“... no solo compete al historiador la función de cronista del
pretérito,
sino que debe ser arquitecto y sabio a la par y debiera tal vez ser
poeta también...”
Silva Herzog (historiador mexicano)
Es destacable en suma el exhaustivo análisis de la documentación existente realizado por el Dr. Craviotto y don César Barrera Nicholson. Nada entra en el campo de la deducción o la suposición, por el contrario en notorio que han recurrido a la hermenéutica y a la heurística más rigurosas. En la numerosa bibliografía sobre las Invasiones Británicas, [a] estos notables historiadores quilmeños dan una definición y visualización exacta de las maniobras de desembarco y el choque en el suelo de Quilmes entre las fuerzas oponentes, el primero del intento invasor.
Los sucesos que aquí se narran - concluyen los autores – “así como la ocupación de la ciudad y de la Fortaleza, no entran en el desarrollo de este trabajo, dedicado exclusivamente al primer contacto de las fuerzas invasoras con las tropas coloniales, luego de su desembarco sobre las playas de Quilmes.”
Al recate de esta coyuntura histórica nacional que involucró nuestro suelo, agrego nuevas notas al fin del documento, señaladas con letras para diferenciarlas de las que están numeradas, colocadas por los autores, así como se puso en ‘negrita’ las referencias a Quilmes, la Reducción y se encuadraron los puntos que creímos distintivos para la ubicación geográfica-temporal del lector. Al final del documento figura además de la bibliografía original, nuevos datos bibliográficos recomendados y la cartografía existente en el Archivo de Geodesia y en el que poseía la Junta de Estudios Históricos de Quilmes, inéditos.
Este trabajo fue publicado en el Boletín (ver en EL QUILMERO) de la Junta de Estudios Históricos de Quilmes en el semestre enero-julio de 1944. En la imprenta América. Corresponde al Año I – Tomo 1 de la Junta que presidía el Dr. Craviotto, era vicepresidente el Dr. Fernando I. Pozzo y secretario general Barrera Nicholson. (Chalo Agnelli)
LA
INVASIÓN INGLESA DE JUNIO DE 1806
AL
VIRREINATO DEL RÍO
DE LA PLATA
ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL
HECHO Y DESARROLLO DEL MISMO HASTA EL COMIENZO DEL AVANCE INGLÉS SOBRE BUENOS
AIRES.
José A. Craviotto — César Barrera Nicholson
Las invasiones inglesas al territorio del
Virreinato, se produjeron en momentos históricamente críticos, en la evolución
social de la Colonia. Ellas llegaron, como un fermento más en la revolución que
se venía operando en los espíritus y aportó nuevos elementos de juicio a la
reflexión aun inmatura de los hombres dirigentes de la sociedad criolla.
El gran feudo de la Corona de España se
estremecía desde tiempo atrás, bajo la presión de aspiraciones aun imprecisas,
que a la manera de fuerzas telúricas, se manifestaban, de tiempo en vez, en
rebeldías contenidas y en pretensiones audaces, o en actitudes ‘altaneras,
frente a los privilegios, a la jerarquía y a la tradición de los poderes reales
encarnados en los altos funcionarios españoles, en sus comerciantes y en sus
autoridades militares y eclesiásticas.
Les faltaba a los criollos conocer la medida
de sus fuerzas. Las incidencias de la lucha contra el invasor y la vinculación
posterior con sus prisioneros fueron otras tantas experiencias que arrojaron
luz meridiana y reveladora sobre el valor de algunos conceptos acerca del
ejercicio de la autoridad para gobernar y del manejo de la fuerza para
lograrlo. Los acontecimientos de 1809 y 1810, no son más que las resultantes de
un inmenso complejo de causas y efectos, entre las cuales figuran, por lo menos
como de acción catalítica, las invasiones inglesas.
Harto
comentadas han sido éstas, por autoridades en la materia, acerca de sus
consecuencias sociales, económicas, políticas y militares, y tan sólo nos guía
el propósito de presentar el cuadro más completo y documentado posible de aquel
acontecimiento histórico, en la parte que corresponde a su primer desarrollo
en aguas y tierras quilmeñas.
ANTECEDENTES
La extensión
territorial de la zona conocida por “Los Quilmes”, hoy
partido de Quilmes, tiene por límite N.E. la costa del
río de la Plata, denominada antiguamente “la lengua del agua”. En ambos extremos de esa costa, pero fuera de la
jurisdicción quilmeña, los surgideros de Buenos
Aires y de la Ensenada de Barragán, determinaron los puertos de sus nombres, y
por ellos se realizaba el tráfico comercial de
la colonia y el de los primeros tres cuartos de siglo de nuestra vida de
Nación independiente.
Frente a
Buenos Aires, el llamado Banco de la Ciudad, impedía la navegación de mediano
calado, la cual encontraba fondeadero en la zona llamada “Balizas Interiores” y en “los
Pozos”, con 15 y 13 pies de profundidad. El banco se extendía por varios
kilómetros río afuera, manteniendo su anchura hasta frente a Quilmes, en donde
una profunda escotadura, acercaba a la costa la línea que marcaba profundidades
de 10 y más pies (hoy la zona llamada “de
la tosca”, a una distancia media de 1500 metros, y manteniéndose casi
constante en ella, como en la actualidad, se prolongaba hasta el extremo Sur de
la costa quilmeña, terminando en la Ensenada de Barragán. Las profundidades en
este lugar se hallan hoy modificadas por los depósitos de limo y sedimentos a
que han dado origen los malecones del Puerto de La Plata, alterando la antigua
altura de fondos al excelente abrigo que constituía la Ensenada.
Esta
última, cuyo valor como puerto hemos destacado, fue descubierta como surgidero,
en sondajes efectuados en 1727. Su importancia como abrigo para embarcaciones
de cierto calado, así como su situación estratégica, determinaron que en él se
estableciera una guardia militar, ya como defensa efectiva, o, como sucedió después de la paz con Portugal, con el
carácter de estación de Policía y Resguardo.
Posteriormente se construyó una batería para 8 piezas de artillería pesada (2 de 24 y 6 de 16) además de las construcciones necesarias para cuarteles con destino al alojamiento de tropas. La autora que ha tratado el punto en forma completa dice, refiriéndose al puerto de la Ensenada que, durante la época colonial: “Fue más que nada y casi exclusivamente un puesto militar y marítimo para la defensa de un enemigo exterior, o del contrabando, que reducía notablemente los ingresos fiscales, o burlaba la clausura del puerto de Buenos Aires según la época” (1).
Posteriormente se construyó una batería para 8 piezas de artillería pesada (2 de 24 y 6 de 16) además de las construcciones necesarias para cuarteles con destino al alojamiento de tropas. La autora que ha tratado el punto en forma completa dice, refiriéndose al puerto de la Ensenada que, durante la época colonial: “Fue más que nada y casi exclusivamente un puesto militar y marítimo para la defensa de un enemigo exterior, o del contrabando, que reducía notablemente los ingresos fiscales, o burlaba la clausura del puerto de Buenos Aires según la época” (1).
En 1810, poco después de los días de Mayo, el vocal de la Junta, Mariano Moreno, pasó por Quilmes en viaje a la Ensenada: “Acompañado
de algunos individuos del gobierno, para examinar personalmente las bondades de
su puerto, y enterarse de las obras que se necesitaban para fortificarlo, componer
los caminos hasta la Capital y adelantar el pueblo”; el autor que
transcribimos continúa: “Así se ha ejecutado;
el camino se ha empezado a componer con toda la actividad posible”.(2)
El camino
a que alude Moreno es, indudablemente, el antiguo camino real “de la cresta de las lomas”, cuyos
rastros existen, aun en 1837, en mapas de dicho año. (3)
Transcribimos
a continuación uno de entre los varios informes presentados al general
Whitelocke, cuando preparaba su expedición sobre Buenos Aires, referente a los
caminos existentes entre la Ensenada y Buenos Aires: “La Reducción (Quilmes) distaba de la Ensenada unas veinte millas y
desde aquel punto hasta Buenos Aires habría nueve millas. Existían tres caminos:
uno por el arenal de la playa, otro por los bañados y un tercero por las lomas;
este último era el mejor, y para llegar a él (desde la Ensenada) había que cruzar algunos bañados, que eran
atravesados cómodamente por los carros y vehículos de la región; ganando las
lomas, el resto del camino era firme y bueno. Pocas eran las chacras situadas
cerca del camino, y las tropas no debían esperar que hallaran abrigos cerca de
los suburbios de Buenos Aires. Desde la Reducción el camino real pasaba por el
puente (de Barracas o de Gálvez), pero
mediante un gran rodeo a la izquierda se podía despuntar el Riachuelo” (4).
Eran
estas las condiciones en que se encontraba la Reducción de la Exaltación de la Santa Cruz de los Quilmes, geográficamente
consideradas, como lugar intermedio entre la Ensenada y la Capital del
Virreinato, lugares a donde había de pensarse lógicamente, irían dirigidos los
ataques del cuerpo expedicionario que desembarcó en las costas de Quilmes y
que se conoce en la historia argentina con el nombre de Invasiones Inglesas.
EXPANSIÓN BRITÁNICA
Las
postrimerías del siglo XVIII, marcan para Inglaterra el final de una era de
transformación social que determinó un rumbo netamente característico en su
política exterior. Esta transformación venía realizándose desde muchos lustros
atrás en la masa del pueblo que lentamente iba metamorfoseándose de
agrícola-ganadero en industrial y manufacturero. Hilanderías, tejedurías,
hierro, acero, etc., fueron rubros importantísimos en la industria Británica, y
factores de desequilibrio interno por falta de mercados y exceso de producción
cuando en estado de guerra con Francia y España, cerró Europa sus mercados y
se planteó el exceso de producción.
Los
gobernantes ingleses se lanzaron a la conquista de aquellos mercados, encarando
con lógica sagaz, la posibilidad de surtir las grandes poblaciones coloniales
que, principalmente España, Francia, Holanda y Portugal habían organizado,
convirtiéndose en inmensos imperios coloniales, y sin dejar de contemplar la
posibilidad de adueñarse de alguna porción de aquellos extensos patrimonios,
para convertirlos así en mercados y posesiones inglesas, aliviando de tal
manera, la fuerte crisis que afectaba la estabilidad social de las grandes
urbes británicas.
Glorias
mezcladas de logrerías, grandeza complicada de especulación, espíritu de lucro
heroico, fueron, según Groussac, las características de la ambición de Gran
Bretaña en sus manifestaciones como individuo y como nación, al lanzarse a la
obra de encontrar a cualquier precio, puertos abiertos para sus productos; y
así, dice otro autor (5): “Que tras los percales y las muselinas,
estaba toda la población inglesa”, y por lo tanto, desde el primer
ministro hasta el último obrero fabril, y desde el gran financista hasta el
último pirata, en todos ellos latía el mismo intenso anhelo de expansión; y
allí donde fracasó el intento de entendimiento internacional, lanzóse el Imperio
a la contienda armada.
Ratificando
lo anteriormente expuesto, transcribimos las frases del Fiscal de la Corte Marcial
que juzgó al general Whitelocke en 1808, quien resumía las aspiraciones
británicas con las siguientes palabras: “Descubrir
mercados para nuestras manufacturas, abrir un nuevo horizonte a la inclinación
y actividad de nuestros comerciantes, hallar nuevas fuentes para el tesoro y
nuevos campos para los esfuerzos, surtir las rústicas necesidades de países que
salían de la barbarie o los pedidos artificiales y recientes del lujo y
refinamiento de aquellas apartadas regiones del globo”.(5 bis)
La
conquista de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza, fue el primer
acto de fuerza a principios del siglo XIX, en pos de la realización de los
ideales comerciales de Inglaterra. El Virreinato del río de la Plata estaba
ya, a fines del 1700, en las miras del almirantazgo inglés a cuyo vivaz entendimiento
no pudo escapar el brillante porvenir que esperaba a las vastas regiones
rioplatenses, cerradas al comercio exterior y pletóricas de ingentes riquezas
exportables legalmente, tan solo para la Metrópoli, y necesitadas de
manufacturas inglesas, accesibles por su bajo precio y su cantidad a todas las
clases sociales del virreinato.
