la Provincia, es menester ante todo, preocuparse de averiguar cuál sea la numera más conveniente de operar la descentralización. 
El hecho de haberse federalizado el municipio de Bue­nos Aires, no puede tomarse como una separación abso­luta de este y el resto de la antigua Provincia á que perteneció.
Así como las capitales no se decretan, tampoco basta, una ley para destruir su influencia, y acabar con sus vín­culos. Las disposiciones que emanan de los poderes públicos para ejecutarse inmediatamente, pueden hacer peregri­nar los Gobiernos, como en la España de otros tiempos, antes de importancia ni prestigio
La influencia de una ciudad no nace de sus autoridades, sino bajo los gobiernos despóticos. La forman poblaciones, ligadas á otras poblaciones por el intercambio dé las ideas y de los productos, que es lo que se llama las relaciones de comercio, de política y  de ciencia.
La ley que ha federalizado á Buenos Aires, no ha destruido las afinidades de intereses y de riquezas, que el tiempo y las afecciones crearon, entre la metrópoli, y el resto de la Provincia. El hecho político de la separación se ha producido, pero, antes de que el hecho material se produzca, pasará muchos años.
No se trata de un miembro gangrenado, que la ciencia amputa de un cuerpo robusto, y al que, por fin, llega á olvidar el organismo, acostumbrando á otros miembros á llenar sus funciones. Por el contrario. Se trata de la cabeza siempre inteligente y pensante, que conserva todo el poder de sus facultades, y que no ha sido separada del cuerpo á que pertenecía. 
Hoy, y por muchos años todavía, Buenos Aires es y será la ciudad capital de los porteños, porque a  pesar de la ley de federalización, es aquí donde todos tenemos todavía nuestros  vínculos políticos, sociales, comerciales y científicos.
No fue una ley la que dio origen á esos vínculos. Fue la concentración de todos esos intereses, comunes a toda la provincia la que creó este poder inmenso de la capital provincial, sobre todo el territorio de Buenos Aires.
Y tan es así, que hoy, después de estar definitivamente instaladas en el municipio de la Capital las autoridades federales, todo pensamiento, toda acción, toda iniciativa, es sus asuntos  puramente provinciales, busca aquí su inspiración ó parte directamente de Buenos Aires, centro único de las influencias locales.
En tanto que esa centralización exista, la ciudad se­guirá siendo la Capital de la Provincia, aunque la ley le haya quitado políticamente ese carácter. Y, sin embargo, es menester destruir esa centralización, en cuanto se refiera á los intereses de la Provincia. Si la Capital de la República sigue dominando, como antes de ahora á la Provincia de Buenos Aires, la existencia política y económica de ésta, desaparecerá por completo
La influencia lejítima (sic) de la Nación sobre los Estados, no puede tomar las proporciones de absorción, sin rom­per el equilibrio, que debe mantener en su juste milieu, las relaciones entre los poderes federales y los poderes provinciales. Pero, cuando los hechos consumados, ese Dios de la casualidad, presentan, en un solo punto, todos los intereses nacionales, confundidos con los intereses puramente locales de una Provincia, entonces hay un doble deber de patriotismo, que manda buscar una solución  sensata y tranquila, que, evitando conflictos posibles en el futuro, separe los intereses puramente nacionales de aquellos que son puramente locales.
Acontecimientos inesperados, cuyo juicio pertenece á la historia, han producido para Buenos Aires esta situación especialísima. Para destruir este hecho, es menester otro hecho. No puede romperse ex abrupto los vínculos que unen á la ciudad de Buenos Aires, con el resto de la Provincia. Es menester desatarlos, sin que, al hacerlo, sufra la Capital de la Nación la influencia de los elementos que se alejan, ni la Provincia sienta, porque no concurran á su engrandecimiento local, los elementos que se arrai­guen en el asiento de las autoridades nacionales.
Hoy están reunidos en el seno de la Capital de la Re­pública, das géneros de intereses que aún cuando de consuno concurren al engrandecimiento de la patria, tienen, hasta cierto punto, propósitos y aspiraciones an­tagónicos.
