domingo, 23 de febrero de 2014

"SILABARIO ARGENTINO" LIBRO DE LECTURAS ESCRITO POR EL DR WILDE

Próximo el mes aniverario del Bicentenario del nacimiento del Dr. José Antonio Wilde, transcribimos esta página, donde él mismo explica las características del "Silabario Argentino", libro para escuela primaria que publicó por primera vez en 1845, y tuvo luego hasta ocho nuevas publicaciones. Este documento fue hallado en el Archivo de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene" durante las investigaciones emprendidas para realizar la biografía de este prohombre (se respetó la ortografía y la sintaxis de la época)
EXPEDIENTE
Mediante el expediente Nº 1016 del 6 de diciembre de 1874. (Nº de archivo 13185. Legajo Nº 175. Folio 206) José Antonio Wilde se dirige al gobierno para que “... suscriba al Silabario con un número determinado de ejemplares de cada libro de la serie que sucesivamente vayan apareciendo y en todas las condiciones que si hiciese necesario.” Bajo el título se agregó: “Informe del Departamento de Escuela. Firma E. Del Campo. Octubre 1º de 1873. Pásese al Consejo de Instrucción pública a quien según las disposiciones compete dictaminar sobre esta materia. (Hay una firma) Zinny. [1] Setiembre de 1873.” 
El expediente es un cuadernillo escrito por el Dr Wilde con precisa letra inglesa, redonda y armónica. El título es, Auxilios para la publicación de una serie de libros de lectura por José Antonio Wilde. Y comienza el texto:

Excelentísimo Señor; el ‘Silabario Argentino’ apareció por primera vez en 1845. Me persuado que su método venía a llenar una necesidad sentida en la República si he de juzgar por las felicitaciones calurosas que recibí de muchas personas de alto criterio y respetabilidad del País. Siempre creí que un sistema gradual de lectura instructivo y variado, eminentemente moral y lleno de datos que se relacionen con la historia y la geografía propias era el que mejor podría interesar a la juventud, a la vez que preparar su corazón y su inteligencia para adquirir más tarde mayor suma de conocimiento y positivo criterio para su conducta ulterior. Bajo esta inspiración repetí las ediciones aumentándolas sucesivamente alentado por el uso que con espontaneidad se hacía de este libro en la mayor parte de  los establecimientos de educación de esta provincia y en varias del interior. Había ya publicado la quinta edición cuando el Departamento de educación me favoreció mandando adoptar como texto en las escuelas a su cargo la ‘Introducción al Silabario’ y el ‘Silabario’ mismo. Se divulgó tanto la buena opinión de ambos libros que incluyendo la octava edición ha
llegado el número de ejemplares expedidos a 35.000 del ‘Silabario’ y 50.000 de la ‘Introducción’; aprovechar la curiosidad que desde muy temprano se despierta en niño dando a este sentimiento instintivo todo el desarrollo de que es susceptible sin olvidar la movilidad con que se desenvuelve la inteligencia infantil queriendo darse cuenta a todo lo que toca a los sentidos, es en mi concepto el  pensamiento que debe dominar en todo libro dedicado a las primeras lecturas, me persuadí que no basta enseñar a leer: esto es, la modulación de los sonidos, su combinación, el ligado de las palabras, la entonación, puntuación y hacer esto importaría a enseñar únicamente el mecanismo del lenguaje, tratando al niño como un autómata cuyos órganos vocales fuesen desenvolviéndose con cierto arte. Este ha sido, sin duda, el defecto de la pedagogía en época anterior. El niño, ser inteligente y afectivo, debe en el
momento mismo que es apto para articular palabras y reunirlas, encontrar en ellas pensamientos que satisfagan al aguijón de su curiosidad, le explique lo que ven, relacionen con el mundo  visible, el mundo moral, el mundo de las ideas, la universalidad de los objetos que aún si no los ve de presente sepan que existen y se convenzan de su realidad, por la analogía, por la inducción y por el raciocinio.
Debe, en una palabra, dársele a conocer con circunspección y por grados los elementos de todas las ciencias, partiendo de lo que conoce y buscando en las ideas que va adquiriendo la razón y el fundamento de lo que se pretende que alcance.

