Entre el rico material documental que guarda el archivo personal del Prof. Lombán hay varios recortes de publicación referente a Guillermo Enrique Hudson, su vida y su obra. Son de autores que se inspiraron en este personaje de la literatura quilmeña, argentina y mundial. Este tiene la particularidad que fue escrito por un
periodista controvertido para el mundo político y de los grandes medios de la época en que le toco desarrollar su extraordinaria carrera y su vida militante, José Gabriel López Buisán. En la nota publicado por el diario "El Mundo" del 28 de mayo de 1943, firma solo con sus dos nombres de pila, pues seguramente, agregar sus apellidos hubiera sido contraproducente para su continuidad laboral en ese medio de prensa como lo había sido en otros.
El
interés de la nota, además del desestructurado estilo narrativo, con pizcas de
ironía, novedoso para lo usual en esos años, muestra cómo era el paisaje y cómo
se consideraba el espacio geográfico del sudbonaerense que, inevitablemente, a
José Gabriel lo remite a la figura de Guillermo Enrique Hudson. Pasaron 72 años y al autor ya se le presentaba ese panorama, “demasiado
edificado y sobre todo, demasiado ultrajado por la chapa y la basura, y es
difícil apreciarlo.” ¡Qué alarmado estaría hoy! También le extraña, en la nota, que ante
la belleza de la vista los pasajeros del tren que lo conduce respondan con indiferencia, “la gente es muy rauda también y suele estar muy cerrada en sí misma.
Si fueran de viaje por regiones exóticas quizás echarían un vistazo
por la ventanilla.”
Hoy los que aún viajamos en el Roca también notamos la indiferencia, y no es extraño que de
los 40 pasajeros de un vagón, 39 viajen concentrados en sus celulares… Del
paisaje bucólico que cuenta José Gabriel no queda mucho, salvo en el tramo
Plátanos - City Bell. (Chalo Agnelli)
EL PAÍS DE
HUDSON
Por José Gabriel [1]
especial para El Mundo [2]
28/5/1943.
especial para El Mundo [2]
28/5/1943.
Me dice
un amigo: “Hudson vivió sus últimos años
pensando en volver a ver la tierra en que había nacido. Y hay cientos,
miles de personas, que van y vienen diariamente por esa tierra, entre ellos
muchos admiradores del gran escritor, y no le prestan la menor atención al país
de Hudson”.
Barajo
en el aire el nombre y me quedo con el “El país de Hudson”. Hace un cuarto
de siglo que vivo en él o lo recorro diariamente, y soy temprano admirador de
Hudson; acaso uno de los primeros en la Argentina. Pero he tenido la fortuna (fortuna,
nada más) de fijarme siempre en el país de Hudson y de estimarlo. Hay en mis
escritos vieja huella de esta estimación.
El país de Hudson podría ser todo el trayecto de Buenos Aires a La Plata, por la doble vía Quilmes y Témperley. Hasta Quilmes por un lado, hasta Témperley por otro, está ya demasiado edificado y sobre todo, demasiado ultrajado por la chapa y la basura, y es difícil apreciarlo. De esas dos poblaciones hacia La Plata nos encontramos con uno de los países más variados y más pintorescos.
La gente pasa en tren, en ómnibus, en auto. Son vehículos muy raudos y muy cerrados. Además, la gente es muy rauda también y suele estar muy cerrada en sí misma. Si fueran de viaje por regiones exóticas quizás echarían un vistazo por la ventanilla. Yendo por estos alrededores de casa (y de esta casa nuestra, de la que estamos convencidos que no tiene nada que ver) ¿Qué van a mirar? Leen (menos mal), juegan a la baraja, conversan o duermen. Y el paisaje desfila inadvertido.
Es maravilloso, sin embargo. Tiene tierra negra que habla de fecundidad, yuyos que delatan la lujuria, cultivo que revela la mano del hombre, y selva moderada que interna en la naturaleza sin extrañarnos de la urbe. Hay limpiones inmensos para los crepúsculos, y densas arboledas para los mediodías. El ombú ratifica la presencia de la pampa, el eucalipto recuerda la civilización, y el álamo carolino o plateado, el aguaribay, el abedul o el paraíso, como las araucarias y los árboles frutales, entre cercos de cinacina, de pita, de ligustro o de ñapindá, nos dan a escoger. Se abren lagunas y corren arroyuelos. Y, ¿quién, dijo que la pampa era chata? [3]
La pampa santafecina y cordobesa tienen trechos muy planos. La pampa bonaerense es quebrada, con lomas encantadoras. De Quilmes o de Témperley para allá y ya antes, desde Bernal y desde Lomas de Zamora el suelo se quiebra en cuchillas que le dan el atractivo del pago. Son señeros los altozanos de Ezpeleta, de Montaraz o de City Bell. El lugar preciso donde nació Hudson, a un tranco de la furia viajera hacia Mar del Plata, es una quebrada estupenda, donde las casas y los ranchos se dan los buenos días de loma a loma y bajan a conversar junto al arroyó que corre por la hondonada.
