Discurso del profesor Armando Bucich
de la Escuela Normal de Quilmes dirigido a docentes y alumnos el 1 de Mayo de
1950 con motivo de la “Fiesta del Trabajo”
“Cuando la Dirección de la Escuela Normal me honró encomendándome la misión de hablar a Uds. en esta fecha en que se recuerdan las virtudes del trabajo, pensé que si bien no disponía del tiempo necesario para componer un himno al trabajo, a lo que el tema invita insistentemente, bastaba que echáramos una mirada en torno nuestro para que el himno surgiera espontáneo y triunfante, en la contemplación de las mil maravillas que la mano hacendosa del hombre fecunda, crea y embellece.
Esta es la verdad, jóvenes amigos,
porque la vida toda del hombre digno, es un ininterrumpido canto al trabajo.
El hombre que se respeta y ama su
honor, su familia, su patria y su prójimo en el concierto de los pueblos, no
repara tanto en el trabajo en sí, como en el fin a que se propone llegar en
actitud de triunfador. Esta es la obra a la que daré forma, piensa en el
entusiasmo de la empresa imaginada; y desde ese instante su trabajo no es una
carga, ni una perturbación, ni una tortura, ni una imposición es el regocijo
de las manos en acción, es una fiesta del espíritu en luz. Las manos acarician
los objetos elegidos como materia para la labor iniciada, y al palpar ellas las
formas rusticas y bastas, goza el espíritu vislumbrando la transformación que
es capaz de realizar, y que ya realiza, en busca de la cosa útil y de la cosa
bella. En esa armonía maravillosa del espíritu y la mano, de la inteligencia y
la acción, que es el trabajo, las dudas se esclarecen, los titubeos cesan, las
dificultades se vencen, los utensilios danzan a voluntad del individuo que
crea, el esfuerzo se hace distracción y la preocupación se hace alegría;
cuando la obra surge, el hombre canta y se asemeja a la Divinidad.
Entonces el trabajo adquiere la
calidad excelsa que le atribuye el poeta:
“Redimes y ennobleces,
fecundas, regeneras,
enriqueces,
alegras, perfeccionas,
multiplicas,
el cuerpo fortaleces
y el alma en tus crisoles
purificas."
Así contemplamos con asombro los
resultados singulares y múltiples de la contienda incruenta de la voluntad del
hombre con las fuerzas de la naturaleza.
La tierra que se abre en surcos
generosos, donde germina la semilla que culminará en el fruto, nos habla de los
sudores y los jadeos del labrador que manejó el arado, combatió la cizaña y
canalizó el riego, soportando soles ardientes, vientos helados y ataques
traicioneros de insectos voraces.
El agua de las cumbres que
administrada en embalses fecunda campos o vivifica poblaciones; los territorios
unidos, a través de ríos torrentosos, por atrevidos puentes; la montaña adusta
y pétrea, que nos muestra de pronto el agujero del túnel por donde los pueblos
hacen florecer el comercio y la cultura, todo nos habla de la grandeza del
trabajo, por aquellos que proyectaron con su inteligencia ágil, y por aquellos
que ejecutaron con sus manos curtidas y hábiles.
El libro que embellece muchas horas de
nuestra vida, nos habla también de las penurias del tipógrafo inclinado sobre
su máquina, y del grabador aspirando emanaciones de las cubetas donde preparo
el diseño que encanta nuestra vista.
El riel, el rascacielo, el setal o el
combustible extraídos de los filones o yacimientos, la estatua burilada en el
bloque de mármol, el aula donde se iluminan las mentes juveniles, el avión que
cruza las nubes, las tuberías que pasan por debajo de nuestros pies, todos son
acentos del himno que nos habla del trabajo; y repetimos con el poeta:
“Labra, funde, modela,
torna rico el erial,
pinta, cincela,
incrusta, sierra, pule y
abrillanta,
edifica, nivela,
inventa, piensa, escribe,
rima y canta.”
Esto, mis jóvenes amigos, es la poesía
del trabajo. Pero hay también una prosa del trabajo.
Esta prosa surge de las relaciones del
trabajador manual, del obrero, con la sociedad a que pertenece y para la cual
produce. Esta prosa se torna amarga y dolorosa cuando la sociedad, por una desviación
de la sensibilidad, que se ha producido en el mundo muchas veces, - y cuyos
orígenes y proceso no es grato analizar ahora -, olvida durante décadas los
esfuerzos, los sudores, los sacrificios, que originan en los hombres de trabajo
los numerosos y variados productos que le proporcionan comodidad, atractivo,
gusto y felicidad.
