El facsímil de “Quilmes, Capital futura de la Provincia”
de Luis Vicente Varela; publicado en 1881. Los datos biográficos de Varela aparecen en otra nota “Luis V. Varela promotor de hacer de Quilmes
la Capital de la provincia”. Por la extensión del material, se dividió en 10 notas consecutivas. La primera es una transcripción del libro “Quilmes a través de los años” del Dr.
Craviotto. Las dos siguientes corresponden a “los antecedentes” y datos
biográficos de Luis V. Varela, seguidas por 6 que presentan los 12 capítulos, la última con la carta sobre la vegetación y la higiene del Dr. Carlos D.
Spegazzini y el plano y estudio del terreno por don José Benites. A
continuación se desarrolla la SEGUNDA
PARTE con los CAPÍTULOS III y
IV (Chalo Agnelli)
- III -
Abandonada la centralización, por
imposible de realizarse, en las condiciones de actualidad de la Provincia, es
menester ante todo, preocuparse de averiguar cuál sea la numera más conveniente
de operar la descentralización.
El hecho
de haberse federalizado el municipio de Buenos Aires, no puede tomarse como
una separación absoluta de este y el resto de la antigua Provincia á que
perteneció.
Así como
las capitales no se decretan, tampoco basta, una ley para destruir su
influencia, y acabar con sus vínculos. Las disposiciones que emanan de los
poderes públicos para ejecutarse inmediatamente, pueden hacer peregrinar los
Gobiernos, como en la España de otros tiempos, antes de importancia ni
prestigio
La influencia de una ciudad no
nace de sus autoridades, sino bajo los gobiernos despóticos. La forman poblaciones, ligadas á
otras poblaciones por el intercambio dé las ideas y de los productos, que es lo
que se llama las relaciones de comercio, de política y de ciencia.
La ley que ha
federalizado á Buenos Aires, no ha destruido las afinidades de intereses y de
riquezas, que el tiempo y las afecciones crearon, entre la metrópoli, y el
resto de la Provincia. El hecho político de la separación se ha
producido, pero, antes de que el hecho material se produzca, pasará muchos años.
No se trata de un miembro
gangrenado, que la ciencia amputa de un cuerpo robusto, y al que, por fin,
llega á olvidar el organismo, acostumbrando á otros miembros á llenar sus
funciones. Por el contrario. Se trata de la cabeza siempre inteligente y
pensante, que conserva todo el poder de sus facultades, y que no ha sido
separada del cuerpo á que pertenecía.
Hoy, y por muchos años
todavía, Buenos Aires es y será la ciudad capital de los porteños, porque a pesar de la ley de federalización, es aquí
donde todos tenemos todavía nuestros
vínculos políticos, sociales, comerciales y científicos.
No fue una ley la que dio origen á esos vínculos. Fue la
concentración de todos esos intereses, comunes a toda la provincia la que creó
este poder inmenso de la capital provincial, sobre todo el territorio de Buenos
Aires.
Y tan es así, que hoy, después de
estar definitivamente instaladas en el municipio de la Capital las autoridades
federales, todo pensamiento, toda acción, toda iniciativa, es sus asuntos puramente provinciales, busca aquí su
inspiración ó parte directamente de Buenos Aires, centro único de las influencias
locales.
En tanto que esa centralización
exista, la
ciudad
seguirá siendo la Capital de la Provincia, aunque la ley le haya quitado políticamente ese carácter. Y, sin
embargo, es menester destruir esa centralización, en cuanto se refiera á los
intereses de la Provincia. Si la Capital de la República sigue dominando, como
antes de ahora á la Provincia de Buenos Aires, la existencia política y
económica de ésta, desaparecerá por completo
La influencia lejítima
(sic) de la Nación sobre los Estados, no puede tomar las proporciones de
absorción, sin romper el equilibrio, que debe mantener en su juste milieu, las relaciones entre los
poderes federales y los poderes provinciales. Pero, cuando los hechos
consumados, ese Dios de la casualidad,
presentan, en un solo punto, todos los intereses nacionales, confundidos con
los intereses puramente locales de una Provincia, entonces hay un doble deber
de patriotismo, que manda buscar una solución
sensata y tranquila, que, evitando conflictos posibles en el futuro,
separe los intereses puramente nacionales de aquellos que son puramente
locales.
Acontecimientos
inesperados, cuyo juicio pertenece á la historia, han producido para Buenos
Aires esta situación especialísima. Para destruir este hecho, es menester otro hecho.
No puede romperse ex abrupto los
vínculos que unen á la ciudad de Buenos Aires, con el resto de la Provincia. Es
menester desatarlos, sin que, al hacerlo, sufra la Capital de la Nación la
influencia de los elementos que se alejan, ni la Provincia sienta, porque no
concurran á su engrandecimiento local, los elementos que se arraiguen en el
asiento de las autoridades nacionales.
