Leopoldo Russo falleció el 7 de noviembre de 2013 en este reportaje realizado en 2005 lo recuperamos para la memoria.
LEOPOLDO RUSSO
(DRAMATURGO)
RICARDO DEBELJUH.- Nuestro invitado de todas las
noches, hoy, es Leopoldo Russo, actor, director de teatro, dramaturgo y maestro
de actores.
CRITINA OLLER.- ¡¡Nuestra personalidad de hoy!! Buenas noches, cómo estás.
LEOPOLDO RUSSO.- Buenas noches. Gracias por la invitación y gracias por lo de personalidad.
R.D.- Es difícil el trabajar en teatro hoy.
L.R.- Siempre lo fue. Complicado porque hay que rebuscárselas solo, luchado con los presupuestos cuando uno trabaja de manera independiente como hacemos nosotros. Pero la gente colabora. Siempre hay amigos que regalan cosas; que donan elementos que para ellos no sirven, pero para nosotros son diamantes. Por ejemplo un compañero iba a tirar unas planchas de telogopor muy gruesas y nosotros las transformamos en un colectivo. Eso tiene que ver con el ingenio y la creatividad. Es lindo el asombro de los chicos que recién empiezan cuando nos ven transformar objetos insólitos. Uno advierte que están aprendiendo. No sólo somos hacedores en el teatro, sino que también nos sentimos maestros. Yo lo soy, docente teatral, coordinador de talleristas. Me maravilla trabajar con los chicos que vienen a colaborar y percibo que van descubriendo que hay otros caminos. Que no todo pasa por el dinero, que mucho pasa por el ingenio, la imaginación, la creatividad.
R.D.- Y aprenden a compartir.
L.R. Sí, por supuesto. Porque todos juntos, entre mate y mate, bizcochito y bizcochito van haciendo las cosas, preparando engrudo, pegando papelitos, pintando cosas. Aprenden que compartiendo se puede hacer de la nada algo útil.
R. D.- ¿Cómo empezaste con esto del teatro?
L.R. – Empecé de muy chico. Esto no lo digo para achicarme la edad. Tenía 15 años. Sabía que era mi destino. En esa época la obligación era hacer estudios secundarios y una carrera universitaria. No sé que tan bueno soy en el teatro, pero sé que hubiera sido muy mal odontólogo. En aquellos tiempos era más difícil, porque había que enfrentar a papá y mamá. Un día les dije que la culpa la tenían ellos porque habían sido los que desde pequeño me llevaban al teatro y al cine, pero sobre todo al teatro. Eran amantes del teatro. Mi abuelo había sido actor de circo, payador. ¡Algo corría por las venas! Y mis viejos al no tener otra cosa a mano usaron la resignación y me dijeron “hacé lo que quieras”. Empecé en la primera escuela de teatro que hubo en Quilmes que fue la de Bellas Artes cuando aún no estaba en la Morel. Luego seguí con Marcelo Lavalle en el Instituto de Arte Moderno.
El gran profesor para mí fue Santángelo. un director del Teatro General San Martín durante muchos años con el que aprendí mucho de teatro argentino. Era un experto en grotesco y en sainete. Él me llevó de la mano en todo eso. Y otro maestro fue el director con el que laburé durante varios años, Norberto Martín. Me dirigió en la mayor parte de las obras que hice. Allí aprendí muchísimo. Una función de teatro es mejor que diez clases, si uno sabe asimilar. Una serie de ensayo y una función ante público enseñan mucho.
CRITINA OLLER.- ¡¡Nuestra personalidad de hoy!! Buenas noches, cómo estás.
LEOPOLDO RUSSO.- Buenas noches. Gracias por la invitación y gracias por lo de personalidad.
R.D.- Es difícil el trabajar en teatro hoy.
L.R.- Siempre lo fue. Complicado porque hay que rebuscárselas solo, luchado con los presupuestos cuando uno trabaja de manera independiente como hacemos nosotros. Pero la gente colabora. Siempre hay amigos que regalan cosas; que donan elementos que para ellos no sirven, pero para nosotros son diamantes. Por ejemplo un compañero iba a tirar unas planchas de telogopor muy gruesas y nosotros las transformamos en un colectivo. Eso tiene que ver con el ingenio y la creatividad. Es lindo el asombro de los chicos que recién empiezan cuando nos ven transformar objetos insólitos. Uno advierte que están aprendiendo. No sólo somos hacedores en el teatro, sino que también nos sentimos maestros. Yo lo soy, docente teatral, coordinador de talleristas. Me maravilla trabajar con los chicos que vienen a colaborar y percibo que van descubriendo que hay otros caminos. Que no todo pasa por el dinero, que mucho pasa por el ingenio, la imaginación, la creatividad.
