Publicamos el 15 de mayo, tomado
de la revista “Mensaje” de Bernal el
artículo de José Abel Goldar “Santa
Coloma, La Casa” continuamos recorriendo las hojas de esa publicación de la
década del ’70, con el siguiente escrito breve, del hudsoniano profesor Juan
Carlos Lombán, sobre el paisaje en la obra de Hudson y en la literatura en
general. El Prof. Lombán se abocó ampliamente a ubicar a este, el primer escritor
quilmeño, en la literatura nacional. En su ensayo “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido” (1) lo confirma con
rigor académico, en oposición a quienes desconocían la argentinidad de la obra
de Hudson por haber escrito en inglés.
Especial
para “MENSAJE” con admiración y reconocimiento
por la magnífica labor que desarrolla la Biblioteca “Estrada”
Juan Carlos Lombán (2)
por la magnífica labor que desarrolla la Biblioteca “Estrada”
Juan Carlos Lombán (2)
El paisaje que generalmente nos brinda
la literatura, constituye un testimonio sobre alguna fracción bien delimitada
de la naturaleza en un momento determinado, proporcionado por un testigo más o
menos feliz que logra, según los casos, mayor o menor trascendencia estética.
Desde que el creador es casi siempre testigo y no protagonista, ni siquiera
actor, observa desde afuera y no está en condiciones de seguir el proceso de
esa vida casi invisible que siempre subyase en todo paisaje, el cual no es más
que un amalgamiento de elementos inorgánicos con flora y fauna, no solo
continente sino también, contenido. El escritor no nos puede exhibir la línea
del desarrollo interno del paisaje, sino solo momentos de la misma, una
sucesión de cuadros yuxtapuestos, verdaderos cortes discontinuos en una
realidad que en rigor jamás permanece detenida.
Muy claramente, el testimonio que nos brinda el testigo revela una dicotomía con términos netamente diferenciados: un sujeto que describe o espíritu y un objeto descripto o naturaleza, ambos regidos por leyes propias e intransferibles. Así el sujeto, espíritu, se
muestra dinámico, inmerso en el tiempo, en tanto que el objeto, naturaleza, se exhibe estático, con características verdaderamente metafísicas. La literatura nos brinda un paisaje intemporal con un procedimiento temporal, desde que no puede abarcar un cuadro, por reducido que sea, simultáneamente en todos sus aspectos. El lector lo va recibiendo por partes, y la simultaneidad que caracteriza la percepción de toda obra pictórica, se ve reemplazada por la sucesión, propia del paisaje literario. En este se produce inevitablemente una desarmonía, un desajuste cronológico, desde que lo descripto se mantiene detenido, fuera del tiempo, se diría que “esperando” al escritor y al lector, en tanto que la descripción se desarrolla en el tiempo. El encanto de las imágenes que surgen muy nítidamente al recordar paisajes literarios leídos muchos años atrás se debe a muy diversos factores, sin excluir los emotivos, pero pienso que lo que generalmente más suele determinarlo es precisamente esa inmovilidad, en la que todo aparece perfecto.
EL PAISAJE EN LA LITERATURA
Tenemos en la literatura argentina numerosos medallones de los más diversos escenarios del país y en especial de la pampa bonaerense, que son otros tantos momentos perfectos y constituyen testimonios invalorables, que nunca hemos de agradecer lo suficiente. Si bien en muchos de ellos encontramos no pocos valores típicamente argentinos, intransferiblemente nuestros, en cuanto a la manera en que ha sido descripto el paisaje no difieren considerablemente, de lo que es corriente en la literatura de otros países y lenguas. Lo distintivo del escenario natural que aparece en la literatura argentina debe buscarse, a mi juicio, mucho menos en la manera de describirlo, que en el fondo, en la sustancia, con la única excepción de Guillermo Enrique Hudson. En diversas oportunidades he procurado explicar el cúmulo de razones que demuestran que a él no se le puede aplicar sin más, la regla general de que el escritor pertenece a su idioma, por todo lo cual entiendo que debe considerarse a su obra como indudablemente perteneciente a nuestra literatura, sin perjuicio del egregio lugar que ocupa en la inglesa, por haber sido escrita en esa lengua (1). Pienso que nadie ha descripto la pampa bonaerense de mediados y segunda mitad del siglo pasado como lo hace Hudson, cuya manera difiere de la habitual, la que a grandes rasgos he procurado delinear en las primeras líneas de este trabajo.
Y no se crea que esa originalidad de Hudson dimana de la lengua inglesa que utilizó, cosa que a mi juicio queda totalmente desvirtuada por la casi evidencia de que cuando Hudson escribe sobre la pampa lo hace como traductor, después de haber sentido y
aun pensado en castellano, y la circunstancia innegable de que la literatura inglesa se caracteriza mucho más que la española, precisamente por el modo de describir tradicional, que no es ciertamente el que utiliza nuestro escritor.