Por de
pronto en la zona del litoral, de fácil acceso para los navíos de Gran Bretaña,
dueña del mar que dominaban sus corsarios, la riqueza ganadera, magna herencia
sembrada por los primeros pobladores, determinó muy luego la industria
saladeril. En los años inmediatos al 1800 el incremento tomado por el comercio
de cueros, cerda, huesos, sebo, etc., era tan grande que resultaban ineficaces
las embarcaciones de que se disponía. Señala Levene que el número del “Telégrafo Mercantil” del 3 de setiembre
de 1802, indica como necesarias no menos de 389 embarcaciones tripuladas por
7780 hombres, a razón de 20 por cada una, para conducir 1.800.000 quintales de
sebo y las astas, uñas y cerdas.
Esta sola
exposición es suficiente para considerar el gran poder de atracción que estos
lejanos lugares tuvieron que ejercer sobre las ávidas miradas de los gobiernos
ingleses, como una dorada Meca adonde conducir la abarrotada producción de las
fábricas británicas y abastecerlas de retorno con valiosas materias primas
obtenidas a bajo precio.
LA
EXPEDICIÓN AL CABO DE BUENA ESPERANZA
El 25 de
julio de 1805, el Mayor General Sir David Baird, fue designado comandante
superior de una expedición militar dirigida para apoderarse por la fuerza de la
colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza. A ese efecto, el mismo día, el
comodoro Sir Home Popham recibe instrucciones para ponerse a las órdenes de
Baird, con carácter de jefe naval, para transportar a los expedicionarios
hasta su destino en los buques de la escuadra bajo su mando.
Las
fuerzas combinadas de mar y tierra salen de Inglaterra a fines de agosto,
recalando el 11 de noviembre, en la Bahía de Todos los Santos en las costas del
Brasil, donde permanecen hasta el 28 del mismo mes, fecha en la cual zarpan
hacia las aguas del Cabo; llegan allí el 8 de enero de 1806, y tras breve lucha
contra la guarnición holandesa defensora de la Colonia, el 18 del
mismo mes, se firma la capitulación por la cual Inglaterra queda en posesión
definitiva de aquel territorio.
Instrucciones
recibidas por Popham el 2 de agosto del año anterior, le ordenaban enviar una
fragata con la misión de navegar en aguas del Atlántico frente a las costas
americanas entre Río de Janeiro y la desembocadura del Río de la Plata, a
efectos de vigilar la probable presencia de naves francesas enemigas y enviar
informes sobre sus movimientos, en previsión de un posible ataque contra las
fuerzas inglesas en la Colonia del Cabo, a la cual, en la fecha de remisión de
la orden, se supone ocupada por dichas fuerzas.
Otras
instrucciones posteriores, no llegadas a manos de Popham por haber sido apresada por buques
franceses la nave que las conducía, indicaban
al
Comodoro colaborar con los
buques a sus órdenes en una
expedición a la India, con cargo de reexpedir a Inglaterra las embarcaciones no
necesarias para aquella empresa.
En razón
de la orden primera, de patrullar las aguas americanas del Brasil hasta el
Plata, el bergantín “Encounter” zarpa
en dirección a estas costas a cumplir su cometido.
LA
EXPEDICIÓN AL RÍO DE LA PLATA
La temida
aparición de una escuadra francesa al mando del almirante Willeaumez, [b]
aun cuando bien prevista por los ingleses, no tuvo lugar, pues aquellas
fuerzas tomaron otro rumbo. El comodoro Popham, sin conocimiento de las
órdenes que le prescribían otras actividades, se encontró con fuerzas navales
importantes sin objeto inmediato a encarar, y con aguerridas fuerzas de tierra
en iguales condiciones.
El proyecto
acariciado por el almirantazgo inglés desde años atrás, de incursionar en las
propiedades coloniales de la corona de España, proyecto en el cual había tenido
parte muy activa el comodoro, se presentó con todas las características de una
brillante oportunidad. Aun cuando sin instrucciones para ello, Popham, ardiente
partidario de la ocupación de los puertos sobre el río de la Plata, creyó fácil
la operación militar, seguro, en caso de triunfo, de contar con la aprobación
del gobierno Británico, quien, en tales casos, sólo condenaba la derrota, y de
inmediato propuso los planes correspondientes al general Baird.
Pese a
las objeciones de éste para la realización de aquellos planes, se acordó
designar comandante militar de la expedición, con cargo de ocupar interinamente
la gobernación de la plaza a conquistarse, al brigadier general Guillermo Carr
Beresford, segundo de Baird, hasta tanto llegaran las disposiciones definitivas
que el gobierno británico ordenara al respecto.
Lord Guillermo Carr
Beresford (1768-1854)
Cinco
transportes y seis buques de guerra forman la parte naval de la expedición,
conduciendo a su bordo 37 oficiales, 896 hombres entre suboficiales y tropa, 60
mujeres y 40 niños; de las fuerzas indicadas, formaban parte 857 hombres del primer
batallón del regimiento N° 71° cazadores escoceses. Las
tropas se embarcaron el 13 de abril de 1806, haciéndose a la vela al día
siguiente con rumbo hacia las aguas del Río de la Plata.
En la
noche del 20 de abril, una tormenta hizo perder de vista al transporte “Ocean” con 200 hombres más o menos a
su bordo,
y como en caso de que tal
embarcación se hubiese perdido definitivamente, la fuerza así restada hubiera
disminuido el poder del total expedicionario, Popham dispuso recalar
en la isla de Santa Elena para reforzarse allí con
elementos a solicitar al gobernador de dicha plaza. Así se realizó, cediendo
el gobernador Patten 103 oficiaos y soldados de artillería y 163 oficiales y soldados del regimiento de
infantería de Santa Elena, conjunto que se embarcó a bordo del buque mercante
armado “Justine”, haciéndose a la mar el 2 de mayo siguiente.
SOBRE LAS COSTAS
DE QUILMES
El 8 de
junio llega la expedición a la altura del cabo Santa María; el 14, Popham,
embarcado en la “Narcissus”, se reúne
con la expedición, a la cual había conseguido reintegrarse el “Ocean”. Inmediatamente se llamó a
consejo de guerra, a fin de resolver el punto de ataque, las dificultades
propias de la época, nieblas, etc., Las características del Río de la Plata en
esos meses del año, retardaron hasta el día 24 el arribo al lugar elegido para
el desembarco. Al respecto se expresa Beresford: “Si bien Sir Home Popham añadía a su pericia el más perseverante fervor y
asiduidad, la niebla, la difícil navegación y los continuos vientos contrarios
hicieron que recién el 24 por la noche nos encontráramos frente a ella”; refiriéndose
a la punta de Quilmes. (6).
En la
mañana del 24, la escuadra avistó la Punta de Lara, amagando un ataque al
puerto de la Ensenada y corriéndose luego sin detenerse hasta frente a Buenos
Aires. “En la mañana del 25 - dice
Groussac - el enemigo, que había permanecido
en Balizas Exteriores examinando la playa, retrocedió hasta la Punta de los Quilmes” (7). En
tal lugar, como se dirá más adelante, desembarcaron los ingleses a mediodía del
25 de junio de 1806.
La
privilegiada situación geográfica del puerto de Buenos Aires, militarmente mal
protegido, y la fama de sus nacientes riquezas, despertaron desde su segunda
población, la codicia de los corsarios de diferentes nacionalidades y pusieron
en estado de alarma por repetidas veces a la población de la ciudad, quien
debió apercibirse para la defensa de la plaza, con todos sus elementos
combatientes cada vez que desde el fuerte, los tambores de la guarnición tocaran
generala, la campana del Cabildo tañera a rebato y el vocerío y apresurado
correr de las gentes anunciaran la presencia de riesgos y peligros avistados en
las inmediatas aguas del estuario. Buenos Aires conocía pues, y con regular
frecuencia desde los primeros tiempos de su existencia, el estado de ansiedad
provocado por las posibilidades de un ataque desde el exterior. Agregábase a esto,
las actividades portuguesas en la margen izquierda del Río de la Plata, las
cuales sumaban preocupaciones en las autoridades civiles y militares y daban
por resultado la adopción de medidas encaminadas a una organización defensiva
permanente en la corta medida de lo posible, en la parte de costa y adyacencias
que median entre la Magdalena y el puerto de las Conchas.
En los
últimos años del siglo XVIII, el virrey Olaguer Feliú organizó un plan militar
con miras a repeler amenazas contra la Capital del Virreinato. Algunos años
después llega desde la Metrópoli a las autoridades locales una seria advertencia
de estar preparados para una guerra con Gran Bretaña, y esto no ya como
inevitable, “mas como si estuviese ya
declarada”; lo dicho ocurría en enero de 1805. (8)
Las
medidas adoptadas por el virrey Sobremonte, fueron esencialmente las de proveer
con tropas efectivas a la defensa de la costa, con lo cual ocurría en forma
permanente a una vigilancia continua y a repeler, además, en cualquier momento,
toda posible incursión de los indios por el pago de la Magdalena.
La
organización y adiestramiento de las fuerzas a crearse, quedó a cargo del subinspector general, coronel Pedro de
Arze.
Se
escalonaron pequeños núcleos, luego de reforzar la guarnición de la Ensenada
que, como ya dijimos, contada con 8 piezas de artillería; este escalonamiento
consistía en grupos de jinetes, formando patrullas, y manteniendo enlace con la
Ensenada y las estancias que en el trayecto hacia Buenos Aires se encontraban
cerca de la costa. En la primera que se cita, de Manuel Arellano, cuyo casco
ocupaba tierras de la jurisdicción del actual partido de La Plata, se
custodiaba el armamento considerado suficiente para armar la gente que pudiera
concurrir del pago de la Magdalena e inmediaciones.
Apresuradamente
se repararon y aprestaron las fortificaciones existentes en la Ensenada,
apuntalándolas con obras provisionales hechas a escape y dentro de lo que era
posible entre la urgencia notificada y la carencia de recursos oficiales.
COMUNICACIONES
MILITARES DE CORRELACIÓN DE SEÑALES Y SERVICIOS DE EMERGENCIA
Determinó
Sobremonte el establecimiento de vigías en lugares convenientes y la
indicación de arroyos o malos pasos para la artillería, con el fin de construir
puentes de madera, fácil de quemar en caso de retirada, dejando así prevenido todo
el camino “de las lomas” entre la
Ensenada y Buenos Aires. En eso camino debían colocarse seis piezas de
artillería, con un artillero cada una y dos chasques, con el solo objeto de dar
señales de salvas ya convenidas. La primera pieza se situaría en Buenos Aires
en “el alto de la Residencia” (9); la segunda en los Quilmes; otra en la estancia de Francisco Márquez, sobre el arroyo
Conchitas y las demás en las estancias de Fermín Rodríguez, de Arellano y de
Loza. En julio de 1805, la mala estación había impedido llevar los cañones a
los sitios convenidos que se encontraban a esa fecha, aun desguarnecidos; en
abril de 1806, los cañones se encontraban situados en los sitios convenidos.
