NUESTRAS MUJERES DE AYER
por Chalo Agnelli
La historia del Hospital de Quilmes está plagada desde sus de breves aciertos y extensas frustraciones. Si
hasta parece una sentencia que hasta hoy se vivan esas dicotomías.
MADRES DE SALUD
Dos mujeres fueron las que podríamos llamar “madres del Hospital”, por su energía
paridora cuando los medios para alcanzar su objetivo eran inexistentes - padre
ya lo había sido el Dr. Wilde desde 1868 -, ellas fueron doña Juana Gauna y doña Federica Dorman de
Quijarro. Y junto a ellas muchas otras mujeres trabajaron para la salud de
su comunidad. Solo contaron con amor al prójimo, fuerza de voluntad y
compromiso social.
La primera era una mujer anónima, fuera de su actuación en
la creación de la casa de salud, no tuvo otra figuración en el distrito. La segunda
fue una dama chilena cuyo esposo Antonio Quijarro, abogado, político y diplomático boliviano en Buenos
Aires. Tenían 7 hijos. Doña Federica fue subinspectora de Escuelas y era amante de las representaciones teatrales; acompañaba a los aficionados locales y participaba de ensayos de obras de teatro y no se resistía llenar los entreactos bailando una cueca o una zamba o cantando con su voz atiplada.
En el centro con toca blanca doña Federica en las puertas de la Iglesia en un acto escolar. A su lado totalmente vestida de oscuro doña Juana Gauna
PRIMER INTENTO
El trabajo de estas mujeres había comenzado en 1881 en la
Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos que con una subvención mensual de la
municipalidad atendía a los enfermos “pobres
de solemnidad”, a los presos y hacía de sala de primeros auxilios,
proveyendo además de medicamentos. Dice el historiador José Goldar en su
historia sobre el Hospital de Quilmes. “La
Sociedad de Socorros Mutuos Cosmopolita tuvo a su cargo la asistencia de
enfermos sin recursos durante algún tiempo con erogaciones extraordinarias que constituían
verdaderos sacrificios para sus limitados recursos, cumplía su misión de salvar
vidas con sus oportunos auxilios. Pero al caer derrotada la administración municipal
en 1882, el gobierno reemplazante
despojó a la Sociedad Cosmopolita de la subvención y aún se le negó el pago de
un mes y medio; desde el 14 de febrero de 1883,
los pobres carecieron de auxilio de la Sociedad” [1]
En 1882 era juez de paz y presidente de la municipalidad don
Ramón F. de Udaeta y fue sucedido al año siguiente por Eduardo Casares, quien
facilitaría a Otto Santiago Bemberg los requisitos para instalar su empresa en
Quilmes. Casares era primo de la esposa de Bemberg.
SEGUNDO INTENTO
El 26 de agosto de 1886, en periódico “El Quilmero” se publica la esperada
noticia. “... a la una de la tarde del
domingo se celebrará la inauguración del Hospital de Caridad, fundado por la Sociedad de Caridad de Santa Rosa, cuya comisión
administrativa está compuesta por las siguientes personas: presidenta,
Federica Dorman de Quijarro; vicepresidenta, Rosa Giráldez de Redonnet; tesorera
Elvira R. de Casavalle; secretaria, Florinda Fernández de Cátala; vocales, Ana
Dupuy de Matienzo, Luisa Villanueva de Fernández, Ángela Mariño de Giménez,
Águeda P. de Navarro, Ana M. de Huergo, Felipa A. de Álvarez, Josefa Dupuy de
Labourt, Severa Matallana, Adela M. de Escobar, Rita Faggiano de López. Fernanda
M. de Lavalle, Eufemia Matallana de Otamendi, Trinidad Udaeta y Josefa B. de
Otamendi. Se dará principio al acto con un discurso inaugural de la presidenta,
señora de Quijarro. Luego se dirigió a los presentes la señora Gauna, directora
interna del hospital, continuarán las rifas, la orquesta y para finalizar una
representación de la presidenta y su hija Rosenda Quijarro."