No, no se busque en el idioma la causa de la originalidad del Hudson escritor, sino en el Hudson hombre. Es su nacimiento en un solitario y pobrísimo rancho rodeado por la pampa inmensa; sus primeros treinta y tres años pasados totalmente en el campo, casi sin comunicación con vida urbana alguna; su gozoso crecer en contacto directo con la naturaleza virgen y salvaje sin concurrir jamás a escuela de ningún nivel; su posterior deambular de más de diez años por la llanura bonaerense trabajando como peón y resero en diversas estancias; en síntesis, su existencia de gaucho, su vivir la pampa del siglo pasado desde dentro, como ningún otro escritor pudo hacer jamás, lo que determina su peculiar actitud con respecto al paisaje de su tierra natal.
Muy claramente, el testimonio que nos brinda el testigo revela una dicotomía con términos netamente diferenciados: un sujeto que describe o espíritu y un objeto descripto o naturaleza, ambos regidos por leyes propias e intransferibles. Así el sujeto, espíritu, se
muestra dinámico, inmerso en el tiempo, en tanto que el objeto, naturaleza, se exhibe estático, con características verdaderamente metafísicas. La literatura nos brinda un paisaje intemporal con un procedimiento temporal, desde que no puede abarcar un cuadro, por reducido que sea, simultáneamente en todos sus aspectos. El lector lo va recibiendo por partes, y la simultaneidad que caracteriza la percepción de toda obra pictórica, se ve reemplazada por la sucesión, propia del paisaje literario. En este se produce inevitablemente una desarmonía, un desajuste cronológico, desde que lo descripto se mantiene detenido, fuera del tiempo, se diría que “esperando” al escritor y al lector, en tanto que la descripción se desarrolla en el tiempo. El encanto de las imágenes que surgen muy nítidamente al recordar paisajes literarios leídos muchos años atrás se debe a muy diversos factores, sin excluir los emotivos, pero pienso que lo que generalmente más suele determinarlo es precisamente esa inmovilidad, en la que todo aparece perfecto.
EL PAISAJE EN LA LITERATURA
Tenemos en la literatura argentina numerosos medallones de los más diversos escenarios del país y en especial de la pampa bonaerense, que son otros tantos momentos perfectos y constituyen testimonios invalorables, que nunca hemos de agradecer lo suficiente. Si bien en muchos de ellos encontramos no pocos valores típicamente argentinos, intransferiblemente nuestros, en cuanto a la manera en que ha sido descripto el paisaje no difieren considerablemente, de lo que es corriente en la literatura de otros países y lenguas. Lo distintivo del escenario natural que aparece en la literatura argentina debe buscarse, a mi juicio, mucho menos en la manera de describirlo, que en el fondo, en la sustancia, con la única excepción de Guillermo Enrique Hudson. En diversas oportunidades he procurado explicar el cúmulo de razones que demuestran que a él no se le puede aplicar sin más, la regla general de que el escritor pertenece a su idioma, por todo lo cual entiendo que debe considerarse a su obra como indudablemente perteneciente a nuestra literatura, sin perjuicio del egregio lugar que ocupa en la inglesa, por haber sido escrita en esa lengua (1). Pienso que nadie ha descripto la pampa bonaerense de mediados y segunda mitad del siglo pasado como lo hace Hudson, cuya manera difiere de la habitual, la que a grandes rasgos he procurado delinear en las primeras líneas de este trabajo.
Y no se crea que esa originalidad de Hudson dimana de la lengua inglesa que utilizó, cosa que a mi juicio queda totalmente desvirtuada por la casi evidencia de que cuando Hudson escribe sobre la pampa lo hace como traductor, después de haber sentido y
aun pensado en castellano, y la circunstancia innegable de que la literatura inglesa se caracteriza mucho más que la española, precisamente por el modo de describir tradicional, que no es ciertamente el que utiliza nuestro escritor.
No, no se busque en el idioma la causa de la originalidad del Hudson escritor, sino en el Hudson hombre. Es su nacimiento en un solitario y pobrísimo rancho rodeado por la pampa inmensa; sus primeros treinta y tres años pasados totalmente en el campo, casi sin comunicación con vida urbana alguna; su gozoso crecer en contacto directo con la naturaleza virgen y salvaje sin concurrir jamás a escuela de ningún nivel; su posterior deambular de más de diez años por la llanura bonaerense trabajando como peón y resero en diversas estancias; en síntesis, su existencia de gaucho, su vivir la pampa del siglo pasado desde dentro, como ningún otro escritor pudo hacer jamás, lo que determina su peculiar actitud con respecto al paisaje de su tierra natal.
Echeverría,
Sarmiento, Ascasubi, Mansilla, Hernández, Güiraldes y todos los grandes
escritores argentinos tuvieron una educación más o menos regular y vivieron
largos períodos de su infancia y juventud en ciudades, excepto Hudson.