El otro día nos fuimos unos cuantos, llevados por la Sociedad de Escritores. La mayoría descubrió el mundo. Está la tapera de la casa de Hudson. Hay un retorcido sauce que conversó con él. Vimos al propio Hudson a caballo, no en silla inglesa, sino en el apero criollo. Nos pareció que podíamos ponernos cualquiera de nosotros, a escribir los libros de Hudson. Lo habríamos hecho, sin duda, sólo que llegamos tarde. Ya estaban escritos.
Un escritor inglés, y diplomático que nos siguió, tardó varias horas en llegar. Se llega en una hora desde la Plaza del Congreso. Pero el chófer del visitante se perdió. El visitante, al llegar, agradeció el extravío, que le había permitido conocer un país muy hermoso. Así lo dijo.
Es el país de Hudson. Y no tiene nada de inaccesible, puesto que lo surcan tres vías férreas y varios caminos afirmados, con trenes y ómnibus durante el día y la noche. Además, se puede recorrer a pie por donde se quiera. Hudson, qué río lo tuvo con las mismas comodidades (excepto la de sus pies) ni el arbolado profuso que hoy ostenta,
vivió describiéndolo y murió añorándolo. Estaba en Londres. Los alrededores londinenses no son de despreciar. Pero Hudson soñaba con volver a ver el partido de Quilmes, que era entonces. Nosotros lo dejaremos pasar por la ventanilla dél tren o del auto, sin darnos cuenta de la inmensa dicha que poseemos sólo con tenerlo a la mano.
Otro inglés viajero del país de Hudson antes de que Hudson naciese (el capitán Head de la época de la Revolución dijo en un libro que “la pampa despertaba deseos de acariciar”. Pero nosotros todavía no hemos ascendido al grado de pureza humana que incita a acariciar la tierra.
El país de Hudson podría ser todo el trayecto de Buenos Aires a La Plata, por la doble vía Quilmes y Témperley. Hasta Quilmes por un lado, hasta Témperley por otro, está ya demasiado edificado y sobre todo, demasiado ultrajado por la chapa y la basura, y es difícil apreciarlo. De esas dos poblaciones hacia La Plata nos encontramos con uno de los países más variados y más pintorescos.
La gente pasa en tren, en ómnibus, en auto. Son vehículos muy raudos y muy cerrados. Además, la gente es muy rauda también y suele estar muy cerrada en sí misma. Si fueran de viaje por regiones exóticas quizás echarían un vistazo por la ventanilla. Yendo por estos alrededores de casa (y de esta casa nuestra, de la que estamos convencidos que no tiene nada que ver) ¿Qué van a mirar? Leen (menos mal), juegan a la baraja, conversan o duermen. Y el paisaje desfila inadvertido.
Es maravilloso, sin embargo. Tiene tierra negra que habla de fecundidad, yuyos que delatan la lujuria, cultivo que revela la mano del hombre, y selva moderada que interna en la naturaleza sin extrañarnos de la urbe. Hay limpiones inmensos para los crepúsculos, y densas arboledas para los mediodías. El ombú ratifica la presencia de la pampa, el eucalipto recuerda la civilización, y el álamo carolino o plateado, el aguaribay, el abedul o el paraíso, como las araucarias y los árboles frutales, entre cercos de cinacina, de pita, de ligustro o de ñapindá, nos dan a escoger. Se abren lagunas y corren arroyuelos. Y, ¿quién, dijo que la pampa era chata? [3]
La pampa santafecina y cordobesa tienen trechos muy planos. La pampa bonaerense es quebrada, con lomas encantadoras. De Quilmes o de Témperley para allá y ya antes, desde Bernal y desde Lomas de Zamora el suelo se quiebra en cuchillas que le dan el atractivo del pago. Son señeros los altozanos de Ezpeleta, de Montaraz o de City Bell. El lugar preciso donde nació Hudson, a un tranco de la furia viajera hacia Mar del Plata, es una quebrada estupenda, donde las casas y los ranchos se dan los buenos días de loma a loma y bajan a conversar junto al arroyó que corre por la hondonada.
