El viernes 10 de mayo, con una extraordinaria concurrencia de público, se presentó en el Museo de Artes Visuales "Víctor Roverano", la muestra de Manuel Oliveira de dibujos inéditos, realizados entre los años 2011-2012.
La amada inmortal, el director Bernard Rose dibuja con mano sutil dos escenas que constituyen, según entiendo, el núcleo mismo de la película. En la primera, Giulietta y su padre descubren que Beethoven, atenazado por una sordera que él mismo se empeña en disimular para los demás, apoya el oído contra el pianoforte para percibir las vibraciones. A Giulietta, que lo ama, los ojos se le llenan de lágrimas: ¿cómo es posible que el destino se ensañe de esta manera con semejante artista? Un compositor sordo, no ha de existir demostración más brutal de la perversidad de ese Dios que nos quiere infelices... Sin embargo, apenas la cámara vuelve al músico, no se lo ve angustiado. Por el contrario, en su rostro hay un suave éxtasis. Beethoven sabe que Claro de luna, la sonata que escribió pensando en la muchacha, y que ahora sus dedos echan a volar por la sala, es otra pieza magistral que servirá para justificarlo hasta el fin de los días.
Hispánico |
Sufrimos por Beethoven o Borges porque somos ni Borges ni Beethoven. Si lo fuéramos, sabríamos que la música y la literatura ocupaban en esas vidas un lugar tan importante que bien podían prescindir, llegado el caso, del oído o los ojos. Para ellos, su arte era el cuerpo todo, independientemente de cuál sentido lo sintetizase. La música está acá -decía el compositor, tocándose las sienes. Y Borges, nuestro Borges, guardaba en su prodigiosa memoria bibliotecas enteras.
Quijote |
El Hippy |
Miguel Ángel Morelli
El jefecito - Grafito
Autorretrato - Pastel
Joven con moño negro - Grafito
EL ARTE, ESE DESTINO INEVITABLE
Recuerdo que en mis
primeros años de infancia jugaba con lápices y acuarelas, dibujando y pintarrajeando
sobre todo papel ó cartón
que apareciera frente a mí. Además, estimulado por
mis, en toda reunión familiar, gustaba repetir mis payasadas: de pie sobre la
mesa, con una barita en la mano, dirigía orquestas imitando a directores de
bandas populares que frecuentemente tocaban en plazas del pueblo. Y también
dirigía sinfonías que se irradiaban por L.R.A (Radio del Estado). Además era
común que me disfrazara imitando personajes de la época. Fue una hermosa niñez
muy mimada por mis padres. Andaba en una pequeña bicicleta, jugaba al fútbol
en la calle y potreros. Aprendí a nadar a los 7 años. Todo era alegría, incluso
lo eran aquellos tres primeros años de la escuela primaria.
Duende desnudo |
Bastonero de la Boca |
Muerta mi madre en el
año 1938, todo pareció caerse. Fue un cambio de vida que costó largos años
superar. Aquella ausencia, sin saberlo, trasformaba mi conducta constantemente.
Todo era desaliento; mi padre tratando de superar aquellos largos y dolorosos
momentos, volcó su fuerza amatoria en el cuidado de sus hijos basándose en todo
lo referente a las necesidades materiales. La escuela primaria ya resultaba de
una pesadez agravada año tras año. Así, hasta los comienzos de aquella
adolescencia en la que me tocó asumirme muy prematuramente y en la que crecían
día a día mi soledad y mi rebeldía. El tremendo amor de ese padre
temperamental, su concepción de la vida, su sacrificio y mi admiración a su
nobleza, a su bondad, estaban tan dentro mío, como lo estaban mis absurdas
pretensiones de ser comprendido en medio de ese ámbito social y familiar poco
propicio para el desarrollo de toda inquietud artística.
No obstante,
sorpresivamente mi padre me regaló un pequeño violín, sabiendo que me haría
feliz estudiar música. Fue un gesto maravilloso, pero apenas comencé a
comprender algo sobre el instrumento, el surgimiento de una difícil situación
económica del hogar, lamentándolo, me pidió que abandone el violín.
Al terminar la escuela
primaria, decidí complacer a mi padre, primero estudiando publicidad y luego
ingresando en el Colegio Nacional Mariano Moreno de la Capital Federal, para
seguir la carrera de Perito Mercantil.
Crucifixión |
Felizmente antes de
terminar ese primer año lectivo, una enfermedad me obligó a abandonar tal
locura. Ante tanta obsesión por dibujar y pintar, fuera del horario de trabajo
(empleado en Cristalería Rigolleau), mi padre resignado, aceptó que estudiase
arte. Fueron días muy intensos aquellos por querer ingresar en la Escuela
Nacional de Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón". Cuando me acerqué
para informarme sobre el examen de ingreso me respondieron que el día anterior
había vencido el plazo de inscripción, y que podría intentar la formación de
una mesa especial, por aceptación del Director Nacional de Cultura, que era el
único que podía autorizarlo. Fui a verlo a su despacho. Ese importantísimo
funcionario me recibió y al exponerle el deseo de ingresar a dicha escuela, se
estableció un diálogo que me marcó para siempre, pues fue uno de los más grandes
estímulos que haya recibido:
- Joven, ¿por qué
quiere ir a Bellas Artes?- me preguntó mientras miraba algunos grandes
dibujos que había apoyado en el suelo.
- Para aprender,
señor - contesté.
Su repuesta me
sacudió; nunca había recibido tal halago; poniéndome una mano sobre el hombro,
mientras con la otra sostenía su pipa, me dijo:
- Si es así, no vaya, usted ya es un artista.
Salí de aquel despacho
del edificio del Palace de Glace tan halagado como confundido, sintiendo lo extraordinario
que el Director de Cultura de la Nación me considerara de tal manera después de
haber visto, uno por uno, mis dibujos. A los pocos días de aquella entrevista
me enteré que el director, que supo recibirme tan gentilmente y con tanta
humildad, era el destacado escritor argentino Leopoldo Marechal.
Manuel Oliveira