R.D.- Y aprenden a compartir.
L.R. Sí, por supuesto. Porque todos juntos, entre mate y mate, bizcochito y bizcochito van haciendo las cosas, preparando engrudo, pegando papelitos, pintando cosas. Aprenden que compartiendo se puede hacer de la nada algo útil.
R. D.- ¿Cómo empezaste con esto del teatro?
L.R. – Empecé de muy chico. Esto no lo digo para achicarme la edad. Tenía 15 años. Sabía que era mi destino. En esa época la obligación era hacer estudios secundarios y una carrera universitaria. No sé que tan bueno soy en el teatro, pero sé que hubiera sido muy mal odontólogo. En aquellos tiempos era más difícil, porque había que enfrentar a papá y mamá. Un día les dije que la culpa la tenían ellos porque habían sido los que desde pequeño me llevaban al teatro y al cine, pero sobre todo al teatro. Eran amantes del teatro. Mi abuelo había sido actor de circo, payador. ¡Algo corría por las venas! Y mis viejos al no tener otra cosa a mano usaron la resignación y me dijeron “hacé lo que quieras”. Empecé en la primera escuela de teatro que hubo en Quilmes que fue la de Bellas Artes cuando aún no estaba en la Morel. Luego seguí con Marcelo Lavalle en el Instituto de Arte Moderno.
El gran profesor para mí fue Santángelo. un director del Teatro General San Martín durante muchos años con el que aprendí mucho de teatro argentino. Era un experto en grotesco y en sainete. Él me llevó de la mano en todo eso. Y otro maestro fue el director con el que laburé durante varios años, Norberto Martín. Me dirigió en la mayor parte de las obras que hice. Allí aprendí muchísimo. Una función de teatro es mejor que diez clases, si uno sabe asimilar. Una serie de ensayo y una función ante público enseñan mucho.
Después la teoría perfecciona y, a veces, en la conducción de un
profesor o en la lectura de la teoría uno descubre qué cosa es lo que estaba
haciendo. Lo confirmás en la teoría. Mario Marín, en el seminario que acaba de
dar, decía que lo que estaba enseñando allí, lo que trataba de transmitirnos
permitirá apreciar que si bien lo formalizamos de alguna manera uno ya lo venía
haciendo. Es como meterlo en una cajita y agregarle el rótulo esto se llama
tal cosa. ¿Sí? ¡Después, años de trabajo y años estudiando!
Ahora, después de 4 ó 5 años de no hacer nada me puse a hacer ese seminario porque creo que es obligación. Si uno no se entrena pierde el ritmo. No se puede jugar al fútbol sin entrenamiento porque a los 5 minutos se deja la lengua afuera. Y lo mismo le pasa al actor, al bailarín, al escritor escribiendo constantemente, al pintor ejercitando su paleta. Me siento contento de tener las ganas de seguir estudiando. Es la recomendación que les hago a los chicos que estudian teatro.
R.D.- ¿Es necesario para un director de teatro haber sido o ser un buen actor?
L.R.- No es necesario. Yo trabajé con directores que nunca actuaron. Por ejemplo el caso de Marcelo Lavalle, fue director y Santángelo lo mismo, uno de los grandes directores que tuvimos en la Argentina, sin embargo como actores nunca fueron descollantes. Hicieron intervenciones menores en cine. De Santángelo recuerdo: “Fin de fiesta”, “La película”. Creo que en el fondo no les interesaba la actuación porque puestos en el trabajo de dirigir eran una maravilla. La sabían todas. Ellos venían de lo que fue el gran movimiento del teatro independiente aquí en la Argentina: Alejandra Boero, Pedro Asquini, Ricardo Passano, padre, fundador de “La Máscara”, Gandolfo, Alesso, Alberto Ure. Hoy están mucho más dispersos. En esa época estaban todos muy unidos. El curso que hice con Santángelo fue en un lugar que se llamaba “Fundación para el estudio de las artes”, donde los profesores eran, además de Santágelo, Guillermo de la Torre en escenografía, Milagros de la
Ahora, después de 4 ó 5 años de no hacer nada me puse a hacer ese seminario porque creo que es obligación. Si uno no se entrena pierde el ritmo. No se puede jugar al fútbol sin entrenamiento porque a los 5 minutos se deja la lengua afuera. Y lo mismo le pasa al actor, al bailarín, al escritor escribiendo constantemente, al pintor ejercitando su paleta. Me siento contento de tener las ganas de seguir estudiando. Es la recomendación que les hago a los chicos que estudian teatro.