En el sistema que nos rige, la libertad tiene por base la doble existencia de la Nación, con su autoridad limitada, y la Provincia, con sus facultades escritas en la constitu­ción ó derivadas del silencio de las mismas instituciones
Puede, pues, sin violencia para la libertad, haber inte­reses locales que pugnen con intereses nacionales; sobro todo cuando un Congreso representativo dirije (sic) la política y las finanzas de la Nación. Si la influencia do la Capital de la República, avasallase la influencia de la Provincia de Buenos Aires, en las elecciones de Diputados y Senadores al Parlamento Nacional, la Provincia no tendría representación genuina y sus delegados en el Congreso solo representarían los intereses de la Nación, olvidándose aquellos que fuesen peculiares de la Provincia. 
Los vínculos entro los Habitantes de la Capital de la República y los demás pobladores del territorio nacional, no son idénticos á los vínculos que existen antes entre los vecinos del municipio de Buenos Aires, y los vecinos de los demás partidos de la Provincia. Y, sin embargo, hoy es menester conciliar este conflicto de intereses, que amenaza todas las fortunas que tie­nen su apoyo, como el coloso de Rodas, en dos puntos estremos (sic); la ciudad de Buenos Aires, y un local cual­quiera de la antigua campaña, hoy Provincia de Bue­nos Aires. 
Hasta ayer había, unidad de legislación, de procedi­mientos, de derechos en toda la estensión (sic) de la Provin­cia, sin desmembraciones. Los protocolos de los Escríbanos de Registro en la capital de la Provincia, contienen los títulos originarios de toda la propiedad urbana y de toda la propiedad rural. Las modificacio­nes de esas propiedades están historiadas y garantidas en esos protocolos. Las relaciones del estado civil de la mitad de la Provincia, que pertenece al departamento judicial de la Capital, están consignadas en millares de espedientes (sic) que tramitan ante los tribunales que tienen por asiento la ciudad de Buenos Aires. Los derechos de gestión de quince partidos de la campaña, (hoy Provincia) de Buenos Aires, se ventilan y discuten ante los juzgados de esta ciudad. Y así, en todas las relaciones de intereses y de familia, aparecen confundidos, con una trascendencia secular, todos los actos de la vida civil de la ciudad, con los de la vida civil de la campaña. Pero, esto era hasta ayer. Hoy todo ha cambiado. Desde muy luego una legislación peculiar regirá en el Distrito Federal de la Capital de la República; jueces especiales, regidos por una ley también especial, de procedimientos, entenderán en los pleitos que aquí un produzcan; derechos y términos aún especiales nacerán tal vez de esa misma ley de procedimientos, y los que hasta ayer sabían que podían, desde esta ciudad, atender sus propiedades rurales, celebrar sus contratos, seguros de que una legislación uniforme imperaba sobre la ciu­dad y sobre la campaña, tendrán hoy que preocuparse de la legislación que reglamente, para los pleitos futuros. El locus rei sitae y el locus domicilii.
Para evitar todos estos males, que el cambio violento de esas legislaciones tiene que producir, es menester que todos los intereses sean consultados, al resolver el problema de la Capital de la Provincia. No es esta cuestión de política transitoria. No es cuestión de personal de administración. No es siquiera cuestión de moral. Es esencia de vida, para todos los que han habitado y amado en la antigua Buenos Aires, y todos los hombres patriotas, deben llevar su piedra á este edificio de tan complicada arquitectura. Si fuese necesario para ello, un supremo esfuerzo de abnegación; si fuese menester acallar los gritos de una conciencia rebelde, é imponer el olvido á la memoria atormentada, hasta ese sacrificio exijiríamos (sic) a los que amando á Buenos Aires, quieran que ella todavía pueda brillar, como un astro de primera magnitud, en el cielo argentino. No podemos desprendernos de improviso de la ciudad querida.
El pueblo judío todavía consagra un día de la semana, para llorar sobre las ruinas venerandas del templo de Sa­lomón, en la Jerusalén destruida.
¿Cómo exigirnos entonces que, tratándose de Buenos Aires, siempre bella, siempre grande, siempre amante y amada, la abandonemos como á la infiel que hubiera hecho traición. No; ella siempre es nuestra. Nos abriga en su rega­zo, y la devolvemos sus caricias, con el desarrollo cre­ciente de sus fuerzas, que nosotros mismos multiplicamos. Si ya no nos pertenece como porteños, es siempre nuestra como argentinos. Es solo una cuestión de fami­lia
La hemos perdido como letra inicial del nombre patronímico, pero la conservamos íntegra en nuestro sublime apellido nacional.
No hay causa alguna que pueda hacernos mirar á Buenos Aires como una enemiga, ni siquiera como una rival, de la futura Capital de la Provincia. Despertaríamos antiguas rencillas locales, y nos espondríamos (sic) á despreciar fuerzas en una lucha estéril.
A unos y á otros, á la Capital de la República y á la Provincia de Buenos Aires, conviene encontrar un medio de hacer posible esta liquidación de intereses, sin grandes sacrificios para la una ni para la otra. Para ello, es indispensable preocuparse mucho de la distancia á que debe situarse la nueva ciudad, asiento de las autoridades provinciales.
Colocar la Capital de la Provincia á una gran distancia de la ciudad de Buenos Aires, buscando, por ejemplo, el centro geográfico del territorio, tendría por inconvenien­te especial la dificultad de traslación, definitiva ó transitoria, de la población actual de esta ciudad, á la nueva ciudad que se construyera.
Y ese inconveniente podría aun adquirir proporciona  más alarmantes, si la Capital fuese á buscar su asiento en las lejanas soledades mediterráneas.
Hay, en toda población, una masa flotante de aventu­reros que, como los primitivos conquistadores, están á la espectativa (sic) del lucro, que la ocupación de la tierra proporciona siempre al primer poblador. Esa masa heterogénea, peligrosa, mineros que asolaron á la California sin gobierno, abriría los cimientos de la nueva ciudad, que al ser ocupada más tarde por las autoridades de la Provincia, recordaría, entre los esplendores del siglo XIX, aquella población atrabiliaria de la Roma fundada por los gemelos que amamantó una loba.
Y como las instituciones federales rejiran (sic) sobre esa ciudad, y hay un artículo en la Constitución, que exije (sic) la residencia en la Provincia que elija, tendrían que salir de allí los representantes de Buenos Aires en el Congre­so, representantes cuya personalidad desconocida no ejercería influencia alguna en la política argentina, pues entre ellos, de seguro no se contarían los primeros hombres de Estado, ni los primeros talentos del país, que permanecerían en la Capital de la República, para iluminarla como un emporio de luz civilizadora.
La distancia sería el más grave de los inconvenientes. La sociabilidad de la gran ciudad; los hábitos de la vida cómoda y elegante, que son solo son proporcionados por la fortuna personal, sino también el bienestar general, no se renuncian fácilmente, cuando el cambio de situación no tiene promesas seductoras. Y una capital lejana, sin Opera, sin Club del Progreso, sin Exposiciones, sin confort, en una palabra, no tendría seducciones ni atractivos para los actuales pobladores de Buenos Aires; y las consecuencias inmediatas y fatales de su designación, serian sentidas por los que fuesen á habitar sus desiertas soledades, sin amigos, sin elementos de gobierno, sin distracción alguna.
Las seculares poblaciones del interior de la República, han sentido su progreso desarrollarse, solo cuando la influencia del litoral les llegó, en alas del telégrafo y del ferro carril.
La nueva capital no podría siquiera esperar ese beneficio. El elemento inteligente y rico, que tiene que servirla de base, se encuentra hoy arraigado por vínculos poderosos á la ciudad de Buenos Aires. Para desprenderse, necesita tiempo y facilidades. La distancia au­menta las dificultades, porque prolonga los viagés (sic) y hace más difícil la traslación.
Es, pues, indispensable que la Capital futura de la Provincia, esté cerca de la actual capital de la República si queremos que aquella participe de las ventajas de esta; si queremos que la influencia de los pensadores y los millonarios de Buenos Aires ayude á la nueva ciudad como antes ayudaron los destinos del la provincia, si queremos, en fin, en fin, evitar que, dueña la provincia do una inmensa zona y sin un centro poderoso capaz de servirle de cabeza eficazmente, aparezca de nuevo, como pensamiento patriótico, el fraccionamiento proporcional de su territorio, como lo intentaron antes los hombres de 1826. 
- IV –

El Gobernador de Buenos Aires ha comprendido, sin duda, los graves inconvenientes que tendría la distancia, cuando en su decreto, señalando los puntos que deben ser motivo de un estudio especial, solo incluye aquellos ligados á la ciudad de Buenos Aires por la vía fluvial, ó por ferro carriles.
Sin embargo, ese decreto, enumera algunas poblacio­nes que, todas las verdaderas conveniencias,  escluyen (sic) desde luego de las capitales posibles.
No son solo los intereses políticos los que tienen que consultarse al preocuparse de la cuestión distancia. Los intereses económicos e hijiénicos (sic) entran por mucho, por muchísimo, pues quizá de ellos esclusivamente (sic) depende la solución definitiva del problema.
No se comprendería, por ejemplo, que un jefe (sic) de familia, un propietario, ó un empleado, que hace vida cómoda y fácil en Buenos Aires, porque el precio de los alimentos y las ropas así como los materiales de construcción y los alquileres de alojamiento son equitativos, abandonase todas esas facilidades de la existencia, para trasladarse á otro punto, donde los elementos indispensa­bles á la vida fuesen más caros. Y esto tendría que suceder fatalmente, porque todo lo que es obra de la mano del hombre, seria forzosa­mente recargado con el costo del flete desde esta ciudad de Buenos Aires, á la nueva capital de la provincia.
Nuestro gran puerto de importación de mercaderías estrangeras (sic) es el de Buenos Aires. [1] Las dificultades del desembarque, las estadías y los siniestros marítimos, tan frecuentes en nuestra rada, aumenta el precio de esas mercaderías á tal estremo (sic), que hay muchas de ellas que, al entrar al comercio de plaza, valen un ciento por ciento más que su costo de factura. Si esos artículos, de un indispensable consumo en toda población, son recargados todavía con el precio de trans­porte á una gran distancia, al ser vendidos en el merca­do, tendrán un valor tan crecido que hará muy difícil su adquisición para las pequeñas fortunas rías.
Y, como esto haría más cara y más difícil la existen­cia, el resultado lójico (sic) de la elección de un punto distan­te para Capital de la Provincia seria que su población no creciese ni se formase con los elementos de la actual ciu­dad de Buenos Aires, donde todo sería más barato y, probablemente, de mejor calidad.
Esta observación nos lleva, desde luego a una reflexión no menos importante. Sin tomar, por ahora, en cuenta otros inconvenientes de las ciudades mediterráneas, este es uno gravísimo. Cualquier parage (sic) que se elija en el interior de la Provincia,  tendrá que producir un fuerte recargo á los ma­teriales de construcción y á los artículos todos de fabricación extranjera (sic). Los fletes y costos de transporte entre nosotros, son todavía tan crecidos, que unidos á los derechos aduaneros y á las contribuciones nacionales, provinciales y municipales, hacen una adición de precio, al producto primitivo, que le aleja con frecuencia, de la generalidad, consumidora.
No sucedería lo mismo con los puntos de las costas marítimas ó fluviales, que tienen ya un puerto natural construido ó fácil de construirse.
Si los hombres que están destinados á resolver esta cuestión, se pusiesen en la corriente de nuestras ideas, desde luego excluirían (sic) de la contienda todo punto me­diterráneo, fijando solo su atención en aquellos de la costa  que tuviesen puerto fácil para el comercio internacional.
Ante todo, dadas las condiciones de nuestro territorio, sería, casi imposible, encontrar en la Provincia, una zona mediterránea, donde hubiese agua potable perma­nente, capaz de satisfacer las necesidades de una gran ciudad, á la que, desde su origen, se destina á un ra­pidísimo desarrollo.
Y el agua pura es, para las poblaciones más esencial que el aire puro. Hay medios científicos fáciles sencillos y baratos para purificar la atmósfera, parcial ó generalmente. Pero no sucede lo mismo con el agua, donde la descomposición produce el desarrollo de materias orgánicas y de sedementos (sic), que engendran la malaria, como en las lagunas Pontinas de Roma ó desarrollan las fiebres intermitentes, como los parásitos que se crían en los lagos de Estados Unidos.
Amarga y dolorosa experiencia (sic), ha dejado á la ciudad de Buenos Aires, [2] el descuido tradicional de esa parte esencial de la higiene de las grandes ciudades. Con un estuario como el Plata, en frente de nosotros, habíamos permitido que la población bebiera el agua emponzoñada que los residuos de los saladeros, arrojados al Riachuelo, llevaban á las costas del rio, mezclándose con las pequeñas olas que bañaban sus playas
Allí los aguadores la tomaban, sin purificarla, sin preocuparse siquiera de separarla del lodo sobre que se ajitaba (sic) apenas y al espenderla (sic) á la población, llevaban con ella esas enfermedades endémicas de las vías digestivas, que tantos estragos ban (sic) producido en Buenos Aires, favoreciendo el desarrollo de terribles pestes.
Y si aquello ha sucedido en esta ciudad, con su gran Rio de excelente agua ¿qué no sucedería en cualquier parage (sic) mediterráneo, donde apenas corren arroyuelos, hilos de agua, á los que pomposamente damos el nombro de Ríos? 
Si de la falta de agua, pasamos á la vegetación, (sic) indispensable también para saturar de oxíjeno (sic) el aire atmosférico, tenemos que reconocer que, en nuestras vastas planicies, todas las plantaciones de bosques son artificiales, con pequeñas excepciones como en el Tordillo; y que aún allí donde existen, es menester el trabajo y el cuidado especiales  del hombre, para vencer y conservar esos bosques, en la tremenda y frecuente lucha con la terrible seca periódica.
En general, es muy difícil encontrar, en zonas medi­terráneas, parages (sic) adecuados para asiento de grandes ciudades. La naturaleza y las necesidades de la humanidad han señalado las márgenes de los ríos ó las costas del mar para esos fines. Habría, pues, error, y error lamentable, en apartarnos de ese consejo de la ciencia y de la experiencia (sic) universales, sólo por satisfacer pequeñas ambiciones de localidades determinadas.
Concretándonos, pues, solo a las costas no creemos que en ningún caso el punto elejido (sic) deba estar fuera de la zona comprendida entre Zarate y la Ensenada, encontrando que, dentro de esos límites, ningún parage (sic) reúne las condiciones favorables, que Quilmes puede presentar como títulos lejítimos (sic) para sostener su candidatura á la futura Capital de la Provincia.
No basta estar sobre el mar ó sobre el río para considerarse un parage (sic) aparente para la nueva ciudad. Es menester que á esa condición especial, reúna otras muchas tan importantes como ella y sobre todas la de encontrarse á una distancia prudente de la ciudad de Buenos Aires. 
La prudencia, en materia de distancia tiene en este caso, tanta importancia como en cuestiones políticas.  Esa prudencia consiste en no colocarse tan cerca de la ciudad de Buenos Airón, como para convertirse en un mero arrabal de ella, perdiendo así la futura Capital su fisonomía y su autoridad propias, para  recibir la vida y la inspiración de la Capital de la República. 
Flores, Belgrano, Barracas al Sud (Avellaneda) y cualquier otro punto á donde pueda irse y volver á pié, sin dificultad, no  tendrán jamás importancia ni población, ni influencia que compita con la ciudad de Buenos Aires.
Los vínculos que hoy ligan á esta con la Provincia, ni se romperían ni se desatarían, porque no habría un ob­jeto práctico en ello; de manera que todo continuaría como hasta aquí.
Los tribunales provinciales, situados en Belgrano ó en Flores, no exijirían (sic) forzosamente la residencia en ellas de las personas que intervienen en los juicios, pues con consagrar una hora diaria á la atención del despacho, en cualquiera de esas localidades, el ferro carril les llevaría y traería en un cuarto de hora, pudiendo, por tanto, seguir residiendo en esta ciudad.
Y luego, el ensanche progresivo de la gran metrópoli, ejercería la atracción fatal que el sol ejerce sobre los de­más astros; y la capital de la provincia, situada en Flores ó Barracas al Sud, tendría que preocuparse más de los, acontecimientos y de las ajitaciones (sic) de la capital de la la República, que de los intereses locales del estado federal á que sirviera de cabeza.
Las autoridades provinciales mismas, puestas en for­zoso contacto personal con las autoridades nacionales, sentirían debilitada su fuerza de acción, viniendo así a sufrir directamente los elementos de la autonomía provincial, por la influencia inmediata del Poder Nacional.
La residencia del personal de la administración, no sería siquiera el parage (sic) que sirviera de asiento al gobierno Provincial, porque es seguro que la  vida general sería más cómoda y más barata en Buenos Aires que en Belgrano ó en Flores, si cualquiera de osos puntos fuese el ejido (sic) para capital de la provincia.
El desarrollo industrial y mercantil sería imposible, porque la facilidad instantánea de la comunicación, haría innecesario el establecimiento de casas de comercio y la nueva Capital seguiría, como hoy sucede con aque­llas poblaciones, siendo la tributaria de Buenos Aires, en todo lo que se refiere á los elementos para la vida y hasta para el confort. 