El 29 de agosto de
1886, fue inaugurado en nuestra ciudad el Hospital Santa Rosa, primera entidad de asistencia pública de Quilmes.
El acto se realizó a la una de la tarde en el local de la calle Alsina entre
Moreno y San Martín.
Doña Juana Gauna,
además directora interna, se encargaba de suscribir a los donantes y
colaboradores, como enfermeras actuaban: Antonia
Negrín y Rosario Rodríguez y como flebótomo el canario don José H. Navarro.
Todos “ad honorem”. Prestaban sus
servicios facultativos, también gratuitamente, los doctores Julio Fernández
Villanueva y Pacífico Díaz.
A comienzos del año siguiente el Concejo Deliberante
resuelve donarle los terrenos del cementerio viejo, (actual hospital) que el 19 de enero de 1881 habían sido destinados
a paseo público y demolidas ya sus construcciones era en ese momento, baldío.
Y continúa,
José Goldar la transcripción de “El Quilmero”: “El señor Juan Francisco Tejeda suministra gratuitamente la carne y don
Mariano Sánchez hace lo propio para aumentar la cantidad a fin de que alcance;
don Carlos Clark donó una carrada de leña y carbón; don Juan Escobar ofrece conducir
los cadáveres en el coche fúnebre de su propiedad.” Esto unido a los muchos
donantes de dinero cuyos nombres y aportes que se publican periódicamente, revelan
el apoyo del pueblo a la noble obra. Dice el periódico. “He aquí la lista de la primera colecta de recursos: el cura Fonticelli -
que lo fue de la parroquia de Quilmes y luego de Monserrat en la Capital
Federal - $ 40; fray Marcelino Benavente, quince camas”.
En
la suscripción a cargo de Juana Gauna figuran: María (?) $ 4; José Portuguez,
2; Dr. Lamarca, 3; Juana Arana de Rocha, 3; Calixto Basualdo, 0,20; D.G.U., 2;
Antonia Giménez, 0,20; A.O., 1; Josefa de las Carreras, 1; R. Padre Viñales,
2; un sacerdote, 1; Trinidad Obligado, 2; la señora Miró, $ 2 mensuales.
En
otra lista se mencionan: Saturnina N. de Aspitia, 1; Luis Latorre, 2; Ignacia Eizaguirre
de Urquizú, 1; la maestra Demetria Rivera, 1; Elena G. de Casavalle, una docena
de fundas; Ana Dupuy de Matienzo, dos camas sin ajuar; José H. Navarro, sus
servicios de flebótomo.
Aportes
mensuales para ayudar a sostener el hospital: Adela H. de Ceballos, 1; Cruz
Baranda de Risso, 1; Petronila Rivero, 0,50; Clara Echeverría, 0,20; señoritas
de las Carreras, 0,60; Manuela Echeverría 0,25; Elena G. de Casavalle, Ana
Dupuy de Matienzo, Agustín Lavaggi, Faustina Luchelli, Anais Raffo, Blasina
Navarro, Elisa Córdova, Isabel Córdova, Inocencia González, Pascasio Iriarte,
Trinidad de Udaeta, Ana Letamendi de Otamendi, Ana Otamendi, Florencia R. de
Fernández, Rosa Ceballos, Francisca Palavecini, Silvana Luna, Juan Brenil,
María Costa, Mercedes Acosta, Ana de Romero, Carmen Romero, Carmen Rodríguez,
Lorenza Méndez, Josefa Seraz, Rosario González, Fermina de los Santos, Agustín
Acuña, María Guerrero, etc.
El 5 de septiembre de 1886, se anuncian en
"El Quilmero" las primeras internaciones, pero no se dan
nombres.
El
hospital continúa funcionando con general beneplácito, hasta que dice Manuel Ales:
"con un manotazo se destruyeran tantos desvelos y sacrificios".