El otro día nos fuimos unos cuantos, llevados por la Sociedad de Escritores. La mayoría descubrió el mundo. Está la tapera de la casa de Hudson. Hay un retorcido sauce que conversó con él. Vimos al propio Hudson a caballo, no en silla inglesa, sino en el apero criollo. Nos pareció que podíamos ponernos cualquiera de nosotros, a escribir los libros de Hudson. Lo habríamos hecho, sin duda, sólo que llegamos tarde. Ya estaban escritos.
Un escritor inglés, y diplomático que nos siguió, tardó varias horas en llegar. Se llega en una hora desde la Plaza del Congreso. Pero el chófer del visitante se perdió. El visitante, al llegar, agradeció el extravío, que le había permitido conocer un país muy hermoso. Así lo dijo.
Es el país de Hudson. Y no tiene nada de inaccesible, puesto que lo surcan tres vías férreas y varios caminos afirmados, con trenes y ómnibus durante el día y la noche. Además, se puede recorrer a pie por donde se quiera. Hudson, qué río lo tuvo con las mismas comodidades (excepto la de sus pies) ni el arbolado profuso que hoy ostenta,
vivió describiéndolo y murió añorándolo. Estaba en Londres. Los alrededores londinenses no son de despreciar. Pero Hudson soñaba con volver a ver el partido de Quilmes, que era entonces. Nosotros lo dejaremos pasar por la ventanilla dél tren o del auto, sin darnos cuenta de la inmensa dicha que poseemos sólo con tenerlo a la mano.
Otro inglés viajero del país de Hudson antes de que Hudson naciese (el capitán Head de la época de la Revolución dijo en un libro que “la pampa despertaba deseos de acariciar”. Pero nosotros todavía no hemos ascendido al grado de pureza humana que incita a acariciar la tierra.
Compilación,
investigación y argumentación Chalo Agnelli
REFERENCIAS
[1] Aprovechamos la descripción dinámica y contextualizamos con una biografía. La de José Gabriel López Buisán, escritor, periodista y político,
tuvo una activa participación en los grandes debates del país. Trabajó en el
diario La Prensa de donde fue echado luego de intervenir en un paro. Fue un
lúcido defensor de la cultura popular. Se cumplieron 117 años del nacimiento
del español que vivió en la Argentina y defendió la causa nacional. El
silenciamiento de que fue objeto el escritor y político José Gabriel demuestra
el inmenso poder de la superestructura cultural de la Argentina dependiente […]
Nacido en España, José Gabriel López Buisán, el 18 de marzo de 1896, vino a
residir en la Argentina con su familia en 1905. […] A los 20, colaboró con
Manuel Ugarte en su periódico La Patria,
que sólo vivió tres meses por su
posición neutralista y socialista nacional. A los 23 "ingresé a La Prensa.
Fui delegado, teníamos la Federación de Periodistas... El trato personal no era
bueno y un día paramos La Prensa, quizá la primera huelga al diario de los Paz…
Me cesantearon. Aquella huelga me cortó los víveres y me acarreó persecuciones
policiales... Ni en La Vanguardia (periódico socialista) pude encontrar
trabajo. La Prensa me marcó a fuego… A partir de aquella huelga, me sentenció.
Me podía morir o que me nombrasen presidente de la Nación que La Prensa no me
mencionaría nunca más... No odio a esa casa de don Ezequiel Paz… pero puedo
asegurar que aquello era un Estado dentro del Estado. La Prensa desdeñaba la
causa popular. Era el diario que daba más noticias extranjeras en el
mundo." En 1920, se casa con Matilde Delia Natta y pasa a residir en La
Plata. Entonces, publica sus primeros cuentos y un ensayo sobre Evaristo Carriego
que Manuel Gálvez juzgará superior al que escribió Borges sobre el poeta del
arrabal. […] La revista Nueva Era publica, en tapa, por entonces, que
"José Gabriel es uno de nuestros críticos descollantes
(enojado con los
padres se ha desentendido del López Buisán). Publica también la novela La Fonda,
una recreación notable del Buenos Aires del Centenario, con sus fondines, sus
cosacos represores y el tremolar de banderas rojinegras de los anarquistas.
Luego, se define neutralista y condena la guerra mundial porque "no es
entre opresores y oprimidos sino entre opresores y opresores, es decir, entre
negreros que se disputan esclavos", mientras reivindica "la guerra
defensiva de los pueblos oprimidos por el yugo extranjero, contra el
capitalismo que los oprime... como lo entendió Alberdi al no prestar apoyo a la
guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay". En la década del
veinte publica diez libros sobre arte y cultura en general, pero se asfixia en
ese ambiente de falsos valores, de presuntuosos literatos, de infatuación
académica: "Yo, intelectual argentino, no tengo antepasados, ni
contemporáneos, ni futuro, nací de la nada, vivo solo, me dirijo al vacío...
