El pasado sábado, 18 de febrero el amigo y colaborador de EL QUILMERO miembro de la Asociación Amigos del Tranvía, Alberto Schwarz nos recordó que el miércoles 22 de febrero se cumplen 50 años de la partida del último tranvía 22. En homenaje a ese medio de locomoción que tanto tenía que ver y aún tiene con la cultura y la tradición de los quilmeños, aún de aquellos que nunca viajaron ni viajarán en él, vaya este capítulo del inefable libro de don José Andrés López “Quilmes de antaño”.
CAPÍTULO 18
EL PRIMER TRANVÍA
CONTRATADA en 1860 la construcción de un ferrocarril que partiendo del Paseo de Julio llegara hasta Ensenada, pasando por la Boca, Tres esquinas, Barracas al Sud y Quilmes, necesitó cinco años para llegar a las Tres Esquinas. Y allí se plantó durante otros cinco.
Por ella se le acordaba también en arrendamiento al concesionario una faja de tierra, a uno y otro lado de las vías del tranvía en proyecto, de cien varas de frente por todo el fondo necesario, hasta la ribera, a partir de la hoy calle Ceballos.

Pronto pudo verse que si este había de dar vida a aquel, su muerte estaba próxima. Durante el primer verano, la época y la novedad unieron sus favores, dando aliento a la empresa. Dos o tres casillas para baños, colocadas por vía de ensayo, pasaron inadvertidas. Y no por falta de bañistas que abundaban, pero estos preferían, a las casillas, el aire libre y el traje paradisíaco al que los bañeros le ofrecían en alquiler. Los que tenían carruajes, lo hacían servir de casilla en el sitio más de su agrado.
Las casillas para baños estaban reñidas con las costumbres de la época que no lograron modificar las ordenanzas municipales; que tampoco era costumbre tener en cuenta. Pasó el verano, que mucho prometiera; vino el invierno y el desencanto con él.
Era este demasiado largo e ingrato para compensar la cortedad del verano, y a la empresa no le hacía gracia la vida de la cigarra. Sin embargo, si el tranvía a la ribera no durmió todo el invierno, hizo como si durmiera. Tenía el siguiente horario: de la estación a la ribera, 9; 12 y 1 y de la ribera a la estación 11; 2 y 5, que no fue posible hacer efectivo por falta de pasajeros, hasta que se estableció un horario convencional. En los primeros tiempos, conforme con ese horario, los coches salían para la ribera cada vez que más de dos pasajeros lo solicitaban. Más tarde, los pedidos eran muy raros y la obtención de coches más difícil; o faltaban coches o personal.
La construcción de un muelle, proyecto en que se empeñaran de consuno las empresas del tranvía y ferrocarril, como quien se ase a una quimera empeñado en que ella sea su esperanza, aunque fue favorablemente despachado por el Congreso, la abandonaron sus iniciadores. No tenían el capital necesario, ni pudieron procurárselo. Desalentados por le fracaso, los concesionarios del tranvía empezaron a eliminarse de la sociedad, dando por perdido el capital aprontando, antes que las pérdidas fueran mayores. Sólo el señor Younger no lo hizo; no por que creyera que había de dar vida robusta a una empresa agónica, sino por prolongar su agonía a espera de tiempos mejores, que murió sin ver llegar. ¡Qué larga fue la agonía aquella! Y que fuerte el señor Younger en su propósito de prolongarla, ensayando todas cuantas modalidades le sugería su espíritu mercantilista!
Ora arrendaba la explotación a terceros, que acababan por no pagar, o la cedía en coparticipación y finalmente hasta sin ella, con la sola carga de conservar lo existente.