 Por eso son interesantes las lecciones sobre objetos; más interesantes, a medida que se multiplica y extiende su conocimiento a los que no abarca de presente y más interesante
aún, si se les indica el uso, la utilidad y las relaciones físicas y morales entre estos objetos, el Hombre, el Universo y Dios. Tan extensa como puede ser esta enseñanza no es de extrañar que produzca el buen resultado de mantener siempre vivo el deseo de saber y que, a la vez, apoderándose de la exuberancia y crecimiento de las fuerzas de la inteligencia prepare al simple educando en primeras letras, con aptitudes bastantes y condiciones a radicar en los estudios serios el hábito de inquirir, tan indispensable y provechoso.
Sé bien que esta manera de juzgar no es nueva, sin embargo, me consideraría feliz si hubiese acertado a exponer con claridad y con oportunidad de los abundantes materiales que encierran mis dos pequeños libros: la ‘Introducción’ y el ‘Silabario Argentino’, pero en estos libros, sólo ha podido tratarse someramente la inmensa cantidad de materias instructivas que contienen y hoy me propongo formar una serie tomando por base mi ‘Silabario’ en que podré tratarlas con la conveniente detención agregando aquellos libros necesarios para complementar la instrucción elemental.
Esta idea ha nacido de la convicción que me sugiere la
experiencia. Ha concurrido a darle mayor fuerza la opinión de personas prácticas y competentes; y ha venido a robustecerla la  reciente traducción que ha publicado de la infatigable y muy ilustrada Señora Manso del curso graduado de instrucción de la Escuela Pública de Chicago para servir de modelo a las de las República Argentina. Está dividido este sistema en diez grados. De los nueve grados [2] de los que se hace uso de libros, encuentro entre los reputados capaces de llenar las necesidades en ocho al ‘Silabario Argentino’. Esto me demuestra que mi libro ha estado sirviendo hasta aquí las exigencias de ocho distintas graduaciones en la enseñanza, pero que imperiosamente pide la reforma que me propongo.

Estoy resulto a aumentar el catálogo de conocimientos, con especialidad en lo que se refiere a: la historia, botánica, mineralogía y producciones de la República.

Las lecciones de historia natural que ya contiene el ‘Silabario’, abren camino para breves tratados de zoología, botánica y mineralogía. 
En 1868 di a leer el ‘Compendio para Higiene Pública y Privada’, que ha sido aprobado por VE para el uso de las escuelas rentadas como texto de lectura y enseñanza y que he tenido la satisfacción de ver encomiado no sólo unánimemente por la prensa de nuestra provincia, sino también por la de varias otras
de la República, pero este trabajo se publicó después que habíamos sufrido los crueles estragos del cólera, o más bien como instructivo para el porvenir que como parte integrante de una serie, pues que lógicamente debió, para este fin, ser antecedido por un breve tratado de Anatomía y otro de Fisiología; tratado que me propongo formar parte de la serie dando en ella a la Higiene el lugar que le corresponde.
V.E. va a permitirme hacer una última indicación respecto a la combinación de este plan que no habré acertado a desenvolver en los estrechos límites de una solicitud, de que ya acaso habré abusado, pidiendo disculpas por esta trasgresión, debido a la importancia de la materia a que se refiere. La geografía de la República basada sobre lo que contiene la última edición del ‘Silabario’ será  extensamente aumentada con datos recientes de las mejores fuentes, pudiendo dar conocimiento exacto respecto a las minas que existen en varias provincias valiéndonos del importantísimo informe publicado por disposición del Gobierno Nacional. Este utilísimo trabajo en la forma en que se ha publicado no puede ser conocido sino por un número muy limitado de personas.
Nos proponemos generalizarlo poniéndolo al alcance de todos y especialmente de la generación que se levanta. He oído repetir con frecuencia que carecemos de un buen texto de lectura: los hay, pero la dificultad a mi ver está en que pueda adoptarse el limitado número de los que existen a los distintos grados de enseñanza. Mi serie remedia también esta necesidad porque cada libro contiene una sección de lectura a la altura de los conocimientos contenidos en la primera parte o análoga  a las materias estudiados en ella.

 Así por ejemplo: el que trate de la geografía estará dispuesto en preguntas y respuestas y la sección de lectura versará sobre acontecimientos relativos a la República Argentina o aún de la América del Sud y la descripción de los metales, sus cualidades y aplicaciones y como se encuentran en la edición actual del ‘Silabario’.
Al explorar con alguna detención el plan de mi pequeña obra y las razones que me han decidido a desenvolverlo en la manera que expongo, tengo por objeto dar a conocer el pensamiento íntimo de mi propósito para que pueda mejor apreciarse si es útil y apropiado a la juventud el trabajo.

Diré también sin rodeo que busco la protección oficial del Gobierno para la reimpresión en la nueva forma indicada y como a pesar de mi decidido empeño por el adelanto de la juventud, mis escasos medios de fortuna no me permitirían dedicar la muchas horas que demanda la reedición, corrección, aumento y en la impresión que medito, sino tuviese la certidumbre de ver segundados (sic) mis esfuerzos no se extrañará que exija protección pidiendo al Superior Gobierno se suscriba a un número determinado de ejemplares de cada libro de la serie que sucesivamente vayan apareciendo y en toda las ediciones que se hiciesen  necesarias. 
La solidez en la encuadernación de libros para niños es de lata importancia hasta hoy la gran mayoría de impresos en el país, sólo tienen una tapa de papel que no garantiza su duración y a pesar de ser muy cara aquí la encuadernación de cada libro de la serie tendrá una tapa de cartón. El precio fluctuará entre 3 y 15 pesos el volumen siendo las tres primeras las de menor precio y la serie constará de diez libros, cuya publicación sólo podrá hacerse gradualmente, excepto los primeros cuatro o cinco que se sucederían con mayor rapidez.