Por eso, los domingos me voy a la cancha de fútbol a proporcionarme, entre
otros goces, el que no he experimentado jamás en mi oficio: el de la
solidaridad." Y de esa asistencia dominguera a los estadios nace su
artículo "El jugador de fútbol" donde escandaliza a los lectores
porque "en un partido de fútbol hay más arte que en muchas de las óperas
del Teatro Colón." Además, porque "si unos ingleses acriollados le
enseñaron a nuestros muchachos las reglas de ese juego, estos no se quedaron en
la imitación: trataron de olvidar lo aprendido y se pusieron a inventar (la
gambeta rioplatense). Por eso nuestros universitarios van a Europa y sólo
reciben cortesías y van nuestros futbolistas y arrebatan a la gente. Llevan lo
que Europa conocía, pero lo llevan superado." Y así, reclama Gabriel,
deberíamos proceder en el orden cultural. En el '30, hace periodismo y dicta
una materia en el secundario, pero producido el golpe militar lo exoneran y lo
persiguen por sus críticas. […] Se exila en Montevideo y allí
publica Bandera celeste, libro donde plantea asociar el socialismo a lo
nacional y predica la unión latinoamericana. Desde allí, también lanza los
peores dicterios sobre Stalin "un embozado reaccionario" que ha
deformado la Revolución Rusa. Después se va a España (publica Burgueses y
proletarios en España, Vida y muerte en Aragón y España en la cruz y milita en
el POUM que lidera Andrés Nin, en posiciones cercanas al trotskismo.
Allí redacta una hermosa elegía en homenaje a Federico García Lorca,
con motivo de su asesinato. Cuando regresa a la Argentina, publica diez números
del periódico Martín Fierro, como nuestra obra literaria mayor, colabora en
el periódico Señales – orientado por Jauretche y Scalabrini Ortiz –
y descarga fuertes mandobles contra el imperialismo inglés y el nacionalismo de
derecha, contra los rosados socialistas y los "burócratas y traidores
stalinistas". Vuelve a la docencia en 1939, pero lo exoneran en 1941, por
denunciar un concurso fraudulento. Sigue publicando: El loco de los huesos,
vida de Florentino Ameghino, y dos ensayos sobre: Walt Whitman y
sobre Gregorio Aráoz de Lamadrid, un libro de cuentos titulado El
Pozo, ensayos como “El nadador y el agua”, “La modernidad”, “La
literatura” y “Vindicación del arte”. Su antifascismo vivido y sufrido en
España, no le permite entender el golpe del '43 y milita breve tiempo en el
antiperonismo y va a dar clases a la universidad de San Marcos, en el Perú,
pero a su regreso rectifica. Escribe entonces en la revista Hechos e Ideas
apoyando al gobierno de Perón y sobre "Evita", en Argentina de
hoy, periódico de los socialistas que apoyan al peronismo. Lanza luego
tres nuevos libros: El destino imperial, Historia de la gramática y La
encrucijada. Luego, ingresa al periódico El Laborista. Allí lo sorprende el
bombardeo del 16 de junio de 1955 y marcha a Plaza de Mayo a defender al
gobierno, hecho que relata en un opúsculo titulado "Llenos de coraje y de
miedo" y en un poema "Antífona". Derrocado Perón, queda
nuevamente sin trabajo y es atacado virulentamente por
sus colegas de las letras.
Vive, en esa época, modestamente en Villa Obrera, calle Madariaga 3602, entre
Lanús y Gerli […] Un año después, el 14 de junio de 1957, está tecleando unas
notas cuando lo tumba el infarto y cae hacia adelante, dando con su cabeza en
la máquina de escribir sobre la cual permanece, como periodista de toda la
vida, abrazándola. El silencio se tiende sobre él, sobre sus libros, sobres sus
irreverencias y quijotadas. Recién en 1974, su amigo E. M. S. Danero
apenas logra rescatarlo desde La Opinión: "José Gabriel, sin pelos en la
lengua. Textos de un polemista mordaz, relegado al olvido por la cultura
oficial. Biografía de un luchador." Luego otra vez el silencio, el "olvido”…
Norberto Galasso, 20 de Marzo de 2013.- http://tiempo.infonews.com/ [2] El Mundo fue un diario matutino editado en Buenos Aires por la Editorial Haynes que circuló entre el 14 de mayo de 1928 y medidos de 1967, en que intentó transformarse en vespertino, sin la acogida de los lectores. Fue el primer diario tabloide de la Argentina.
[3] Así, en negrita están en el periódico los tres párrafos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario