jueves, 9 de mayo de 2019

FIESTA DEL TRABAJO POR EL PROF. ARMANDO BUCICH - 1950


Discurso del profesor Armando Bucich de la Escuela Normal de Quilmes dirigido a docentes y alumnos el 1 de Mayo de 1950 con motivo de la “Fiesta del Trabajo”

“Cuando la Dirección de la Escuela Normal me honró encomendándome la misión de hablar a Uds. en esta fecha en que se recuerdan las virtudes del trabajo, pensé que si bien no disponía del tiempo necesario para componer un himno al trabajo, a lo que el tema invita insistentemente, bastaba que echáramos una mirada en torno nuestro para que el himno surgiera espontá­neo y triunfante, en la contemplación de las mil maravillas que la mano hacendosa del hombre fecunda, crea y embellece.
Esta es la verdad, jóvenes amigos, porque la vida toda del hombre digno, es un ininterrumpido canto al trabajo.
El hombre que se respeta y ama su honor, su familia, su patria y su prójimo en el concierto de los pueblos, no repara tanto en el trabajo en sí, como en el fin a que se propone llegar en actitud de triunfador. Esta es la obra a la que daré forma, piensa en el entusiasmo de la empresa imaginada; y desde ese instante su trabajo no es una carga, ni una per­turbación, ni una tortura, ni una imposición es el regocijo de las manos en acción, es una fiesta del espíritu en luz. Las manos acarician los objetos elegidos como materia para la labor iniciada, y al palpar ellas las formas rusticas y bastas, goza el espíritu vislumbrando la transformación que es capaz de realizar, y que ya realiza, en busca de la cosa útil y de la cosa bella. En esa armonía maravillosa del espíritu y la mano, de la inteligencia y la acción, que es el trabajo, las dudas se esclarecen, los titubeos cesan, las dificultades se vencen, los utensilios danzan a volun­tad del individuo que crea, el esfuerzo se hace distracción y la preocupa­ción se hace alegría; cuando la obra surge, el hombre canta y se asemeja a la Divinidad.
Entonces el trabajo adquiere la calidad excelsa que le atribuye el poeta:
“Redimes y ennobleces,
fecundas, regeneras, enriqueces,
alegras, perfeccionas, multiplicas,
el cuerpo fortaleces
y el alma en tus crisoles purificas."
Así contemplamos con asombro los resultados singulares y múltiples de la contienda incruenta de la voluntad del hombre con las fuerzas de la naturaleza.
La tierra que se abre en surcos generosos, donde germina la semilla que culminará en el fruto, nos habla de los sudores y los jadeos del la­brador que manejó el arado, combatió la cizaña y canalizó el riego, sopor­tando soles ardientes, vientos helados y ataques traicioneros de insectos voraces.
El agua de las cumbres que administrada en embalses fecunda campos o vivifica poblaciones; los territorios unidos, a través de ríos torren­tosos, por atrevidos puentes; la montaña adusta y pétrea, que nos muestra de pronto el agujero del túnel por donde los pueblos hacen florecer el co­mercio y la cultura, todo nos habla de la grandeza del trabajo, por aque­llos que proyectaron con su inteligencia ágil, y por aquellos que ejecuta­ron con sus manos curtidas y hábiles.
El libro que embellece muchas horas de nuestra vida, nos habla tam­bién de las penurias del tipógrafo inclinado sobre su máquina, y del grabador aspirando emanaciones de las cubetas donde preparo el diseño que en­canta nuestra vista.
El riel, el rascacielo, el setal o el combustible extraídos de los filones o yacimientos, la estatua burilada en el bloque de mármol, el aula donde se iluminan las mentes juveniles, el avión que cruza las nubes, las tuberías que pasan por debajo de nuestros pies, todos son acentos del him­no que nos habla del trabajo; y repetimos con el poeta:
“Labra, funde, modela,
torna rico el erial, pinta, cincela,
incrusta, sierra, pule y abrillanta,
edifica, nivela,
inventa, piensa, escribe, rima y canta.”
Esto, mis jóvenes amigos, es la poesía del trabajo. Pero hay tam­bién una prosa del trabajo.
Esta prosa surge de las relaciones del trabajador manual, del obre­ro, con la sociedad a que pertenece y para la cual produce. Esta prosa se torna amarga y dolorosa cuando la sociedad, por una desviación de la sensi­bilidad, que se ha producido en el mundo muchas veces, - y cuyos orígenes y proceso no es grato analizar ahora -, olvida durante décadas los esfuerzos, los sudores, los sacrificios, que originan en los hombres de trabajo los numerosos y variados productos que le proporcionan comodidad, atractivo, gusto y felicidad.
