Texto leído en la 21° Revista Oral
Sanmartiniana que realizó la Asociación Cultural Sanmartiniana de Quilmes el
11 de noviembre de 2005, en la Sociedad Española de Quilmes – Publicado en el
blog de la Comisión
del Bicentenario (1810-2010)
por Prof. Chalo Agnelli
Cuando se me propuso
hacer el cierre de esta 21° Revista Oral, dudé mucho del asunto a abordar en
torno a don José de San Martín, que no sea redundante y concierte el interés de
gran parte de los que asistimos a estas reuniones que, quien más quien menos,
todos conocemos en forma general la vida y la obra del Libertador.
Entonces se me ocurrió no
informar ni rememorar nada, sino promover a la reflexión desde el hombre José Francisco
de San Martín y su condición de hombre. Ahondar en una conducta humana, que
parece prevalecer en él por sobre todas, la pasión.
Pasión, pero no en el sentido de padecimiento ni como lo opuesto a la acción, sino como afición vehemente a algo. Esa vehemencia que genera energía inusitada, fuerza de reacción intelectual y práctica que se enfrenta a cualquier impedimento que pueda oponerse a lo que un hombre, una mujer consideren que deben hacer para acometer la vida.
Y se me ocurre que San Martín tenía la sustancia de la pasión, la fuerza impetuosa; el discurso ardiente, pero sin las formas irreflexivas de quien no conoce e improvisa. Su cosmos contenía la convicción coherente que da el conocimiento sobre las propias ideas. De manera que había en él un intelectual en acción sumado a su condición de militar que lo hacía un estratega, de manera que los imprevistos en su accionar fueron hechos fortuitos.
Un buen día, quizá durante las rebeldías propias de la adolescencia, quizá durante las experiencias definitorias de la primera madurez, encontró un objetivo generoso para su vida y puso su mente, su espíritu, su cuerpo, su presente y su futuro, la consideración de los demás, las comodidades, el honor, la fe, los sueños, los deseos e ilusiones en concretar ese cometido.
Y califico de generoso pues los resultados de sus logros, él lo sabía, redundarían en un bien general, duradero. Su objetivo tenía proyecciones de futuro. Su pasión era altruista.
El capitán inglés Basil Hall que lo visitó el 25 de junio de 1821 a bordo de la goleta Moctezuma escribió en su diario personal la crónica de la entrevista que mantuvo con San Martín y entre otros conceptos, lo retrata así: “... los ojos son grandes y penetrantes, negros como azabache... nunca he visto una persona cuyo trato seductor fuese más irresistible. En la conversación abordaba los tópicos sustanciales desdeñando perder tiempo en detalles... mostrando admirables recursos en la argumentación y facilísima abundancia de conocimientos... nada había ostentoso en sus palabras y aparecía en todo los momentos perfectamente serio y profundamente poseído del tema... A veces se animaba en sumo grado y entonces el brillo de su mirada y todo cambio de expresión se hacían excesivamente enérgicos, como para remachar la atención de los oyentes, imposibilitándola de esquivar sus argumentos...”
Es el retrato de un hombre de convicciones absolutas, más que en sus ideas en el alcance de sus miras. Un apasionado. Pero uno que no se dejó llevar por las otras pasiones, las bajas, las conductas dobles o inconductas del que, aún teniendo madurez y capacidad intelectual, no puede manejar sus instintos primarios, sus impulsos y pone en juego su calidad humana, su honor (término, lamentablemente, muy devaluado)
Otros hombres de su época y muchos de nosotros hoy diversificamos nuestra vida en una multiplicidad de acciones que nos imponen una mayor dispersión y, quizá, porque ni los objetivos de aquellos ni los nuestros tienen las condiciones y circunstancias inmensurables de la gesta emancipadora. Que únicamente la pasión, casi sacra, sin afán de ser místico, de un José de San Martín, logró.
No es posible hallar muchos hombres y mujeres en la historia de la humanidad, acertados o equivocados, que hayan reunido en su composición humana la sustancia potencial de la pasión y el altruismo impenitente como San Martín... Quizá un Manuel Belgrano, un Mariano Moreno, un Sarmiento, una Juana Manso, un Roca, un Leandro N. Alem, un Lisandro de La Torre, un José Gervasio de Artigas, un Ernesto Guevara, una Alicia Moreau de Justo, un Salvador Mazza, una Eva Perón, un Severino Di Giovanni, un Borges; un Gandhi, un Martin Luther King, un Mandela, un Arturo Juaretche, un Osvaldo Bayer, una Alfonsina Storni, Arturo Íllia, las Madres de Plaza de Mayo… y en nuestra historia local, de la que yo no puedo prescindir, se podría nombrar al Dr. José Antonio Wilde, a don Andrés Baranda, al maestro Atanasio A. Lanz, a Adela García Salaberry, a José A. Craviotto, a José Andrés López, nuestro primer historiador social, a Luis Farinello, José Tedeschi, a los quilmes y acalianos que enfrentaron al conquistador español durante más de cien años y muchos prefirieron la muerte propia y la de sus hijos antes que la esclavitud… en fin, muchos, muchos más. Cada uno mentará otros nombres.