(10)
En
octubre se adoptan disposiciones más precisas; se indica entre otras
determinaciones, que la división del campo de Barracas (presumiblemente el
destacamento del coronel Arze, encargado de la defensa móvil) hará patrullar la
costa desde el Riachuelo hasta los
Quilmes; que al primer aviso de alarma, el escuadrón más inmediato a la
Ensenada se armará con premura en la estancia de Arellano, para acudir donde
fuera menester su auxilio, y patrullar la costa desde los Quilmes hasta, la Ensenada. Que se apostase una fuerza
reducida, de 30 hombres, en la boca del Riachuelo, donde el comandante de
marina haría tomar posiciones a las lanchas cañoneras.
Estas
fueron en sus líneas principales generales, las previsiones militares ideadas
por el virrey Sobremonte, para apercibiese al riesgo que se cernía sobre Buenos
Aires, de un ataque inglés a la ciudad o a sus proximidades, sin que se tenga
referencia alguna para citar, de que entre las últimas órdenes dadas en octubre
de 1805 y los acontecimientos que se desarrollaron en junio de 1806, se hiciera
ensayo, maniobra o comprobación de las disposiciones adoptadas con el fin de
verificar la eficacia de las mismas. (11)
Corrían
los primeros días del mes de diciembre de 1805, cuando llegaron noticias a
Buenos Aires, con la consiguiente producción de alarma, de que una gran
expedición inglesa compuesta por numerosos navíos, estaba de recalada en la
bahía de Todos los Santos, en las costas del Brasil.
Se
trataba de las fuerzas expedicionarias inglesas, que embarcadas en la escuadra
a las órdenes de Popham, se dirigirían muy luego para la conquista de la colonia
holandesa del Cabo de Buena Esperanza. Fue ésta la primera información que tuvo
Sobremonte de la proximidad de fuerzas enemigas en aguas de América.
Aceleradamente
se aprestaron las defensas de las plazas de Montevideo y Buenos Aires; se
recomendó la internación de ganados y valores hacia la zona de tierra más
adentro, se convocaron milicias voluntarias, y las pocas embarcaciones existentes
se pusieron en son de guerra.
Al cumplirse un mes de las primeras alarmas, o sea en
los comienzos de enero de 1806, nuevas noticias que se reciben, indican que la
escuadra inglesa había zarpado con rumbo Este. Tal circunstancia, que alejaba
la posibilidad de riesgos inminentes, hizo renacer la tranquilidad oficial y
pública, con lo cual se resolvió el licenciamiento de voluntarios, desarme de
milicias y el restablecimiento del ritmo habitual en la vida de la Colonia.
Así las
cosas, llegan los primeros días de junio de 1806, en que el vigía de San
Gerónimo (costa del Uruguay) da la alarma, por haberse avistado naves
enemigas. Presumiéndose un ataque a la plaza de Montevideo, se refuerza su
guarnición, haciéndose lo mismo, a todo evento, con la de la Ensenada de Barragán.
Pese a la presencia conocida de una escuadra importante en aguas del estuario,
llega el día 17 sin que se tomen providencias de fondo, limitándose el virrey
al acuartelamiento de las tropas existentes, y hasta disponiendo la reducción
de los efectivos movilizados en la campaña, los días 21 y 22. En la tarde de
este último, llega aviso desde la Ensenada, de la presencia de siete buques.
Los días 23 y 24 se disponen diversas medidas de precaución en aquel punto,
mientras en Buenos Aires, las fuerzas desorganizadas y en confusión, permanecen
inactivas, ante las impávidas miradas del virrey con su séquito de jefes y
subalternos, quienes evidentemente, no creían en un ataque a la ciudad, inerme
y prácticamente abandonada desde el punto de vista militar.
"A las once de la mañana del 25 de junio de 1806 los ingleses,
después de recorrer la costa, empezaron el desembarco en Quilmes (José María Rosa - http://faggella.com)
después de recorrer la costa, empezaron el desembarco en Quilmes (José María Rosa - http://faggella.com)
EL
DESEMBARCO EN QUILMES
En el
parte que firma Beresford sobre la captura de Buenos Aires, consta que propuso
efectuar el desembarco en Quilmes y
que: “No bien lo permitió el viento, sir Home Popham, acercó los buques todo lo que pudo”. A su vez, dice Popham: “Como fue imposible para el Narcissus aproximarlo
a la costa debido a la poca profundidad del agua, el Encounter fue acercado
hasta encallar, para cubrir el desembarco del ejército en caso de necesidad”.
Afirma
Groussac que el citado bergantín calaba 12 pies y que a pesar de dicho calado
escaso: “Tuvo que quedar a una milla de
la costa”. Es de observar que los cañones del Encounter no podían tener un alcance útil, de acuerdo con los
datos de la época, más allá de los 1.000 ó 1.200 metros, lo cual permitiría
suponer que las tropas invasoras, una vez llegadas a la playa, habrían de
quedar fuera de la protección de la artillería de dicho buque, y con mayor
razón cuando se internaran tierra adentro. “En
la tarde del 25 de junio - dice Gillespie, oficial inglés que participó en
la invasión -, la sección militar estaba
frente a Quilmes, una punta baja de tierra, situada a doce millas de “Buenos
Aires”. A su vez, el teniente Fernyhough - que como Gillespie, pertenecía
al batallón de Infantería de Marina - dice: “Llegamos a la altura de Buenos Aires el 25, a unas 15 millas de aquella
ciudad, cerca de Quilmes. Allí juzgó
prudente desembarcar el general Beresford”.
La punta baja de tierra, frente a Quilmes, según la carta publicada por
la Dirección Hidrográfica de Madrid en el año 1812, de acuerdo a trabajos
realizados con anterioridad por el entonces teniente de fragata Andrés de
Ayarvide, y frente a la cual fondeó la escuadra inglesa atacante, referida a
nuestra costa actual, se encuentra en el lugar determinado por las coordenadas
geográficas siguientes: Lat. 34° 42’ 19”; Long. W. 58° 14' 02”, localizado por
la baliza luminosa del Club Náutico Quilmes
por el Servicio Hidrográfico del Ministerio de Marina. (12).
El Gobierno de la Nación, a pedido de la
Comisión Nacional de Museos y Monumentos, declaró “lugar histórico”, en
Quilmes, al “lugar en que desembarcaron
las tropas inglesas que después fueron derrotadas en Buenos Aires (25 Junio
1806).” (13)
Dos
esclavos de Juan Antonio Santa Coloma - vecino afincado en aquella época en
las proximidades de los Quilmes,
hacia el extremo Norte del barrio de Villa
Crámer del hoy pueblo de Bernal
- un pardo y un negro, informaron a la guardia militar del Puente de Gálvez -
hoy Pueyrredón - sobre el Riachuelo, en la noche del 25, a las 20 horas, ante
el coronel Elía, que: “En la madrugada de
ese día aparecieron frente a los Quilmes
once fragatas, tres bergantines y un falucho, que se aproximó reconociendo la
costa con un pequeño bote por la popa y regresó, retirándose con tres fragatas,
quedando por este motivo reducido el número de dicha división inglesa a siete
fragatas y tres bergantines; que uno de estos (el Encounter) varó con mucha proximidad a tierra a las 12
y 30, desde cuya hora, procedieron a desembarcar las tropas en 21 botes en
tres ocasiones, conduciendo en cada uno de ellos 20 a 22 hombres; luego que
verificaron el desembarco en el arenal frente a los quilmeños, que se ocultaron
en los pajonales del Bañado hasta poco antes de oraciones”. Esta declaración,
comprobada por muchas otras, por lo menos en lo fundamental, nos mueve a no
ratificarla más que con la carta del Cabildo de Buenos Aires a S. M. el Rey,
por intermedio de su apoderado en Madrid, Manuel Velazco y Echeverri, que dice
así: “A la mañana del día siguiente, 25,
se presentó la escuadra enemiga manifestando claramente por sus maniobras que
sus miras se dirigían a desembarcar en la inmediata playa, y a poco más o menos
de las 12 lo verificó a la vista de todo el vecindario que desde las azoteas
divisaba el continuo acercarse de los botes al citado lugar de los Quilmes”.
Agregamos
a esto la declaración del subteniente San Pedro y
Pazos, quien dice haber observado el desembarco desde Buenos Aires sin que se
hiciese desde nuestra parte el menor “movimiento
para estorbarlo no obstante hallarse el río bajo”. (14)
El lugar
elegido por los atacantes, las playas frente a los Quilmes, no lo fue al azar; constituía, según Groussac, el punto
desierto más próximo a Buenos Aires donde las fuerzas pudieran hacer pie sin
ser molestadas. Además era el sitio de la costa más cercano a la playa, que
marcaba la menor distancia para que los buques se acercaran a la orilla,
contando con una profundidad regular de 12 pies. El coronel Beverina [c]determina
el lugar como el único más adecuado para verificar un ataque por sorpresa,
antes que un enemigo organizado hubiera tenido tiempo de enviar allí tropas
numerosas para impedir la operación Por otra parte, la existencia de una franja
de bañados, entre el punto de desembarco y las barrancas, favorecía la organización
de las tropas que hacían pié, antes de que el ataque que podría llevárseles
desde tierra, las encontrara en maniobras preliminares a su colocación en orden
de combate. (15)
El alférez
Fernández de Castro, en su declaración ante el Cabildo, dice: “Que habiéndose avistado en la mañana del 25 de
junio próximo pasado once embarcaciones como a distancia de cinco leguas al
Este de este puerto, la Fortaleza dio la señal
de alarma.... que desde la mañana hasta las doce del día, los enemigos trataron
de acercarse todo lo posible a la costa de los Quilmes, quedando una corbeta fondeada afuera y avanzando los
otros buques a proteger el desembarco, que clara y distintamente se veía
efectuar con veinte embarcaciones menores”.
Habían
desembarcado 70 jefes y oficiales, 99 suboficiales, el empleado civiles y 1474
hombres de tropa; el núcleo más importante lo formaba el primer batallón del
Regimiento N° 71 de Cazadores Escoceses, al mando del teniente
coronel sir Denis Pack; el batallón de Infantería de Marina, al mando del capitán King y
la Infantería de Santa Helena, al mando del teniente coronel
Lane, integraban el total.
El
coronel Elía, en nota ya citada dirigida al Virrey desde el Puente de Gálvez en
noche del 25, al referir la información de los esclavos de Santa Coloma, dice: “Que luego que
verificaron el desembarco en el arenal de los quilmeños que se ocultaron en los
pajonales del Bañado hasta poco antes de oraciones; que dado el toque de caja,
se formaron en la playa,
al parecer en mucha cantidad, con chaquetas encarnadas con vueltas amarillas y
pantalón azul; que poco antes del toque de caja, procedieron algunos a echar en
tierra una cureña.” (16)
El capitán
de milicias de caballería José del Llano, de guardia en las cercanías del
Puente de Gálvez, donde se presentaron los esclavos de Santa Coloma, declara lo
por ellos informado: “Que en el
desembarco, habían empezado a las once y concluido a las tres y media de la
tarde, desde cuya hora hasta una después de oraciones se conservaron ocultas en
el pajonal, de donde salieron a la hora citada para desembarcar la fusilería,
cañones de campaña y municiones, las que les fueron traídas a tierra en distintos botes”.
El teniente
Álzaga, de guardia también en el Puente de Gálvez, se refiere así a la
declaración de ambos esclavos: “Que al
cerrar la tarde habían tocado pitos y tambores y hecho algunas evoluciones en
la playa; que también les habían visto desembarcar cañones, cargado cada uno
por cuatro hombres, para cuya descarga se habían aproximado una fragata y un bergantín
que se habían varado con el baja mar”.
