La intolerancia, la xenofobia y el racismo no son endemias que hayan brotado en las últimas décadas en cierta clase media tilinga y de miopía histórica; para nada, vienen de lejos.
El disparador fue el 6 de octubre de 1876 en que fue sancionada la ley Nº 817 de Inmigración y Colonización, por iniciativa del presidente Nicolás Avellaneda (12/10/ 1874 – 12/10/1880) con el fin de captar gran cantidad trabajadores para cubrir con su mano de obra la creciente economía agropecuaria.
Pero el deseo de esa clase dirigente, llamada “la generación del 80” que detentaba los destinos del país, era que esos emigrantes fueran selectivamente “blancos, rubios y de ojos claros”, preferentemente anglosajones y nórdicos; hasta sardos y piamonteses, bretones y vascos, vaya y pase, más abajo, no. ¡Nada de mediterráneos ni norafricanos de piel oscuro y dudoso origen racial!
Sin embargo, como todas las ideas absurdas tienen destinos opuestos, la mayor parte de la inmigración fue de origen humilde y analfabeta: italianos y españoles del sur en su mayoría, judíos escapados de los pogroms zaristas y sirios, turcos, libaneses sin experiencia en tareas rurales del tipo que impone el ganado vacuno, en nuestro clima y sobre nuestra extensión.
Pero los rubios alemanes, prusianos, bohemios, tampoco los dejaron muy contentos pues en el año 1882 fundaron la agrupación "Verein Vorwaerts" castellanizada "Adelante", que en el año 1890 se animó a realizar según el modelo alemán, la primera fiesta de mayo socialista en América y fueron la simiente del Partido Socialista Argentino. Tenían su sede en la calle Rincón 1141 de Capital Federal y en Quilmes contaban con un importante y coqueto campo de más de una hectárea, arbolado y con elegantes instalaciones. Estaba sobre la actual calle Estanislao del Campo, llamado “La Perlita” (Landheim Und Sportplatz)
Los inmigrantes, nuestros bisabuelos y abuelos se afincaron y trabajaron a sangre, sudor y lágrimas; hacinados en conventillos insalubres, en galpones para peones “golondrina” y otras inclemencias. Mejor la pasaron los de la posguerra que llegaron después de 1945 en que se extendieron los planes de vivienda hipotecarios de fácil adquisición, largo plazo y bajo costo.
Pero aquellos inmigrantes, los primeros, también crearon los gremios, sindicatos, corporaciones obreras, hicieron las primeras huelgas contra la misma clase dirigente que sancionó la ley para traerlos y que luego les dio el voto, pero que, más que como ciudadanos los pretendía siervos agradecidos y proletariado sumiso ¡Otro tiro por la culata, por esa política en entropía (energía mal utilizada) que se practicó largamente en nuestro querido país!
LA LEY DE RESIDENCIA
Entonces Miguel Cané (1851-1905), el autor de esa miscelánea estudiantil titulada “Juvenilia” (1882; un claro estudio social sobra los hijos de las “familias tradicionales”), pergeñó el proyecto de la ley No 4.144, llamada "ley de residencia", que el Congreso Nacional sancionó el 22 de noviembre de 1902, para autorizar al Poder Ejecutivo a expulsar a los agitadores extranjeros que fomentaban conflictos obreros en el país.
Horacio Ramos Mejía en su “Estudio sobre Miguel Cané”, nos cuenta: “Miguel Cané perteneció a esa famosa generación del 80, considerada como talentosa y despreocupada, afortunada y frívola, ardientemente Argentina y placenteramente cosmopolita. Sus amigos, Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle, Roque Sáenz Peña, Lucio V. López, Eduardo Wilde, Bartolomé Mitre y Vedia, le estimaron como maestro debido a su gusto refinado y a su gran influencia social, y así también tuvo el apreció el gran mundo porteño por sus obras sencillas, de tono familiar, y sus amenas conversaciones llenas de frescura y de gracia.”
