HACIENDO MEMORIA
25/11/2014
Archivo Histórico de la Escuela Normal de Quilmes
"Silvia Susana Gorleri"
coordinadora (ad honorem) Prof. Raquel Gail
Archivo Histórico de la Escuela Normal de Quilmes
"Silvia Susana Gorleri"
coordinadora (ad honorem) Prof. Raquel Gail
La Sra. Alicia Clerbout de Cano, ya nonagenaria, nos deleita haciendo
memoria con minuciosidad y precisión respecto de algunas vivencias de su
escolaridad primaria y secundaria en Quilmes. Agradecemos profundamente su
cordialidad y gentileza.
(Continuación)
Estas clases de 5º y 6º también
eran visitadas por los “practicantes”, alumnos del secundario que se recibirían
de maestros. Daban algunas clases y traían siempre mucho material ilustrativo.
Por fin nos llegó a nosotros
comenzar el secundario. Ya no nos encontraríamos con todos los compañeros,
algunos sí estaban, pero muchos de los varones seguirían estudiando en el
Nacional, el de Quilmes u otro, para obtener el título de Bachiller que les
permitiría ingresar a la Universidad, otros ingresarían a algún Comercial de
donde saldrían siendo Peritos Mercantiles. Lo muchachos todavía venían de
pantalón corto, pero los tratábamos de Usted, los “largos” irían apareciendo de
a poco. Algunas de las chicas osaban venir con los labios pintados.
Los primeros días hubo que acostumbrarse
a los nuevos compañeros y sobre todo a tantos profesores distintos (nos
llamaban por el apellido y nosotros a ellos: Señor, Señora). Cada cual tenía su
modalidad, su manera de enseñar y de calificar: el que ponía siempre notas
bajas, el que era más generoso, tal vez también el que era injusto. Los
recuerdo perfectamente a cada uno de ellos, desde los excelentes como la Sra.
de Goñi (profesora de Historia), la Sra. de Kibric (profesora de Geografía), la
Sra. de Vera, la Srta. Pujadas (profesoras de Matemáticas), la Srta. Job
(profesora de Botánica y Zoología), quien lo primero que hizo fue clasificar
todos los árboles que había en la escuela, que a partir de entonces y por un
tiempo ostentaron un cartelito con su nombre en latín, la sra. de Molina (profesora
de Geografía), quien a su conocimiento de la materia, agregaba el poder trazar
unos mapas magníficos que nada envidiaban a los que había en la escuela, ella
tenía también el don de calificar en pocos minutos a varios alumnos con su
sistema de preguntas rápidas. Era Regente de la escuela, también profesora de
Pedagogía y didáctica, tenía publicados varios libros entre los cuales recuerdo
el titulado “A la luz de los ejemplos”. Además, era la única profesora que
venía con guardapolvo, un guardapolvo de tela de hilo, almidonado y con algún
zurcido prolijo también, así iba también a las concentraciones en la Plaza San
Martín los días patrios, y alternaba con las otras profesoras que lucían sus
mejores galas y sombreros. Así, tal como se la ve en la foto de la página 43
del libro “Historia para un centenario” que editaron los ex – alumnos.
Hasta aquellos como Lino Pérez, César Carrizo [1], y otros que desarrollaban de modo poco pedagógico los contenidos
del programa, pero todos nos transmitían buenos principios de vida y valiosos
ejemplos. Eran otros tiempos en los que solo tenía valor la decencia, la
honestidad y otros valores que desgraciadamente ahora van quedando por el
camino.
Los alumnos, en general, éramos
buenos estudiantes, estaban claro los que se llevaban materias pero a la larga
las aprobaban.
Por supuesto que se hacían algunas travesuras, pero eran inocentes. Recuerdo por ejemplo: la profesora de Caligrafía [2]
Sra. de Sende (sí, teníamos esa materia, en algunos cuadernos
especiales, rayados y con modelos de distinta escritura, incluyendo la
letra gótica, que se trabajaban con plumas especiales) era muy coqueta,
vestía muy bien, y era sin duda la que venía más maquillada. Llegaba a
la clase, nos indicaba la tarea a realizar, luego se sentaba en su
escritorio y mientras nosotros llenábamos los renglones, ella sacaba de
su elegante cartera un perfumero y se perfumaba.
