lunes, 5 de octubre de 2009

UN CAPITULO DE QUILMES DE ANTAÑO


“SUS MÉDICOS”

CAPÍTULO 26 DE
“QUILMES DE ANTAÑO”

DE JOSÉ ANDRÉS LÓPEZ





En 1917 don José Andrés López escribió esta miscelánea que recordaba los primeros galenos que trajeron su ciencia a el pueblo en ciernes y que pusieron la piedra fundamental de la medicina local, no con el éxito que hoy tiene, por cierto, comprobable en la cantidad de médicos que ocupan las numerosas clínicas, sanatorios, centros de salud de cuanto especialidad pueda el enfermo necesitar. Y después de años de “arreglate como puedas” en cuanto a la salud;[…] un buen día del año 1852, vino a establecer­se aquí el doctor don Fabián Cueli; y éste fue el pri­mer médico que tuvo Quilmes [….] El doctor Cueli, que había recibido su título de médico en 1839,[…] Si sus medicamentos no curaban siempre, puede afirmarse que no mataban jamás, ni arruinaban los bolsillos. Y esto no resultaba del agrada de los boti­carios.Y con sólo un médico y sin ninguna botica pasó Quilmes varios años, sin menoscabo de su salud ni de su bolsillo pues, el doctor Cueli, hasta servía ad-honorem el puesto de médico de policía y pobres.Pero en 1858 llegó otro, el doctor José Antonio Wilde, y no sólo vino él, trajo consigo un botiquín. Porque si un médico podía ejercer sin botica, dos no […]Quince años duró el juego aquel de la armonía dentro del desequilibrio, en el campo de acción de los dos médicos, hasta que vino un tercero […] El tercero, fue el doctor Salomé Luque, llegado a fines de 1876; joven cordobés recién egresado de la Facultad, donde se distinguiera por sus honrosas cla­sificaciones. Alegre de ánimo y de corazón blando e impresionable, más respecto de 'ellas' que respecto de “ellos", esas cualidades debían necesariamente dar­le enorme ventaja frente a sus dos colegas, que jun­tos sumaban ciento treinta años […] pero cuando quizá iba a alcanzar la culmina­ción de sus aspiraciones médicas y sociales, traidora enfermedad que se adueñara de su organismo, minán­dolo con ánimo de destruirlo, lo obligó a trasladarse a Córdoba en septiembre de 1877, y allí murió, el mar­tes 13 de Mayo de 1879.Entre tanto, en enero de 1878 había venido para substituirlo el doctor Tomás Balestra, joven como aquel, de maneras distinguidas, cultísimo, suave y circunspecto; favorecido además por un físico fuertemente agradable.Pero la aldea no lo sedujo; no estaba en ella en su centro, ni era su ambiente científico ni social el que a sus aspiraciones convenía. Y se fue […] En Noviembre de 1879, así que el doctor Balestra se fuera, vino el doctor Ricardo Sudnik.Era de nacionalidad polaco, pero francés por cul­tura científica y literaria, y por influjo ambiente, y alumno distinguido de la escuela médica parisina […] Familiarizado el paciente con la palabra sencilla y sincera hasta la ingenuidad del Dr. Cueli; la verba fácil y amena del Dr. Wilde y la manera franca, desenvuel­ta y comunicativa del doctor Luque, a un médico que, como el doctor Sudnik, llegaba hasta el enfermo sin saludar y se iba sin despedirse; que contestaba con monosílabos, o no contestaba [… ] Y el doctor Sudnik, gravitando hacia su centro, se fue a la capital. A sucederle vino el doctor Edmundo Fierro, que la sazón tenía poco mas de veinticinco años. Y antes que pasara uno era ya el médico del pueblo por antonomasia.Quien esto escribe dijo de él, que su ciencia cura­ba los males físicos, su corazón curaba los morales y que el ejercicio de la medicina era para él un sacerdo­cio, mejor que una profesión.Murió repentinamente en el juego de pelota de la calle Mitre y 25 de Mayo el 21 de Febrero de 1886 […] Un año antes, el 17 de Enero de 1885, había fallecido el doctor José Antonio Wilde y el de su muerte fue día de duelo para Quilmes […] Dos años y medio antes de la muerte del Dr. Wilde había fallecido el Dr. Fabián Cuelí, el 18 de Septiembre de 1882, desapareciendo en ese corto espacio de tiem­po los dos médicas patriarcales que tuviera Quilmes.Muerto el doctor Fierro, vino a establecerse el doctor Pacífico Díaz, dignísimo sucesor de aquél y continuador no menos digno de su obra en la ciencia y el corazónPara el servicio de sus asociados, la Sociedad Ita­liana de Socorros Mutuos Cristoforo Colombo trajo, desde algunos años después le su fundación, médicos de esa nacionalidad; al doctor Mariani primero y al doctor Vicente Cibelli después.Este último supo noblemente corresponder a la tradición de nuestros médicos, y su campo de acción se extendió pronto más allá de los límites de los asociados, acabando por radicarse aquí, con hondo arrai­go de afectos e intereses, hasta el día de su prematura muerte […]Rara vez médico alguno alcanza, como lo hizo el doctor Pacífico Díaz, en tan corto tiempo y en teatro tan limitado, clientela más intensa por la calidad y significación, ni más extensa por el número, llegando en breve a ser el médico de todos y también el amigo de todos.El lunes 1º de junio de 1893, al tomar el tren de las seis de la mañana para trasladarse al Hospital Mi­litar, donde tenía una sala a su cargo, lo hizo con tan mala suerte que cayó bajo las ruedas, destrozán­dole estas ambas piernas […] Apenas dado de alta, el doctor Díaz abandonó Quilmes, pero éste, después de un cuarto de siglo, tie­ne para el mutilado, frescos culto y recuerdo […] Diciembre 9 de 1917.



