jueves, 22 de octubre de 2009

LA COLONIA DE VALERGA 1º PARTE

- 1 -

ENTRANDO AL BARRIO

“El barrio es la vereda iluminada de nuestros primeros juegos, la esquina anochecida de la cita amorosa, el sitio de nuestras primeras ilusiones y, tal vez, de nuestro primer desengaño. El barrio es la cuadra de la infancia que se ha ensanchado en nuestro recuerdo. Cada uno lo dice conforme a la medida de su lenguaje, pero siempre con la totalidad de su emoción.”
José Edmundo Clemente

En lo que hoy es un abigarrado cúmulo de población: arterias asfaltadas, casas, elegantes residencias y antiguas propiedades, las llamadas “casas chorizo”, en buen estado de conservación (por ese gusto que la postmodernidad cobró por lo añejo), escuelas públicas y privadas, clubes, centros culturales, iglesias y capillas, comercios, supermercados, clínicas, pequeñas empresas (las que sobrevivieron a la catástrofe de las últimas décadas), a fines del siglo XIX, se comenzó a diseñarse un espacio distinto (dis – tinto, por lo de otra tonalidad) al resto de Quilmes; cuando las vías del ferrocarril y la sombra creciente de la Cervecería aún no se vislumbraba; sombra y vías que luego le dieron un límite al SO y diseñaron la otra mitad del pueblo, de la ciudad.
Del otro lado de las vías del ferrocarril del Sud, que llegó a Quilmes el 18 de abril de 1872 (luego Gral. Roca, pasando por
el privatizado, precario y penoso Metropolitano, volviendo en el 2007 a ser Roca, sin perder su precariedad, hasta hoy eléctrico), se alargaba una llanura nivelada que los geólogos denominan pampasia. Muy pocas lomadas, apenas elevadas, 7 metros sobre el nivel del mar. El declive de escurrimiento de las aguas pluviales era muy tenue, por eso y por las excesivas lluvias invernales, de 1200 mm anuales, la hacían un área lodosa, con excesivas lagunas, charcas y aguadas que salvo entre los meses de diciembre y febrero demoraban mucho en evaporarse. Afortunadamente el régimen de lluvias era apropiado para la agricultura. Con el corte abrupto de los terraplenes levantados para extender las vías férreas aumentó el estancamiento de las aguas y la poca depresión existente conducía hacia los arroyos de Las Piedras y el Santo Domingo.
Había escasez de árboles, uno que otro sauce llorón que ocultaba la pobreza de un rancho de paja y adobe, pero abundaba la foresta paranaense, los juncales y duraznillos blancos; entre los pastos el trébol, la cebadilla criolla, los pastos duros. Los cardos eran un cruento inconveniente al abrir los campos para el cultivo y la ganadería.
Por la abundancia de las aguas proliferaban todo tipo de aves que aturdían las mañanas y las tardes; muchas acuáticas, además de caranchos, chimangos y chajaes. La fauna eran vizcachas, comadrejas, zorrinos, mulitas, peludos y cuises; pocas culebras venenosas.
El clima era templado: veranos calientes, inviernos de muy bajas temperaturas con alteraciones bruscas por lo imprevisto de la corriente del Brasil que acarreaba sus focos de días calientes y húmedos. Un territorio zarandeado por el viento del sudeste y el del suroeste, el pampero.
Así era el suelo que pisó Santiago Valerga, allá por 1870, donde luego decidió instalar el comercio que fue piedra fundamental del barrio. Llegó a Quilmes y lanzó una mirada proyectiva a esa “... pampa lisa y abstracta y el lejano sur que se junta con el vértice del mundo...
En aquel entonces, el aspecto de esa extensión de la Campaña cercana, no podía ser más desoladora y los pobladores quilmeños, aún no la veía como alternativa de progreso que aguarda su hora. Poner los ojos allí era descabellado y así se lo dijeron a don Santiago “Tiaguito”, pero su imaginación, como los de los antiguos patriarcas bíblicos proyectaba una comunidad populosa y progresista.