En Quilmes, y respondiendo a disposiciones
prefijadas, se encontraba el sargento de inválidos Gerónimo Tabares, quien con
cuatro hombres y un artillero, disponía de un cañón de a 12, sin cureña,
clavado en tierra, para dar aviso con sus disparos, de cualquier novedad. Es
probable que estuviese apostado en la vigía de Quilmes desde abril de ese año,
tal como lo hemos señalado antes. Así mismo, y desde las 10 de la noche del 24,
se encontraba en la Reducción el
alférez Manuel Sánchez con 12 hombres, con la misión de rondar las barrancas;
el mismo que, al amanecer del día 25, avistando los buques enemigos, mandó parte
urgente a S. E. disparando al propio tiempo dos cañonazos y pasando aviso al
encargado del cañón más cercano a la ciudad, para que repitiera la señal, tal
como lo declaró al Cabildo el propio sargento Tabares.
Marquez Rafael de Sobremonte y Núñez (1745-1827)
Dice Mariano Moreno en su Memorias sobre la
primera invasión inglesa, que el Virrey Sobremonte se burlaba de la presencia
de barcos enemigos en aguas próximas a la costa de la Ensenada, suponiéndolos
de contrabandistas, y que a pesar de recibir un parte del Comandante en aquel
punto, al toque de oraciones del día 24, en el cual se le informaba haber intentado
los ingleses un desembarco por aquel lugar y haberlos “resistido con el fuego de la batería”; no obstante ello el virrey
se dirigió a la Casa de Comedias (en la esquina actual de Cangallo y
Reconquista), sin dar muestras de atribuir importancia al parte, “con la misma serenidad que en una paz
tranquila”. Y solamente cuando a las 8 de la noche entró a su palco un
oficial entregándole un nuevo parte, esta vez de los Quilmes, en el cual se le daba aviso que los ingleses desembarcaban
allí, se retiró del espectáculo hacia su palacio; Ignacio Núñez, que como Moreno,
escribió una memoria sobre el suceso que había presenciado, también se refiere
al parte, llegado al palco del Virrey, desde los Quilmes. (17).
Acerca de estas circunstancias, la nota del Cabildo ya
mencionada en su informe al Rey, dice que: “Avisado
el Virrey la noche del 24… no tomó más
providencia que la de despachar una partida de 10 a 12 hombres que fuesen a
rondar por aquellos parajes”.
Abundando
sobre este punto, el sargento Bonifacio García, de guardia en la Fortaleza en
la noche del 24, declaró que: “Durante su
guardia llegaron dos chasques de la Ensenada con “comunicaciones para S. E. que se hallaba en el teatro”.
De las
referencias transcriptas, y dejando de lado algunas pequeñas diferencias de
detalle, se desprendería que el Virrey recibió aviso de los graves sucesos del
momento, primero directamente desde la Ensenada, y luego desde los Quilmes,
siendo probable que este último haya sido dado por el sargento Tabares, de
guardia en éste punto.
Concuerdan
también las referencias, en señalar la actuación tan largamente comentada por
la crítica, de la “encumbrada nulidad”,
tal como designó Groussac a Sobremonte; quien, en una asombrosa e inexplicable
incapacidad e irresolución, se limitó a observar el desembarco: “con un anteojo, desde uno de los balcones de la Fortaleza”, en la
mañana del siguiente día 25, tal como lo declaró el voluntario José Antonio
Lago.
EL ATAQUE
Dice Gillespie: “Se efectuó el desembarco de toda la fuerza
efectiva con todas sus municiones para el servicio. Las fogatas encendidas en
todas las alturas y un numeroso concurso de jinetes viniendo de todos los
rumbos al gran centro de la Reducción,
pueblito más de dos millas a nuestro frente, denotaban una alarma general y que
este terreno alto (el que se encontraba desde las barrancas hacia el oeste) era el elegido por el enemigo para la lucha
que se aproximaba”.
Casi al terminar la tarde, el ejército invasor emprendió la
marcha por entre los pantanos en procura de un terreno
alto donde acampar y organizarse;
continúa Gillespie: “Después de desprender piquetes, el ejército
vivaqueó por la noche
sobre su terreno. Justamente obscurecía cuando se oyó una alarma de
algunos muchachos, que descargaban sus mosquetes en la dirección de donde procedía un
ruido de pisadas de caballos, que aparentemente se venían sobre ellos a toda carrera. El teniente
Landel, de los marinos, que los mandaba, se condujo con sangre fría. En vez de
retroceder precipitadamente, mantuvo
su terreno hasta que se formó el cuerpo principal. Esto sucedió porque algunos
marineros, observando numerosos caballos, trataron en vano de agarrar algunos
y de este modo los arrearon sobre nuestras líneas”.
El
teniente Fernyhough se expresa en igual sentido; menciona las hogueras
encendidas en la Reducción y la
presencia de tropas montadas y con respecto a la carga de caballería, que los
piquetes de avanzada supusieron al notar el avance precipitado de varias tropillas,
dice que se produjo al amanecer, “just
before daylight”.
Durante
el día 25 había soplado viento norte con caracteres tempestuosos, que se
confirmaron con recios aguaceros caídos durante la noche, condiciones que
debieron ser soportadas por las tropas inglesas en los vivaques y al raso.
Poco
antes del obscurecer de dicho día, llegó a los Quilmes el subinspector Arze, al
frente de 500 hombres de caballería, armados con espadas y pistolas unos, con
chuzos otros, y unos pocos con carabinas, trayendo consigo esta fuerza, 2
cañones y un obús. Esta fuerza de caballería la componían 400 hombres de las
milicias de la campaña y unos 100 blandengues.
No tardó
en reunirse a esta tropa, un nuevo contingente al mando del coronel De la
Quintana, fuerte de 150 hombres, quienes llegaron desde la Ensenada cumpliendo
órdenes recibidas; el sargento Tabares declaró al Cabildo que primero llegó a
los Quilmes el coronel de la
Quintana y luego el subinspector Arze.
Al
amanecer del día 26, el teniente Manuel Martínez Muñoz, jefe de una de las
patrullas de exploración pudo: “Ver los enemigos
en la playa que destacaban partidas en trozos y andaban por el bañado,
comprendiéndose que reconocían y allanaban pasos”. Por su parte, el
sargento Tabares expuso: “Que se
empezaban a ser salir las tropas inglesas de entre los pajonales que estaban a
la orilla del río”.
El subinspector Arze había extendido sus
líneas sobre las barrancas
inmediatas al bañado que media entre estas y la costa del río, en el lugar aproximado que hoy existe
entre las calles Alsina y Conesa,
y más o menos a lo largo de las
calles Paz, Pringles y Belgrano,
que bordean las barrancas desde Alsina hasta Conesa, formando la cresta de las
mismas; la formación estaba
ordenada en dos líneas, de dos filas cada una, los blandengues en la primera línea y los
milicianos voluntarios en la segunda, ocupando la parte más alta de los bordes
de la barranca : “formados los escuadrones
en el cantil [d] de una eminencia”, [e] según se expresó
el capitán Del Llano, participante en el combate, formando parte de las fuerzas del coronel Elía,
que
llegaron poco después.
La
precisión relativa de los nombres de las calles que se mencionan como lugar de
formación de las tropas de Arze, la da la topografía inconfundible del lugar,
ya se le mire desde las tierras del bañado, ya en el sitio que se da como real,
y ellas coinciden fuertemente con los datos e informes para describir los
hechos en primer término y que luego corroboraremos con las declaraciones de
los participantes criollos y españoles, a las órdenes de Arze y del coronel Elía.
A la
derecha de las fuerzas extendidas del subinspector, este había ordenado, en
lugar casi inmediato a la Reducción,
y apoyándose en ella, el emplazamiento de su artillería, consistente en dos
cañoncitos de a 4 y un obús de a 12, (18) cuyo alcance controlado, vale decir,
de puntería definida, era de 500 a 800 metros para los cañones y de 1200 para
el obús.
Frente
a los defensores de la Reducción se extendían los terrenos del bañado, anegado
por el caudal de las fuertes lluvias caídas en la noche anterior, las cuales,
desde los terrenos altos, se desaguaban torrentosas por los cursos naturales
que se despeñaban por las calles de hoy, Las Heras y sus paralelas hasta
Rivadavia, aguas que reunidas muy luego en el llamado arroyo del Medio,
desbordaban su escaso cauce habitual separando a ambos contendientes, de los
cuales, los españoles, sobre las barrancas, distaban de 600 a 700 metros de
dicho arroyo, y los ingleses sobre el albardón de la costa, de 800 a 1000
metros.
El
arroyo del Medio cruzaba el bañado transversalmente, acercándose a la costa a
la altura de la actual calle Brandsen y desaguando en la misma por el actual
arroyo Colorado y el antiguo, de cauce ya borrado, llamado Antuco o Chantuco.
Retomamos
la narración de Gillespie: “El 26 al
alba, todos estuvieron sobre las armas después de una copiosa lluvia durante la noche, que dañó unos
pocos fusiles. La luz del día nos mostró el pueblito de la Reducción, como a dos millas de nuestra izquierda y
una masa a pié y a caballo, con cuatro cañones en cada flanco delante de
nosotros, y una
densa columna de caballería
rondando sobre nuestra derecha. Se formaron en el límite extremo de un profundo
pero verdeante bañado, y sobre
un llano escogido que se levantaba abruptamente muchas yardas sobre nuestro nivel,
semejante a la escarpada margen
de un río”.
El observador
colocado hoy sobre la calle Cevallos, mirando hacia las barrancas, puede
ver en la intersección de las de Rivadavia y Belgrano un talud de rápida
pendiente, que va pronunciándose fuertemente hasta la esquina que forman 9 de
Julio y Pringles, disminuyendo levemente hasta pronunciarse nuevamente con
violencia en el cruce de San Lorenzo y Mitre, en el lugar denominado “El
Cantón”. Eran estos los bordes del llano escogido que se levantaba abruptamente
muchas yardas sobre nuestro nivel, semejante a la escarpada margen de “un río”,
a que alude el oficial inglés, y que en aquella época, sin las modificaciones
de niveles actuales (1944), debían ser más acentuadas que hoy. La planimetría
actual comprueba la ubicación de las citadas pendientes y muestra, desde el
borde del cantil indicado, hacia las vías del ferrocarril del Sud (hoy Roca),
con un frente de seis cuadras y un fondo de ocho, una llanura cuya pendiente
muy suave, decrece de Oeste a Este y de Sur a Norte, extensión que
constituiría “el llano escogido”
descripto en el texto del citado Gillespie, el cual agrega: “Nada podía ser más lindo como posición
defensiva. Por la mañana temprano, varios de sus jefes, en bridones [f] ricamente aperados
[g] y vestidos con soberbias capas o
ponchos, vinieron a reconocer los bordes del bañado que se interponía entre
nosotros y por la confianza que se siguió se
puede presumir que despreciaban nuestras amenazas.”
No nos quedaba otra alternativa que forzar nuestro camino
al través de todos los obstáculos. Nuestras tropas se formaron en dos columnas
y después de avanzar 800 yardas desplegaron en batalla. El regimiento 71 cubría
la derecha; el batallón de marina formaba, un poco más atrás del 71, a la
izquierda; y el cuerpo de Santa Helena, 200 pasos atrás, la reserva. Un avance
instantáneo nos llevó al bañado (al cauce desbordado del arroyo del Medio), y
el enemigo, viendo enredado (encajado ?) uno de nuestros cañones, y nuestros
hombres irreparablemente presos en él, abrió sus fuegos, en dirección oblicua,
a la derecha”.