EL MANOTAZO
Goldar
describe con eficiencia los avatares de aquellas primeras mujeres que se
involucraron en una causa de bien público y que despertaron la imperiosa
instalación de un hospital en Quilmes. Acompaña ese preclaro historiador con párrafos
del libro de su hijo José Abel Goldar, “Panorama
de las Artes Quilmeñas”.[2]
En 1887 empieza el manotazo. No se dice en la crónica, pero se deduce de los hechos,
que alguien supuso que el establecimiento al funcionar en esa casa ubicada en
pleno centro del pueblo, constituía un peligro latente de contagio para los
habitantes de las viviendas contiguas. A los seis meses después de inaugurado
el nosocomio, “El Quilmero” anuncia que
el intendente municipal don Eduardo Casares ha ordenado el traslado del
hospital ofrece para ello la “ex-casa de Aislamiento”, a una legua
del pueblo. Posiblemente en la Casa de Santa Coloma donde alguna vez había
estado el “Hospital de sangres”. Medida
tomada sin tener en cuenta las dificultades para trasladar hasta ese lugar a
los enfermos, por falta de caminos adecuados y de vehículos. Si bien la señora
de Quijarro poseía un carruaje del tipo “duc
de dame” (en el museo del Transporte hay uno similar) que con generoso prurito ponía a disposición
de situaciones de emergencia a manera de “ambulancia”.
EL CONCEJO DELIBERANTE Y LAS DAMAS VERSUS EL
INTENDENTE Y EL PÁRROCO
Y
el 13 de marzo de 1887, la presidenta
del hospital señora de Quijarro comunica al Concejo Deliberante que el intendente
se niega a pagar la subvención que le fuera acordada al fundarse la
institución. Además reclama por la orden de traslado y cuatro días después, el
Concejo niega al intendente el derecho de oponerse al pago de la subvención.
Esto trae, como consecuencia evidente, un conflicto de poderes en el orden
político.
El
señor Casares no da cuenta de la oposición del Concejo y da un plazo de treinta
días a las autoridades del hospital para cumplir la orden de traslado. Entonces
el Concejo resuelve donar un terreno para que la institución edifique su propio
local y también prorroga el plazo para la mudanza hasta el 31 de octubre de ese año.
El 15 de mayo, ratifica el acuerdo de
otorgar a la Comisión el terreno que ocupó el ex cementerio de la barranca. Al
enterarse de la resolución del Concejo, el Pbro.
Rafael Fanego, que estuvo al frente de la parroquia entre 1880 y 1887, reclama
la propiedad del predio pues considera que si allí estaba el cementerio que es
campo santo el terreno pertenecía a la Iglesia, como sucedió con la propiedad contigua
al templo donde estuvo el primer cementerio.
Se produce un nuevo enfrentamiento, esta vez,
entre el Concejo y el párroco. Curiosamente
este último estuvo apoyado por el intendente, quien el 24 de julio rehúsa
escriturar la fracción de tierra cedida a la C. D. del Hospital y el 28 mismo del
mismo mes, el Concejo emplaza a Fanego para que presente los títulos que avalan
sus pretensiones; además, si los tuviera, se expropiaría el terreno.
El 7 de agosto, de
1887, continúa la batalla quitándole la subvención de $ 25 que recibía el teniente
cura Bonifacio Corveira - luego párroco de 25 de Mayo - y la destina "a gastos de aplicación de la vacuna".
Esta disputa se extendió al pueblo y se formaron dos
parcialidades: “los faneguistas”
versus “los concejistas”, aunque cada
grupo bautizaba de modo distinto Al opuesto: para los primeros los segundos
eran los “heréticos” y para los
segundos, los primeros eran “los
chupacirios”. También dentro de la Comisión de la Sociedad Santa
Rosa se produjo la escisión, pues algunas señoras consideraban que no era
apropiado ponerse contra un miembro de la Santa Madre Iglesia y otro grupo,
reducido, entre las que estaban precisamente las señoras Gauna y Dorman de
Quijarro, opinaban, con criterio lógico, que la fe no se contrapone a la salud.