Hoy están reunidos en el
seno de la Capital de la República, das géneros de intereses que aún cuando de
consuno concurren al engrandecimiento de la patria, tienen, hasta cierto punto,
propósitos y aspiraciones antagónicos.
En el sistema que nos rige,
la libertad tiene por base la doble existencia de la Nación, con su autoridad
limitada, y la Provincia, con sus facultades escritas en la constitución ó
derivadas del silencio de las mismas instituciones
Puede, pues, sin
violencia para la libertad, haber intereses locales que pugnen con intereses
nacionales; sobro todo cuando un Congreso representativo dirije (sic) la
política y las finanzas de la Nación. Si la influencia do la Capital de la
República, avasallase la influencia de la Provincia de Buenos Aires, en las
elecciones de Diputados y Senadores al Parlamento Nacional, la Provincia no tendría representación genuina y
sus delegados en el Congreso solo representarían los intereses
de la Nación, olvidándose aquellos
que fuesen peculiares de la Provincia.
Los vínculos entro los Habitantes de la
Capital de la República y los demás pobladores del territorio nacional, no son
idénticos á los vínculos que existen antes entre los vecinos del municipio de
Buenos Aires, y los vecinos de los demás partidos de la Provincia. Y, sin
embargo, hoy es menester conciliar este conflicto de
intereses, que amenaza todas las fortunas que tienen su apoyo, como el coloso
de Rodas, en dos puntos estremos (sic); la ciudad de Buenos Aires, y un local
cualquiera de la antigua campaña, hoy Provincia
de Buenos Aires.
Hasta ayer había, unidad de legislación,
de procedimientos, de derechos en toda la estensión (sic) de la Provincia,
sin desmembraciones. Los protocolos de los Escríbanos de Registro en la capital
de la Provincia, contienen los títulos originarios de toda la propiedad urbana
y de toda la propiedad rural. Las modificaciones de esas propiedades están
historiadas y garantidas en esos protocolos. Las relaciones del estado civil de
la mitad de la Provincia, que pertenece al departamento judicial de la Capital,
están consignadas en millares de espedientes (sic) que tramitan ante los
tribunales que tienen por asiento la ciudad de Buenos Aires. Los derechos de
gestión de quince partidos de la campaña, (hoy Provincia) de Buenos Aires, se
ventilan y discuten ante los juzgados de esta ciudad. Y así, en todas las
relaciones de intereses y de familia, aparecen confundidos, con una
trascendencia secular, todos los actos de la vida civil de la ciudad, con los
de la vida civil de la campaña. Pero, esto era hasta ayer. Hoy todo ha
cambiado. Desde muy luego una legislación peculiar regirá en el Distrito
Federal de la Capital de la República; jueces especiales, regidos por una ley
también especial, de procedimientos, entenderán en los pleitos que aquí un
produzcan; derechos y términos aún especiales nacerán
tal vez de esa misma ley de procedimientos, y los que hasta ayer sabían que
podían, desde esta ciudad, atender sus propiedades rurales, celebrar sus
contratos, seguros de que una legislación uniforme imperaba sobre la ciudad y
sobre la campaña, tendrán hoy que preocuparse de la legislación que reglamente,
para los pleitos futuros. El locus rei
sitae y el locus domicilii.
Para evitar todos estos males,
que el cambio violento de esas legislaciones tiene que producir, es menester
que todos los intereses sean consultados, al resolver el problema de la Capital
de la Provincia. No es esta cuestión de política transitoria. No es cuestión de
personal de administración. No es siquiera cuestión de moral. Es esencia de
vida, para todos los que han habitado y amado en la antigua Buenos Aires, y
todos los hombres patriotas, deben llevar su piedra á este edificio de tan
complicada arquitectura. Si fuese necesario para ello, un supremo esfuerzo de
abnegación; si fuese menester acallar los gritos de una conciencia rebelde, é
imponer el olvido á la memoria atormentada, hasta ese sacrificio exijiríamos
(sic) a los que amando á Buenos Aires, quieran que ella todavía pueda brillar,
como un astro de primera magnitud, en el cielo argentino. No podemos
desprendernos de improviso de la ciudad querida.
El pueblo judío todavía consagra un día
de la semana, para llorar sobre las ruinas venerandas del templo de Salomón,
en la Jerusalén destruida.
¿Cómo exigirnos entonces que, tratándose
de Buenos Aires, siempre bella, siempre grande, siempre amante y amada, la
abandonemos como á la infiel que hubiera hecho traición. No; ella siempre es
nuestra. Nos abriga en su regazo, y la devolvemos sus caricias, con el desarrollo
creciente de sus fuerzas, que nosotros mismos multiplicamos. Si ya no nos
pertenece como porteños,
es siempre nuestra como argentinos.
Es solo una cuestión de familia
La hemos perdido como letra inicial del
nombre patronímico, pero la conservamos íntegra en nuestro sublime apellido
nacional.