HIJO DE
LA PAMPA
Son sus treinta y tres años vividos como un auténtico hijo de la pampa, los que determinaron a Hudson una actitud radicalmente diferente ante el paisaje. Ella nunca lo llevó a intentar su descripción con un esteticismo refinado un cientificismo frío, ni a delinear medallones detenidos en el tiempo, ni a presentar esa
diferenciación habitual centre la temporalidad de la descripción y la intemporalidad del paisaje. Menos aún, la invisible pero infranqueable barrera entre espíritu y naturaleza que observamos en otros paisajistas literarios. Hudson supera lo exclusivamente estético o científico y desde su plano estrictamente humano escribe como actor y no como testigo. Por eso sus libros presentan un sincronismo absoluto entre el desarrollo de sus descripciones y el devenir del paisaje y asimismo una total identificación entre el escritor y su mundo, una entrega, una comunión que determina una fusión tal de espíritu y naturaleza, como no observamos en ningún otro creador. Todo ello determina una originalísima manera de describir el escenario natural, que le da al lector la permanente sensación de que está ante un paisaje rebosante de una vida con, la que el autor palpita al unísono. Hudson describe la naturaleza como escribiendo su autobiografía, con una disposición espiritual y una experiencia personal de la vida pampeana que ningún otro escritor ha revelado.
Son sus treinta y tres años vividos como un auténtico hijo de la pampa, los que determinaron a Hudson una actitud radicalmente diferente ante el paisaje. Ella nunca lo llevó a intentar su descripción con un esteticismo refinado un cientificismo frío, ni a delinear medallones detenidos en el tiempo, ni a presentar esa
diferenciación habitual centre la temporalidad de la descripción y la intemporalidad del paisaje. Menos aún, la invisible pero infranqueable barrera entre espíritu y naturaleza que observamos en otros paisajistas literarios. Hudson supera lo exclusivamente estético o científico y desde su plano estrictamente humano escribe como actor y no como testigo. Por eso sus libros presentan un sincronismo absoluto entre el desarrollo de sus descripciones y el devenir del paisaje y asimismo una total identificación entre el escritor y su mundo, una entrega, una comunión que determina una fusión tal de espíritu y naturaleza, como no observamos en ningún otro creador. Todo ello determina una originalísima manera de describir el escenario natural, que le da al lector la permanente sensación de que está ante un paisaje rebosante de una vida con, la que el autor palpita al unísono. Hudson describe la naturaleza como escribiendo su autobiografía, con una disposición espiritual y una experiencia personal de la vida pampeana que ningún otro escritor ha revelado.
NOTA DEL AUTOR (1)
En el Suplemento dominical de “La Prensa” de Buenos Aires: “Los Veinte Ombúes” (23-3-1969); “Nuestra pampa reflejada en idioma inglés” (4-5-1969); “La Patria de Guillermo Enrique Hudson” (13-7- 1969); “Hudson o la imposibilidad del retorno” (14-12-1969); “En torno del escritor y su idioma” (28-12-1969). En el Boletín de la Dirección de Museos de la Pcia. de Bs. As.: “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido”, La Plata, 1971; hay separata.
En el Suplemento dominical de “La Prensa” de Buenos Aires: “Los Veinte Ombúes” (23-3-1969); “Nuestra pampa reflejada en idioma inglés” (4-5-1969); “La Patria de Guillermo Enrique Hudson” (13-7- 1969); “Hudson o la imposibilidad del retorno” (14-12-1969); “En torno del escritor y su idioma” (28-12-1969). En el Boletín de la Dirección de Museos de la Pcia. de Bs. As.: “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido”, La Plata, 1971; hay separata.
Las referencias
gráficas pertenecen al archivo particular del Prof. J. C. Lomban.
JUAN CARLOS
LOMBAN
[2]
Escritor, periodista, colaborador del Suplemento dominical
de “La Prensa”
Director del Colegio San Jorge y Presidente del Instituto Sarmiento
de Sociología e Historia.
Compilación y compaginación Prof. Ch. Agnelli
Escritor, periodista, colaborador del Suplemento dominical
de “La Prensa”
Director del Colegio San Jorge y Presidente del Instituto Sarmiento
de Sociología e Historia.
Compilación y compaginación Prof. Ch. Agnelli
NOTAS
1.- Este ensayo volvió a publicarlo en 2014, la editorial Buenos Aires Books a instancias de Chalo Agnelli con la anuencia de su autor poco antes de su fallecimiento. Ver en EL QUILMERO del domingo, 18 de mayo de 2014, "Guillermo Enrique Hudson o El Legado Inmerecido"
2.- Ver en EL QUILMERO del viernes, 6 de febrero de 2015, “Juan Carlos Lombán - Docente, Historiador Y Hudsoniano”
1.- Este ensayo volvió a publicarlo en 2014, la editorial Buenos Aires Books a instancias de Chalo Agnelli con la anuencia de su autor poco antes de su fallecimiento. Ver en EL QUILMERO del domingo, 18 de mayo de 2014, "Guillermo Enrique Hudson o El Legado Inmerecido"
2.- Ver en EL QUILMERO del viernes, 6 de febrero de 2015, “Juan Carlos Lombán - Docente, Historiador Y Hudsoniano”
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