viernes, 10 de abril de 2020

LA CASA DE HUDSON AYER– CLARÍN, 12/1/1959


Nos remitimos a una página del diario Clarín de hace 60 años, cuando Hudson estaba adquiriendo mayor relieve, si bien habían pasado 18 años de los homenajes por el centenario de su nacimiento, realizados y promovidos por el Dr. Pozzo y la Asociación Amigos de Guillermo Enrique Hudson. El tiempo todo lo deteriora, cuando la memoria se deteriora y se extravía en los vericuetos de lo cotidiano, que se impone siempre y las nuevas generaciones se pierden la oportunidad de conocer los valores sobre los que se sostiene la cultura, la tradición y el patrimonio argentinos. Hoy gracias a personalidades como Violeta Shinya, Juan Carlos Lombán, Aníbal Rubén Ravera y muchos otros miembros de la Asociación Amigos del Parque Ecológico Cultural y Museo Histórico Provincial Guillermo Enrique Hudson [1] se cumplieron los deseos del columnista Eros Nicola Siri.

Lateral del rancho en 1959, con su techumbre de alero saliente soportado por troncos de quebracho.
 
CLARÍN, LUNES 12 DE ENERO DE 1959
por Eros Nicola Siri
Guillermo Enrique Hudson sigue siendo en la literatura, no sólo argentina sino universal, uno de sus más sólidos valores. Y cosa paradojal, su obra y su personalidad se aquilatan y se conocen mejor en el extranjero que en su propia tierra. No nos llame ello la atención, es cosa común entre nos­otros, no sabemos si por idiosincrasia o por esa rara desviación, carne en los criollos, a admirar más lo foráneo que lo bueno pro­pio. Pregúntesele al lector común sobre los valores y la temática de “Allá lejos y hace tiempo” de nuestro Hudson y muy pocos, poquísimos, nos darán una respuesta satisfactoria, pero hablarán con euforia del último “best seller” de Pearl S. Buck, Mika Waltari o John Steinbeck o nos apabullarán con sus puntos de vista sobre los valores de “Doctor Jivago”, de Pasternak... Y Hudson, como su apellido, sigue siendo extranjero y desconocido para la mayoría de nuestro pueblo lector.
Y, sin embargo, Guillermo Enrique Hudson proyecta su personalidad y su obra fuera de las fronteras de su patria; y allí se le valora; allí se le ha­ce justicia y millones de amigos tienen los libros de nuestro es­critor compatriota; y notables cenáculos- intelectuales, con el nombre de; “Amigos de Hud­son”, se han formado en Ingla­terra, Japón y Estados Unidos de América; en este último país, el principal animador por el culto hudsoniano es el residen­te argentino Jorge Keen, de Hollywood, que en su mocedad conoció personalmente, ya que ambos campos, de los Keen y los .Hudson, eran colindantes.
Recientemente el embajador del Japón ante nuestro gobier­no hizo una declaración singu­lar, muy honrosa para los ami­gos de Hudson en el extranjero, pero muy deprimente para nosotros, los argentinos. El citado diplomático hablando en nombre de los amigos de Hudson de los EE.UU. y del Ja­pón, ofreció reconstruir a sus expensas la ruinosa casa de Hudson y convertirla en Museo Husoniano. La prensa recogió la información sin comenta­rios; las autoridades, en este caso, el Gobierno de la Provin­cia de Buenos Aires de cuya Dirección Provincial de Par­ques y Turismo depende la ju­risdicción de la casa de Hud­son, no dijo una sola pa­labra, como tampoco la han di­cho hasta la fecha las institu­ciones culturales, públicas o privadas que agrupan a escri­tores e intelectuales argentinos en su seno. Y Guillermo Enri­que Hudson es uno de ellos, uno de los más brillantes y completos, el poeta que cantó con prosa inimitable a la pampa, a sus arroyos y pajo­nales, a sus ombúes y a sus pájaros. Nadie lo hizo como él.
RUINA Y DESOLACIÓN