El
teniente Fernyhough escribió al respecto: “Al
observar este movimiento, el general Beresford determinó atacarlos sin dilación,
y dio órdenes para avanzar todos, que fueron pronta y alegremente obedecidas,
primeramente sacándonos nuestros sombreros y tocando tres toques las gaitas (bagpipes) del 71° de cazadores escoceses”.
Prosigue
Gillespie: “El 71°, sin embargo, no
desanimado por los obstáculos, lo pasó gritando, y pronto se lanzó a la carga, mientras
los marinos se ocultaban rápidamente en su retaguardia y algo a la derecha,
para cubrir aquel flanco del resultado de un choque intentado por el cuerpo
estacionado ya descripto, que aparentemente esperaba la probabilidad de tal ventaja”.
Fernyhough
dice: “No fuimos muy adelante, sin enredarnos
(encajarnos ?) en el pantano, lo cual,
apercibido por el enemigo, hizo que abriera vivo fuego sobre nosotros. El
capitán Le Blanc, del 71°, perdió infortunadamente su pierna y sufrió la
amputación inmediata en el mismo campo de batalla. Tuvimos también varios hombres
muertos o heridos, y lo que se agregó a nuestras dificultades en ese momento,
fue que nuestros cañones se atollaron bien pronto en el pantano por lo que no
pudimos utilizar uno para disparar contra el enemigo. Con muchos esfuerzos
allanamos este impedimento y continuamos avanzando a buena velocidad...”
Gillespie se refiere al final del combate en la siguiente forma: “Habiendo vencido el bañado y ganado la altura más allá de éste (las barrancas, muy probablemente por la cuesta que se extiende entre las calles Nicolás Videla y Castelli), los granaderos del 71° hicieron una descarga cerrada que puso al ejército enemigo en completa fuga, abandonando sus cañones y las mulas que los tiraban”. El teniente Fernyhaugh dice: “…hasta llegar tolerablemente cerca, al tiempo que el enemigo inició su retirada con la mayor precipitación, después de recibir dos o tres descargas de mosquetería y un vivo cañoneo desde dos piezas de campaña de bronce, que afortunadamente se encontraban muy a la izquierda de nuestra línea, por lo que evitaron el pantano quedando habilitados para lograr las alturas a tiempo para cañonear sobre los españoles en su retirada”.
Gillespie se refiere al final del combate en la siguiente forma: “Habiendo vencido el bañado y ganado la altura más allá de éste (las barrancas, muy probablemente por la cuesta que se extiende entre las calles Nicolás Videla y Castelli), los granaderos del 71° hicieron una descarga cerrada que puso al ejército enemigo en completa fuga, abandonando sus cañones y las mulas que los tiraban”. El teniente Fernyhaugh dice: “…hasta llegar tolerablemente cerca, al tiempo que el enemigo inició su retirada con la mayor precipitación, después de recibir dos o tres descargas de mosquetería y un vivo cañoneo desde dos piezas de campaña de bronce, que afortunadamente se encontraban muy a la izquierda de nuestra línea, por lo que evitaron el pantano quedando habilitados para lograr las alturas a tiempo para cañonear sobre los españoles en su retirada”.
El
general Beresford, en su informe a su jefe, Baird, describe así el combate: “Eran las 11 de la mañana del 26, cuando recién
conseguí apartarme de mi puesto (campamento de la costa), y el enemigo pudo haber contado cada hombre
que yo llevaba, desde su posición. Fui llevado hasta la cima de una loma sobre
la que se encontraba el pueblo de
Reducción, el que cubría su flanco, consistiendo su fuerza principalmente
en caballería - entretanto fui informado que estas contaban 2000 - con ocho
piezas de campaña. La topografía del terreno era tal que me obligaba a
enfrentarlo directamente y para hacer mi formación de ataque en lo posible
igual a la suya, dispuse todas las tropas en una sola línea, excepto la infantería
de Santa Helena de 150 hombres, la que formé a 120 yardas a la retaguardia
con dos piezas de campaña, con orden de enfrentar derecha e izquierda, a medida
que nuestros flancos fuesen amenazados por su caballería. Yo poseía dos
(piezas) de 6 libras sobre cada flanco y
dos obuses en el centro de la primera línea. En este orden avancé sobre el
enemigo, y después que nos acercamos al alcance de sus cañones, una franja de
bañado se nos interpuso a nuestro frente y me obligó á detenerme, mientras los
cañones hacían un pequeño rodeo para atravesarlos, lo que apenas se había realizado,
cuando el enemigo abrió fuego sobre nosotros, apuntando bien al principio, pero
como íbamos avanzando a gran velocidad, no obstante el terreno pantanoso, lo
que pronto nos obligó a abandonar todos nuestros cañones; su fuego no nos
causó mayores perjuicios. El regimiento 71° llegaba a la cumbre de
las barrancas en bastante buena formación, apoyado por un batallón de marinería,
cuando el enemigo no quiso esperar que se le acercaran más, retirándose de la
cima de la barranca, mientras nuestras tropas llegaban a la misma, comenzando
un fuego de fusilería. El enemigo huyó precipitadamente, dejándonos 4 piezas de
campaña y un carro de artillería y nosotros no lo volvimos a ver en todo el
día. Hice un alto de dos horas sobre el campo, para dejar descansar las tropas
y disponer lo necesario para llevar con nosotros los cañones del enemigo y los
nuestros, los que habíamos podido sacar de los pantanos, gracias a los esfuerzos
del capitán Donelly”. Hasta aquí el general Beresford.
El varias
veces transcripto Fenyhough dice: “Estuvimos
en posesión de la eminencia y de seis cañones de bronce, abandonados por el
enemigo, quien fue tan inconsistente en sus evoluciones, que dejó dos de ellos
cargados, con los cuales les hicimos un fuego muy bien dirigido. Atribuimos las
escasas pérdidas que sufrimos, a la inexperiencia del enemigo en el manejo de
sus cañones, los cuales, por lo general, tiraban muy elevado”.
A su vez,
el comodoro Popham, en nota dirigida a Sir William Mardsen, escrita en Buenos
Aires, dice: “El enemigo se encontraba
apostado en el pueblo de Reducción,
construido sobre un promontorio a unas dos millas de la costa, y aparentemente
existía una buena llanura entre los dos ejércitos, pero resultó ser, en la
mañana siguiente, solamente un pantano cubierto de vegetación baja. Esto impidió
en cierto modo nuestro avance; tampoco abrió el enemigo las hostilidades hasta
encontrarse las tropas casi en el medio del bañado, de donde pensó que sería
imposible sacarlas. Las admirables e inteligentes disposiciones del general
Beresford y el coraje de su ejército, pronto hicieron comprender al enemigo que
su única salvación estaba en una retirada precipitada, porque tuvimos la
satisfacción de ver desde las naves cerca de 4000 españoles de la caballería
huir en todas direcciones, dejando sus piezas de artillería en el campo,
mientras nuestras tropas subían por las barrancas”.
Puede
apreciarse fácilmente la concordancia de los jefes y oficiales ingleses acerca
del desarrollo de las operaciones de avance, y lo contestes de sus relaciones,
en cuanto a la huida en desbandada de las fuerzas defensoras de la Reducción, puede decirse sin lucha
previa, tan pronto los invasores arremetieron contra “la escarpada margen”, es decir, cuando iniciaron el asalto de las
posiciones que ocupaban las fuerzas de Arce, en lo alto del talud formado por
las barrancas de los lugares ya mencionados de Quilmes. (19)
VEAMOS AHORA LAS OPERACIONES
DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LAS INFORMACIONES DE ORIGEN ESPAÑOL (20)
Tendidas
las fuerzas de Arze, que presenciaban el avance de las tropas inglesas, íbase
acercando a Quilmes, desde el puente
de Gálvez, el coronel Elía, siguiendo con los hombres bajo su mando la orilla
de la barranca, en número de 260 soldados, con dos cañones y un obús. Este
refuerzo había salido de la quinta de Gálvez, sobre el Riachuelo, entre las 7 y
las 8 de la mañana del día 26, en cumplimiento de órdenes de Arze, formando
del modo siguiente: una patrulla exploradora de 26 hombres al mando del alférez
Juan Ignacio Terrada, con la misión de descubrir bañados y caminos, a fin de
que la artillería no sufriese demoras ni tropiezo alguno en la marcha. Seguían
luego las piezas de artillería mencionadas, al mando del capitán Vereterra;
luego el regimiento de Voluntarios de Caballería y cerraba la marcha una
compañía de infantería al mando del capitán Florencio Terrada, compañía que,
pocos días antes, había sido provista con caballos, transformándola en infantería
montada. Estas tropas, al mando del coronel Elía, que se acercaba a los Quilmes al trote de los caballos detuvo
su marcha aproximadamente a 400 metros al Noroeste de la posición ocupada por
Arze.
Durante
la marcha, Elía recibió chasques [h] enviados por Arze; uno de ellos, el
capitán Manuel Marín, portador de instrucciones para que acelerasen el paso,
“pues el enemigo marchaba ya por el bañado”, por lo que empezó la formación a
marchar a rienda suelta. La marcha fue nuevamente apurada por otra orden del
subinspector.
El
comandante de la partida exploradora de vanguardia, alférez Terrada, declaró
ante el Cabildo, que descubrió en la partida de afuera del bañado en dirección
a los Quilmes, una fuerza
considerable de tropas enemigas formadas en batalla y mancando aligerar a su
gente para hacer de aquellos un reconocimiento exacto, vio que avanzaban
divididos en dos trozos, y en consecuencia mandó cuatro chasques, avisando la
operación del enemigo y noticiando de su inmediación y movimiento aconsejando
marchasen nuestras fuerzas a su encuentro, pues de lo contrario no darían lugar
a formar la línea como en efecto sucedió.
Otros
oficiales, el teniente Muñoz y el mayor Ibáñez, declararon, en
este punto: “Los ingleses descubrieron su
columna y marcharon de frente, y las tropas inglesas seguían su desembarco (sic) por el bañado, con frente de batalla al sud”. Refiriéndose ambos a la marcha del ejército invasor por el bañado,
acercándose al cauce del arroyo
del Medio al tiempo que las tropas de Elía, distantes algo más de media legua
de la posición de Arze, hacia el Noroeste, descubrían al enemigo como a seis
cuadras de la formación del subinspector, marchando en columnas.
Dice el capitán Del Llano, de las fuerzas del coronel
Elía: “Llegados a la vista del enemigo,
que ya estaba formado en columna fuera del bañado (arroyo), observó que el señor subinspector general
rompió el fuego con su tren volante, desde el cantil de una eminencia en donde
lo tenía colocado al costado derecho de 200 hombres escasos, formados en
batalla, figurando dos escuadrones, y que los enemigos contestaban con el de sus
cañones”. El ayudante mayor del regimiento de voluntarios de caballería,
Pedro Ibáñez, que integraba las fuerzas de Elía, declaró: “Que en la marcha, cuando llegaron a ocho o nueve cuadras del pueblo de
los Quilmes, donde se hallaba formado el cuerpo de blandengues y los
voluntarios de caballería de campaña… ya estaban haciendo fuego a las tropas
inglesas… haciéndoles entonces fuego por elevación el enemigo”.