Cuando el agrado, el placer y la
tranquilidad de unos, se apoya en el forcejeo, el padecimiento y la angustia de
otros, una grave cuestión social se incuba en los pueblos o naciones. Entonces
la poesía del trabajo se esfuma y se aleja.
Cuando la incomprensión, el olvido y el
menosprecio de los trabajos manuales se acentúa en los que lo disfrutan sin
valorizarlo, aquellos que producen sin disfrutar y trabajan sin compensación se
entristecen en su labor, se escudan en la conformidad, pero no olvidan, y el
resentimiento muerde sus almas privadas de la esperanza que da un sentido a la
vida. Entonces la prosa del trabajo se embadurna y se ensombrece, y una brecha
de confusión separa a los hombres que han olvidado que son hermanos.
Nuestros próceres de la primera mitad
ejemplar del pasado siglo previeron sabiamente las posibilidades de este
desequilibrio y amargo drama de la convivencia social. Leamos con devoción los
artículos de Moreno, los informes de Belgrano, entre otros, para conocer hasta
qué punto se esforzaron ellos para afianzar la bienandanza del pueblo cuya
libertad estaban conquistando, cimentada en la armonía y la comprensión mutuas
de las clases sociales del pueblo que nacía, a fin de asegurar la felicidad de
todos por la justicia y moderación de los pudientes, y el merecido bienestar e
instrucción de los trabajadores y campesinos.
Fue en las últimas décadas de ese
mismo siglo y en las primeras de éste, cuando una desconsiderada infiltración y
comando de fuerzas extranjerizantes, que subestimó y arrinconó al hombre de la
tierra, desvió el pensamiento sagrado de nuestros padres de la primera hora, y
sumió al país en confusión y zozobra angustiosas.
Del contraste de aquellos ideales
humanitarios, y de estas perturbaciones deshumanizadas, surgió la revolución
que tuvo por jornada máxima el 17 de octubre de 1945, y que las generaciones de
hoy vivimos, sustentamos e impulsamos. Estos son párrafos de historia argentina
contemporánea.
Ahora no importan las asperezas y
contrastes del momento, las oscilaciones de los precios, los contratiempos en
los vehículos, las apreturas y estridencias del tránsito.
Sólo importa la dignificación del
trabajo para cimentar la grandeza de la patria, para asegurar la felicidad de
las generaciones venideras, y para afianzar la sagrada e intocable soberanía de
la Nación.
Los argentinos de hoy, en este centro
del siglo veinte, hemos querido conseguir que la prosa del trabajo no se
mantuviera alejada de la poesía, y que la poesía del trabajo se enraizara con
la prosa para humanizarla y embellecerla. La hemos conseguido. El artículo 37°
de la Constitución Justicialista sancionada el 11 de marzo de 1949, contiene un
poema en diez párrafos, que transcribe el “Decálogo
de los Derechos del Trabajador”.
Ustedes y nosotros, como iniciados y
vigorizados en la vida intelectual, sabremos dar la categoría que corresponde,
ante las peripecias de hombres y de pueblos, a este precepto trascendental no
confundir la mente por lo accidental y transitorio, frente a lo fundamental y
perdurable. O, como decía San Martín en su palabra llana y recia: “Como la esencia de las cosas llenen el
objeto, lo demás es sin importancia.”
Así alcanzamos mejor el sentido de los
versos con que un Ministro de Educación, que se sintió poeta ante las
excelencias del trabajo bien organizado, cinceló pensamientos que conviene meditar.
“Hoy
es la fiesta del Trabajo. Unidos por el amar de Dios, al pie de la Bandera
sacrosanta, juremos defenderla con amor”.
El Prof. Armando Bucich fue intendente electo en Quilmes desde el 1 de mayo al 6 de octubre de 1955, destituido por le golpe de estado cívico-militar-eclesiástico del 16 de setiembre de ese último año en la 'revolución fusiladora'
Prof. Armando 0. Bucich
Ex Intendente de Quilmes durante el período
Tipeado y compilación Chalo Agnelli
FUENTE
Archivo Histórico de la Escuela Normal de Quilmes “Silvia
Manuela Gorleri”
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