Los amigos del alma
La
muerte es ese trayecto democrático que en forma fortuita nos hace a todos
detener la marcha. La muerte de los seres queridos, cercanos, con quienes
atravesamos la vida, también nos despoja de pedazos nuestros, porciones irrecuperables. Sólo la memoria y la consecuente misión de divulgar su
existencia los devuelve.El miércoles 7 de noviembre de 2012, a las 22:40 hs murió un grande del teatro quilmeño. Grande en dimensión artística, joven en espíritu y en dar amor, a quien la vida le jugó una mala pasada y este es el desenlace que, aún cuantos razonamientos hagamos y justificaciones místicas se nos crucen por la mente, nos parece injusto.
Esta entrevista fue hecha hace tres años, próxima la fecha d su cincuentenario en la Escena Teatral, y nunca se publicó porque él la creía incompleta. Le advertí que cuando cumpliera 70 la pondría en mi blog, esperé que la pudiera leer, cumplió los años el pasado 15 de octubre, pero aún no era el momento... ahora lo es como un
TRIBUTO A UN GRANDE
EL QUILMERO.- El teatro, el arte dramático, parece una
aventura ajena a un proyecto de vida efectivo. Así nos educan ¿No? Hay que
hacer cosas que reditúen. ¿Cómo empezarías tu autobiografía si tuvieras que
determinar con certeza o aproximadamente las motivaciones que te llevaron a que
ya tengas 50 años de teatro?
LEOPOLDO
RUSSO.- Si se trata de escribir alguna autobiografía, me achico ante el desafío
y desde ya temo olvidar fechas, nombres, pero recurro al afecto y trataré de
incluir en esta pequeña historia, simple y pobre, a todos aquellos que vengan a
mi memoria, que fueron los impulsores de este medio siglo de teatro, pisando
escenarios, dibujando mentiras y pintando sueños.
Allá por 1892, un 6 de mayo, nació
en Barracas al Sur (hoy Ciudad de Avellaneda) un tal Leopoldo Quirós. Tal vez
descendiente de algún Quirós proveniente de Asturias, llegado con Don Juan de Garay.
No cabe duda que en sus genes
portaban alguna veta artística, porque desde muy chico solía hacer cabriolas en
los circos y con el tiempo se convirtió en guitarrero y payador.
Su paso por el circo de los
Franco - José Pedro era el padre, de Eva y Herminia y tío de Nélida, todas
actrices de distinta trayectoria - está documentado en alguna foto que hasta no
hace mucho decoraba la entrada del Círculo Tradicionalista “Leales y Pampeanos” de esa ciudad. Fue
en ese circo, entre otras cosas, donde guitarreaba y cantaba pasando por niño
prodigio.
Creció - no mucho, porque
nunca sobrepasó el metro cincuenta y cinco - y después de años de frecuentar los
piringundines del Dock Sud, se llamó a sosiego cuando conoció a una joven moza.
Él tenía 19 y ella 15. Una noche la sacó a rastras de su casa por una ventana y
formaron una familia.
Ernestina, apenas una niña,
pero de carácter fuerte, logró encarrilarlo, no sin algunas amenazas, y lo obligó
a conseguir un empleo seguro. Leopoldo se conchabó en la Estación Bullrich,
donde transcurrieron sus días hasta su muerte prematura.
Sin embargo, la vida se le
desdoblaba a cada rato y de tanto en tanto recorría los suburbios del Doque,
donde aprendió trucos para ganar a las cartas entre tahúres y aumentar el pan
que ponía en al mesa del hogar.
Por las noches, mientras
Ernestina lavaba y atendía una prole que aumentaba año a año, él ensayaba en su
guitarra y marcaba el mazo de naipes, que usaría en la siguiente partida.
Las malas juntas, ni más ni
menos que los alcahuetes de Barceló, el flaco Jansa, Ruggerito, no le restaron
tiempo para seguir prodigando su vicio por las tablas. Cuando Carlos Gardel,
cantó en el Teatro Roma, Leopoldo fue - como
se los llama hoy - de “telonero”. Su actuación mereció entusiastas aplausos del
público y una felicitación del ese gran mito argentino.