R.D.- ¿Es necesario para un director de teatro haber sido o ser un buen actor?
L.R.- No es necesario. Yo trabajé con directores que nunca actuaron. Por ejemplo el caso de Marcelo Lavalle, fue director y Santángelo lo mismo, uno de los grandes directores que tuvimos en la Argentina, sin embargo como actores nunca fueron descollantes. Hicieron intervenciones menores en cine. De Santángelo recuerdo: “Fin de fiesta”, “La película”. Creo que en el fondo no les interesaba la actuación porque puestos en el trabajo de dirigir eran una maravilla. La sabían todas. Ellos venían de lo que fue el gran movimiento del teatro independiente aquí en la Argentina: Alejandra Boero, Pedro Asquini, Ricardo Passano, padre, fundador de “La Máscara”, Gandolfo, Alesso, Alberto Ure. Hoy están mucho más dispersos. En esa época estaban todos muy unidos. El curso que hice con Santángelo fue en un lugar que se llamaba “Fundación para el estudio de las artes”, donde los profesores eran, además de Santágelo, Guillermo de la Torre en escenografía, Milagros de la
Cuando conocí esos nombres creí que no podía
costeármelo, que debía ser como ir a Mónaco. Sin embargo, para aquella época,
treinta años atrás, uno con un sueldito de empleado se podía pagar el curso.
Creo que hoy a los que intentan hacer eso les resulta más difícil.
R.D.- ¿Por eso, no crees que la situación económica
colaboró con la dispersión de los personajes que se destacan en ese rubro en la
actualidad?
L.R.- Por supuesto. Todos estos procesos que hemos vivido han llevado a un individualismo impuesto desde afuera, para salvar la olla. Cualquiera - hasta yo mismo - se arma el quiosquito. Tengo un espacio, entonces instalo un taller de teatro para poder trabajar. En mi caso tengo la suerte de trabajar para los Talleres Barriales de la Municipalidad de Quilmes, entonces estoy contratado por ellos, pero, de otro modo, tendría que trabajar de otras cosas, que es lo que hice siempre, pero que en este momento me están vedadas. Los lugares donde yo trabajé ya no existen. Mi especialidad prácticamente está en manos de gente muy joven. Entonces me sería difícil, tampoco quiero. Para nada. Prefiero la tranquilidad del trabajo que me gusta con la alcancía menos llena.
C.O.- Vamos a la música que le gusta a Leopoldo Russo. “La Masa”, de y por Silvio Rodríguez.
L.R.- Por supuesto. Todos estos procesos que hemos vivido han llevado a un individualismo impuesto desde afuera, para salvar la olla. Cualquiera - hasta yo mismo - se arma el quiosquito. Tengo un espacio, entonces instalo un taller de teatro para poder trabajar. En mi caso tengo la suerte de trabajar para los Talleres Barriales de la Municipalidad de Quilmes, entonces estoy contratado por ellos, pero, de otro modo, tendría que trabajar de otras cosas, que es lo que hice siempre, pero que en este momento me están vedadas. Los lugares donde yo trabajé ya no existen. Mi especialidad prácticamente está en manos de gente muy joven. Entonces me sería difícil, tampoco quiero. Para nada. Prefiero la tranquilidad del trabajo que me gusta con la alcancía menos llena.
C.O.- Vamos a la música que le gusta a Leopoldo Russo. “La Masa”, de y por Silvio Rodríguez.
C.O.- Seguimos en “Retratos en la ciudad”
indagando en esta personalidad que nos acompaña Leopoldo Russo director de
teatro.
R.D.- Leopoldo, la pregunta es la siguiente: ¿Cuáles son los directores y actores argentinos que preferís?
