En términos generales, pienso
que el escritor pertenece a su idioma. La lengua en la que escribe es no sólo
su herramienta fundamental, el medio irreemplazable de su expresión creadora,
sino también un elemento esencial de su cultura, un factor que ha ido modelando
lenta pero inexorablemente formas de expresión hábitos mentales, tendencias emotivas e inclusive
usos y costumbres.[2] No creo, en consecuencia,
que el idioma sea para el escritor tan sólo un medio. Es eso y mucho más. No
está determinando meramente la forma, como muchos creen, sino también, en no
poca medida, el fondo de su expresión, si es que fuera posible separar lo que
en rigor son dos aspectos de un mismo hecho, uno en función del otro.
Convencido de la importancia fundamental del idioma en todas las facetas de una
obra literaria, sostengo con Ortega y Gasset que por regla general la
traducción no pasa de ser una utopía, un intento siempre digno de encomio mas
nunca coronado plenamente por el éxito.
EL CASO DE GUILLERMO ENRIQUE HUDSON
La relación entre el escritor y su idioma me ha hecho
reflexionar en no pocas oportunidades sobre Guillermo Enrique Hudson, el autor
nacido en nuestra pampa que escribió en inglés todos sus libros, a los que, por
tanto, la gran mayoría de los argentinos que los han leído lo han hecho a
través de alguna traducción. Me apresuro a dejar aclarado que no vacilo en
sostener que la entera obra de Hudson pertenece a la literatura inglesa, por la
razón fundamental de haber sido expresada en esa lengua. Pero confieso que ese
juicio, que entiendo es en sí mismo irrebatible, nunca me dejó enteramente
satisfecho, totalmente convencido. Una y otra vez me he preguntado si no es
incompleto, si no expresa sólo una parte de la realidad. Siempre que he
analizado el problema, he concluido formulándome obsesivamente el mismo
interrogante: ¿basta el hecho de que la obra de Hudson haya sido escrita en
inglés para negarle un lugar en la literatura argentina, sin tomar en consideración
un cúmulo de factores esenciales? Porque se da el caso singular de que ella
contiene, entre otras cosas, algunas de las páginas más auténticas, más
profundas y más representativas que se hayan escrito nunca sobre nuestra
pampa. Creo que puedo afirmar sin pecar de exagerado, que en el futuro jamás
han de producirse libros sobre la vida gaucha, de similar autenticidad. Podrá
surgir en lo porvenir, y quiera Dios que así sea, un creador literario
aureolado por el genio que le transmita al lector una visión certera y vigorosa
de cuanto hay de esencial en el país argentino, de profundo, de difícil de
aprehender y definir y por ello mismo, casi imposible de expresar. Pero no cabe
suponer que pueda haber nadie capaz de reflejar tan vívidamente lo que fue una
larga y entrañable experiencia de Hudson con el gaucho y su hábitat, en
contacto con una realidad desvanecida para siempre y que por tanto ya nadie
podrá vivir como él.
Abundan en la bibliografía hudsoniana
estudios en los que campea un tono admirativo y aun de asombro ante el hecho de
que en su obra Hudson recordara frecuentemente su tierra natal. Confieso que
en general no lo comparto. Lo verdaderamente sorprendente sería lo contrario:
¿cómo podrían haberse borrado de su espíritu las vivencias de una existencia
pampeana libre como el pájaro, que se alargó hasta los treinta y tres años de
edad? Pero lo que sí creo que es extraordinario y absolutamente excepcional es
la fuerza tremenda del impacto psicológico que la pampa produjo en su espíritu,
al extremo de que aun en los libros en los que aborda temas típicamente
ingleses, la recuerda obsesivamente, y es capaz de relatar acontecimientos y
experiencias con numerosos detalles de exactitud sorprendente setenta
años después de haber acontecido. Lo que es asombroso es que la vida de Hudson
haya quedado prácticamente detenida en nuestra pampa por cuarenta y ocho años,
en los que vivió separado de ella por miles de kilómetros y en contacto
con ambientes absolutamente diferentes. Lo que linda con lo increíble es
que un hombre que estaba viviendo voluntariamente en Inglaterra, donde ya había
publicado trabajos literarios y científicos, haya llegado a sugerir, como lo
hizo Hudson, que en la isla no podía pensar tan bien como lo hacía aquí y que
su capacidad intelectiva se encontraba allá disminuida. En efecto, así lo da a
entender claramente en el pasaje de “El naturalista en el Plata” donde nos dice
que en lo que a él respecta, su cerebro se veía estimulado y su actividad
intelectual se encontraba mucho más facilitada cuando cabalgaba, que en
cualquier otra circunstancia, para finalizar así: “Es incomprensible
que alguien pueda pensar mejor estando acostado, sentado o caminando que andando
al galope del caballo”. Como él mismo lo ha explicado, es sabido
que en Inglaterra Hudson no podía cabalgar, cosa que aquí hacía
poco menos que permanentemente.