Poco le costaba al abuelo,
tras sus resacas, levantarse temprano para ir a darle entrada a los vagones de
carga, que depositaban las semillas de girasol para una aceitera vecina, porque
después de mudarse de conventillo a conventillo, llegaron a una casa que la Unión Ferroviaria
les alquiló a pocas cuadras del trabajo en la calle Arenales al 500,
Las noches que se quedaba en
su casa les enseñaba a sus hijas milongas y vidalitas, guitarreando y cantando
todos en afables tertulias familiares.
Después de su muerte, cuando
quien suscribe contaba cuatro años, desapareció de esa familia el arte, uno de
sus motores.
Los años pasaron, apresurados
en las buenas, lentos en las malas, una de las hijas, Emma Quirós - mi madre -
se casó con Roberto Atilio Russo su
primo hermano. Boda que dividió por muchos lustros a la parentela.
EL
QUILMERO.- Bueno ya tenemos dos personajes ¿No? Ernestina Y Leopoldo parecieran
ser los que abren una puerta que se continuará en una serie de escenarios por
los que transcurrirá tu vida. Por supuesto que en ellos fue inconsciente e
involuntario. Pero también pareciera que vos pudiste resumir sus vivencias en
tu persona. Y… ¿Cómo siguieron las cosas para esa gente embretada en la
supervivencia y la pasión de vivir?
LEOPOLDO
RUSSO.- Con Roberto. Roberto era un simple obrero de frigorífico, hijo de Herminio y Melanie Badaraux, la otra
abuela, que entre la prolijidad y asepsia de la lavandina crió su familia,
mientras su esposo, como el otro, recorría los prostíbulos y los bajos fondos de
“mas allá de Entre Vías”, barrio de chapas, de fulleros y de bodegones donde se
escolaseaba hasta el amanecer, malgastando el dinero en partidas de Tute y
Monte criollo.
Ella, la otra abuela,
pelirroja y pulcra, con trenzas arrolladas a los lados de la cara como audífonos,
inculcó a sus hijos el amor por la limpieza primero y por la música después,
cantándoles canciones en francés.
Roberto era el mayor, pronto
se independizó y se fue a vivir “al Centro”, frecuentando las radios y los teatros.
Precisamente fue en Radio el Mundo donde, gracias a Cristóbal Ramos un amigo de
la infancia primer bandoneonista en la orquesta de Francisco Canaro, que conoció
las luces y las bambalinas de los salones tangueros, las delicias y las inclemencias
de las noches porteñas.
Con su único traje brilloso
de planchadas y su inefable moñito a lunares se hizo habitúe de los tantos Night
Club de la época. Así y todo, jamás aprendió a bailar tango.
Fue, lo que hoy se llama, “plomo”
de Canaro y acompañante de una niña cupletera llamada “La Rayito” o “Rayito de Sol”.
Que deslumbro por poco tiempo a los oyentes de Radio Splendid.
Pronto se cansó de la noche.
La madre se negó a recibirlo nuevamente, deprimida y sola en su casa, llorando la muerte del hijo menor. Afortunadamente
Roberto encontró cobijo en “la casa de todos”, la de su tía Ernestina, hermana
de Herminio, su padre. Allí, entre tíos, primos, sobrinos, hermanos y hermanastros,
se acostumbró a tener una familia y se dio cuenta que había otra vida a la luz
del sol.
EL
QUILMERO.- ¡Turbulento, Roberto! Pareciera que antes se vivía con mayor pasión
que hoy. Será que el progreso, la tecnología, la electrónica, la cybernética y
sus chiches nos hicieron la vida más fácil. Pero nos acometen otros conflictos.
Me parece que estamos más asaltados por los avatares de la vida de relación. Y
tu historia se va perfilando con este hombre y la mujer que amó.