L.R. - Hay una raza de directores que vienen de otras generaciones como Gandolfo, Augusto Fernández, el mismo Alesso, que son fundacionales de los nuevos; que no sólo se dedican a sus puestas en escena sino que, además, son investigadores de teatro como el caso de Ricardo Bartis, Daniel Veronese, Alejando Tantilian, Rubén Pires, a quien conozco y que es un tipo que ha hecho puestas en el Cervantes, en el San Martín, es un estudioso del teatro. Y en cuanto actores: el eterno Alfredo Alcón, a quien siempre le saco el sombrero cuando lo veo; actuales Darío Grandinetti, Miguel Ángel Sola, que le hace honor a su apellido, el de la familia Vehil, capaz de desdoblarse en personajes como los de “Casa de Fuego”, “Asesinato en el Senado de la Nación” donde interpreta esa rata de albañal que compone magistralmente; también Leonardo Sbaraglia; de las chicas: Leticia Brediche, Victoria Oneto.
R.D. – ¿Qué me decís si te digo “Stéfano”?
L.R.- ¡Ah, bueno! Me hace recordar muchas cosas buenas y muchas malas. Las buenas es que fue una obra que acaricié durante mucho tiempo hasta que por fin logré hacerla. Fue en el ochenta y algo, con la Comedia Municipal de Quilmes, la actuación importantísima del que era protagonista en ese momento y el resto del elenco que lo acompañaba. Creo que es una de las mejores obras del grotesco; un género auténticamente argentino. Que si bien tiene raíces por Italia es típicamente argentino y específicamente creado por Armando Discépolo que es el autor de Stefano. El año pasado se dio en el Cervantes. Lo hizo Luis Brandoni, que es un actor que me gusta pero tengo otra imagen de Stéfano que no es precisamente la de Brandoni. Sí la vi con José Slavin. Algunos prejuicios uno tiene. Es una obra que necesita una poética muy especial. Es una tragedia nuestra muy lírica de modo que se necesita un actor que pueda dar con una cuerda muy definida y a él no se la veía. Después me arrepentí porque hay gente que la vio y me dijo que estuvo espléndido su trabajo.
Y lo malo fue que durante los ensayos de Stéfano me agarré una hepatitis y estuve cuatro meses en cama. Fue terrible porque se atrasó todo y no creo que haya podido darle a la obra todo lo que hubiera querido. Me quedó en carpeta.
R.D.- Leopoldo, la pregunta es la siguiente: ¿Cuáles son los directores y actores argentinos que preferís?
L.R. - Hay una raza de directores que vienen de otras generaciones como Gandolfo, Augusto Fernández, el mismo Alesso, que son fundacionales de los nuevos; que no sólo se dedican a sus puestas en escena sino que, además, son investigadores de teatro como el caso de Ricardo Bartis, Daniel Veronese, Alejando Tantilian, Rubén Pires, a quien conozco y que es un tipo que ha hecho puestas en el Cervantes, en el San Martín, es un estudioso del teatro. Y en cuanto actores: el eterno Alfredo Alcón, a quien siempre le saco el sombrero cuando lo veo; actuales Darío Grandinetti, Miguel Ángel Sola, que le hace honor a su apellido, el de la familia Vehil, capaz de desdoblarse en personajes como los de “Casa de Fuego”, “Asesinato en el Senado de la Nación” donde interpreta esa rata de albañal que compone magistralmente; también Leonardo Sbaraglia; de las chicas: Leticia Brediche, Victoria Oneto.
R.D. – ¿Qué me decís si te digo “Stéfano”?
L.R.- ¡Ah, bueno! Me hace recordar muchas cosas buenas y muchas malas. Las buenas es que fue una obra que acaricié durante mucho tiempo hasta que por fin logré hacerla. Fue en el ochenta y algo, con la Comedia Municipal de Quilmes, la actuación importantísima del que era protagonista en ese momento y el resto del elenco que lo acompañaba. Creo que es una de las mejores obras del grotesco; un género auténticamente argentino. Que si bien tiene raíces por Italia es típicamente argentino y específicamente creado por Armando Discépolo que es el autor de Stefano. El año pasado se dio en el Cervantes. Lo hizo Luis Brandoni, que es un actor que me gusta pero tengo otra imagen de Stéfano que no es precisamente la de Brandoni. Sí la vi con José Slavin. Algunos prejuicios uno tiene. Es una obra que necesita una poética muy especial. Es una tragedia nuestra muy lírica de modo que se necesita un actor que pueda dar con una cuerda muy definida y a él no se la veía. Después me arrepentí porque hay gente que la vio y me dijo que estuvo espléndido su trabajo.
Y lo malo fue que durante los ensayos de Stéfano me agarré una hepatitis y estuve cuatro meses en cama. Fue terrible porque se atrasó todo y no creo que haya podido darle a la obra todo lo que hubiera querido. Me quedó en carpeta.