1852, Fabián Cueli


1858 José Antonio Wilde


1876 Salomé Luque.


1878 Tomás Balestra.


1879 Ricardo Sudnik.


1881 Edmundo Fierro


1886 Pacífico Díaz, Dr. Mariani y Vicente Cibelli





Investigación y compilación Chalo Agnelli






LOS ATENCEDENTES HOSPITALARIOS:



El 1º de diciembre de 1852 con motivo del levantamiento del Gral. Lagos se estableció un Hospital de Sangre en la quinta Santa Coloma, atendido por Claudio Amoedo, Fabián Cueli y Ceferino López y el boticario Miguel Puiggari. Fabián Cueli era el único que residía en el pueblo, en la esquina NO de Alsina y Alvear.Durante primera pandemia local inmediatamente se formó una Comisión Humanitaria y una Comisión Central Sanitaria dependiente de la primera que integraban entre otros el Dr. Wilde y una Comisión de señoras, entre las cuales Claudia Campana de Kier y Dominga del Carmen Pereyra murieron contagiada la primera el 31 de enero de 1868, y la segunda casada con el Juan Eusebio Otamendi, presidente de la comisión de reparto de solares de Quilmes, hermana del terrateniente Leonardo Pereyra y madre del luego intendente Augusto Otamendi al día siguiente.La comisión actuó durante el flagelo de la fiebre amarilla en 1871. Pasado el pico más álgido del mal se comenzó a conversar de la necesidad de crear una Casa de Sanidad que quedó en la nada. Proyecto que recién a partir de 1886 comenzaron a pergeñar las señoras Federico Dorman de Quijarro y Juana Gauna.El 29 de agosto de 1886 se inauguró el Hospital de Caridad fundado por la Sociedad Santa Rosa en la calle Alsina entre Moreno y San Martín, sociedad presidida por la Sra. de Guijarro y cuya directora interna era la señora Juana Guana y como enfermeras ad honores Antonina Negrín y Rosario Rodríguez y flebótomo José H. Navarro. La entidad perduró hasta junio de 1888. Los médicos eran Julio Fernández Villanueva y Pacífico Díaz.En 1889 nace la Sociedad de Damas de Caridad de San José que reemplaza a la anterior pero también desapareceUna nueva iniciativa promueve el intendente José A, López en 1905 convocando a la creación de un hospital para lo cual propone adquirir la que había sido casa del Dr. Wilde, pero nuevamente la proposición no prosperó. Luego hubo otra de los hermanos Fiorito que corrió la misma suerte.La pausa extremó su temporalidad hasta el 6 de abril de 1925 en que el Hospital de Quilmes abrió sus puertas dirigido por el Dr. Isidoro Iriarte y subdirector el Dr. Emilio Planes. Ya hace 84 años.





ADIVINAS Y CURANDEROS
CAPÍTULO 28 de “Quilmes de antaño”