En una oportunidad la Srta. Job [3]
nos pidió que lleváramos langostinos, la clase siguiente la clase
estaría destinada a la disección de langostinos. Así fue y cuando sonó
la campana indicando el recreo recogimos los restos para tirar a la
basura. Pero los muchachos pensaron otra cosa: esos restos fueron a
parar al cajón del escritorio y éste cerrado con llave, la que por
supuesto desapareció. Al día siguiente teníamos clase con la Sra. de
Sende, que llegó, indicó la tarea y se sentó en el escritorio. Es fácil
imaginar el olor que había.
La Sra. intentó abrir el cajón,
ofendida reclamó la llave, pero naturalmente nosotros éramos inocentes de toda
culpa. Intervino Juan de Dios, uno de los porteros, quien forzó la cerradura y
se llevó toda la basura. La Sra. se retiró ofendida,
prometió un castigo, que nunca se cumplió. Como se ve, una travesura inocente.
Recuerdo también algo de nuestras
clases con la Sra. de Blanes, nuestra profesora de Manualidades. Nos enseñaba
encuadernación y todavía tengo algunos libros, entre ellos “El Santo de la
espada”, que están muy bien encuadernados. Trabajábamos en el Salón de Música,
que era un lugar amplio, con algunas mesas de caballete, algunas sillas y, por
supuesto, el piano (luego ese lugar fue compartimentado, se puso allí la
Secretaría, y no sé qué otras dependencias). En mi época el lugar era grande,
casi vacío y en pleno invierno muy frío (nosotros nunca tuvimos estufas en las
aulas). Nosotros esperábamos la campana para entrar al salón cargados con los
elementos de trabajo: bastidor de madera, el libro a encuadernar, la cola, el
ovillo de hilo, etc. Llegaba la Sra. de Blanes, quien nos hacía formar una fila
india y nos daba la orden de marchar a paso redoblado alrededor del patio
abierto y cantando la “Marcha del Estudiante”. Ella iba al frente. Después de
dar 3 ó 4 vueltas, consideraba que ya habíamos acumulado suficiente calor como
para soportar el frío del salón los 40 minutos de clase. Es fácil imaginar la
reacción de los que estaban en las aulas que daban al patio.
En lo relativo a las etapas de Práctica en el Departamento de
Aplicación, nuestra profesora de Pedagogía y Didáctica era la Sra. de
Molina [4], nuestra profesora de Práctica la Srta. Irene Sofía Rodríguez (a la que todos llamaban “la China Dominga”) [5]. En tercer año, en
la segunda mitad del curso, comenzaron las Observaciones. Divididos en grupos,
íbamos a las clases en la primaria, que observábamos y luego criticábamos. La
maestra daba la clase por lo tanto las críticas nunca eran muchas. En cuarto
año ya éramos practicantes. Divididos en grupos, íbamos a la clase que se nos
asignaba, la maestra nos indicaba tema y fecha, a veces tipo de material ilustrativo.
En realidad, las ilustraciones eran escasas y nos arreglábamos como podíamos,
preparábamos la clase con el mayor esmero, el material ilustrativo lo mejor
posible y en general todo salía bien. Las ilustraciones le quedaban a la
maestra. No era sacar buenas notas. Nosotros teníamos nervios, claro está, pero
siempre superábamos bien la situación. Creo que todos comprendíamos que el
exceso de teoría en educación no sirve de mucho.
Eso de que el niño es como un
trozo de arcilla que el maestro modela, es un cuento chino. La educación está
sometida a tantos factores internos y externos que solo la exitosa conjunción
de éstos puede asegurar un buen resultado, si no habrá que conformarse con los
mediocre que se obtienen hoy en día.