LEOPOLDO
RUSSO.- Seguramente la historia comenzó cuando su prima Emma, lo miró un día, un
poco más que algunas otras veces y sus ojazos oscuros lo
cautivaron hasta la locura.
La tía Ernestina, que
manejaba los destinos de su marido, de sus hijos, de su casa y de todos los que
allí vivían, se opuso enérgicamente a esa relación incestuosa.
Emma y Roberto decidieron huir
y casarse. Ella tenía 24 y él 28 años. Una noche la joven
se escapó restregándose la sangre que le produjo una sartén que la madre le
revoleo por la cabeza. Se refugiaron en la casa de otra tía, también llamada
Emma.
La boda se concretó, con la maldición
de la madre de Emma, un 22 de febrero de 1940 en un Registro Civil de
Avellaneda, acompañados, a escondidas de su mujer, por el viejo pícaro y
libertino Leopoldo Quirós.
Roberto trabajaba en el Frigorífico
La Negra y Emma
cuidaba de sus dos hijos, Leopoldo –
quien relata - y Atilio Roberto, dos
años menor.
Con la naturalidad con que el
tiempo allana los caminos de la vida, la historia cobró un ritmo normal y
rutinario. Sus vidas eran la de
cualquier matrimonio de la época: el trabajo, la casa, las visitas, algunos
paseos, un helado en la calle Mitre, un que otro picnic y algo que los unía por
sobre todo, la pasión por el teatro y por el cine.
Efectivamente, el mayor disfrute
de los fines de semana, era emperifollarse con las mejores galas, perfumarse y
en tranvía rumbear, con sus dos hijos, para la calle Corrientes a los teatros
donde se desplegaban los mejores estrenos y las obras de repertorios.
La cinematografía les exigía
menos producción porque en los alrededores de Avellaneda había salas de cine
que ofrecían las mismas películas que en la calle Lavalle. Y así como en la Avda. Corrientes
veían a Luis Sandrini, Enrique Santos Discepolo, la Singerman, Luisa Vehil,
Leonor Rinaldi, Lolita Torres, Emma Gramática, Melisa Zini, Arata, Magaña y
algunos otros; en Avellaneda, a pocas cuadras, se abrían las puertas de: “Lo
que el Viento se llevo”, “El halcón maltes”, “El tesoro de la Sierra Madre”,
“Mujercitas”; y entre las argentinas: “La Pequeña Señora de
Pérez”, “Dios se lo pague”, “Nacha Regules”, “Sala de Guardia”, “Deshonra”, “El
Túnel”, “Los isleros”, “Las Aguas bajan Turbias” y muchísimas mas. También
estaban los “Días de Damas” y los de “Caballeros”. Para las de cowboys y las bélicas
estaba el cine General Roca, donde solo entraban los hombres; ingenuas censuras
de la época.
Durante la semana, a partir
de la seis de la tarde la radio nos llevaba al mundo de: “Qué Pareja”, “Qué mundo de juguete”, “Los Pérez
García”, “El Glostora Tango Club”, “Monsieur Canesú” protagonizado por Fidel
Pinto, “El Ñato Desiderio” de Mario Fortuna”, “Mademoiselle Elisse” con Tita
Merello; y las infaltables trasmisiones desde los teatros que conducía Julio
Navarro en Radio Porteña.
EL
QUILMERO.- Y todo esto a manera de prólogo ¿Verdad? Es extraordinario el inconmensurable
recipiente que somos, que es cada ser humano. ¡Cuántos y cuánto, nos hace
personas! La historia de la humanidad misma, con sus avances y retrocesos, sus
maravillas y sus espantos; la historia del país en que nacimos; la que contaste
de tus antepasados; y luego la educación formal y la informal… ¡Ah! Y como dijo
Ortega y Gasset “las circunstancias”. “Uno y sus circunstancias”. Y a vos las
circunstancias se volcaron todas hacia lo que te marcó en ese mundo. Pero
siempre hay un elemento racional o irracional que fue la sustancia de una vida.