No hay causa alguna que pueda hacernos
mirar á Buenos Aires como una enemiga, ni siquiera como una rival, de la futura
Capital de la Provincia. Despertaríamos antiguas rencillas locales, y nos
espondríamos (sic) á despreciar fuerzas en una lucha estéril.
A unos y á otros, á la Capital de la
República y á la Provincia de Buenos Aires, conviene encontrar un medio de
hacer posible esta liquidación
de intereses, sin grandes sacrificios para la una ni para la otra.
Para ello, es indispensable preocuparse mucho de la distancia á que debe
situarse la nueva ciudad, asiento de las autoridades provinciales.
Colocar la Capital de la Provincia á una
gran distancia de la ciudad de Buenos Aires, buscando, por ejemplo, el centro
geográfico del territorio, tendría por inconveniente especial la dificultad de
traslación, definitiva ó transitoria, de la población actual de esta ciudad, á
la nueva ciudad que se
construyera.
Y ese inconveniente podría aun adquirir
proporciona más alarmantes, si la
Capital fuese á buscar su asiento en las lejanas soledades mediterráneas.
Hay, en toda población, una masa
flotante de aventureros que, como los primitivos conquistadores, están á la
espectativa (sic) del lucro, que la ocupación de la tierra proporciona siempre
al primer poblador. Esa masa heterogénea, peligrosa, mineros que asolaron á la
California sin gobierno, abriría los cimientos de la nueva ciudad, que al ser
ocupada más tarde por las autoridades de la Provincia, recordaría, entre los
esplendores del siglo XIX, aquella población atrabiliaria de la Roma fundada
por los gemelos que amamantó una loba.
Y como las instituciones federales
rejiran (sic) sobre esa ciudad, y hay un artículo en la Constitución, que exije
(sic) la residencia en la Provincia que elija, tendrían que salir de allí los
representantes de Buenos Aires en el Congreso, representantes cuya
personalidad desconocida no ejercería influencia alguna en la política
argentina, pues entre ellos, de seguro no se contarían los primeros hombres de
Estado, ni los primeros talentos del país, que permanecerían en la Capital de
la República, para iluminarla como un emporio de luz civilizadora.
La distancia sería el más
grave de los inconvenientes. La sociabilidad de la gran ciudad; los hábitos de
la vida cómoda y elegante, que son solo son proporcionados por la fortuna
personal, sino también el bienestar general, no se renuncian fácilmente, cuando
el cambio de situación no tiene promesas seductoras. Y una capital lejana, sin
Opera, sin Club del Progreso, sin Exposiciones, sin confort, en una
palabra, no tendría seducciones ni atractivos para los actuales pobladores de
Buenos Aires; y las consecuencias inmediatas y fatales de su designación,
serian sentidas por los que fuesen á habitar sus desiertas soledades, sin
amigos, sin elementos de
gobierno, sin distracción alguna.
Las seculares poblaciones del interior
de la República, han sentido su progreso desarrollarse, solo cuando la
influencia del litoral les llegó, en alas del telégrafo y del ferro carril.
La nueva capital no podría siquiera
esperar ese beneficio. El elemento inteligente y rico, que tiene que servirla
de base, se encuentra hoy arraigado por vínculos poderosos á la ciudad de
Buenos Aires. Para desprenderse, necesita tiempo y facilidades. La distancia aumenta
las dificultades, porque prolonga los viagés (sic) y hace más difícil la
traslación.
Es,
pues, indispensable que la Capital futura de la Provincia, esté cerca de la
actual capital de la República si queremos que aquella participe de las
ventajas de esta; si queremos que la influencia de los pensadores y los
millonarios de Buenos Aires ayude á la nueva ciudad como antes ayudaron los
destinos del la provincia, si queremos, en fin, en fin, evitar que, dueña la
provincia do una inmensa zona y sin un centro poderoso capaz de servirle de
cabeza eficazmente, aparezca de nuevo, como
pensamiento patriótico, el fraccionamiento proporcional de su territorio,
como lo intentaron antes los hombres de 1826.
- IV –
El Gobernador de Buenos Aires ha
comprendido, sin duda, los graves inconvenientes que tendría la distancia, cuando en su decreto,
señalando los puntos que deben ser motivo de un estudio especial, solo incluye
aquellos ligados á la ciudad de Buenos Aires por la vía fluvial, ó por ferro
carriles.
Sin embargo, ese decreto, enumera algunas poblaciones que, todas las verdaderas conveniencias, escluyen (sic) desde luego de las capitales posibles.
No son solo los intereses políticos los que tienen que consultarse al preocuparse de la cuestión distancia. Los intereses económicos e hijiénicos (sic) entran por mucho, por muchísimo, pues quizá de ellos esclusivamente (sic) depende la solución definitiva del problema.