QUILMES tuvo adivinas, adivinos, curanderas y curanderos en la época de este recuerdo, como los había tenido antes, los tuvo después, los tiene aho­ra y los tendrá mañana; porque en tanto que haya ton­tos, en el mundo existirán esos parásitos de la debili­dad humana […] Ejemplo: doña Rosa, generalmente conocida con el aditamento de "la gallega”, antepuesto al nombre […] En los últimos tiempos de su vida de pitonisa ba­rata, era su consultorio un modestísimo rancho de la calle Libertad, entre Garibaldi y Humberto Iº […] del oficio vivía y vivió, hasta que un poco la miseria y un mucho el alcohol la mataron.[…] Si entre las adivinas y curanderas de daños y ma­leficios hemos nombrado a doña Rosa, entre los curanderos merece el honor de ser nombrado, don Juan Francisco Halbout (a) El Platero. Vivía éste en casa propia, en el barrio conocido hoy por La Colonia, calle Aristóbulo del Valle, entre Humberto I º y Olavarría.No sabemos si curaba, pero era público y noto­rio que tenía clientela que acudía al reclamo de curas, reales o no […] como lo era tam­bién la persecución tenaz de que se le hizo objeto, abandonando la tolerante y amable de antes […] Coincidió la recrudescencia de esta persecución con la fundación de La Plata […] Y allá se fue don Juan Francisco Halbout; y con tan buen pie entró que pronto tuvo clientela, dinero, casa propia, y… ¡cuánto hay que tener!No menos popular que 'EI Platero', era Francis­co Palma. Este operaba allá por la "Capilla de los Ingleses" y como lo hacia lejos de los médicos y de las boticas, no le alcanzaron nunca las persecuciones que a su colega […] En la zona intermedia de las que con su in­fluencia dominaban, aquí "El Platero" y allá en el extremo Sud Palma, desarrollaba también la suya el negro Antonio, teniendo por centro la 'Casa de Teja'.[…] Poco después de idos "El Platero" y Palma, y muertos doña Rosa y el negro Antonio, tuvimos, no uno, ni dos, ni tres; vino una legión que sentó sus rea­les en la Cañada de Gaete, en la casa del vecino Casia­no Enríquez.Se decían discípulos de Parcho Sierra y al que ha­cía de jefe lo llamaban "Jesucristo" […] Con algunos de los suyos, y de las suyas, llegó aquí el llamado "Cristo," un cubano con más, sangre africana que española, alucinado o pillo, o las dos co­sas a la vez; y allá desde la Cañada empezó a tan­tear el terreno donde se proponía operar, y a irradiar también su fama de taumaturgo.Poco a poco se vino aproximando, hasta que un buen día se estableció en la casa del vecino don Juan Agustín García […] En un ángulo de la sala que hacía de consultorio, sirviéndole de altar pequeña mesa cubierta con bor­dado mantel, se alzaba una imagen de la Inmaculada, flanqueada por dos floreros y un número igual de candelabros […] A los pies de la Virgen estaba la bandeja donde la clientela depositaba su óbolo.En el exterior, una veintena mal contada de clien­tes de uno y otro sexo […] Eran enfermos, conocidos unos, desconocidos los otros, y llegados sabe Dios de dónde.En tanto que esperaban formaban corrillos […] De pronto un hombre, con movimientos nervio­sos, empezó a pasearse por el interior de la sala abier­ta al patio. Era "Jesucristo", era el "iluminado", a quien to­dos empezaron a mirar con curiosidad.Llevaba en la mano una varita, evidentemente fle­xible, mimbre quizá, con la que azotaba a cada instan­te la caña de las botas que calzaba.[…] De pronto, el hombre se planta en seco, próximo a la puerta, y sin abandonar la varita lleva ambas manos a las piernas, diciendo con voz clara y como ha­blando consigo mismo: "Qué dolor siento aquí; ahora me sube a la cintura y me corre por el espinazo..."Luego interrumpiéndose, exclama, mirando al grupo más próximo a la puerta: "¡Ya sé lo que es! Al­guno de ustedes siente ahora los mismos dolores que yo".—Sí, señor, dice tímidamente uno del grupo, su .ayudante en supercherías quizá.En aquella o parecida forma, sin interrogaciones ni explicaciones, hacía el pronóstico. Cada paciente al aproximársele transmitidle sus dolores, según decía, y éstos hablaban por aquél.Para los que de buena fe acudían, aquel hombre, si no era lo que decía ser, poseía dones de origen sobrehumano, pero para los que estaban allí haciéndole mostrador al negocio, era un vividor como ellos, con mas talento quizá o con más agallas.Cada paciente, real o fingido, se retiraba llevando por toda medicina una botella de agua procedente del pozo de la casa, pero que el "iluminado", al llenar ca­da una "sancionaba", según su propia terminología, mediante genuflexiones a compás de la consabida va­rita.Cuando se le preguntaba lo que la botella de agua valía, señalaba a la Virgen, que parecía mirarlo desde el interior, y con ella la bandeja receptora de las ofrendas, diciéndoles que era ella quien había de cu­rarlos; y todos depositaban en la bandeja su óbolo, con la largueza propia de quien creía pagar a la Vir­gen y esperaba que la generosidad de ésta correspondiera a su largueza en la medida de sus medios, que ella bien conocía.[…] Los nuevos discípulos de Pancho Sierra habrían vivido aquí como en el mejor de los mundos, a no haberles "enturbiado el agua” los médicos nuevos, con la cooperación del comisario Britos, que una tarde se presentó en el consultorio y no como paciente, con lo que echó a perder el negocio. Octubre 17 de 1917.


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