LEOPOLDO
RUSSO.- Sí. Debe haber comenzado allí mi historia. Lo demás fue moneda
corriente: la escuela primaria, una mudanza a Quilmes, la secundaria en varios
colegios, hasta descubrir un curso de Teatro en la Escuela Municipal
de Bellas Artes, que a instancias de Eduardo Pardo, su director, conducía con
total idoneidad la señora Gloria Mur de Mazzan.
Recuerdo algunos nombres de
mis compañeros de primer y segundo año: María Teresa Fedeli, Adelmo Maggi,
Marta Pérez Bisch, Stella Maris Paolino, Mario Iantorno, Néstor Arona, Azucena
Scigolini, y Rodolfo Cánepa.
Entre junio o julio de 1960
se produjo un intento de debut en el viejo Teatro Colón de la calle Hipólito
Yrigoyen, con un festival de Teatro y Ballet, este último tenía como regisseur
a la inefable Ofelia de Temperley. Fue “Los
Ojos de Luto”, una obra breve de los hermanos Álvarez Quintero, la única
representación que paso rápidamente al olvido.
Pero el auténtico despegue
fue unos meses después, en diciembre, donde tras muchas idas y vueltas,
Gloria Mur llevó a escena una obra de Eduardo Pappo, escrita especialmente para
Mario y Ricardo Passano, “Buenos días
mamá”.
Y sí, afirmo que fue el
verdadero comienzo, no lo digo solo por mí, porque esa noche fue uno de los momentos
más movilizadores para un aprendiz y para varios otros aprendices de actores, que
luego siguieron creciendo en el teatro, en el cine y en la plástica.
La Celda - 16 de setiembre de 1967 Inauguracion de La Comedia Municipal de Quilmes — Con Elvira Lamanna y Leopoldo Russo. |
¿A que Jugamos? de Carlos Gorostiza - 1972 — Con Dora Arias, Antonio Mari, Cacho Di Noto, Mirta Nigro y Leopoldo Russo |
Romeo y Julieta 1971, con Leopoldo Russo y Mirta Nigro |
A partir de este momento debo
reseñar las etapas importantes que se sucedieron desde aquel 21 de diciembre de
1960, hasta hoy. ¡Un largo trayecto!
El primer grupo de alumnos se
fue desmembrando paulatinamente. Quedamos unos pocos. Después de esa experiencia, María Teresa Fedeli integró el elenco “Luz y Sombra”, que preparaba el
estreno de “Ha llegado un inspector” de John Boynton Priestley, para
inaugurar su nueva sala de la calle Moreno 635.
Algunos formamos el elenco “La Verdad” con el pretencioso
slogan: “Vida, amor e inquietud”. Tuvo corta duración y solo pudo estrenar “El
Gran Actor” y “Las manos de Eurdice” de Pedro Bloch. Lo integramos Juan Alberto
Bordalejo, que pronto sería un reconocido artista plástico, Nicolás Sinkiewiz, Rosa
Dambrosio, Scigolini, Paolino, yo y algunos otros.
EL QUILMERO.- ¡Cuántos nombres! Pero debe haber mucho
más. Porque como te decía anteriormente hubo una historia local anterior como
la que cuenta José Abel Goldar en su libro “Panorama de las artes quilmeñas”. Grupos,
elencos, compañías, aficionados, y profesionales. Y después y entre ellos ustedes,
vos…
LEOPOLDO RUSSO.- Sí,
Mira lo que dice Goldar: “Cuando
en el salón de la vieja Casa Municipal se alzó por primera vez un telón en la
noche del sábado 31 de marzo de 1877, pocas podrían imaginar que allí comenzaba
un camino que aun hoy recorren quilmeños aficionados al teatro. Tal vez
estarían entre esos precursores: Manuel Casavalle, José Andrés López, Victorio
Silva, Indalecio Sánchez y Antonio Barrera, a quienes al salir en aquella
madrugada lluviosa de retorno para sus hogares las aplausos y gozosos
comentarios les sonarían aun en los oídos como música celestial…”
Y fue así como esos muchachos iniciaron ese camino que jamás fue
abandonado por los “teatristas quilmeñas”. En esa nebulosa en la que a veces se
transforma la memoria, recordamos nombres de ese fin de siglo, y luego los de
más acá, más cercanos en el tiempo: Juan Carlos Veroli, Armando Massei,
Amigo-Canessa, Carlos Bassi Bruno, Dora Barrera Nicholson, Claudia Dessy y muchos, muchos
más, todos ellos precursores de grupos importantes.