No se comprendería, por ejemplo, que un jefe (sic) de familia, un propietario, ó un empleado, que hace vida cómoda y fácil en Buenos Aires, porque el precio de los alimentos y las ropas así como los materiales de construcción y los alquileres de alojamiento son equitativos, abandonase todas esas facilidades de la existencia, para trasladarse á otro punto, donde los elementos indispensables á la vida fuesen más caros. Y esto tendría que suceder fatalmente, porque todo lo que es obra de la mano del hombre, seria forzosamente recargado con el costo del flete desde esta ciudad de Buenos Aires, á la nueva capital de la provincia.
Nuestro gran puerto de importación de mercaderías estrangeras (sic) es el de Buenos Aires. [1] Las dificultades del desembarque, las estadías y los siniestros marítimos, tan frecuentes en nuestra rada, aumenta el precio de esas mercaderías á tal estremo (sic), que hay muchas de ellas que, al entrar al comercio de plaza, valen un ciento por ciento más que su costo de factura. Si esos artículos, de un indispensable consumo en toda población, son recargados todavía con el precio de transporte á una gran distancia, al ser vendidos en el mercado, tendrán un valor tan crecido que hará muy difícil su adquisición para las pequeñas fortunas rías.
Y, como esto haría más cara y más difícil la existencia, el resultado lójico (sic) de la elección de un punto distante para Capital de la Provincia seria que su población no creciese ni se formase con los elementos de la actual ciudad de Buenos Aires, donde todo sería más barato y, probablemente, de mejor calidad.
Esta observación nos lleva, desde luego a una reflexión no menos importante. Sin tomar, por ahora, en cuenta otros inconvenientes de las ciudades mediterráneas, este es uno gravísimo. Cualquier parage (sic) que se elija en el interior de la Provincia, tendrá que producir un fuerte recargo á los materiales de construcción y á los artículos todos de fabricación extranjera (sic). Los fletes y costos de transporte entre nosotros, son todavía tan crecidos, que unidos á los derechos aduaneros y á las contribuciones nacionales, provinciales y municipales, hacen una adición de precio, al producto primitivo, que le aleja con frecuencia, de la generalidad, consumidora.
No sucedería lo mismo con los puntos de las costas marítimas ó fluviales, que tienen ya un puerto natural construido ó fácil de construirse.
Si los hombres que están destinados á resolver esta cuestión, se pusiesen en la corriente de nuestras ideas, desde luego excluirían (sic) de la contienda todo punto mediterráneo, fijando solo su atención en aquellos de la costa que tuviesen puerto fácil para el comercio internacional.
Ante todo, dadas las condiciones de nuestro territorio, sería, casi imposible, encontrar en la Provincia, una zona mediterránea, donde hubiese agua potable permanente, capaz de satisfacer las necesidades de una gran ciudad, á la que, desde su origen, se destina á un rapidísimo desarrollo.
Y el agua pura es, para las poblaciones más esencial que el aire puro. Hay medios científicos fáciles sencillos y baratos para purificar la atmósfera, parcial ó generalmente. Pero no sucede lo mismo con el agua, donde la descomposición produce el desarrollo de materias orgánicas y de sedementos (sic), que engendran la malaria, como en las lagunas Pontinas de Roma ó desarrollan las fiebres intermitentes, como los parásitos que se crían en los lagos de Estados Unidos.
Amarga y dolorosa experiencia (sic), ha dejado á la ciudad de Buenos Aires, [2] el descuido tradicional de esa parte esencial de la higiene de las grandes ciudades. Con un estuario como el Plata, en frente de nosotros, habíamos permitido que la población bebiera el agua emponzoñada que los residuos de los saladeros, arrojados al Riachuelo, llevaban á las costas del rio, mezclándose con las pequeñas olas que bañaban sus playas
Allí los aguadores la tomaban, sin purificarla, sin preocuparse siquiera de separarla del lodo sobre que se ajitaba (sic) apenas y al espenderla (sic) á la población, llevaban con ella esas enfermedades endémicas de las vías digestivas, que tantos estragos ban (sic) producido en Buenos Aires, favoreciendo el desarrollo de terribles pestes.
Y si aquello ha sucedido en esta ciudad, con su gran Rio de excelente agua ¿qué no sucedería en cualquier parage (sic) mediterráneo, donde apenas corren arroyuelos, hilos de agua, á los que pomposamente damos el nombro de Ríos?
Si de la falta de agua, pasamos á la vegetación, (sic) indispensable también para saturar de oxíjeno (sic) el aire atmosférico, tenemos que reconocer que, en nuestras vastas planicies, todas las plantaciones de bosques son artificiales, con pequeñas excepciones como en el Tordillo; y que aún allí donde existen, es menester el trabajo y el cuidado especiales del hombre, para vencer y conservar esos bosques, en la tremenda y frecuente lucha con la terrible seca periódica.
En general, es muy difícil encontrar, en zonas mediterráneas, parages (sic) adecuados para asiento de grandes ciudades. La naturaleza y las necesidades de la humanidad han señalado las márgenes de los ríos ó las costas del mar para esos fines. Habría, pues, error, y error lamentable, en apartarnos de ese consejo de la ciencia y de la experiencia (sic) universales, sólo por satisfacer pequeñas ambiciones de localidades determinadas.