TRADUCTOR CASI CONFESO
Pienso que lo que la pampa significó
en la vida y en la obra de Hudson nos está mostrando que
estamos frente a un caso excepcional al cual no es posible aplicarle sin
más la regla general de que el escritor pertenece a su idioma. Pero hay otro
aspecto que por su singular importancia, a mi juicio debe ser cuidadosamente
considerado. Y es el hecho de que cuando Hudson se refiere a algo
relacionado con la pampa, estoy convencido de que primero sintió y pensó en
castellano lo que a continuación escribió en inglés, al extremo de que me
atrevo a sostener que en esos casos es él mismo el que, en cierto sentido,
escribe como traductor. Cada vez que recuerda un hecho de esta tierra, una
anécdota o sucedido, un incidente entre los gauchos, y toda su obra está
permanentemente salpicada de ellos, ha de haberlos pensado primero,
invariablemente, en lo que el protagonista de “La tierra purpúrea”,
Richard Lamb - que en muchos aspectos es el propio Hudson - llama
“la primorosamente expresiva fraseología gauchesca”. El traductor que vierte al
castellano esos libros, se encuentra en una situación especialísima ante capítulos
enteros de los mismos, y debe saber que en realidad está revirtiendo esas
líneas a su idioma originario, en el que en verdad fueron concebidas.
El mismo escritor expone casi expresamente
su condición de traductor en el Apéndice de “El Ombú”, donde escribe: “Los
incidentes relativos a la invasión inglesa de junio y julio de 1807 los he
narrado tal cual los recibí de los labios del viejo gaucho, al que en el cuento
he llamado Nicandro”. Y concluye: “Las notas que tomé, sin fecharlas, durante
mis pláticas con el viejo, de las numerosas anécdotas de don Santos Ugarte, y
de toda la historia
de ‘El Ombú’, fueron escritas, me parece, por el año 1868, el año de la gran
polvareda”.
También en este aspecto de traductor, el caso de
Hudson es muy singular: no es la situación común del que traduce una obra
escrita y por tanto con un texto fijo, sino la del que recoge una tradición
oral y la recrea por escrito en otro idioma. Pero ello no quita que en el
procedimiento se produzca una verdadera traducción. Y esta característica de
traductor la mantiene Hudson a través de toda su obra siempre que se refiere a
algo vinculado con su tierra natal, hasta su libro póstumo. Sólo que no en
todos los casos puede traducir adecuadamente, y entonces no vacila en confesar
abiertamente esa limitación. Así procede, por ejemplo, en “Una cierva en el parque
de Richmond”, donde después de hablar de una fábula de Iriarte nos dice: “me
recuerda a otra mejor, una de esas deliciosas y divertidas leyendas populares
que sobre los animales solía oír a los gauchos de la pampa”. Sintetiza el
asunto omitiendo pormenores que se adivinan sabrosos y después afirma: “El
lector debe creer bajo mi palabra que este cuento es excelente”, mas reconoce
que sus detalles pueden resultar chocantes en idioma inglés. Suprime todo
ello, “pues no escribo en castellano, idioma en el que parecería perfectamente
natural e inocente”, concluye.