Escribiendo esto, evoqué a un médico que se llamaba Maradona, que no fue ídolo de multitudes, un médico que trabajó, hasta poco más de los 90 años, en un pueblito de Santa Fe; un día pasó por allí en tren, se le pidió que auxiliara a un enfermo y no se fue más, se apasionó con esa gente; y memorando a este médico recordé a René Favarolo, cuyo nombre, tan solo eso, remite a la mayor inspiración de la pasión humana… con él a algunos maestros rurales y sin ir tan lejos a muchos que trabajan en las cercanas escuelas de los barrios marginales, maestros que conocí y conozco, ante los que sentí vergüenza por no desenvolverme también yo con la pasión con que ellos ejercían su tarea; recordé a un alumno que tuve hace 28 años y que un día estudiando los Parques Nacionales dijo: “Yo, maestro, seré guardaparques”. Hoy ya hace 17 años que está en el sur y hace poco me mandó un correo y me decía: “Todavía no encontré mujer que comparta mis incomodidades, pero soy feliz, porque aquí me necesitan”.
Personalidades de convicciones absolutas, más que en sus ideas en el alcance de sus miras. Apasionados como San Martín y en la fuerza inusitada de una pasión.
Una pasión, la suya, que puso sobre el fuego el caldo en el que se hervirían los espíritus que desde 1850, dieron organización, progreso e identidad a una gran porción del territorio sudamericano.
Progreso, esa palabra que se acuñó casi como un mantra ideológico en aquellos espíritus de fines del siglo XIX; identidad, que de tanto nombrarla en vano la dejamos vacía de sentido y que es este híbrido que somos. Organización, progreso, identidad, conceptos inherentes al espíritu del José de San Martín como numen perentorio.
Estas palabras no son afirmaciones; este discurso, entendiendo por tal la facultad racional con que se infieren unas cosas de otras, sacándolas por consecuencia de sus principios o conociéndolas por indicios y señales, no conlleva una idea cerrada, es una propuesta de dar curso a la reflexión, a la autorreflexión y a la discusión, si cuadra para otros ámbitos.
Concluyo con un pensamiento de Bertold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay hombres que luchan un año y son mejores; hay quienes luchan muchos años y son muy buenos... pero los hay que luchan toda la vida... esos son los imprescindibles.”
Pasión, pero no en el sentido de padecimiento ni como lo opuesto a la acción, sino como afición vehemente a algo. Esa vehemencia que genera energía inusitada, fuerza de reacción intelectual y práctica que se enfrenta a cualquier impedimento que pueda oponerse a lo que un hombre, una mujer consideren que deben hacer para acometer la vida.
Y se me ocurre que San Martín tenía la sustancia de la pasión, la fuerza impetuosa; el discurso ardiente, pero sin las formas irreflexivas de quien no conoce e improvisa. Su cosmos contenía la convicción coherente que da el conocimiento sobre las propias ideas. De manera que había en él un intelectual en acción sumado a su condición de militar que lo hacía un estratega, de manera que los imprevistos en su accionar fueron hechos fortuitos.
Un buen día, quizá durante las rebeldías propias de la adolescencia, quizá durante las experiencias definitorias de la primera madurez, encontró un objetivo generoso para su vida y puso su mente, su espíritu, su cuerpo, su presente y su futuro, la consideración de los demás, las comodidades, el honor, la fe, los sueños, los deseos e ilusiones en concretar ese cometido.
Y califico de generoso pues los resultados de sus logros, él lo sabía, redundarían en un bien general, duradero. Su objetivo tenía proyecciones de futuro. Su pasión era altruista.
El capitán inglés Basil Hall que lo visitó el 25 de junio de 1821 a bordo de la goleta Moctezuma escribió en su diario personal la crónica de la entrevista que mantuvo con San Martín y entre otros conceptos, lo retrata así: “... los ojos son grandes y penetrantes, negros como azabache... nunca he visto una persona cuyo trato seductor fuese más irresistible. En la conversación abordaba los tópicos sustanciales desdeñando perder tiempo en detalles... mostrando admirables recursos en la argumentación y facilísima abundancia de conocimientos... nada había ostentoso en sus palabras y aparecía en todo los momentos perfectamente serio y profundamente poseído del tema... A veces se animaba en sumo grado y entonces el brillo de su mirada y todo cambio de expresión se hacían excesivamente enérgicos, como para remachar la atención de los oyentes, imposibilitándola de esquivar sus argumentos...”