Concretándonos, pues, solo a las costas no creemos que en ningún caso el punto elejido (sic) deba estar fuera de la zona comprendida entre Zarate y la Ensenada, encontrando que, dentro de esos límites, ningún parage (sic) reúne las condiciones favorables, que Quilmes puede presentar como títulos lejítimos (sic) para sostener su candidatura á la futura Capital de la Provincia.
No basta estar sobre el mar ó sobre el río para considerarse un parage (sic) aparente para la nueva ciudad. Es menester que á esa condición especial, reúna otras muchas tan importantes como ella y sobre todas la de encontrarse á una distancia prudente de la ciudad de Buenos Aires.
La prudencia, en materia de distancia tiene en este caso, tanta importancia como en cuestiones políticas. Esa prudencia consiste en no colocarse tan cerca de la ciudad de Buenos Airón, como para convertirse en un mero arrabal de ella, perdiendo así la futura Capital su fisonomía y su autoridad propias, para recibir la vida y la inspiración de la Capital de la República.
Flores, Belgrano, Barracas al Sud (Avellaneda) y cualquier otro punto á donde pueda irse y volver á pié, sin dificultad, no tendrán jamás importancia ni población, ni influencia que compita con la ciudad de Buenos Aires.
Los vínculos que hoy ligan á esta con la Provincia, ni se romperían ni se desatarían, porque no habría un objeto práctico en ello; de manera que todo continuaría como hasta aquí.
Los tribunales provinciales, situados en Belgrano ó en Flores, no exijirían (sic) forzosamente la residencia en ellas de las personas que intervienen en los juicios, pues con consagrar una hora diaria á la atención del despacho, en cualquiera de esas localidades, el ferro carril les llevaría y traería en un cuarto de hora, pudiendo, por tanto, seguir residiendo en esta ciudad.
Y luego, el ensanche progresivo de la gran metrópoli, ejercería la atracción fatal que el sol ejerce sobre los demás astros; y la capital de la provincia, situada en Flores ó Barracas al Sud, tendría que preocuparse más de los, acontecimientos y de las ajitaciones (sic) de la capital de la la República, que de los intereses locales del estado federal á que sirviera de cabeza.
Las autoridades provinciales mismas, puestas en forzoso contacto personal con las autoridades nacionales, sentirían debilitada su fuerza de acción, viniendo así a sufrir directamente los elementos de la autonomía provincial, por la influencia inmediata del Poder Nacional.
La residencia del personal de la administración, no sería siquiera el parage (sic) que sirviera de asiento al gobierno Provincial, porque es seguro que la vida general sería más cómoda y más barata en Buenos Aires que en Belgrano ó en Flores, si cualquiera de osos puntos fuese el ejido (sic) para capital de la provincia.
El desarrollo industrial y mercantil sería imposible, porque la facilidad instantánea de la comunicación, haría innecesario el establecimiento de casas de comercio y la nueva Capital seguiría, como hoy sucede con aquellas poblaciones, siendo la tributaria de Buenos Aires, en todo lo que se refiere á los elementos para la vida y hasta para el confort.
Un punto cualquiera, situado tan cerca de esta ciudad, Como para poder ir y volver á pié fácilmente, no será jamás una gran ciudad, porque el poder de absorción de ésta le arrastrará fatalmente ó su centro.
La PRUDENCIA, pues, aconseja no acercarse tanto como para desaparecer entre los esplendores del gran astro; ni alejarse tanto como para quedar perdido, como punto apenas luminoso, entre la inmensa bóveda desierta.
El desiderátum está en el término medio. Es menester no confundir la descentralización con el aislamiento. La capital en el Tuyú, por más que este sea un excelente puerto de mar, sería el aislamiento; porque entre el Tuyú y la Capital de la República ó entre el Tuyú y el resto de la Provincia no hay vínculos directos, ni medios fáciles de establecerse.
La Capital en Quilmes sería una verdadera base de descentralización política, al mismo tiempo que se establecería la nueva ciudad, en vegetación (sic) condiciones económicas, hijiénicas (sic) y administrativas.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la Provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que, en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en Quilmes que en Buenos Aires, las mercaderías de importación estrangera (sic), tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires y hasta, para la higiene del alma, panorama y paisaje que encanta la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) [i] haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en QUILMES que en Buenos Aires, las mercaderías de importación tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires, y hasta, para la higiene del alma, panoramas y paisajes que encantan la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á su administración, QUILMES ofrece á la Provincia las ventajas indiscutibles de su situación geográfica, ligada hoy á todas las líneas que se dirigen al Norte y á la costa, y con un pequeñísimo ramal de dos leguas que le uniera a las Lomas de Zamora, estaría ligado á los ferro-carriles que van al Sud y al Oeste.