Sin desmerecer a nadie pero
haciendo honor a todos, hubo un grupo que se llamo primero “Tiempo y Espacio”
y luego “Luz y Sombra” que con un puñado de nombres cruza la historia del
teatro en la ciudad con el mejor de
los repertorios y a construcción de tres salas teatrales independientes, la última transformada luego en Elenco Oficial. A
la cabeza de ellos y entre más de quinientos nombres durante el último
medio siglo Norberto Martin y Antonio Dinotto.
Hoy hay otros nombres: Artempié, Doña Rosa, Polaridades, El Jinete
Amarillo, Ur Bild, El Clan Guzmán etc. que al igual que ayer continúan poniendo
el pecho a esta maravilla de contarnos historias noche a noche y convertirnos
en niños cada función.
EL
QUILMERO.- Ya sabemos de donde te viene la pasión por el teatro, aunque yo
diría el espectáculo dramático, pero cómo resumirías a manera de anticipación
de lo vivido tu historia.
LEOPOLDO RUSSO.- "Nací allá lejos
y hace tiempo. Soy un poco más joven que María Castaña y un poco más viejo que
mi mismo. Me crié en una calle cortada y sin vereda de enfrente, con patio
lleno de malvones y enrejados cubiertos por Santa Ritas. Cuando salía a la
vereda, no veía casas, solo potreros, el sol, girasoles y los terraplenes del
ferrocarril
(El Roca allá lejos y la Estación Bullrich al alcance de mi mano) Y... Ufff..... las canchas de Racing e Independiente mirándose de reojo y con señas de puñales medios borgeanos.
Tengo el vago recuerdo de aquel
abuelo payador y cirquero, tocando la guitarra debajo de un sauce con sus cinco
hijos haciéndole coro de vidalitas y cantos sureros.
Y también a mi abuela y después a mi vieja, en el mismo piletón lavando nuestras roñas en la tabla de madera...
Después del 55 vino el espanto y
el horror en el que crecí de golpe. Gocé y fui bandera en los 60. Como muchos
en los 70, boludeé mirando hacia un costado. Festejé a don Raúl en el 83 y pude
esclarecerme rápidamente... de que todo era una mentira. Una cruel mentira... Y
superando etapas insuperables, donde las chimeneas se apagaron, yo también me
fui con el humor a la remierda. Pero por suerte el hoy me sorprende en el
asombro de despertar pensando una esperanza. Y a lo mejor recordando con
nostalgia: a la colección amarilla de Robin Hood y a Tarzán, Rayo Rojo, Poncho
Negro y los Pérez García poniéndole el moño a mis pequeños días...mientras me
clavaba un Toddy como se dice ahora.
Y ya ven… llegué ya pasado hace rato el 2000, en el que venía el fin del mundo, haciendo un atadito del pasado, cargándomelo al hombro sin vergüenzas y tratando de gozarlo con amores, afectos y familia, que remiendan los agujeros que se me fueron haciendo en el camino. Es todo por hoy... mañana Dios Proveerá como decía mi abuela Ernesta..." [1] |
Entrevista y
compilación Chalo Agnelli
marzo de 2009 - diciembre 2010
marzo de 2009 - diciembre 2010
NOTA
[1] Del programa de la pieza “A propósito del tiempo” de
Carlos Gorostiza que se presentó en Casa de Arte Doña Rosa el sábado 2 de junio de 2010