A partir de la instalación del almacén de ramos generales La Colonia y la llegada del ferrocarril, otras familias se afincaron en el barrio; cuyos descendientes se multiplican y mezclan hasta hoy: Altieri, Albónico, Basigalup, Bazterrica, Borzi, Borro, Buceta, Cairo, Cartasegna, Casazza, Cousillas, Corrales, Celasco, Cichero, Chiesa, Corretini, Daus, Di Pierro, Enríquez, Estévez, Falcimella, Finino, Florita, Enríquez, Estévez, Faggiano, Fornaroli, Gandolfo, Giménez, Jové, Lanatta, Lemos, Magan, Marchi, Margni, Marqui, Míguez, Moreno, Nimo, Pozzoni, Stocco, Martignago, Mercante, Navone, Negrussi, Pérez, Pozo, Pozzi, Pozzoni, Relich, Rocca, Ronconi, Rubini, Silva, Tocco, Támola, Toro, Torres, Torniggi, Turrisi, Vidal, Yori, etc..
Fue grato el recibimiento que tuvieron los llegados de los pueblos vecinos, los refugiados de los andurriales porteños y los recién desembarcados; todos atraídos por la necesidad de mano de obra; en procura de un porvenir seguro y tranquilo y, sobre todo, la promesa de progreso que embanderaba el pionero, don Santiago.
Quilmes no se formó alrededor de una estación de ferrocarril como la mayoría de los pueblos bonaerenses y sobre todo de la provincia de Buenos Aires. El ferrocarril vino después y trajo la industria, en nuestro caso cervecera, y la transformación y crecimiento del segundo barrio del Partido después del centro original urbano.
Vale detenerse a recordar que la estación estaba en las afueras del casco central de la aldea que eran las manzanas en torno a la plaza San Martín, donde se habían establecidos los pueblos originarios que no dieron nombre. Por insólitas y fortuitas circunstancias (que Andrés López cuenta con humor en su “Quilmes de antaño”) la estación se levantó a siete cuadras de ese centro; había que atravesar una calle de quintas, la Nº 12, según la nomenclatura del agrimensor Mesura, que era la actual Rivadavia: las quintas de los Udaeta, Istueta, Smith, Otamendi, Casares, Cristoforetti, etc. La calle comercial era Mitre desde Videla hasta 25 de Mayo, aproximadamente, y el ferrocarril transformó esa calle 12, Rivadavia, en la arteria comercial más importante del partido hasta fines de la década de 1950.
Los primeros loteos, conducidos por don Santiago, se realizaron en las manzanas comprendidas entre Amoedo, Andrés Baranda, Rodolfo López y las vías del ferrocarril (aunque no
fueron las calles que primero se abrieron), concretándose el afincamiento de algunas pocas familias, casi todas genovesas.
La población de Quilmes había crecido significativamente cuando se produjeron las epidemias de cólera (1868) y fiebre amarilla (1871) en la ciudad de Buenos Aires. Fue refugio, pues el clima local tenía cierto halo de salubridad y cierta leyenda que le adjudicaba a los pobladores una considerable longevidad. Confirmado por la cantidad de nonagenarios y centenarios que residían en el pueblo.
Estas causas climáticas, entre otras en que luego nos detendremos, fueron las que atendió el industrial Otto Bemberg para instalar su empresa.
En 1869, había en el desmedido Partido, cuya extensión territorial superaba extraordinariamente la actual, 6.809 habitantes de los cuales 2512 eran extranjeros y entre estos el 43,23 % italianos.
Efectivamente los primeros vecinos fueron genoveses estimulados por Valerga. Después los siguieron piamonteses,
calabreses y sicilianos y entre los ibéricos: vascos y canarios.
Una vez que pisaban suelo argentino, los que no tenían parientes o amigos que los albergaran, se alojaban en el Hotel de los Inmigrantes, construido en 1857, y posteriormente, muchos, se trasladaron al inundable y malsano barrio de La Boca del Riachuelo. Estos contingentes motivaron a los propietarios de las grandes chacras vecinas al pueblo en lotear sus tierras improductivas.
(Primera parte del libro de Chalo Agnelli "La Colonia de Valerga - el segundo barrio de Quilmes")