El
mencionado varias veces, alférez Terrada, en su declaración ante el Cabildo,
continúa esta parte así: “Que en esas circunstancias
el subinspector rompió el fuego de su artillería sobre los enemigos y como el
exponente esperase la incorporación de su regimiento (recuérdese que
Terrada mandaba el piquete explorador de vanguardia) para incorporarse según las órdenes que tenía, se mantuvo en
expectativa en la misma orilla de
la barranca, desde donde vio que las dos primeras balas de nuestra artillería
causaron daño en las filas enemigas, matándoles 18 o 20 hombres que quedaron
tendidos en el suelo. Que a vista de esto, los enemigos empezaron a flaquear,
saliéndose muchos soldados de las filas y corriendo hacia atrás, pero en el
momento fueron contenidos por dos jefes que andaban a caballo y sus claros
fueron prontamente cerrados y continuaron avanzando; que vuelto a hacer fuego
la batería del subinspector, sus tiros no causaron daño a los enemigos, como
los primeros, ni llegó a tiempo el tren que marchaba con la caballería, a
pesar de las voces que daba el declarante para que se apresurase a llegar al
lugar donde él estaba, que era adonde se dirigía el trozo principal de la fuerza
enemiga, de lo que resultó que este pudiera formarse en la barranquera y abrir
desde allí sus fuegos sobre los nuestros”.
Las bajas a que alude el declarante, alférez
Terrada, así como las que hemos indicado en una de las partes transcriptas de
Feryhough, no se ven documentadas ni ratificadas en la información elevada por
el Cabildo, con motivo de la invasión inglesa. Por otra parte, en la planilla
de bajas, firmada por el mayor de brigada J. W. Deane, producidas en las
operaciones realizadas durante los días 26
y 27 de junio de 1806 (combate en Quilmes
y tiroteos en el Puente de Gálvez), acciones libradas por las fuerzas de
Beresford, se dan como datos oficiales 1 muerto (el cirujano Halliday, muerto
por una partida, después del combate de Quilmes), 12 heridos y 1 desaparecido.
Para corroborar tales datos, agregamos que la consulta de los registros de
sepultura en el viejo cementerio de los
Quilmes, no se anotan inhumaciones en el día 26 ni en los inmediatos
subsiguientes, tal como consta en el Registro de dicho año, existente en el
Archivo de la Iglesia Parroquial.
Puede
observarse que el desarrollo de las maniobras preliminares al combate y la
marcha de las fuerzas inglesas por el bañado hacia las barrancas, está
descripta por los oficiales ingleses en forma concordante con las declaraciones
que vienen de leerse, de los oficiales españoles. Abundan además, en iguales
confirmaciones, las varias declaraciones de otros oficiales integrantes de las
fuerzas del Coronel Elía, de gran valor, pues ellos, al aproximarse al subinspector,
tenían ante su vista todo el panorama del terreno por el cual avanzaban los
británicos.
Hasta ese
momento, en el cual los cañones ingleses comenzaron a replicar a la artillería
española, las tropas a las órdenes de Arze ocupaban su posición sobre los
barrancosos bordes ya descriptos; las de Beresford, parte de las cuales ya
habían atravesado el arroyo desbordado, se disponían a cargar a la bayoneta,
para desalojar al enemigo de la altura que frente a ellos se alzaba, erizada de
fuerzas de caballería, siéndoles necesario atravesar el espacio de terreno
llano, comprendido entre el arroyo y las barrancas, a pecho descubierto y bajo
el fuego de los cañones de Arze, el cual (como lo suponían) debía aumentar
cuando entraran en acción las tres piezas que traía Elía con sus tropas, a quien,
los ingleses, desde el bajo, estaban viendo llegar en oportunas condiciones
para atacar su flanco derecho en una carga de caballería que les llegaría desde
las alturas de la zona Noroeste de la
Reducción, hasta el bañado y el terreno comprendido entre este y las
barrancas.
No se
había iniciado, pues, el cuerpo a cuerpo, que los ingleses juzgaban inminente,
por las numerosas fuerzas de caballería que con sus cargas impetuosas hubieran
desorganizado sus líneas y sembrado
la confusión entre sus reservas, flancos y frente, desorganización que podía
ser causada por el choque y luego por el combate a sablazos en el entrevero, en
el que, pocos años después, se mostrarían tan hábiles los soldados de la guerra
de la independencia y de
las luchas interiores; agréguese a ésta carga, protegida mientras llegaba, por
el fuego de los cañones de Arze, la que se sumaría desde el frente, con la
caballería del subinspector, descendiendo velozmente, cubierta por el fuego de
cañón, desde la que Gillespie había clasificado como “linda posición
defensiva”, y puede tenerse
una noción concreta de las condiciones en que se hallaban los contendientes,
en el momento en que uno de ellos se encontraba en reorganización,
después de haber atravesado el arroyo, en tanto que el
otro, a su frente, disparaba impunemente su artillería sobre el
primero, al tiempo en que una fuerza de caballería amagaba el flanco
derecho de las fuerzas invasoras.
El
coronel Rocamora y el capitán Vereterra, ambos de la fuerza
de Elía, recién llegadas a inmediaciones de la formación de Arze, propusieron a
éste, en nombre de su jefe inmediato (Elía): “Que si le parecía que atacasen al enemigo por el costado opuesto al que
él lo hacía”, es decir, por la izquierda española, cargar con la
caballería contra la derecha inglesa, justamente en el momento en que el
regimiento N° 71 al atravesar el arroyo, quedaba en descubierto, y que la
infantería de marina no había llegado aún a esa posición para cubrirlo y
protegerlo en su flanco de la carga de la caballería española, carga que esperaban
los ingleses se produjese, tal como lo hace notar Gillespie, quien precisamente
en esos momentos se encontraba en la posición señalada para la infantería de
marina, de la cual formaba parte.
Dice Del
Llano, que mientras la consulta al subinspector tenía lugar en momentos tan
apremiantes, las tropas de Elía: “Recorrieron
las armas y se procedió a cargar las pistolas, y como esto no pudo verificarse,
porque las balas que contenían los cartuchos eran de más calibre que el que
sufría el cañón de aquellas, cuando se esperaba que este incidente abatiese el
ánimo de los soldados, no hizo más que inflamarlos y excitarlos a que
solicitasen, como lo hicieron con empeño, en que se les permitiese entrar
contra el enemigo, fiados en que con sólo el caballo lo desorganizarían”.
Pero a
pesar de todo ello, y de que en ese momento, a juicio
de muchos jefes y
oficiales que participaron en el combate - tal como lo expone más tarde el
Cabildo - la carga contra la derecha inglesa era necesaria - cosa que ratifica
el mismo Gillespie, que la esperaba, desde el lugar que ocupaba en la posición
inglesa - la carga no se cumplió; declaró Del Llano: “Arze contestó que de ningún modo aludiendo a la propuesta de Rocamora y
Vereterra y que siguiesen a reunírsele, desplegando en batalla por el costado
izquierdo de su formación”. Y dice el Cabildo: “Mandó resueltamente que la caballería auxiliar (la de Elía), pasando
por la retaguardia de sus fuerzas, fuese a ocupar el lado derecho de la misma
eminencia” (barranca). Se le mandó
preguntar entonces qué se hacía con los dos cañones de a cuatro y el obús de a
ocho”. (llegados al mando de Vereterra) A lo que contestó Arze, según
declaración del teniente Álzaga: “Que por
su retaguardia pasasen al costado derecho donde estaba la artillería que con él
(Arze) hacía fuego, para que ellos lo
verificasen hicieran fuego con las piezas recién llegadas, mientras él
(Arze) hacía su retirada que ya había
ordenado”.
Esta orden
se daba en momentos de estar todas las fuerzas de Arze y las de Elía, bajo el
fuego enemigo, quien con la misma alza y deriva, podía batir un blanco de
mayores dimensiones y aumentado en profundidad, en el que estaban comprendidas
todas las fuerzas españolas; blanco que era ofrecido a la artillería inglesa
gracias a la maniobra ordenada por el subinspector, de mandar realizar el pasaje
por su retaguardia, hacia su derecha, por no tener por conveniente dividir las
fuerzas del enemigo con un duplicado choque (el que podrían haber llevado por
el frente las fuerzas de Arze y por el flanco derecho enemigo, las del coronel
Elía)
Las
consecuencias de este movimiento las da el teniente Manuel Martínez Muñoz: “Paró nuestra artillería (dejó de hacer
fuego la de Arze) y se tocó retirada saliendo
en desconcierto toda la caballería que estaba a las órdenes del
subinspector”, ratificado por
el teniente Fermín Tocornal: “Al
aproximarse (las fuerzas de Elía a la formación de Arze) y sin que hubieran entrado en funciones las tres piezas que llevaban,
ni aun se hubiesen cargado, mandó el señor Inspector la retirada, y en seguida
hizo seña el único tambor que había, viéndose desfilar por la izquierda las
tropas de dicho jefe, atropellándose con los que llegaban. Resultó estropearse
unos, rodar otros y envolverse todos, al mismo tiempo que el enemigo redoblaba sus
fuegos de fusilería y algunos de cañón, sirviéndose entonces de algunas de nuestras
piezas que ya habían caído en su poder”.
El capitán
Francisco Castañón, del 4° Escuadrón de Voluntarios de Caballería, que venía con
Elía, declaró: “Los enemigos empezaron
un fuego graneado por compañías y algunos tiros de cañón con dirección a la
caballería (la de Elía) y como al
empezar los fuegos de fusilería los enemigos que lo hacían al pie de las
barrancas y a corta distancia no tuvieron contraposición de las mismas armas,
pues sólo había fusiles entre algunos blandengues, se mandó volver caras y
marchas en retirada (tropas de Arze) lo
que se verificó con algún “desorden, atropellándose con las que llegaban”.
Por su
parte, el capitán Manuel Martínez Muñoz, dijo que las fuerzas de Arze: “Desfilaron por la izquierda de aquellas
(de Elía)… y viendo el subinspector … los tres cañones que el capitán
Martínez conducía, preguntó al capitán Vereterra si los traía cargados, y contestándole
que no, le dijo que se retirase y al hacerlo estaba la gente desordenada por la retirada que se había ordenado”.
El choque
entre las tropas de Arze en retirada, y las recién llegadas al mando del
coronel Elía, se produjo necesariamente, desde que, según el capitán Del Llano:
“Por la reiterada orden del subinspector,
fue indispensable la reunión con éste”; para lo cual, las fuerzas de Elía,
como ya se ha dicho: “Debían pasar por la
retaguardia de Arze para ocupar su derecha. Tal reunión, siempre según Del
Llano, se hizo en las críticas circunstancias en que ya hería la fusilería del
contrario y que ya convertía con precipitada fuga, sobre la izquierda, el
escuadrón de blandengues que formaba la vanguardia de las fuerzas de Arze”. Vale decir, hacia la izquierda de Arze, en donde iniciaban el
despliegue en batalla las fuerzas recién llegadas de Elía. “Esta evolución - sigue Llano - que era mandada por dicho señor (Arze) y de la que no habían oído voz de mando ni
señal que la indicase, ni menos instruido en su determinación, derrotó, con el opuesto choque de los
blandengues, la formación en que iban a entrar (los que llegaban)
y deshechas las filas, se
redujo a desorden ambas formaciones, las que ya no pudieron ordenarse por las precipitadas marchas
y descargas del enemigo, que no malogró esta oportunidad para causarles más confusión con su artillería, y apoderarse de
cuatro piezas de las que
tenían ambas divisiones nuestras”.
El
teniente Álzaga declaró que el subinspector había ordenado que si las tropas
de caballería llegadas del puente de Gálvez: “Traían
los cañones descargados, que huyesen”, agregando que: “Cuando quisieron verificar el movimiento de
los cañones (por la retaguardia de Arze pasarlos a la derecha de su formación,
según lo había ordenado), ya desfiló
huyendo la gente que tenía el subinspector, atropellando por la del coronel
Elía, y que a tiempo, el enemigo empezó a menudear el fuego graneado, lo que
causó mayor confusión en la gente que había vuelto el rostro, de suerte que, aunque
el deponente (Alzaga) y otros oficiales quisieron contenerlos, no
pudieron lograrlo, y al poco tiempo se vió ya al enemigo en posesión del tren
volante (la artillería española)”.