Es imposible fijar a priori el precio de cada libro por no poder determinar la extensión que sea inevitable darles, pero puedo asegurar que asignaré el precio más módico posible para prueba de mi aserto y como demostración de mis deseos recordaré que hasta la quinta edición, época en que fue adoptado el ‘Silabario’ por el Departamento General de Escuelas se vendía a 15 pesos y que a la mera indicación del Departamento de que ‘parece caro’ reduje el precio a 10 pesos que es el que tiene actualmente; precio tan exiguo que la utilidad no compensa el trabajo.

La Señora Manso en la traducción citada dice: ‘Ninguno de los manuales de instrucción pública vertidos o escritos en castellano ha llenado hasta el presente las necesidades de la enseñanza. Ninguna idea fija del orden estimado que debe guardarse en el eslabonamiento de los conocimientos elementales ha sido puesta hasta el presente en detallados relieves que demuestren matemáticamente la necesidad de graduar la enseñanza ajustándola al desarrollo progresivo de las tiernas facultades del niño.’
Tal ha sido también nuestro modo de pensar y este vacío justamente notado por la Señora Manso es, E. S., el que nos proponemos llenar, sino no nos es dado realizar el pensamiento de un modo luminoso lo iniciaremos siquiera sobre una base sólida para que otros más aptos den cima a tan ardua tarea, hoy que los esfuerzos mancomunados de todos parecen converger a un solo punto la educación del pueblo. (Firma) José Antonio Wilde. (Figura el número 591) “Setiembre 20 de agosto de 1873.” Se agregó al pié: “Informar al Departamento de Escuelas”. Un sello dice: “Registro General de Salidas 22 de setiembre de 1873. Un texto a continuación agrega: “Octubre 1º de 1873. Pase al Consejo de Instrucción Pública a quien según las  disposiciones vigentes compete dictaminar sobre esta materia”. (Una firma) Sigue otra inscripción, “Octubre 9 de 1873. El Consejo de Instrucción Pública en sesión de la fecha resuelve pasar la solicitud presentada al estudio de una comisión compuesta por los Señores Malaver [3] y Zinny (Antonio)” (Firma) Enrique S. Quintana, secretario (valor del expediente 5 pesos) 
En el periódico El Progreso del domingo 4 de setiembre de 1873 empezó a salir un aviso promocionando sus libros: La Introducción al Silabario a $ 2 el ejemplar, y los Libros 2º y 3º a $ 6 cada uno. Se vendía en todas las librerías de la Ciudad, especialmente en la Americana ubicada en Florida 74 y en Quilmes en el comercio del Sr. Ithuralde. En el mismo aviso anuncia su “Hijiene pública y privada” (al alcance de todos) a $ 12.
Sin embargo, el Dr. Wilde no obtuvo ganancia alguna con su libro escolar, por el contrario desembolsó de su bolsillo para concretar las sucesivas ediciones que eran distribuidas en gran parte por él mismo en las escuelas de la Campaña, tanto bonaerenses como cordobesas cuando en 1882 viajó a esa provincia. Escuela que se abría, Wilde la proveía del material didáctico necesario y su Silabario era imprescindible; quizá el excesivo manoseo es la causa que, hasta ahora, se haya hallado un único ejemplar. 