Pero en bien de la ecuanimidad historicista, Cané hizo cosas que beneficiaron a la inmigración como apoyar denodadamente a ley de educación común, laica y obligatoria Nº 1420 y el matrimonio civil.
También es necesario reconocer que la “ley de residencia", tuvo poco acatamiento pues si se repatriaba a tanto inmigrante levantisco, el país se quedaba sin mano de obra y se interrumpía el flujo agroexportador, que henchía las arcas de la oligarquía.
El autor de “Juvenilia” murió antes del Centenario, que se “festejó” (o la clase dirigente festejó) en pleno estado de sitio por las movilizaciones obreras y surgieron otros promotores de la xenofobia, más extremos, más brutales como Manuel Carlés, fundador y presidente de la Liga Patriótica Argentina, creada el 19 de febrero de 1921, bajo el lema "Patria y Orden", en respuesta de la agitación producida en la “Semana Trágica” de enero de 1919.
La Liga Patriótica estaba integrada por los hijos de La alta burguesía, jóvenes de las "familias tradicionales" y mercenarios que colaboraban con las autoridades en la represión o, como decían ellos, en la defensa del orden (lo mismo que se oye hoy entre sectores sociales de origen heterogéneo)
Entre sus dirigentes figuraban Joaquín Anchorena, Estanislao Zeballos, Vicente Gallo, Monseñor D’ Andrea (la Iglesia Católica Argentina siempre del lado de los poderosos), Manuel De Iriondo, etc. Alimentada, año a año con discursos como el que dijo Leopoldo Lugones del 11 de diciembre de 1924 en Ayacucho, Perú, “La hora de la espada”. El mismo Lugones que apañó la inmigración en "Canto a la Argentina" y la "Oda a los ganados y las mieses".
Manuel Carlés entre otras pecualiaridades fue profesor del Colegio Militar y de la Escuela Superior de Guerra. Coincidiendo con su temperamento intransigente y violento, en 1918 Yrigoyen, el primer presidente radical electo por la Ley Sáenz Peña, lo designó interventor en la provincia de Salta y en 1923 Alvear lo nombró interventor en la provincia de San Juan. Cuando surgieron los conflictos de los trabajadores de Santa Cruz, viajó velozmente a esa Gobernación para organizar las filiales de la Liga Patriótica (casi exclusivamente con extranjeros, terratenientes británicos y mercenarios) y organizó las guardias blancas, grupos comandos pagados por los empresarios ganaderos que junto a la policía, ingresaban a los domicilios y corrían a las familias a tiros y golpes, quemaban ranchos y destruían totalmente las viviendas de los trabajadores.
Fue la versión nazifachista que se instaló en la Argentina a partir de la década del 30´.
¿Y EN QUILMES?
En Quilmes esas ideas y esas acciones también tuvieron piso. La filial de la Liga Patriótica local o Brigada de Quilmes se formó en 1919 y estaba presidida por el Ing. Arnani.
En 1922 por orden del Ministerio de Educación se impuso como obligatorio para 4º año de las escuelas Normales, Nacionales y Liceos, “El Catecismo Patrio”, libro del Dr. Carlés que se distribuyeron gratuitamente. A la escuela Normal de Quilmes llegaron 360 ejemplares que en determinadas horas se distribuía a los alumnos, se leía en grupo o en forma individual en voz alta en lectura dirigida, algunas frases se memorizaban y luego se recitaban a manera de oración litúrgica. Frases de contenido xenófobo, antisemita, con claro sentido militarista y clerical.
En abril de 1927 la Brigada local organizó una conferencia en la que el disertante fue el mismo Dr. Carlés. El meeting se realizó, nada más y nada menos que en el atrio de la Iglesia Parroquial (hoy Catedral) con una considerable cantidad de público como se aprecia en una foto tomada por Santiago De La Fuente.