Es el retrato de un hombre de convicciones absolutas, más que en sus ideas en el alcance de sus miras. Un apasionado. Pero uno que no se dejó llevar por las otras pasiones, las bajas, las conductas dobles o inconductas del que, aún teniendo madurez y capacidad intelectual, no puede manejar sus instintos primarios, sus impulsos y pone en juego su calidad humana, su honor (término, lamentablemente, muy devaluado)
Otros hombres de su época y muchos de nosotros hoy diversificamos nuestra vida en una multiplicidad de acciones que nos imponen una mayor dispersión y, quizá, porque ni los objetivos de aquellos ni los nuestros tienen las condiciones y circunstancias inmensurables de la gesta emancipadora. Que únicamente la pasión, casi sacra, sin afán de ser místico, de un José de San Martín, logró.
No es posible hallar muchos hombres y mujeres en la historia de la humanidad, acertados o equivocados, que hayan reunido en su composición humana la sustancia potencial de la pasión y el altruismo impenitente como San Martín... Quizá un Manuel Belgrano, un Mariano Moreno, un Sarmiento, una Juana Manso, un Roca, un Leandro N. Alem, un Lisandro de La Torre, un José Gervasio de Artigas, un Ernesto Guevara, una Alicia Moreau de Justo, un Salvador Mazza, una Eva Perón, un Severino Di Giovanni, un Borges; un Gandhi, un Martin Luther King, un Mandela, un Arturo Juaretche, un Osvaldo Bayer, una Alfonsina Storni, Arturo Íllia, las Madres de Plaza de Mayo… y en nuestra historia local, de la que yo no puedo prescindir, se podría nombrar al Dr. José Antonio Wilde, a don Andrés Baranda, al maestro Atanasio A. Lanz, a Adela García Salaberry, a José A. Craviotto, a José Andrés López, nuestro primer historiador social, a Luis Farinello, José Tedeschi, a los quilmes y acalianos que enfrentaron al conquistador español durante más de cien años y muchos prefirieron la muerte propia y la de sus hijos antes que la esclavitud… en fin, muchos, muchos más. Cada uno mentará otros nombres.
Escribiendo esto, evoqué a un médico que se llamaba Maradona, que no fue ídolo de multitudes, un médico que trabajó, hasta poco más de los 90 años, en un pueblito de Santa Fe; un día pasó por allí en tren, se le pidió que auxiliara a un enfermo y no se fue más, se apasionó con esa gente; y memorando a este médico recordé a René Favarolo, cuyo nombre, tan solo eso, remite a la mayor inspiración de la pasión humana… con él a algunos maestros rurales y sin ir tan lejos a muchos que trabajan en las cercanas escuelas de los barrios marginales, maestros que conocí y conozco, ante los que sentí vergüenza por no desenvolverme también yo con la pasión con que ellos ejercían su tarea; recordé a un alumno que tuve hace 28 años y que un día estudiando los Parques Nacionales dijo: “Yo, maestro, seré guardaparques”. Hoy ya hace 17 años que está en el sur y hace poco me mandó un correo y me decía: “Todavía no encontré mujer que comparta mis incomodidades, pero soy feliz, porque aquí me necesitan”.
Personalidades de convicciones absolutas, más que en sus ideas en el alcance de sus miras. Apasionados como San Martín y en la fuerza inusitada de una pasión.
Una pasión, la suya, que puso sobre el fuego el caldo en el que se hervirían los espíritus que desde 1850, dieron organización, progreso e identidad a una gran porción del territorio sudamericano.
Progreso, esa palabra que se acuñó casi como un mantra ideológico en aquellos espíritus de fines del siglo XIX; identidad, que de tanto nombrarla en vano la dejamos vacía de sentido y que es este híbrido que somos. Organización, progreso, identidad, conceptos inherentes al espíritu del José de San Martín como numen perentorio.
Estas palabras no son afirmaciones; este discurso, entendiendo por tal la facultad racional con que se infieren unas cosas de otras, sacándolas por consecuencia de sus principios o conociéndolas por indicios y señales, no conlleva una idea cerrada, es una propuesta de dar curso a la reflexión, a la autorreflexión y a la discusión, si cuadra para otros ámbitos.
Concluyo con un pensamiento de Bertold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay hombres que luchan un año y son mejores; hay quienes luchan muchos años y son muy buenos... pero los hay que luchan toda la vida... esos son los imprescindibles.”
Cercano el cincuentenario de la Asociación Cultural
Sanmartiniana de Quilmes nos adherimos con esta página escrita y leída para una
Revista Oral, evento que se realiza habitualmente.
Prof.
Chalo Agnelli
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