En 1875 sale una reimpresión de la 8ª edición de Silabario Argentino. Los sábados, durante los meses de febrero y marzo, por la tarde, el Dr. Wilde solía reunir a las maestras y maestros del pueblo y la campaña - a algunos, incluso, los mandaba a buscar con su cabriolé - con el fin de capacitarlos en el uso de su libro de lectura. Concurrieron en distintos períodos, entre otros: Eusebio Rodríguez, Emiliano Reina (maestro en Quilmes desde 1864), Petronila y Demetria Rivero (esta última ejerció hasta edad muy avanzada), Clara y Manuela Echeverría (hijas de Petronila), Manuel Blanco, Dionisia y Andrea Benítez, Carmen [4] y Rita Faggiano (esta última se casaría con el intendente José Andrés López) Atanasio Lanz, y otros. [5] Estas jornadas se realizaron hasta poco antes de la muerte de Victoria.
El 22 de marzo de 1880 solicita al Consejo General de Educación una beca en calidad de interna para su hija Victoria Adelaida para que sea admitida en la Escuela Normal de Maestras de la ciudad de Buenos Aires. El 24 de marzo la directora Ema de Caprile informa al presidente del Consejo Domingo Faustino Sarmiento, que se examinó a la postulante y podrá ser admitida en dicha escuela en calidad de externa en los grados elementales. Victoria Adelaida tenía 11 años de modo que viviendo en Quilmes se dificultaba el traslado cotidiano a dicho establecimiento por lo que no prosperó el propósito paterno del magisterio para ella. 
Pero Wilde sintió la necesidad de acompañar su labor alfabetizadora con la salubridad pública y realizó Las Nociones de Hijiene (sic) que se distribuyó en todas las escuelas de la provincia para movilizar las conciencias no sólo de los alumnos, sino también de los maestros y los padres, sobre el valor de la prevención. 
En 1881, producida la federalización de la ciudad de Buenos Aires, Domingo F. Sarmiento, presidente de la Comisión Nacional de Educación lo designa Vocal Inspector del mismo. Así lo anuncia El Quilmero, del domigo 6 de febrero de 1881, bajo el título “EL DR. WILDE: Este apreciado vecino de Quilmes ha sido nombrado vocal inspector del Consejo Nacional de Educación con el sueldo de 6250 pesos m/n que le asigna el presupuesto. Bien lo merece su inteligencia y mérito.” 
En julio de 1882, como tal es enviado a supervisar el estado de la educación en la Provincia de Córdoba. Era presidente de la Comisión el Dr. Benjamín Zorrilla (poseía la quinta Las Rosas en Quilmas, entre las calles Conesa, Mitre, Alvear y Alberdi), secretario Víctor M. Molina, vocales: Federico de La Barra, Julio Fonrouge (poseía campos en la actual Florencio Varela), Manuel Goyena y Marcos Sastre y vocales inspectores además de Wilde, Carlos Guido Spano, José Hernández y Emilio Lamarca.
El informe fue publicado por El Monitor de la Educación Común, correspondiente al Año 1, no. 11 (1882), p. 319-350. [6]
Junto a la reseña de Wilde hay sendos informes de los educadores Javier Lazcano y Colodrero y de Cristian Breuil.
En esa ocasión el Dr. Wilde se entrevistó con el gobernador de la provincia en ese momento, Miguel Juárez Celman. La exposición detalla exhaustivamente la situación de: bibliotecas, escuelas, especialmente las de Colonia Caroya, nómina de escuelas subvencionadas de la Capital de Córdoba; hay un cuadro demostrativo del movimiento que ha tenido la instrucción primaria en el Departamento de la Capital desde el año 1872 hasta 1882, otro cuadro del movimiento que tenía la instrucción primaria en toda la provincia de Córdoba desde el año 1872 hasta 1882; un cuadro sinóptico de las escuelas visitadas en la misma ciudad de Córdoba y el estado de los edificios en que funcionaban las instituciones educativas visitadas. La criteriosidad y los conocimientos en materia educativa que tenía el Dr. Wilde se pueden conocer ampliamente a través de este informe.
Concluye el mismo sugiriendo que las provincias necesitaban una ley especial de educación que las rija e informa que el gobernador Miguel Juárez Celman iba a presentar a la Legislatura un Proyecto de Ley que solucionaría las dificultades en la materia. 
En 1885 después de su muerte sale la novena edición del Silabario Argentino.
NÓMINA DE SUSCRIPTORES QUE COLABORARON PARA PUBLICAR EL SILABARIO


Prof. Chalo Agnelli
de su libro "Dr, José Antonio Wilde, médico, periodista y educador quilmeño. 
Ed. Jarmat,Quilmes, 2008
NOTAS

[1] Antonio Zinny (n. Gibraltar 9/10/1821// + Bs..As. 17/9/1890) Fue el primer director del Colegio Argentino refundido con la Escuela Normal de Maestros por decreto del 10 de junio de 1863. Se inauguró el 1º de julio de ese año en el Convento de Santo Domingo. Realizó un trabajo de  historiografía del periodismo argentino desde la época hispana hasta 1851, reunido en Efemeridografía Argirometropolitana, publicado en 1868. Luego historió el periodismo de las provincias en Efemeridografía Argiroparquiótica o sea de las Provincias Argentinas  y otro trabajo similar sobre la prensa de la Banda Oriental. 
[2] Ya en esos años se consideraba la necesidad de la educación obligatoria desde los 6 a los 15 años, de 1º a 9º años, según el modelo que impuso acertadamente la Ley Federal, pero que implementado negativamente, generó un fracaso costosa y de difícil recuperación. 
[3] Malaver, Antonio. (9/4/1835 – Bs. As. – 1º/2/1897) Jurisconsulto. Realizó trabajos sobre organización y régimen de la instrucción pública. Catedrático en la facultad de derecho. Fue diputado en la legislatura de Buenos Aires en el período 1865-1869 y ministro del gobernado Castro. 
[4] Carmen Faggiano de Báfico llegaría a ser una eminente educadora en Rosario, Santa Fe, hasta 1937. 
[5] Ver Bibliografía Antiguos maestros de Quilmas  y Maestros y Escuelas de Quilmas  Y de la memoria oral de la maestra Juana Cabrera a su hija del corazón Filomena de Baunelle. 
[6] Monitor de la Educación Común Año I, Nª 11 Págs. 321 a 326, 1882. Biblioteca Nacional de Maestros.