Por otra parte, distante solo tres leguas de Buenos Aires está bastante inmediato para que pueda hacerse con facilidad, la traslación lenta y laboriosa de los elementos que aquí existen, y que deben servir de base á la nueva ciudad; al mismo tiempo que está bastante lejos para impedir la atracción absorvente (sic) de la gran metrópoli.
En QUILMES el Gobierno de la Provincia estaría en su propia casa; tendría territorio y medios de hacer una gran ciudad, sin que la Capital de la República influyera en su desarrollo y podría, desde allí, con independencia, ir atendiendo las necesidades de esta situación transitoria de los primeros años de la nueva organización, en que va á ser necesario ir desatando los lazos que unen á la ciudad con la campaña, por medio de largas copias de protocolos, de jurisdicciones determinadas en los pleitos entre vecinos de distintas localidades, de nuevas divisiones territoriales para la administración de los intereses provinciales; y, en una palabra, por medio del cúmulo de medidas gubernativas, que exije (sic) la reconstrucción completa, política y administrativa, do la actual Provincia de Buenos Aires.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE NOTA – CAP. V y VI)
Sin embargo, ese decreto, enumera algunas poblaciones que, todas las verdaderas conveniencias, escluyen (sic) desde luego de las capitales posibles.
No son solo los intereses políticos los que tienen que consultarse al preocuparse de la cuestión distancia. Los intereses económicos e hijiénicos (sic) entran por mucho, por muchísimo, pues quizá de ellos esclusivamente (sic) depende la solución definitiva del problema.
No se comprendería, por ejemplo, que un jefe (sic) de familia, un propietario, ó un empleado, que hace vida cómoda y fácil en Buenos Aires, porque el precio de los alimentos y las ropas así como los materiales de construcción y los alquileres de alojamiento son equitativos, abandonase todas esas facilidades de la existencia, para trasladarse á otro punto, donde los elementos indispensables á la vida fuesen más caros. Y esto tendría que suceder fatalmente, porque todo lo que es obra de la mano del hombre, seria forzosamente recargado con el costo del flete desde esta ciudad de Buenos Aires, á la nueva capital de la provincia.
Nuestro gran puerto de importación de mercaderías estrangeras (sic) es el de Buenos Aires. [1] Las dificultades del desembarque, las estadías y los siniestros marítimos, tan frecuentes en nuestra rada, aumenta el precio de esas mercaderías á tal estremo (sic), que hay muchas de ellas que, al entrar al comercio de plaza, valen un ciento por ciento más que su costo de factura. Si esos artículos, de un indispensable consumo en toda población, son recargados todavía con el precio de transporte á una gran distancia, al ser vendidos en el mercado, tendrán un valor tan crecido que hará muy difícil su adquisición para las pequeñas fortunas rías.
Y, como esto haría más cara y más difícil la existencia, el resultado lójico (sic) de la elección de un punto distante para Capital de la Provincia seria que su población no creciese ni se formase con los elementos de la actual ciudad de Buenos Aires, donde todo sería más barato y, probablemente, de mejor calidad.
Esta observación nos lleva, desde luego a una reflexión no menos importante. Sin tomar, por ahora, en cuenta otros inconvenientes de las ciudades mediterráneas, este es uno gravísimo. Cualquier parage (sic) que se elija en el interior de la Provincia, tendrá que producir un fuerte recargo á los materiales de construcción y á los artículos todos de fabricación extranjera (sic). Los fletes y costos de transporte entre nosotros, son todavía tan crecidos, que unidos á los derechos aduaneros y á las contribuciones nacionales, provinciales y municipales, hacen una adición de precio, al producto primitivo, que le aleja con frecuencia, de la generalidad, consumidora.
No sucedería lo mismo con los puntos de las costas marítimas ó fluviales, que tienen ya un puerto natural construido ó fácil de construirse.
Si los hombres que están destinados á resolver esta cuestión, se pusiesen en la corriente de nuestras ideas, desde luego excluirían (sic) de la contienda todo punto mediterráneo, fijando solo su atención en aquellos de la costa que tuviesen puerto fácil para el comercio internacional.
Ante todo, dadas las condiciones de nuestro territorio, sería, casi imposible, encontrar en la Provincia, una zona mediterránea, donde hubiese agua potable permanente, capaz de satisfacer las necesidades de una gran ciudad, á la que, desde su origen, se destina á un rapidísimo desarrollo.
Y el agua pura es, para las poblaciones más esencial que el aire puro. Hay medios científicos fáciles sencillos y baratos para purificar la atmósfera, parcial ó generalmente. Pero no sucede lo mismo con el agua, donde la descomposición produce el desarrollo de materias orgánicas y de sedementos (sic), que engendran la malaria, como en las lagunas Pontinas de Roma ó desarrollan las fiebres intermitentes, como los parásitos que se crían en los lagos de Estados Unidos.