Esos años de la escuela primaria
y de la secundaria están entre los mejores de mi vida. No había boliches no
drogas ni computadoras para chatear, ni siquiera T.V. para enterarse de la
intimidad asqueante de medio mundo y por supuesto tampoco sexo, había sólo
ilusiones, el transcurrir de cada etapa de la vida normalmente gozando cada una
dentro de sus límites. Surgían también los primeros amores, candorosos,
ingenuos, quién no se enamoró de algún profesor o de algún compañero pero eran
sentimientos que raramente se manifestaban, bastaba la ilusión, y tal vez el
mayor atrevimiento fueran las cartitas (tan ingenuas que harían reír a
cualquier adolescente de hoy) que dejábamos en el banco de la clase para que la
leyera el alumnos del Nacional que lo ocuparía a la tarde. A veces nos contestaba
y se establecía una correspondencia que siempre quedaba en el anonimato.
Bastaba la ilusión.
Le agradezco que con sus preguntas me obligue a revivir esos momentos de mi infancia y de mi adolescencia que fueron tan felices para mí.
Cuando nosotros egresamos la
escuela cumplía 25 años. La vida nos llevó por caminos diferentes: nos casamos
o no, tuvimos hijos o no, perdimos seres queridos, empezamos a trabajar,
cumplimos nuestros sueños o no y no volvimos a vernos. Cuando la escuela
cumplió 50 años (25 años después de nuestra separación) los muchachos, que
ellos sí habían seguido reuniéndose, se propusieron volver a conectarnos y lo
consiguieron. Nos reunimos en el colegio ese año que cumplíamos 25 de
egresados. A partir de ahí seguimos viéndonos una vez por año, hasta hace
varios años atrás, cuando comenzaron los achaques y las “partidas”.
A su disposición, Alicia Clerbout
NOTAS
(1) César Carrizo fue
un escritor y poeta que nació en La Rioja en 1889 y falleció en Buenos Aires en
1950. Estudió en su ciudad natal y en Catamarca. Se radicó en Buenos Aires en
1910. Allí se desempeñó como profesor de Castellano y Literatura en el Colegio
Nacional Mariano Moreno, en la Escuela Normal Nº 4 y en la Escuela Normal de
Quilmes. Desarrolló una larga y fecunda labor, incursionando en casi todos los
campos de la literatura: poema, cuento, novela, ensayo, artículo, crónica
viajera, teatro.
(2) La caligrafía (del griego καλλιγραφία [kaligrafía]) es el arte de escribir con letra artística y correctamente formada, siguiendo diferentes estilos; pero también puede entenderse como el conjunto de rasgos que caracterizan la escritura de una persona o de un documento. (Enciclopedia Ilustrada Cumbre (1984), Tomo 3, Editorial Cumbre, S.A.). Una definición contemporánea de la práctica de la caligrafía es "el arte de escribir bello" (Mediavilla, 1996).
Algunos cuadernos de caligrafía al uso de la época en nuestro país
[3] María Manuela Job de Francis
(1897-1971). Maestra Normal, Doctora en Ciencias Naturales y
Farmacéutica, graduada en La Plata. Fue Jefa de Trabajos Prácticos en la
cátedra del profesor Lorenzo Parodi, en la Universidad de La Plata e
Inspectora Técnica de Escuelas para Ciencias Biológicas desde 1948 en el
ámbito nacional.
[4] Véanse nuestras entradas previas sobre Crescencia López Olivero de Molina, de fechas 11-6-09, 29-6-12 y 4-10-12.
[5] Irene Sofía Rodríguez Garay
ingresó a nuestra escuela en 1916 para desempeñar el puesto de
Sub-Regente, de reciente creación. Había estudiado en el Colegio
Secundario de Señoritas de La Plata y luego en la Facultad de Ciencias
de la Educación, donde se graduó a los 21 años de Profesora de enseñanza
secundaria, normal y especial en Pedagogía y Ciencias Afines.
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