"El dolor en serenidad es sabio"
A
Carlos Marcelo Fernández Durañona, “Car”, nuestro ser querido, lo asesinaron en la puerta de su casa, el lunes 17 de febrero pasado. Secuestraron a
su esposa y extorsionaron al hermano de ella, para no matarla. El sábado y
domingo anterior había estado reunido en
familia, festejando cumpleaños. Hoy ya
no está físicamente entre nosotros el ser lleno de luz y bondad que era nuestro
hijo, padre, esposo, hermano, primo, sobrino, cuñado. El dolor es
inconmensurable. Es imposible describir la dimensión del daño, su onda
expansiva en el alma de todos. Ante esta realidad irremediable, nos consuela
saber que "Car" descansa en paz. Su alma inocente habita un mundo privado de
dolor y nos ilumina. Él era el mayor de cuatro hermanos y de más de veinte
primos hermanos. El primero de nosotros que jugó sonriente en las plazas de
Quilmes. El primero de nosotros que caminó distraído, anduvo en bicicleta y corrió
sin miedo, por las calles de nuestra ciudad. El primero de nosotros que en el Jardín de la escuela Sagrado Corazón de
Jesús, en sus primeros años de fundación,
trepó al gran árbol y creyó que tocaba el cielo. El primero de nosotros que piso el muelle de
pescadores del Pejerrey Club, llegó
asombrado hasta el final y descubrió allí una de sus pasiones. El primo mayor,
que cuidándonos una vez más, entregó su vida heroicamente, en defensa de la familia. Su muerte física no ha sido en vano.
Es una donación para que el porvenir de nuestros hijos, el de todos los hijos de la comunidad de
Quilmes, Bernal, Don Bosco, de la Provincia de Buenos y del País, sea digno de
ser vivido.
Todas
las familias y grupos de amigos tienen su estadística privada de hechos de
violencia sufridos. La nuestra es también rotunda. Se extiende desde años atrás
sobre familiares y amigos en forma progresiva. Gente común y corriente que vive
en los barrios y se levanta todos los días a trabajar. En cada uno de esos hechos agradecimos la
suerte de seguir con vida. Esa realidad nos conducía a esta reflexión
desoladora: cuanto mayor es la vocación de familia, cuantos más afectos se
cultivan, mayores son las posibilidades de padecer una tragedia. Una lógica
siniestra que gobierna nuestras vidas y que las autoridades correspondientes no
supieron prevenir.
Por
este medio acercamos nuestro dolor, transformado en amor, a todas las
autoridades del País, para que las nutra de energía y las reúna en el
compromiso público destinado a revertir la situación.
Estamos inmersos en una visión materialista y
superficial de la vida. Discutimos sobre el dólar, la inflación, el desarrollo productivo, los
medios de comunicación, etc., y nos olvidamos del valor supremo y sagrado de la
vida. La función primordial del Estado es garantizar la vida y la integridad
física de todos y cada uno de los ciudadanos. ¿De qué sirven los debates
coyunturales si los ciudadanos no perciben que los Gobiernos tienen como
objetivo principal garantizar la vida? Necesitamos
que esa misión primordial del Estado llegue a los oídos de toda la población y
a nuestros hijos. Hoy los peores miedos
de los niños no están en su imaginación, sino en las calles. Debemos devolverles la tranquilidad de espíritu y la
esperanza. Debemos recuperar para todos los niños argentinos la vivencia alegre
del barrio. Debemos recuperar la cultura del espacio público, el respeto al espacio compartido, donde nadie
puede imponer su discrecionalidad, voluntad, fuerza o violencia.
El
primer progreso de la vida en sociedad ha sido el imperio de la ley. La población tiene miedo de vivir en las
ciudades porque el Estado no cumple la función esencial. No podemos renunciar a
la esperanza máxima de que nuestros hijos y las generaciones futuras caminen
tranquilos por las calles. De no ser
así, la desesperanza inundara los corazones y con ella la desintegración social
será un hecho. Y no habrá donde huir dentro de nuestra amada patria porque
ningún paisaje maravilloso es habitable sin el imperio de la ley.
El
Estado de Derecho debe garantizar la vida en todo el territorio argentino. A
los niños que nacen en este país, en todos los estratos sociales su primer
regalo debe ser el imperio de la ley y la educación. No hay otra alternativa:
donde no gobierna el Estado de derecho,
gobierna la delincuencia y el narcotráfico.
No
podemos naturalizar el mal. No podemos acostumbrarnos a ver en la oscuridad.
Gobiernos sucesivos han dictado numerosas leyes de emergencia referentes a las
cuentas públicas, a bienes económicos.
Hoy el Estado Argentino está en deuda con la protección de la vida humana; el estado de emergencia se manifiesta sobre
el bien más preciado. Un gran componente
de la sociedad que no puede o no quiere encerrarse en barrios privados es la
que todavía cree en la función del
Estado como garante de la vida y ese
mismo Estado la desampara. Ello advierte
que la legislación y las decisiones judiciales tienen que estar a la altura de
las circunstancias. Toda ley, decreto, o resolución judicial tiene que
privilegiar absolutamente la vida y la integridad física de los ciudadanos.
Ningún riesgo, derivado de experimentos legislativos o procesales, puede
lanzarse sobre ellos.
Por eso en esta hora de nuestra Nación,
rogamos que con respeto absoluto de los derechos y garantías de la Constitución Nacional, nos independicen de la
delincuencia, de la droga y sus
consecuencias, y del narcotráfico, que nos devuelvan la libertad de
caminar en paz por nuestros barrios.
Es
fundamental la unión de todos. Los hermanos sean unidos, es la ley primera, o
esos males nos devorarán. Despierta Argentina.
Esta
humilde familia, entrega su dolor, en pos de esta esperanza: la unión de todas
las corrientes políticas en esa gesta fundante y fundamental. La sociedad ruega recibir señales claras en
ese sentido. De iniciarse este camino la injusta muerte de nuestro ser querido y la de muchos otros
antes, tendrá un sentido.
A
nuestro ser amado “Car” le gustaba
pescar, leer, aprender, jugar al futbol,
escuchar música, ver películas, compartir la vida con su esposa e hijos,
reunirse en familia, tomar café en algún
bar de su ciudad.... Siempre fue un ser justo y solidario con el prójimo.
Nuestro
dolor, hoy muta en amor. En la esperanza
de que en los años venideros, en la vereda
de cada barrio, un padre pueda soltar confiado la mano de su hijo para
que camine hasta la casa de sus primos, o
hasta el club del barrio, con la única
dulce compañía de su ángel de la guarda, la paz de espíritu, y las fuerzas de
la imaginación.
Familiares de Carlos Marcelo Fernández
Durañona.
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