Algunos grupos conservadores locales adhirieron a estas propuestas xenófobas, pero sin mucha fuerza pues la mayor parte de la población quilmeña, incluso su clase dirigente, era de origen inmigratorio muy cercano y si bien se había aburguesado lo suficiente como para ignorar todo brote revolucionario no olvidaban al abuelo tendero, panadero, chacarero o albañil que más de una vez fue motejado despreciativamente de “gringo”
José Hernández nos lo muestra en su Martín Fierro, así como el gaucho es marginado por parte de la sociedad que no le permitía integrarse en su entorno, este, a su vez, según Ivana Bobes: “… esta resentido con el gringo, por que este representa al invasor, por que este aparece como privilegiado, como destinatario de muchas medidas favorables de gobierno... por que el gringo llego aquí para ocupar tierras que siempre le habían pertenecido al nativo, para desplazarlo... y esto el gaucho no lo podía aceptar. Además el gringo carecía de ciertos valores que eran de mucha importancia para el gaucho, tales como: montar caballo, domar, pialar etc.... En fin por ser diferente, y por ser visto como un intruso, el gringo es rechazado, despreciado, es objeto de burlas por parte del gaucho.” [1]
¡Siempre y por todos lados la intolerancia y la xenofobia, excitista e irreflexiva!
La expresión “gringo”, en ese momento, era despectiva e hiriente, si se quiere. El término aparece en el diccionario castellano de Esteban de Terreros de 1786 para referirse al extranjero que hablaba un castellano enrevesado para el oído hispano, se hacía referencia de estos individuos diciendo: “habla en griEgo” y de allí el “habla en griNgo”; extensivo a las personas, “los gringos”. Pero hay una leyenda autóctona que le adjudica a la palabra el cántico que los invasores británicos entonaban en 1806 en las calles de Buenos Aires; ”Green grows the rushes in Ireland…” (verdes crecen las rosas en Irlanda) Ese “green grows” se hizo ‘grin gou’ y ‘grin go’. [2] Y la palabra se utilizó para referirse específicamente a los británicos y luego a todos los anglosajones y germanos que al crecer superlativamente la inmigración italiana se comenzó a señalarlos a estos, despectivamente.
Años después estas palabras adquirirán una etimología afectiva: “tano”, “gallego”, “turco”, “ruso” (a los judíos), pero en 1945 aparecerán otros tipo de fraces y motes racistas como: “aluvión zoológico”, refiriéndose al grupo social que empezaba a tomar las calles de los centros urbanos, “cabecita negra”; que luego la revista “Tía Vicente” afinará con su “tete noir” y tomó formas ideológicas.
CONCLUSION
En fin, bueno es reflexionar desde la propia historia. Nosotros, cada uno, aún el más “tradicionalista”, los argentinos, especialmente los que habitamos las grandes ciudades, salvo pequeños grupos étnicos de noroeste, del Chaco y Neuquén, somos “descendientes de los barcos”, como diría el inefable Borges en un epigrama.
La intolerancia, la xenofobia y el racismo que nos brotan a veces, no son más que secuelas dormidas de viejos mentores de esa patria rutilante que nos pintaron en las aulas alguna vez y que hoy, tras las sucesivas revisiones que nos permite la historia, sabemos que no fue tal.
La intolerancia, la xenofobia y el racismo son reacciones del miedo, temor al distinto, al que no conocemos o tiene modos, hábitos y color de piel que nos son ajenos. La intolerancia, la xenofobia y el racismo son, además, fermentos de la ignorancia, no solo del que no fue a la escuela, que de alguna manera sería considerada, sino del que no quiere aprender o no tiene la sensibilidad humana para reconocer al otro como un igual, porque no acepta sus propias “diferencias”, sus inevitables "semejanzas".
Chalo Agnelli
Docente
“Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.” Eduardo Galeano
[1] “Martín Fierro” Monografía. www.monografias.com
[2] Santillán A. de. "Gran Enciclopedia Argentina" Tomo III EDIAR Buenos Aires 1957