Un punto cualquiera, situado tan cerca de esta ciudad, Como para poder ir y volver á pié fácilmente, no será jamás una gran ciudad, porque el poder de absorción de ésta le arrastrará fatalmente ó su centro.
La PRUDENCIA, pues, aconseja no acercarse tanto como para desaparecer entre los esplendores del gran astro; ni alejarse tanto como para quedar perdido, como punto apenas luminoso, entre la inmensa bóveda desierta.
El desiderátum está en el término medio. Es menester no confundir la descentralización con el aislamiento. La capital en el Tuyú, por más que este sea un excelente puerto de mar, sería el aislamiento; porque entre el Tuyú y la Capital de la República ó entre el Tuyú y el resto de la Provincia no hay vínculos directos, ni medios fáciles de establecerse.
La Capital en Quilmes sería una verdadera base de descentralización política, al mismo tiempo que se establecería la nueva ciudad, en vegetación (sic) condiciones económicas, hijiénicas (sic) y administrativas.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la Provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Merce­des, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) haría que el comercio exterior, encontrara ventajas posi­tivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que, en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en Quilmes que en Buenos Aires, las mercaderías de importación estrangera (sic), tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires y hasta, para la higiene del alma, panorama y paisaje que encanta la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Merce­des, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) [i] haría que el comercio exterior, encontrara ventajas posi­tivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en QUILMES que en Buenos Aires, las mercaderías de importación tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires, y hasta, para la higiene del alma,  panoramas y paisajes que encantan la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á su administración, QUILMES ofrece á la Provincia las ventajas indiscutibles de su situación geográfica, ligada hoy á todas las líneas que se dirigen al Norte y á la costa, y con un pequeñísimo ramal de dos leguas que le uniera a las Lomas de Zamora, estaría ligado á los ferro-carriles que van al Sud y al Oeste.
Por otra parte, distante solo tres leguas de Buenos Aires está bastante inmediato para que pueda hacerse con facilidad, la traslación lenta y laboriosa de los elementos que aquí existen, y que deben servir de base á la nueva ciudad; al mismo tiempo que está bastante lejos para impedir la atracción absorvente (sic) de la gran metró­poli.
En QUILMES el Gobierno de la Provincia estaría en su propia casa; tendría territorio y medios de hacer una gran ciudad, sin que la Capital de la República influ­yera en su desarrollo y podría, desde allí, con indepen­dencia, ir atendiendo las necesidades de esta situación transitoria de los primeros años de la nueva organización, en que va á ser necesario ir desatando los lazos que unen á la ciudad con la campaña, por medio de largas copias de protocolos, de jurisdicciones determinadas en los pleitos entre vecinos de distintas localidades, de nue­vas divisiones territoriales para la administración de los intereses provinciales; y, en una palabra, por medio del cúmulo de medidas gubernativas, que exije (sic) la reconstrucción completa, política y administrativa, do la actual Provincia de Buenos Aires.
 (CONTINÚA EN LA SIGUIENTE NOTA – CAP. V y VI) 
Digitalización, escaneo y configuración Prof. Chalo Agnelli
Gentileza del Prof. Claudio Schbib
Asociación Historiadores Los Quilmeros
Biblioteca Popular Pedro Goyena
Quilmes, agosto 2016
“EL QUILMERO – 10 AÑOS”
BIBLIOGRAFÍA PARA CONSULTAR
Craviotto, José A. (1966) “Quilmes a través de los años” Ed. Municipalidad de Quilmes Pp. 141 y 142
Salmerón, Luis Arturo. “La Gran Hambruna irlandesa, 1845-1849”. https://relatosehistorias.mx
Trujillo, Juana. “Breve historia de Antoine Augustin Parmentier y la patata” https://www.directoalpaladar.com
Varela, Luis V.: (1877) “Debates de la Convención constituyente de Buenos Aires 1870-1873”. Publicación Oficial. Hecha bajo la dirección del convencional Luis V. Varela. Bs. As., La Tribuna, 1877. 2 Tomos
Ver en EL QUILMERO del lunes, 17 de octubre de 2011, “William Wheelwright y una excursión fluvial por el Rio de La Plata hasta Ensenada”









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