R.D.- Y hablando de carpeta que obra te gustaría poner.
L.R.- ¡Tanto! Tuve el gusto de hacer en 1971 “Romeo
y Julieta” dirigido por Norberto Martín, lógicamente no podría hacer hoy el
Romeo, como verán, pero es un proyecto que acaricio, juntar una banda de gente
muy joven en una versión muy libre, distinta, respetando el texto original pero
agiornada. Shakespeare abarca todo en teatro. Todo lo que necesiten de
teatro búsquenlo en Shakespeare que lo van a encontrar. Es un texto magnífico
que a los chicos les despertaría muchas cosas. Es uno de mis tantos.
R.D.- ¿Recordás “El Zoo de Cristal”?
L.R.- ¡¡Sí!! Lo hice en la Colón, dirigido por Hugo Molina, fue una de sus primeras obras. Y tuve el gusto de hacer un personaje hermoso, el Tom, el hermano...
C.O.- Hugo Molina inauguró nuestro ciclo.
R.D.- Hablame sobre esta gacetilla que nos trajiste del Generador; ya no La Usina.
L.R.- El Generador va a remplazar el otro nombre que tenía este espacio de cultura donde colaboré, allí en Saavedra 132, entre San Martín y Moreno, y con este nuevo nombre, pronto vamos a estrenar “Desde la lona” de Mauricio Kartún. Para nosotros Kartún es un muy querido autor actual. Nuestro elenco se llama “El Partener” justamente porque la primera obra que hicimos fue esa, “El Partener” de Kartún. Él nos abrió puertas. Mauricio en una oportunidad me regaló el libro “Desde la lona” y de cabeza lo hicimos. Primero con muy pocas funciones en lo que era “El Galpón de la Comedia”, aquí cerca, en Tucumán y Vicente López. Y como no la vio mucha gente decidimos con el mismo elenco del 99 reponerla. Es bellísima, entretenida, que pasa del humor a la crueldad y que habla de la esperanza. Es un grotesco también.
R.D. - Agradecidos Russo por tu visita, te despedimos.
C.O.- Y nos tendrás de público en “Desde la lona”.
L.R.- La disfrutarán. Les agradezco a ustedes pues me gusta mucho la radio. Y en esta tuve un programa una vez.
El próximo martes 12 de noviembre de 2013, en Casa de Arte Doña Rosa, Colón 279, A LAS 20 hs. se hará un homenaje a Leopoldo Russo donde están invitados todos quienes fueron sus amigos, alumnos, público y quien quiera acompañarnos en este TRIBUTO.
R.D.- ¿Recordás “El Zoo de Cristal”?
L.R.- ¡¡Sí!! Lo hice en la Colón, dirigido por Hugo Molina, fue una de sus primeras obras. Y tuve el gusto de hacer un personaje hermoso, el Tom, el hermano...
C.O.- Hugo Molina inauguró nuestro ciclo.
R.D.- Hablame sobre esta gacetilla que nos trajiste del Generador; ya no La Usina.
L.R.- El Generador va a remplazar el otro nombre que tenía este espacio de cultura donde colaboré, allí en Saavedra 132, entre San Martín y Moreno, y con este nuevo nombre, pronto vamos a estrenar “Desde la lona” de Mauricio Kartún. Para nosotros Kartún es un muy querido autor actual. Nuestro elenco se llama “El Partener” justamente porque la primera obra que hicimos fue esa, “El Partener” de Kartún. Él nos abrió puertas. Mauricio en una oportunidad me regaló el libro “Desde la lona” y de cabeza lo hicimos. Primero con muy pocas funciones en lo que era “El Galpón de la Comedia”, aquí cerca, en Tucumán y Vicente López. Y como no la vio mucha gente decidimos con el mismo elenco del 99 reponerla. Es bellísima, entretenida, que pasa del humor a la crueldad y que habla de la esperanza. Es un grotesco también.
R.D. - Agradecidos Russo por tu visita, te despedimos.
C.O.- Y nos tendrás de público en “Desde la lona”.
L.R.- La disfrutarán. Les agradezco a ustedes pues me gusta mucho la radio. Y en esta tuve un programa una vez.
El próximo martes 12 de noviembre de 2013, en Casa de Arte Doña Rosa, Colón 279, A LAS 20 hs. se hará un homenaje a Leopoldo Russo donde están invitados todos quienes fueron sus amigos, alumnos, público y quien quiera acompañarnos en este TRIBUTO.