lunes, 17 de febrero de 2014

LOS WILDE EN EL RÍO DE LA PLATA




Si en cualquier rincón de la Argentina se menciona el apellido
EDUARDO WILDE
Wilde,[1] inmediatamente se lo relaciona con el Dr. Eduardo Wilde, [2] médico, estadista y diplomático, autor de Prometeo & Cía, Tiempo perdido, Viajes y observaciones, Por mares y por tierras, obras de un estilo agudo, histriónico y con cierta ironía capciosa, pero de precisa rigurosidad lingüística; Aguas abajo, memorias de su infancia, y del estremecedor cuento Tini, perfil de la moral de su época marcada por el naturalismo positivista. Escribió de su obra Ricardo Rojas: El ingenio de Wilde es, a veces, simple malicia socarrona de provinciano aporteñado, aunque ciertamente, malicia superada por la cultura y refinada por el ingénito sentimiento del arte”. 

JOSÉ ANTONIO WILDE
Florencio Escardó en su enjundiosa biografía crítica agrega: “En Wilde escritor es imprescindible discriminar otros valores fundamentales de su obra, sin que ello implique minoración u olvido de su humorismo…Su fondo de ternura es incuestionable, salta a cada tanto en sus páginas menos tiernas y alcanza el límite de lo sublime cuando se lo propone directamente…” 
Nació en Tupiza, Bolivia, el 15 de julio de 1844. Fue Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Director del Departamento Nacional de Higiene, etc. durante los gobierno de Miguel Juárez Celman y de Julio A. Roca; con este último habían sido condiscípulos. Fue paladín del laicismo, suprimiendo la enseñanza religiosa de las escuelas públicas. [3] (Discurso sobre la educación laica, Lecciones de higiene pública) [4]
Fue el principal promotor de la enseñanza laica que promulga la Ley de Educación Común 1420 y del matrimonio civil, que antes detentaba la iglesia católica.
Fundó el colegio Nacional de La Plata. Tuvo una participación directa y  riesgosa durante las epidemias de cólera de 1867/68 y de fiebre amarilla de 1871. Ejerció la docencia universitaria y el periodismo como director y redactor de La República. Estuvo al frente de las embajadas de Estados Unidos, España y Bélgica, país donde murió el 5 de setiembre de 1913.
Cuando su tío el Dr. José Antonio Wilde falleció en 1885, estuvo presente con otros intelectuales porteños en sus exequias.
GUILLERMINA DE OLIVEIRA CÉSAR
Ese mismo año se unió en segundas nupcias con una encumbrada joven de sociedad, Guillermina de Oliveira César, una de los 15 hijos de Ramón y de Ángela Diana y Goyechea, considerable terrateniente con estancia próxima al Tigre. Guillermina había tenido una rigurosa educación a la inglesa en la Escuela Americana de Mary Conway. Tenía 15 años cuando se casó con Eduardo Wilde, él 41. Se interesó por la asistencia social de las minorías desfavorecidas, creó una escuela de enfermeras, integró la Sociedad de Beneficencia y en 1921, organizó la Confederación Nacional de Beneficencia. Muerto su esposo, editó sus obras completas, donando los derechos de autor para que la Facultad de Medicina instituya un premio nacional de investigación.
La primera edición de la biografía escrita por el Dr. Escardó denunció la cesación desde 1933 de la entrega del Premio Wilde e ironiza que “por falta de fondos”. El albacea apareció y aclaró que “… los fondos estaban en el Banco de la Nación, sin que la Facultad, ni la Universidad ni… el albacea se hubiesen inquietado por que no funcionaran a los fines de previstos.” 
Guillermina falleció el 29 de mayo de 1936. Fue una mujer admirada, codiciada y discutida en el Buenos Aires de su época. Su hermana Ángela de Oliveira Cézar de Costa fue la que ideó la instalación del Cristo Redentor en los Andes y que se concretó
Diego Wellesley Wilde
durante la segunda presidencia del Gral. Julio Argentino Roca. [5] 