Es este
el momento descripto por Gillespie, en que dice: “Habiendo vencido el bañado y la altura más
allá de éste, los granaderos del 71° hicieron una descarga cerrada que puso al
ejército enemigo en fuga completa
abandonando los cañones y las mulas que los tiraban”.
El
ayudante Bruno de la Quintana y el mayor Ibáñez quedaron a la cabeza de los
últimos grupos que se retiraban; los capitanes Martínez y Molino de Torres, así
como también el mayor Rocamora, recibieron orden del subinspector para reunir
la gente fugitiva. Las tropas al mando directo del mayor Ibáñez, al oír “chiflar” un “rebenque
flauta" de este jefe, se reunieron como a distancia de media legua del campo del combate, “sobre la loma”. El capitán Joaquín Torres declaró al Cabildo, que cuando la retirada se transformó en desorden y
luego en fuga: “El mayor
de su regimiento, Tomás de Rocamora, tuvo que
mandar a los oficiales a contener la tropa, lo que se
consiguió sin
esfuerzo, yendo a reunirse como a distancia de una legua del enemigo, hacia el
sud”; por lo que puede
suponerse, para las tropas
fugadas o gran parte de ellas, que se situaron en la parte suroeste de la
actual ciudad de Quilmes, en las pequeñas
lomas de Villa Argentina y sus
inmediaciones.
Loma de la bodega y viñedos Rosignoli donde se construyó la Villa Argentina. Hoy en día imperceptible. |
En aquel
punto se mandó al mayor Ibáñez pasase lista, de la que resultaron ciento diez
ausentes. El capitán González de Castilla oyó decir que tal orden fue dada: “Con la intención de volver a atacar al
enemigo”, y continúa: “Además se
dispuso por el subinspector el nombramiento de partidas destinadas a reconocer
la posición del enemigo y a observar sus movimientos, pero que luego se cambió
de parecer y se ordenó retirada”.
Confirma lo antes indicado la ya
mencionada varias veces declaración del capitán Del Llano, quien dice, respecto
a este punto: “Reunidas en la loma una
hora después de este choque, las tropas de Blandengues, Caballería e Infantería
montada, y pasada lista de los individuos que componían estos cuerpos, se
formaron de ellos dos divisiones en columna, las que por orden del Inspector
marcharon en retirada hacia la ciudad, yendo la de Voluntarios de Caballería
por las inmediaciones del bañado, y las de Blandengues y Caballería de la
Frontera por las lomas, colocándose en medio de ambas una caja montada para
señales al señor Inspector General.” (22)
Durante la marcha, por el ala derecha, se
incorporaron muchos dispersos, indudablemente los que se encontraban hacia el
norte y el oeste de la zona de combate. El informe conjunto se detuvo en las
barrancas de la estanzuela de los
Dominicos, posesión de la Orden en el actual deslinde Quilmes-Avellaneda,
hoy terrenos de Urquizú, pocos centenares de metros al oeste de las vías del
ferrocarril Sud, en el recorrido Don Bosco-Wilde.
En este
paraje se echó pie a tierra, mudándose los caballos: “En un corral del mismo Santo Domingo”. El subinspector se detuvo
para comer, lo que no se pudo conseguir hasta después de mucho tiempo, porque
los negros que llevaban sus viandas se habían quedado muy atrás. El teniente
Alzaga: “Oyó al subinspector quejarse de
la poca substancia (sic) de la caballería
y detestarla para siempre, y donde y cuando la tropa fue reconvenida por su
fuga y desconcierto, contestaron que ellos habían manifestado sus deseos de
combatir y defender la patria, en el concepto que no los habían de poner de
carnada; pero que estando, como estaban, armados sólo de espadas, era claro que
no pudiesen resistir al nutrido fuego de fusilería que habían hecho los
ingleses”.
Después
de tres cuartos de hora de descanso, en el momento que Arze iniciaba su
almuerzo, se mandó reanudar la marcha hacia el Puente de Gálvez, al trote y al galope, por la noticia recibida de que
el enemigo, a menos de una legua de distancia, venía picando la retaguardia de
los dispersos españoles. Al caer la tarde de ese día 26, los fugitivos hacían
su pasaje por el Puente de Gálvez, marchando en
desfilada por encontrarlo casi cortado con el fin de impedir o por lo menos
dificultar la entrada del invasor a la capital.
En cuanto
al sargento Tabares, permaneció en su puesto, desde el cual, viendo perdida la
acción y clavarse uno de los cañones - que en la fecha de su declaración ante
el Cabildo, 22 de julio de 1806, se hallaba aun en el mismo sitio - hizo lo
mismo con el que tenía a su cargo y enseguida se retiró
a su “casa en el mismo pueblo de los Quilmes”.
Los
ingleses, por su parte, hicieron un alto de dos horas en el caserío de la Reducción; entre tanto, el cirujano Dr.
Halliday: “Que había permanecido
demasiado tiempo en el lugar que ocupamos por la mañana - dice Gillespie, indicando que el médico se entretuvo en el
lugar del combate - fue bárbaramente asesinado”.
Fueron destacadas partidas en persecución y hostigamiento de los españoles
fugitivos, y por la tarde, el ejército inglés emprendió la marcha hacia la
capital del Virreinato. El grueso acampó a una milla del Riachuelo, vale decir
en el actual barrio de “La Crucesita”, en Avellaneda,
mientras que tres compañías del regimiento 71°, establecieron guerrillas,
río de por medio, con las tropas españolas que defendían el acceso al puente de
Gálvez.
DESENLACE
Los
sucesos posteriores, así como la ocupación de la ciudad y de la Fortaleza, no
entran en el desarrollo de este trabajo, dedicado exclusivamente al primer
contacto de las fuerzas invasoras con las tropas coloniales, luego de su
desembarco sobre las playas de Quilmes.
Días,
después, ya el 20 de julio del mismo año, Popham escribía a Miranda: “Acá estamos en posesión de Buenos Aires, el
mejor país del mundo. Me gustan prodigiosamente los sudamericanos”. Agrega
el autor de quien hemos tomado la referencia: “En verdad, la estadía iba a ser corta y su entusiasmo por los criollos
perecedero. El 12 de agosto se arriaba del Fuerte la bandera inglesa y Popham emprendía
a la fuerza el agrio camino de la retirada”. (23)
Se
reciben las primeras informaciones, 18 de junio de 1806
El
desembarco, 25 de junio
Combate
de Quilmes, 26 de junio
“Acción”
de Gálvez, 27 de junio
La
rendición, 27 de junio
José A. Craviotto — César Barrera Nicholson
Quilmes, junio 26 de 1944
Compilación, digitalización y compaginación
Prof. Chalo Agnelli
* Ver en EL QUILMERO del viernes, 27 de junio de 2014, QUILMES Y LAS INVASIONES INGLESAS, 1806 - 1807 ¿Y EL TESORO? CRONOLOGÍA DE HECHOS
FUENTE
Biblioteca Popular Pedro Goyena
Gentileza Flía. Bucich-Otamendi-Reinke
FOTOS E IMÁGENES
Academia Nacional de Historia. “Imágenes de la Invasión Británica 1806-1807”. Edición bilingüe.
Archivo General de la Nación.
Asociación Amigos de Santa Coloma
Néstor Antonio Pienso
NOTAS
1.
- Sors, ob. citada en Bibliografía, pág. 7.
2. - Moreno, ob. cit. en Bibliografía, pág. 290. Para
referencias acerca de la fecha de construcción de los puentes en los arroyos,
conf. Antonio Torassa. “El Partido de Avellaneda”. La Plata, pág. 29 y sig.
3.
- Mapa del agrimensor Descalzi, agregado al Duplicado de
mensura N° 28 de Quilmes. Además, en la copia tomada por Lavalle, del mapa
Descalzi de 1889, registro 698-28-3, como el anterior, en el Archivo de la
Dirección de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires. Existen
pruebas documentales antiguas; “el camino antiguo para gente de a caballo por
encima de la Barranca del Río” (en 1614), y “el camino por donde se venía de la
ciudad de Santa Fe, “se entendía por las inmediaciones de la barranca, que es
el terreno propia para caminos”. Dirección de Geodesia, Catastro y Mapa de la
Prov. de Buenos Aires. “Compilación de referencias documentales ”
Tomo 1, La Plata, 1933, pág. 93 y 97.
4. — Beverina, ob.
citada en Bibliografía, tomo II, pág. 232. El rodeo a la izquierda a que se
alude, corresponde a la ruta que, en aquella época, llevada a los pasos de
Burgos, Chico, de la Noria, de Zamora y He los Remedios, todos sobre el
Riachuelo o el Matanza.
5.— García de Loydi, cit. en Bibliografía, quien ha tomado el
dato de D. L. Molinari, “La Representación de los Hacendados...”, pág. 24, nota
al pié.
5 bis.-
Beverina, ob. cit.
6. — Parte de Beresford, mencionado en Bibliografía.
7.
— Groussac, ob. cit. en Bibliografía, pág. 25.
8.— Beverina, cit. Tomo 1, pág. 157 y
159.
9. — Hoy comprendida entre las calles Defensa, San Juan,
Balcarce y Humberto Primo.
10.— Sors, ob. cit., pág. 215, nota al pié. En julio de 1805,
desde la Ensenada se destacaron dos chasques en las estancias de Sosa y
Rodríguez, y desde Buenos Aires, dos a Quilmes y dos al arroyo de Conchitas,
para formar en dichos puntos los puestos de aviso.
11.
— Beverina, ob. cit., 1? pág. 183.
12. — H5, N° 37,
Nota de Mayo 20 de 1937, del Jefe del Servicio Hidrográfico del Ministerio de Marina al
Presidente del Museo de Quilmes de Antaño: “De acuerdo a su atenta nota de
fecha 4 de Mayo “del corriente, solicitando la localización de las puntas
Quilmes “y de Colares, me es grato manifestar a Ud. que en la Carta del “Río de
la Plata que se adjunta, se han indicado en tinta roja las “coordenadas
geográficas de las puntos Quilmes, Colorada (Collares) y la chimenea de la
Cervecería Quilmes...”. De la citada carta del Río de la Plata se han tomado
los datos que consigna más en el texto, en valor y ubicación sobre el terreno.
13. — Conf. “Boletín de la Comisión Nacional de
Museos y Monumentos”, año IV, N° 4, Bs. Aires, 1S42, pág. 571, y mismo boletín,
año V, N° 5, Bs. Aires 1943, acta del 8 de junio.
14. — Los testimonios y declaraciones de jefes,
oficiales, suboficiales, tropa y vecinos armados que participaron en la acción
de los Quilmes o que presenciaron el desembarco, han sido tomadas, salvo
indicaciones especiales que se hará constar expresamente, de la “Información
hecha por el Cabildo de Buenos Aires, sobre la pérdida y reconquista de esta
Ciudad en 1806. Octubre “31 de 1806. Buenos Aires. (Colección Coronado)”, que
figura en el apéndice de la obra citada de García de Loydi, pág. 285 a 424.
