Por Alfredo San José
Dicen que ser quilmeño no es necesariamente una herencia catastral, es bastante más que eso, es un estado de ánimo, un paisaje del alma, ciudad profunda que con sus necesidades y urgencias, y los protege maternamente tras su inmensa espalda junto al río, ser quilmeño es una complicidad, una contraseña, un sonrojo compartido, una emoción disparada por un gol de los Mates de Quilmes en la barranca, o Guido y Sarmiento, algún sábado de otra época, tras la máscara en el espejo hay siempre, un amigo, presente o evocado, con la barra del café, permanentemente instalada en algún rincón de la memoria, o los versos tristes de Sanders o Gorrindo, saliendo de una máquina musical del “Bar Eléctrico”, frente a la estación.
Ciudad cantada por las serenatas de César Consi o Teofilo Ibáñez, inspirados en los versos de Sandalio Gómez, Juan Arrestía, Julio Lacarra o Tacho Soto; ser quilmeño es todavía recordar el pito de la Cervecería y su olor a cebada, los telares de Bernalesa, Catya, Textilia e Intela, el tranvía que llegaba al río y la rambla con su cine y sus juegos. Por eso, nosotros, Quilmes, nos sentimos orgullosos de ser aunque sea una pequeña parte de tu identidad edificada durante 340 años.
Alfredo San José - Agosto 2006