Eduardo era hijo del Coronel Diego Wellesley Wilde y nieto de Santiago Wilde, ambos ingleses y sobrino del Dr. José Antonio Wilde, quien motiva esta crónica, pues es al que aludimos cuando en Quilmes se menciona ese apellido. 
La madre de Eduardo fue Visitación García, tucumana, hermana de Fortunata, la mujer que en 1841, se colocó en la historia de su provincia, como una "Antígona criolla", pues tuvo el coraje de quitar la cabeza de Marco María Avellaneda de la pica en que estuvo expuesta durante dos semanas en la plaza principal de la ciudad. 
Eduardo Wilde fue en la historia nacional una figura de relevancia imprescindible; que su tío José Antonio Wilde igualó en dimensión en aquel pueblo sureño y provincial que fue Quilmes entre 1850 y 1885. Ambos pertenecieron a la misma logia masónica, "Consuelo del Infortunio", pero no alcanzaron altos grados ni se ocuparon por lograrlos. Ambos abarcaron las mismas funciones para desterrar el atraso, la desidia, el fanatismo, el autoritarismo, los privilegios, la corrupción, la desunión y jerarquizar el amplio espectro de las fuerzas del progreso positivista que era religión en su época.
La historia  no fue justa con Eduardo Wilde pues se atrevió a reducir las prebendas que detentaba la iglesia católica y algunos estamentos de la oligarquía. Tanto es así que en la Capital Federal hoy sólo hay un pasaje de una cuadra que lleva su nombre. En Quilmes no hay calles que lo recuerden. Solo llevan su nombre una escuela de Corrientes y otra de Córdoba, a uno de los precursores de la enseñanza común, gratuita, laica y obligatoria, junto con Onésimo Leguizamón, Delfín Gallo y otros de sus contemporáneos.
Prof. Chalo Agnelli
Coordinador de la Comisión de Homanaje por el Bicentenario del Nacimiento del Dr. Wilde.
NOTAS

[1] El periodista Jorge Lanata en su libro Argentinos Tomo 1, menciona 3 veces a José Antonio Wilde en su libro Buenos Aires, desde... Págs.: 41, 117 y 431, pero en las Págs. 359 y 360 confunde a tío y sobrino y atribuye acciones de Eduardo a José Antonio, en fecha que este último ya había fallecido. En el índice de nombres se advierte el error. 
[2] Su primer nombre era Faustino, se desconoce por qué dejó de usarlo, pero no es extraño considerando los cambios de nombres y apellidos que cometió esta familia, pozo de confusión para los historiadores. 
[3] Ver bibliografía: Solari, Juan Antonio. 
[4] Este trabajo es paralelo a  Nociones de Higiene de su tío el Dr. José A. Wilde con quien mantenía una estrecha relación. 
[5] Ver Diccionario de mujeres argentinas