15. — En la imposibilidad de detallar
meticulosamente las características del terreno, sobre todo en los años
inmediatos posteriores al de la primera invasión inglesa, terreno que
constituyó una verdadera “Cabeza de puente”, remitimos al lector a la consulta
del copioso material cartográfico o documental que señalamos en la
bibliografía. Desde el año 1640, las características del bañado frente a
Quilmes quedan señaladas del modo siguiente: “...y porque las dichas tierras corren desde la
barranca de este “Río Grande de la Plata la tierra adentro, y de la dicha
barranca al dicho río habrá poco más de media legua de ancho de tierras, anegadizos,
pantanos, albardones y monte, de tierras vacas y despobladas.” Reg. Estadístico
1863, Tomo 1 Bs. Aires, 1864, Pág. 18, “Título de media legua de tierras, en el
bajo de la chácara del General Francisco Velázquez Meléndez, en el pago de la
Magdalena, al “susodicho, en 11 de Agosto de 1640”. Varias constancias documentales,
permiten probar que la chacra de Velázquez Meléndez, ocupaba tierras hoy comprendidas
entre Quilmes y Bernal, (Arch. de la Direcc. de Geodesia).
16. — Esta referencia la tomamos de Beverina,
ob. cit., pág. 239 del tomo 1, quien a su vez la transcribe de Miguel Lobo,
“Historia General de las antiguas colonias hispano-americanas”. Tomo III, pág.
241.
17. — Moreno, ob. cit., pág. 97. Núñez, ob.
cit. en bibliografía, Pág. 23.
18. — Los números no se refieren al calibre del
cañón sino al peso del proyectil, expresado en libras; el proyectil esférico de
12 libras tenía un calibre aproximado de 12 centímetros, en tanto que los de 4
y 8 libras de peso se consideraban de pequeño calibre.
19. — Las transcripciones de Gillespie,
Fernyhough, Beresford y Fopham han sido tomadas de las fuentes que se indican
en la bibliografía adjunta.
20. — Véase nota 14.
21. — Esta marcha por la orilla de la barranca
se hizo, a nuestro juicio, por el camino llamado antiguamente “de la cresta de
las lomas”, que travesaba el frente de las propiedades entregadas por Garay en
1580, el cual, llegaba como es sabido, hasta el borde de las barrancas. Hoy lo
tendríamos señalado en parte por la avenida San Martín, en Bernal y Don Bosco
y, ya en terreno bajo, en Wilde, en la prolongación de la citada avenida que,
en el paraje antiguamente llamado “la media luna”, convergía hacia la
izquierda para llegar hasta Puente Chico a unirse con la avenida Mitre de Avellaneda.
22. — Creemos que la formación que se retiró
por el “camino de las lomas” lo hizo por la zona de la cual calle Dardo Rocha y
su prolongación hasta Puente Chico (antiguo camino Puente de Gálvez, Puente
Chico, Puente de Conchitas, Ensenada); la otra formación, “por las inmediaciones
del bañado”, vale decir, por el camino señalado en la nota 21, a menos que lo
fuese por el actual camino a Mar del Plata, antiguo “del Tropezón”, o “de la
Alianza”, que se reúne con el anterior frente a la vieja propiedad de la Orden
de Santo Domingo, y que en su recorrido hasta ese punto bordea la cañada o
bañado de Gaete; sin embargo, la lluvia caída en la noche del 25, que inundó
el bañado de Quilmes, debió también haber aumentado el caudal de agua de la
cañada y de los desagües de la misma, haciendo tal vez intransitable el último
de los caminos mencionados.
23. — Horacio Zorroaquín Becú. “De aventurero yanqui a cónsul porteño en los
Estados Unidos”. “David C. de Forest, 1774-1825”, en “Anuario de la Sociedad
de Historia Argentina”. Vol. IV, (año 1942), Bs. Aires, 1943, pág. 215.
NOTAS DEL COMPILADOR
[a] Prefiero “Invasiones Británicas” pues no
fueron solamente ingleses los que invadieron nuestro suelo, también hubo
escoceses, galeses e irlandeses, parte del Reino Unido de la Gran Bretaña. De
todos modos se respeta el título original.
[b]
Jean-Baptiste
Philibert Willaumez (7 de agosto de 1763 - 17 de mayo de 1845) fue un
marinero francés, oficial de la Marina y almirante del Primer Imperio
Napoleónico. En 1806, Willaumez comandó un escuadrón en la campaña atlántica.
Navegó hasta el Cabo de Buena Esperanza, Brasil y el Caribe, interrumpiendo el
comercio británico y hostigando a sus fuerzas. En 1837, se lo designó par de
Francia, y se retiró. En 1844, el rey Louis-Phillipe lo convirtió en conde.
[c] Juan
Beverina (Córdoba, 24/8/1877 – 1943)fue un militar e historiador considerado «uno de los máximos exponente
de la larga tradición historiográfica del Ejército Argentino»
[d] Lugar que forma escalón en la costa o en
el fondo del mar.
[e] Elevación del terreno
[f] Caballo ensillado y enfrenado a la brida
[h] O chasquis Mensajero que transmitía
órdenes y noticias.
BIBLIOGRAFÍA
BEVERINA Juan. “Las invasiones inglesas al Río de la Plata", 2 tomos, Bs. Aires, 1939.
BIBLIOGRAFÍA
BEVERINA Juan. “Las invasiones inglesas al Río de la Plata", 2 tomos, Bs. Aires, 1939.
GILLESPIE
Alejandro. “Buenos Aires y el
interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806 y 1807,
con relación preliminar de la expedición desde Inglaterra hasta la rendición del Cabo de Buena Esperanza, bajo el mando conjunto de Sir David Baird, G. C. B. y Sir Home Popham C. C. B.”, Bs. Aires, 1921.
FERNYHOUGH Robert.- “Military memoirs of four Brothers (natives “of
Staffordhsire) Engaged in the service of their country, as well “in the New
World and Africa, as on the continent of Europe. “By the survivor. London.
William Sams, St James’s Street, Book- “seller of the Royal Family. M. DCCC. XXIX”.
- “Parte de la
captura de Buenos Aires por los Ingleses. Tomado de la London Gazette Extraordinary, 13
de setiembre de 1906”. Datado en el “Fuerte de Buenos Aires, 2 de julio de
1806”, firmado por W. C. Beresford. en “Anuario de la Sociedad de Historia Argentina”.
Tomo II, Bs. Aires 1940, pág. 582.
- “Extracto de
un despacho del Comodoro Popham,
Knight, dirigido a William Mardsen,
E'sq.” fechado “Narcissus, fuera
de Buenos Aires, julio 6 de 1806”. Anuario citado, pág. 592.
NUÑEZ Ignacio.
“Noticias Históricas de la República Argentina”. Capítulo “De la Invasión de
los ingleses sobre Buenos Aires el “año 1806”. Bs. Aires MCMXLIII.
GROUSSAC Paul.
“Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires”. Bs. Aires, 1942.
MORENO'
Manuel. “Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno...”. Capítulo “Verificada
la conquista por el Mayor Beresford, el Dr. “Moreno trabaja unas Memorias de
este suceso, cuyo extracto se “dá, edición original, pág. 84 a 100. Londres. J. M’Creery, Black- horse court, Fleet-Street,
1812.
GARCIA
DE’ LOYDI L. “El Virrey Sobre Monte”. Bs. Aires,
1930. De su valioso apéndice documental hemos obtenido la “Información “hecha
por el Cabildo...” que mencionamos en la referencia 14.
SORS DE
TRICERRI Guillermina. — “El
Puerto de la Ensenada de Barragán 1727-1810”. La Plata, 1933.
BIBLIOGRAFÍA
RECOMENDADA
Beverina,
Juan Bartolomé. “Las invasiones inglesas al Rio de la Plata 1806-1807”. Editorial Más Letras Comunicaciones 2015
Bent,
John. “The 1806-7 British Expedition to the Río de la Plata”. 98Libros de Hispanoamérica - PDF
Capdevila, Arturo. "Las invasiones inglesas. Crónica y evocación". Espasa Calpe S.A. Colección Austral, cuarta edición, 31 de octubre de 1951 (en la BPPG)
Cuadra Centeno,
P. A.; Mazzoni, M. L. (2011) “La invasión inglesa y la participación popular en
la Reconquista y Defensa de Buenos Aires 1806-1807”. Anuario del Instituto de
Historia Argentina (11), 43-71. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5243/pr.5243.pdf
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5243/pr.5243.pdf
Estrada, Marcos M. de.”Invasiones Inglesas Al Río De La
Plata 1806 – 1807” Librería Histórica. Buenos Aires 2009.
González, Julio César. "El Real Consulado de Buenos Aires, durante las invasiones inglesas" (1806-1807) Bs. As. 1941 (Apartado del Anuario de Historia Argentina II (1940) Editado por la Sociedad de Historia Argentina. Bs. As. 1941 (en la BPPG)
Livacich, Serafín. "Notas Históricas" (Con ilustraciones) Bs. As. Cap. VI Pág. 223 a 238 (en la BPPG)
Roberts, Carlos. “Las Invasiones Inglesas Del Río de la Plata
(1806-1807)” Taller Gráfico, S.A. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1938, Primera Edición
Pearson, Isaac R. - Las Invasiones Inglesas - 1901-PDF
Pearson, Isaac R. - Las Invasiones Inglesas - 1901-PDF
CARTOGRAFÍA
“Carta del Río de la Plata
publicada por la Dirección Hidrográfica “‘de Madrid en el año 1812, de acuerdo
a los trabajos efectuados por el “teniente de fragata Andrés de Oyarvide”, en
T. Caillet-Bois, “Ensayo “de Historia Naval Argentina”, Bs. Aires, 1929, pág.
242.
“Plancheta 3927 b, escala 1/25.000. Instituto Geográfico Militar, Edición 1948’*.
“Relevamiento altimétrico del
partido de Quilmes. Oficina de Obras “Públicas de la Municipalidad. Escala 1/10.000”.
“Plano de la concesión Cóndor.
Municipalidad de Quilmes. Obras Públicas”.
“Ministerio de Obras Públicas.
Sondeos efectuados
frente a Quilmes en el año 1924. Escala 1/10.000”.
“Servicio Hidrográfico del
Ministerio de Marina. Carta del Río de
La Plata, de
Buenos Aires a Montevideo, con correcciones hasta 1937”.
EN EL ARCHIVO DE LA DIRECCIÓN DE GEODESIA,
CATASTRO Y TIERRAS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES:
Registro N°
1276-29-3- plano del año 1824. (Manzo)
Registro N° 698-28-3- plano del año 1839.
(Descalzi)
Registro N° 388-25-1- plano del año 1818
(Mesura)
Registro Duplicado N° 28 Quilmes del año 1837. (Descalzi)
EN EL ARCHIVO DE LA JUNTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE QUILMES, LOS SIGUIENTES PLANOS Y DOCUMENTOS QUE SUPONEMOS INÉDITOS:
EN EL ARCHIVO DE LA JUNTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE QUILMES, LOS SIGUIENTES PLANOS Y DOCUMENTOS QUE SUPONEMOS INÉDITOS:
Nota del Jefe de Policía
interino a Juez de Paz de Quilmes,
de marzo 17 de 1852. Legajo C. Carpeta 1852.
Nota del Juez de Paz Maldonado
a Ministro de Gobierno. Junio 1857. Legajo C. Carpeta 17.
Plano Muñiz del
bañado, año 1867, copia del año 1884, en Sección Municipalidad, carpeta 1884,
legajo B-l-1884.
Notas relativas a las obras de
la “Concesión del
tramway a caballo”, del año 1874. Carpeta
1874. Expediente 1-B-1874.
Plano de mensura del bañado por
Silva, año 1874. Carpeta C, 1874.
Plano y perfil longitudinal del camino a la Ribera. Silva. 1882. Carpeta 1882, Leg. C. 1882.
Plano de la concesión Parry. Silva. 1887. Carpeta 1888-P-1