Está claro que Hudson no es solamente un traductor fiel. Por encima de
eso, es un creador auténtico al que no voy a pretender descubrir ahora. Me he
permitido poner énfasis en el hecho de que también es un traductor, porque él
constituye un aspecto de su personalidad en el que no se ha reparado y resulta
muy importante para los fines de este trabajo. En efecto, pienso que la
cuestión cambia radicalmente de color si la enfocamos a la luz de ese hecho
insoslayable. Si es verdad que el escritor pertenece a su idioma, y creo que lo
es, ¿a qué idioma pertenece Hudson? ¿Al inglés, en el que escribió sus libros,
o al castellano, en el que sintió y pensó los pasajes más entrañables de los
mismos? Parece absurdo tener que decidirse por uno con exclusión del otro, lo
que además de arbitrario sería prácticamente imposible, a mi juicio. Pienso
que es evidente que Hudson pertenece a ambos idiomas, y en consecuencia su
obra merece sobradamente ocupar un lugar egregio no sólo en la literatura
inglesa, sino también en la argentina.
LA
VERDADERA CUESTIÓN CON RESPECTO A HUDSON
A pesar de todo cuanto se ha escrito y dicho sobre la
“argentinidad” de Hudson y su obra, aún no se ha superado el equívoco
altamente pernicioso que consiste en marginarlo de lo que se considera
literatura argentina en sentido estricto, al extremo de que prácticamente no
se lo estudia en los cursos de esa asignatura en los distintos niveles de
nuestra enseñanza, ni se lo ha incluido en numerosas colecciones oficiales y
privadas en las que ha figurado todo autor nacional de alguna significación.
Y todo ello por haber escrito en inglés. Algunos
distinguidos críticos y eruditos que han realizado importantes contribuciones
para el mejor conocimiento de la obra hudsoniana, cuando han dedicado sus
esfuerzos al estudio de la literatura argentina en su conjunto no han juzgado
correcto o conveniente incluir la obra de Hudson. Se da esta curiosa dualidad:
cando se escribe casi invariablemente se omite la obra hudsoniana; cuando se
trata de estudios sobre Hudson, generalmente se lo considera argentino y se
concluye en que su obra merece un lugar destacado en nuestra literatura .Pienso
que creer que Hudson nos
pertenece,
sólo por haber sido un entrañable hijo de la pampa y haber sentido y pensado
gran parte de su obra en nuestra lengua, es simplificar demasiado el problema y
desubicarse irremisiblemente con respecto al mismo. Deberíamos comprender que
también en materia cultural o mejor dicha mucho más aún en
ella,
nada nos será dado graciosa y gratuitamente. Habría que persuadirse de que
especialmente en estos dominios nada deja de tener un precio, el que a menudo
es mucho más importante que todo lo materialmente mensurable. Y en el caso de
Hudson, el coste sólo podrá ser solventado tras largas vigilias del espíritu,
después de haber superado el equívoco que lo mantiene marginado de lo que
consideramos literatura argentina en sentido estricto. No, no basta todo lo que
el escritor pampeano sintió y pensó para que nosotros podamos decir ufanamente
que nos pertenece. Y tan pronto como comprendamos cabalmente esto, a mi juicio
hemos de percibir claramente que lo que realmente importa es poder llegar a
contestar afirmativamente este grave interrogante: ¿lo merecemos a Hudson?
JUAN CARLOS
LOMBÁN
Compilación y tipeado
Chalo Agnelli,
hudsoniano
director del Blog EL QUILMERO – 24/8/2019
“A los
cincuenta años de esta nota en el 5° aniversario del fallecimiento de su autor,
el profesor don Juan Carlos Lombán.
FUENTE
“La Prensa” domingo 28 de diciembre
de 1969, nota espacial para este diario.
NOTA
[1] Ver biografía en el Blog EL QUILMERO del viernes, 6 de febrero de 2015 “Juan Carlos Lombán - Docente, historiador y hudsoniano”
[2]
Ver los trabajos “Los Veinticinco Ombúes”, “Nuestra
pampa reflejada en idioma inglés”, “La patria de Guillermo Enrique Hudson” y “Hudson
o la imposibilidad del retorno”, en las ediciones dominicales de “La Prensa”
del 23 de marzo, el 11 de mayo, el 13 de julio y el 14 de diciembre del
corriente año, respectivamente. Allí he aclarado las ediciones de los
libros de Hudson que he utilizado.
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