jueves, 13 de febrero de 2014

I.- BUENOS AIRES DESDE SETENTA AÑOS ATRÁS - JOSE ANTONIO WILDE

Próximo el Bicentenario del nacimiento del Dr. José Antonio Wilde, qué mejor avivar la memoria en su libro de misceláneas. “Buenos Aires desde sententa años atrás”
CAPÍTULO PRIMERO
I
[…] Sin embargo, llevado de su primera impresión, oiría el bullicio en nuestras calles, se asombraría de ver los grupos de vascos, italianos y gallegos que reemplazan en el día a nuestros antiguos negros changadores; observaría el ir y venir de tramways, de carruajes, y se asombraría de los diversos me­dios de transporte de que hoy disponemos; con­templaría absorto los regios edificios particulares, los suntuosos palacios y la magnificencia y aus­tera
belleza del inmenso número de nuestros edi­ficios públicos.
Pero mayor sorpresa experimentaría cuando, lla­mando en su auxilio sus recuerdos, contemplase tal cual los dejó en aquella ya remota época, en diversos puntos de la hoy vasta ciudad, y cual si protestasen contra la transformación completa que se pretendía operar, por ejemplo, la casa de la Virreina Vieja, en la calle del Perú, hoy convertida en Monte-Pío; el edificio entonces denominado el Consulado (hoy Tribunal de Comercio), en la misma calle; la casa de Del Sar, calle San Martín; la casa de la calle Belgrano, donde en el día se en­cuentra la Comisaría General de Guerra, que fue construida en 1778; y tantos otros edificios disemi­nados por la ciudad, que conservan la fisonomía especial de las construcciones de aquella época, con sus espaciosas piezas, sus
grandes patios l9, 29 y 39, o huerta; edificadas en terreno de 17 varas de frente y fondo completo (75 varas) ; y evocando siempre esos mismos recuerdos, se encontrase re­pentinamente en una calle central, en medio de soberbios edificios, tal vez de tres o cuatro altos, con un antiquísimo cuarto o casucho amenazando ruina y que conoció con el mismo aspecto derrui­do, allá por los años 15 ó 16, o aun antes; y por fin, los mismos altos y bajos en algunas de sus veredas, la misma mezquina y ruin estrechez de sus calles, con que los fundadores de esta mag­nífica ciudad contribuyeron, sin pensarlo, a su futura insalubridad.
Constituía la ciudad un vasto paralelogramo, di­vidido en cuadras, cada una de 150 varas. Nuestras calles permanecieron por muchos años sin empedrado. Para aproximarnos al origen de éste, penetremos por un momento a la época co­lonial, aun cuando
nuestro propósito sea que es­tos recuerdos daten del año 10 adelante.
Acúsase a los españoles, y creemos que con mu­cha razón, de haber mantenido por ignorancia o por una economía mal entendida, las calles de un pueblo de tanta importancia comercial, en tan pé­simo estado, que algunas eran completamente in­transitables, sin embargo de tener tan a mano el mejor material, la piedra, y los medios de con­ducirla a poca costa. Cuéntase que se hacía creer al pueblo que el empedrado era obra de romanos.
Citaremos, sin embargo, como excepción honro­sa al virrey don Juan José Vértiz y Salcedo. Algo más que a mediados del siglo pasado, por los años 1770 y tantos, a consecuencia de una lluvia, que continuó por muchos días, formáron­se tan profundos pantanos, que se hizo necesa­rio colocar centinelas en las cuadras de la calle de las Torres (hoy Rivadavia), en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo.
Tal debió ser todavía el estado de nuestras vías urbanas, cuando por medio del intendente don Francisco de Paula Sanz, se propuso el virrey “lim­piar esta ciudad de las inmundicias e incomodida­des en que la había tenido hasta entonces cons­tituida el abandono y ninguna policía en sus calles, para que se respire un aire más puro y se remue­van de un todo las causas que casi anualmente ha­cen padecer varias epidemias que destruyen y ani­quilan parte de su vecindario”.
Después de haber provisto al mejoramiento de las calles y veredas,
quiso también el buen virrey que los transeúntes que no podían hacerse acompa­ñar con un negro y un farol, o cargar linterna, se librasen de malhechores y de malos pasos, es­tableciendo lo que se llamaba la iluminación, por medio de velas de sebo.
Dícese también que el marqués de Loreto, sien­do virrey, cuando se inició el primer pensamiento respecto a empedrado, manifestó, entre otras ra­zones, en contra del proyecto, el peligro que co­rrían los edificios de desplomarse, por cuanto se moverían sus cimientos al pasar vehículos pesa­dos sobre el empedrado, y aun daba otra
razón, de mucho peso, en su opinión, y era que se ten­dría que gastar en poner llantas a las carretas y herraduras a los caballos, que valdrían más, de­cía, que los mismos caballos.
Parece que su sucesor Arredondo no participó de esos temores, y que, auxiliado por una sus­cripción voluntaria, emprendió con asiduidad los trabajos en 1795. E1 sucesor de Arredondo conti­nuó la obra. Poco o nada se hizo después hasta la época de Rivadavia, 1822-24; pero los empe­drados siempre fueron malos.
Aun en la última fecha citada,' antes de ella y por mucho tiempo después, la ciudad (confiados, sin duda, sus habitantes en la buena salud que en ella reinaba), era sucia; en invierno, por el barro; en verano, por el polvo. Sus calles ja­más se barrían, salvo el barrido impuesto en cierto radio a los tenderos, que lo efectuaban los sába­dos, por medio de sus dependientes, y sólo se lim­piaban de tiempo en tiempo por los copiosos agua­ceros que las convertían en vastos mares, rebalsan­do las aguas los terceros, derramándose luego por las calles en raudal hacia el río de la Plata, arras­trando la corriente cuanto hallaba en su curso.
III
En los primeros días de mayo de 1823 se cele­bró remate por la policía para la limpieza dé las casas y calles, entregándole a don Manuel Irigoyen 30 carros nuevos y 60 muías. La limpieza de las casas comprendía desde las Monjas Catalinas, por la Fábrica de Armas, plaza Lorea, Concepción y Residencia.