Conocida la declaración del diplomático nipón, CLARIN visitó el histórico solar que viera nacer y crecer a Hudson y conocido en la comarca con el nombre sugestivo de “Los 25 ombúes”, que existieron en la niñez y mocedad del escritor. Hoy sólo quedan tres o cuatro; los restantes, abatidos por los huracanes de la pampa, sucum­bieron, y de su leña se alimen­taron los fogones lugareños.
Digamos que para llegar a las ruinas de la casa de Hud­son es menester disponer de un baqueano o preguntar cien veces a los distintos moradores del lugar. Pese a estar sobre el camino provincial, de tierra, por supuesto, no hay indicación alguna en kilómetros y kiló­metros de la polvorienta ruta, que indique u oriente al visitan­te hacia el destino buscado. Por fin llegamos a una zona selvá­tica y recién un monolito de piedra indica que se está en un esquinero del reducido cam­po de los Hudson. En ese mo­nolito hay varias placas recor­datorias del escritor y su pre­sencia. Se destacan las de S. A. D. E. y otras dos colocadas por japoneses. Oficial, no hay ninguna.
Quinientos metros adelante por un camino lateral, se llega a la entrada del predio donde debiera estar la tranquera solo hay un par de tiros de alambre sujetos por dos postes; la fran­queamos y nos encontramos en plena selva virgen que nos ha­ce suponer que nos hallamos en Formosa o Chaco. Un estrecho sendero, verdadera picada en aquella maraña de árboles, lia­nas, hiedras abrazadoras, ma­torrales de paja brava y peligrosos montecillos de punzan­tes ñapinday, conduce hacia el rancho, el cual, de pronto, apa­rece en medio de un claro de esa selva en miniatura que se ha cerrado sobre la casa de Hudson. Tal vez, piadosa, la Naturaleza ha querido cubrir la vergüenza de esas rumas veneradas. Bajo uno de los om­búes supérstites, totalmente aprisionado su tronco por una hiedra monstruosa, una pie­dra sillar, semienterrada, muestra un bajo relieve y una leyenda: “El árbol y el pájaro conocieron lo mejor de tu es­píritu”.        .
El aspecto de lo que fuera la casa natal del escritor sobre­coge. Todo es ruina y desolación, incuria y abandono, el techado de totora se pudrió y algún vecino comedido lo reemplazó con chapas de zinc; las puertas y ventanas, destrui­das por la carcoma del tiempo, se van cayendo a pedazos, lo mismo que los cielo rasos de madera rústica enjalbegada que atacadas por la roya se desmenuzan en polvo impalpable. El brocal del pozo del patio de tierra se derrumbó y el pozo se tapó.
Huelga abundar en detalles descriptivos de tanta ruina que allí observamos; las fotos que ilustran esta nota son más elo­cuentes que las palabras y a su lenguaje acusador nos remitimos.
Por lo que Guillermo Enri­que Hudson significó para la patria y las letras argentinas; por la proyección que su lite­ratura alcanzó en el extranjero mejor nos hizo conocer; por lo que de vergonzante tiene pa­ra nosotros el estado de ruina de la casa natal del escritor, es menester, a la urgente bre­vedad, terminar con ese bo­chorno, que cual llaga viva nos ha hecho sentir el magnífico gesto del embajador del Japón. CLARIN exhorta a restaurar ­la casa de Hudson y convertir­la en lo que hace mucho tiempo debió ser: Museo Hudsoniano, tal cual se ha hecho con el terruño y cosas de Güiraldes en el pa­go de Areco.
Totalmente abrazado por la naturaleza, que pareciera querer protegerlo a través de la fronda de la añosa arboleda aparece el rancho de Hudson, convertido en una tapera. La acción incesante del tiempo carcomió, poco a poco, lo que fuera la casa del gran escritor y naturalista, que cantó a la pampa, su flora, sus aves.
Compilación, tipeado y nota Chalo Agnelli/2019
NOTA

[1] Ver en EL QUILMERO del jueves, 1 de agosto de 2013. “Asociación Amigos del Parque Ecológico Cultural  Guillermo Enrique Hudson"