Cuando el agrado, el placer y la tranquilidad de unos, se apoya en el forcejeo, el padecimiento y la angustia de otros, una grave cuestión so­cial se incuba en los pueblos o naciones. Entonces la poesía del trabajo se esfuma y se aleja.
Cuando la incomprensión, el olvido y el menosprecio de los trabajos manuales se acentúa en los que lo disfrutan sin valorizarlo, aquellos que producen sin disfrutar y trabajan sin compensación se entristecen en su labor, se escudan en la conformidad, pero no olvidan, y el resentimien­to muerde sus almas privadas de la esperanza que da un sentido a la vida. Entonces la prosa del trabajo se embadurna y se ensombrece, y una brecha de confusión separa a los hombres que han olvidado que son hermanos.
Nuestros próceres de la primera mitad ejemplar del pasado siglo previeron sabiamente las posibilidades de este desequilibrio y amargo drama de la convivencia social. Leamos con devoción los artículos de Moreno, los informes de Belgrano, entre otros, para conocer hasta qué punto se esfor­zaron ellos para afianzar la bienandanza del pueblo cuya libertad estaban conquistando, cimentada en la armonía y la comprensión mutuas de las cla­ses sociales del pueblo que nacía, a fin de asegurar la felicidad de todos por la justicia y moderación de los pudientes, y el merecido bienestar e instrucción de los trabajadores y campesinos.
Fue en las últimas décadas de ese mismo siglo y en las primeras de éste, cuando una desconsiderada infiltración y comando de fuerzas extranjerizantes, que subestimó y arrinconó al hombre de la tierra, desvió el pensamiento sagrado de nuestros padres de la primera hora, y sumió al país en confusión y zozobra angustiosas.
Del contraste de aquellos ideales humanitarios, y de estas perturbaciones deshumanizadas, surgió la revolución que tuvo por jornada máxima el 17 de octubre de 1945, y que las generaciones de hoy vivimos, sustentamos e impulsamos. Estos son párrafos de historia argentina contemporánea.
Ahora no importan las asperezas y contrastes del momento, las osci­laciones de los precios, los contratiempos en los vehículos, las apreturas y estridencias del tránsito.
Sólo importa la dignificación del trabajo para cimentar la grandeza de la patria, para asegurar la felicidad de las generaciones venideras, y para afianzar la sagrada e intocable soberanía de la Nación.
Los argentinos de hoy, en este centro del siglo veinte, hemos que­rido conseguir que la prosa del trabajo no se mantuviera alejada de la poesía, y que la poesía del trabajo se enraizara con la prosa para humani­zarla y embellecerla. La hemos conseguido. El artículo 37° de la Constitución Justicialista sancionada el 11 de marzo de 1949, contiene un poema en diez párrafos, que transcribe el “Decálogo de los Derechos del Trabajador”.
Ustedes y nosotros, como iniciados y vigorizados en la vida inte­lectual, sabremos dar la categoría que corresponde, ante las peripecias de hombres y de pueblos, a este precepto trascendental no confundir la mente por lo accidental y transitorio, frente a lo fundamental y perdura­ble. O, como decía San Martín en su palabra llana y recia: “Como la esen­cia de las cosas llenen el objeto, lo demás es sin importancia.”
Así alcanzamos mejor el sentido de los versos con que un Ministro de Educación, que se sintió poeta ante las excelencias del trabajo bien organizado, cinceló pensamientos que  conviene meditar.
Hoy es la fiesta del Trabajo. Unidos por el amar de Dios, al pie de la Bandera sacrosanta,  juremos defenderla con amor”.
El Prof. Armando Bucich fue intendente electo en Quilmes desde el 1 de mayo al 6 de octubre de 1955, destituido por le golpe de estado cívico-militar-eclesiástico del 16 de setiembre de ese último año en la 'revolución fusiladora'
Prof. Armando 0. Bucich
Ex Intendente de Quilmes durante el período
Tipeado y compilación Chalo Agnelli
FUENTE
Archivo Histórico de la Escuela Normal de Quilmes “Silvia Manuela Gorleri”
Ver en EL QUILMERO del , jueves, 1 de agosto de 2013, “ARMANDO CÉSAR BUCICH ‘DESORIENTADOS’, NOVELA, 1940”