Desde aquella época hasta la fecha, nuestros lec­tores saben que se han hecho varias tentativas en el sentido de mejorar las vías públicas; que se ha ensayado el asfalto, el macadam, el adoquina­do, etc., y saben también, muy a su pesar, que el que actualmente existe, destructor de toda clase de vehículos, es el más vergonzoso, visto nuestro ade­lanto en todo sentido, y que no se toleraría en parte alguna del mundo, en un país en iguales con­diciones. [1]
Volviendo a las calles de aquellos tiempos, ya fuera de la época colonial y hasta hace no muchos años, se veían aún en los puntos más centrales de la ciudad inmensos pantanos: a veces ocupaban cuadras enteras. No era raro, pues, ver a un mé­dico dejar su caballo (entonces no andaban los médicos en carruaje) en una bocacalle y caminar una cuadra o más, hasta la casa de su cliente, por no lanzarse a caballo en ese mar de lodo; y al pedestre obligado a rodear una o más manzanas para llegar a un punto dado, aprovechando el paso que algún vecino caritativo o algún pulpero inte­resado había improvisado, con el auxilio de unos cuantos ladrillos, pedazos de tabla, etc.
Los pantanos se tapaban, hasta hace muy pocos años, con las basuras que conducían los carros de la policía, que- eran pequeños y tirados por una sola mula.
Estos depósitos de inmundicias, estos verdade­ros focos de infección, producían, particularmente en verano, un olor insoportable, y atraían milla­res de moscas que invadían a todas horas las casas inmediatas.
Muchas veces se veían en los pantanos animales muertos, aun en nuestras calles más centrales, aumentando la corrupción. De los pantanos, des­graciadamente no nos vemos libres hasta la, fecha; liólo sí, ya no se ven en el centro, pero no faltan, aunque no tan profundos y extensos, en los suburbios.
IV
Las casas, aunque en general sólidamente cons­truidas, estaban muy lejos de ser confortables. Por muchos años se edificó en barro, siendo relativamente moderno el uso de la mezcla de cal; mu­chos revoques se hacían también con barro. En las paredes sólo se empleaba el blanqueo, tanto al ex­terior como interiormente; la pintura al óleo y el empapelado casi no se conocían y menos el cie­lo raso; los pisos eran generalmente de ladrillo de­nominado de piso.
El uso de la estufa fuese introduciendo muy len­tamente, pues parece que se miraba con terror; sin embargo, muchos buscaban refugio contra el frío en el brasero, mil veces más perjudicial que aqué­lla. Poco a poco se fué comprendiendo que la estufa es un medio excelente para producir una temperatura agradable en nuestras piezas, común­mente húmedas, sin los incontestables inconvenien­tes del brasero.
Una cosa que afeaba mucho el exterior de las casas, eran las inmensas rejas voladas en las ven­tanas a la calle. Algunas sobresalían más de una cuarta de vara, lo que, agregado a la extremada es­trechez de las veredas, que' apenas tenían una vara de ancho, ponían en constante peligro al transeún­te, especialmente en las noches obscuras.
A propósito de estas rejas, un periódico de aque­llos tiempos, decía: “Un artesano honrado que tiene estropeado el brazo derecho por una de las innumerables re­jas de ventana que usurpan el paso en nuestras ve­redas; y una señorita bonita, que acaba de per­der un ojo por la misma causa, van a presentarse, dicen, a la H. Junta para que, a más de obligar a sus dueños a pagar una multa fuerte por cada desgracia que originen, se imponga a cada una de estas ventanas una contribución anual, mientras sub­sistan en el estado presente. Es muy bien pensado; y no dudamos que la señorita, cuyos ojos eran muy capaces de hacerse justicia por sí solos, la conseguirá ciertamente de nuestros representantes.” Esto sucedía allá por el año 22.
Estas rejas de hierro deben chocar al extranje­ro recién llegado, que las reputará, sin duda, más adecuadas para una Penitenciaría, que para la re­sidencia de hombres libres; no obstante, la cons­trucción elegante de las rejas modernas, de formas y molduras caprichosas, bien pintadas y a nivel con la pared, ofrece una vista que, hasta cierto punto, embellece los edificios.
Por otra parte, por feas que ellas fuesen, pres­taron aquellas rejas, en más de un sentido, bue­nos servicios; entre otros, el de poder dormir, como ira muy común en aquellos años, con las ventanas abiertas en tiempo de verano; si bien es cierto que n i aun con rejas podían los amantes del aire fres­co verse libres de la astucia de cacos.
Entonces no había serenos ni vigilantes apostados en las es­quinas, y aunque los robos eran infinitamente menos que en la actualidad, no dejaba de haber algunos.
Uno de los medios de efectuarlo era el siguien­te: Armábanse de una larga caña, con un gancho o anzuelo en un extremo, que introducían por la reja, y con la mayor destreza substraían las ropas sin ser sentidos. No pocas veces, sin embargo, se han despertado los pacíficos habitantes a tiempo para ver salir balanceándose su reloj con cadena o su pantalón, en la punta de una caña.
Excusamos detenernos a hablar del prodigioso adelanto que se observa, no sólo en la elegancia, sino en el gran número de construcciones moder­nas [2] ; no obstante, nuestras casas, aun en el día, y a pesar del magnífico aspecto de muchas de ellas, fuerza es confesarlo, están, en general, lejos de ofre­cer el confort de la gran mayoría de las europeas.
Compilación Chalo Agnelli
Compaginación Sol M. Agnelli

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NOTAS

[1] En los momentos en que esto escribimos, vemos por los Diarios que el presidente de la Municipalidad inspecciona los empedrados; y que ha ordenado cambiar el de la calle de la Piedad, entre 25 de Mayo y Reconquista: componer la calle Balcarce, el callejón de Santo Domingo y empedrar la calle de Córdoba basta el Hospital nuevo.
[2] El número de casas en la ciudad de Buenos Aires no bajaba en 1879 de 35.000.