Amarga y dolorosa experiencia (sic), ha dejado á la ciudad de Buenos Aires, [2] el descuido tradicional de esa parte esencial de la higiene de las grandes ciudades. Con un estuario como el Plata, en frente de nosotros, habíamos permitido que la población bebiera el agua emponzoñada que los residuos de los saladeros, arrojados al Riachuelo, llevaban á las costas del rio, mezclándose con las pequeñas olas que bañaban sus playas
Allí los aguadores la tomaban, sin purificarla, sin preocuparse siquiera de separarla del lodo sobre que se ajitaba (sic) apenas y al espenderla (sic) á la población, llevaban con ella esas enfermedades endémicas de las vías digestivas, que tantos estragos ban (sic) producido en Buenos Aires, favoreciendo el desarrollo de terribles pestes.
Y si aquello ha sucedido en esta ciudad, con su gran Rio de excelente agua ¿qué no sucedería en cualquier parage (sic) mediterráneo, donde apenas corren arroyuelos, hilos de agua, á los que pomposamente damos el nombro de Ríos?
Si de la falta de agua, pasamos á la vegetación, (sic) indispensable también para saturar de oxíjeno (sic) el aire atmosférico, tenemos que reconocer que, en nuestras vastas planicies, todas las plantaciones de bosques son artificiales, con pequeñas excepciones como en el Tordillo; y que aún allí donde existen, es menester el trabajo y el cuidado especiales del hombre, para vencer y conservar esos bosques, en la tremenda y frecuente lucha con la terrible seca periódica.
En general, es muy difícil encontrar, en zonas mediterráneas, parages (sic) adecuados para asiento de grandes ciudades. La naturaleza y las necesidades de la humanidad han señalado las márgenes de los ríos ó las costas del mar para esos fines. Habría, pues, error, y error lamentable, en apartarnos de ese consejo de la ciencia y de la experiencia (sic) universales, sólo por satisfacer pequeñas ambiciones de localidades determinadas.
Concretándonos, pues, solo a las costas no creemos que en ningún caso el punto elejido (sic) deba estar fuera de la zona comprendida entre Zarate y la Ensenada, encontrando que, dentro de esos límites, ningún parage (sic) reúne las condiciones favorables, que Quilmes puede presentar como títulos lejítimos (sic) para sostener su candidatura á la futura Capital de la Provincia.
No basta estar sobre el mar ó sobre el río para considerarse un parage (sic) aparente para la nueva ciudad. Es menester que á esa condición especial, reúna otras muchas tan importantes como ella y sobre todas la de encontrarse á una distancia prudente de la ciudad de Buenos Aires.
La prudencia, en materia de distancia tiene en este caso, tanta importancia como en cuestiones políticas. Esa prudencia consiste en no colocarse tan cerca de la ciudad de Buenos Airón, como para convertirse en un mero arrabal de ella, perdiendo así la futura Capital su fisonomía y su autoridad propias, para recibir la vida y la inspiración de la Capital de la República.
Flores, Belgrano, Barracas al Sud (Avellaneda) y cualquier otro punto á donde pueda irse y volver á pié, sin dificultad, no tendrán jamás importancia ni población, ni influencia que compita con la ciudad de Buenos Aires.
Los vínculos que hoy ligan á esta con la Provincia, ni se romperían ni se desatarían, porque no habría un objeto práctico en ello; de manera que todo continuaría como hasta aquí.
Los tribunales provinciales, situados en Belgrano ó en Flores, no exijirían (sic) forzosamente la residencia en ellas de las personas que intervienen en los juicios, pues con consagrar una hora diaria á la atención del despacho, en cualquiera de esas localidades, el ferro carril les llevaría y traería en un cuarto de hora, pudiendo, por tanto, seguir residiendo en esta ciudad.
Y luego, el ensanche progresivo de la gran metrópoli, ejercería la atracción fatal que el sol ejerce sobre los demás astros; y la capital de la provincia, situada en Flores ó Barracas al Sud, tendría que preocuparse más de los, acontecimientos y de las ajitaciones (sic) de la capital de la la República, que de los intereses locales del estado federal á que sirviera de cabeza.
Las autoridades provinciales mismas, puestas en forzoso contacto personal con las autoridades nacionales, sentirían debilitada su fuerza de acción, viniendo así a sufrir directamente los elementos de la autonomía provincial, por la influencia inmediata del Poder Nacional.
La residencia del personal de la administración, no sería siquiera el parage (sic) que sirviera de asiento al gobierno Provincial, porque es seguro que la vida general sería más cómoda y más barata en Buenos Aires que en Belgrano ó en Flores, si cualquiera de osos puntos fuese el ejido (sic) para capital de la provincia.
El desarrollo industrial y mercantil sería imposible, porque la facilidad instantánea de la comunicación, haría innecesario el establecimiento de casas de comercio y la nueva Capital seguiría, como hoy sucede con aquellas poblaciones, siendo la tributaria de Buenos Aires, en todo lo que se refiere á los elementos para la vida y hasta para el confort.
Un punto cualquiera, situado tan cerca de esta ciudad, Como para poder ir y volver á pié fácilmente, no será jamás una gran ciudad, porque el poder de absorción de ésta le arrastrará fatalmente ó su centro.
La PRUDENCIA, pues, aconseja no acercarse tanto como para desaparecer entre los esplendores del gran astro; ni alejarse tanto como para quedar perdido, como punto apenas luminoso, entre la inmensa bóveda desierta.
El desiderátum está en el término medio. Es menester no confundir la descentralización con el aislamiento. La capital en el Tuyú, por más que este sea un excelente puerto de mar, sería el aislamiento; porque entre el Tuyú y la Capital de la República ó entre el Tuyú y el resto de la Provincia no hay vínculos directos, ni medios fáciles de establecerse.
La Capital en Quilmes sería una verdadera base de descentralización política, al mismo tiempo que se establecería la nueva ciudad, en vegetación (sic) condiciones económicas, hijiénicas (sic) y administrativas.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la Provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que, en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en Quilmes que en Buenos Aires, las mercaderías de importación estrangera (sic), tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires y hasta, para la higiene del alma, panorama y paisaje que encanta la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á la posición política de QUILMES, basta recordar que ella no ejerce influencia directa sobre la provincia, para que se comprenda que no es posible la centralización absorvente (sic), y, por tanto, su designación para Capital de Buenos Aires, no inspiraría los celos que, en otros casos, se despertarían en las ciudades de Mercedes, San Nicolás, Dolores ó Chivilcoy, si alguna de ellas fuese la elejida.
En cuanto á las condiciones económicas de QUILMES, no en su actualidad, sino en su porvenir, su puerto fácil (como lo demostraremos estensamente (sic) más adelante) [i] haría que el comercio exterior, encontrara ventajas positivas en hacer allí el tráfico internacional; de manera que en vez de recargarse los productos con el valor de un trasporte innecesario, su precio disminuiría, puesto que siendo más barato el desembarco en QUILMES que en Buenos Aires, las mercaderías de importación tendrían menor costo al entrar á la plaza.
En cuanto á sus condiciones higiénicas, QUILMES ofrece todas las ventajas de los terrenos altos, permeables, con aguas potables permanentes, lujuriosa vegetación (sic) que purifica sus aires, y hasta, para la higiene del alma, panoramas y paisajes que encantan la vista y dilatan el espíritu.
En cuanto á su administración, QUILMES ofrece á la Provincia las ventajas indiscutibles de su situación geográfica, ligada hoy á todas las líneas que se dirigen al Norte y á la costa, y con un pequeñísimo ramal de dos leguas que le uniera a las Lomas de Zamora, estaría ligado á los ferro-carriles que van al Sud y al Oeste.
Por otra parte, distante solo tres leguas de Buenos Aires está bastante inmediato para que pueda hacerse con facilidad, la traslación lenta y laboriosa de los elementos que aquí existen, y que deben servir de base á la nueva ciudad; al mismo tiempo que está bastante lejos para impedir la atracción absorvente (sic) de la gran metrópoli.
En QUILMES el Gobierno de la Provincia estaría en su propia casa; tendría territorio y medios de hacer una gran ciudad, sin que la Capital de la República influyera en su desarrollo y podría, desde allí, con independencia, ir atendiendo las necesidades de esta situación transitoria de los primeros años de la nueva organización, en que va á ser necesario ir desatando los lazos que unen á la ciudad con la campaña, por medio de largas copias de protocolos, de jurisdicciones determinadas en los pleitos entre vecinos de distintas localidades, de nuevas divisiones territoriales para la administración de los intereses provinciales; y, en una palabra, por medio del cúmulo de medidas gubernativas, que exije (sic) la reconstrucción completa, política y administrativa, do la actual Provincia de Buenos Aires.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE NOTA – CAP. V y VI)
Digitalización,
escaneo y configuración Prof. Chalo Agnelli
Gentileza
del Prof. Claudio Schbib
Asociación
Historiadores Los Quilmeros
Biblioteca
Popular Pedro Goyena
Quilmes,
agosto 2016
“EL
QUILMERO – 10 AÑOS”
BIBLIOGRAFÍA PARA CONSULTAR
Craviotto,
José A. (1966) “Quilmes a través de los
años” Ed. Municipalidad de Quilmes Pp. 141 y 142
Salmerón, Luis Arturo.
“La Gran Hambruna irlandesa, 1845-1849”. https://relatosehistorias.mx
Trujillo, Juana. “Breve historia de Antoine Augustin
Parmentier y la patata” https://www.directoalpaladar.com
Varela, Luis
V.: (1877) “Debates de la Convención
constituyente de Buenos Aires 1870-1873”. Publicación Oficial. Hecha bajo
la dirección del convencional Luis V. Varela. Bs. As., La Tribuna, 1877. 2
Tomos
Ver en EL QUILMERO del lunes, 17 de octubre de 2011, “William Wheelwright y una excursión fluvial
por el Rio de La Plata hasta Ensenada”
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