Es comprensible la postura de las primeras
señoras, considerando que las mujeres de la época estaban extremadamente
sojuzgadas, por una ancestral y fatídica tradición, a la Iglesia Católica. Esto
aisló aún más a aquellas precursoras del hospital.
Tiempo
después, el Concejo resuelve elevar los antecedentes al gobierno provincial.
Entre tanto, el 2 de octubre se
anuncia el retiro de Quilmes del párroco Fanego y debido a todo este asunto que
ocasiona merma de recursos e inseguridad el hospital fue cayendo en inevitable
decadencia.
El golpe de gracia lo representó la Ordenanza sobre Casas de Sanidad
proyectada por Augusto Otamendi, aprobada por el Concejo Deliberante, presidido
por Miguel Páez y promulgada por el intendente Dr. Nicolás Videla.
ORDENANZAS FATALES
Dos ordenanzas, la relativa a enfermedades infecto-contagiosas,
presentada por D. Daniel Páez el 11 de
marzo de 1888, seguida por la del 8
de abril de don Augusto Otamendi sobre Casas de Sanidad, influyeron para
decretar, finalmente, el cierre del hospital, hecho producido "con un informe muy leguleyo —señala Manuel
Ales— sin demostrar el más mínimo interés
por la continuación del hospital, y por el contrario, dando toda clase de
razones en contra".
Las sufridas damas de la C. D. aun tuvieron ánimos para
tratar de salvar su querida obra, pero no les quedó otra alternativa que darse
por vencidas, y en carta publicada el 21
de junio de 1888, dieron las gracias a todos los que las apoyaron.
Así terminó aquel bello esfuerzo de aquellas generosas
mujeres que con doña Juana Gauna y doña
Federica Dorman de Quijarro, tanto trabajaron para que Quilmes tuviera su
hospital.
“Una vez más, la
intolerancia y el capricho imponían su ley sobre la razón y las buenas
intenciones; no porque alguien dejara de comprender la necesidad de contar con
el nosocomio, sino porque la pasión obnubiló todo razonamiento y así se
prefirió destruir la creación debida al amor por el prójimo antes que ceder,
estudiar el problema con espíritu comprensivo, modificar lo que estuviese mal y
poner buena voluntad para dar impulso a la benéfica obra, ofrecida con tanto
fervor por el núcleo de damas que merecen este recuerdo lleno de gratitud.”
NUEVO INTENTO
Pero la necesidad de contar con un hospital quedó ahí viva
tras la frustración. Como se mencionó, en junio de 1888, todo terminó y por resolución de la legislatura los pocos
bienes de la institución pasan al patrimonio de entidades religiosas locales.
MADRES DE SALUD
En 1889, nace la Sociedad de Damas de Caridad de San José,
que reemplazó por breve tiempo, a la anterior de Santa Rosa, de tan honrosa actuación. Formaban la Sociedad San
José: doña Federica Dorman de Quijarro, las maestras Demetria Rivero, Petronila
Rivero; Florinda Fernández de Catalá, María A. de Lassalle, Águeda Nicholson
de Barrera, Mariana Lerdou, Catalina B. de Villa, María Marull de Del Campo,
Matilde Villa, Vicenta Lassalle y Gregoria Lerdou.
Esta nueva institución se dedicó a la atención de enfermos,
pero por muy poco tiempo, por falta de apoyo vecinal, oficial y, sobre todo, por
falta de espíritus generosos como los de Juana
Gauna.
Pasaron 17 años para que en 1905 el intendente don José Andrés
López retome los ideales del Dr. Wilde y de aquellas mujeres y promueva la
instalación de un hospital.
La señora Federica Dorman de Quijarro continuó su accionar comunitario trabajando, con la misma entrega que puso en la salud, para la educación del distrito.
Investigación y compilación Chalo Agnelli
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