domingo, 3 de mayo de 2020

EN TORNO DEL ESCRITOR Y SU IDIOMA - JUAN CARLOS LOMBÁN - 1969


Por Prof. Juan Carlos Lombán [1]/ 1969
En términos generales, pienso que el escritor pertenece a su idioma. La lengua en la que escribe es no sólo su herramienta fundamental, el medio irreemplazable de su expresión creadora, sino también un elemento esencial de su cultura, un factor que ha ido modelando lenta pero inexorablemente formas de expresión hábitos mentales, tendencias emotivas e inclu­sive usos y costumbres.[2] No creo, en consecuencia, que el idioma sea para el escritor tan sólo un medio. Es eso y mucho más. No está determinando me­ramente la forma, como muchos creen, sino también, en no poca medida, el fondo de su expresión, si es que fuera posible separar lo que en rigor son dos aspectos de un mismo hecho, uno en función del otro. Convencido de la importancia fundamental del idioma en todas las facetas de una obra literaria, sostengo con Ortega y Gasset que por regla general la traducción no pasa de ser una utopía, un intento siempre digno de encomio mas nunca coronado plenamente por el éxito.
EL CASO DE GUILLERMO ENRIQUE HUDSON
La relación entre el escritor y su idioma me ha hecho reflexionar en no pocas oportunidades sobre Guillermo Enrique Hudson, el autor nacido en nuestra pampa que escribió en inglés todos sus libros, a los que, por tanto, la gran mayoría de los argentinos que los han leído lo han hecho a través de alguna traducción. Me apresuro a dejar aclarado que no vacilo en sostener que la entera obra de Hudson pertenece a la literatura inglesa, por la razón fun­damental de haber sido expresada en esa lengua. Pero confieso que ese jui­cio, que entiendo es en sí mismo irre­batible, nunca me dejó enteramente satisfecho, totalmente convencido. Una y otra vez me he preguntado si no es incompleto, si no expresa sólo una parte de la realidad. Siempre que he analizado el problema, he concluido formulándome obsesivamente el mismo interrogante: ¿basta el hecho de que la obra de Hudson haya sido escrita en inglés para negarle un lugar en la literatura argentina, sin tomar en con­sideración un cúmulo de factores esen­ciales? Porque se da el caso singular de que ella contiene, entre otras cosas, algunas de las páginas más auténticas, más profundas y más representativas que se hayan escrito nunca sobre nues­tra pampa. Creo que puedo afirmar sin pecar de exagerado, que en el futuro jamás han de producirse libros sobre la vida gaucha, de similar autenticidad. Podrá surgir en lo porvenir, y quiera Dios que así sea, un creador literario aureolado por el genio que le transmita al lector una visión certera y vigorosa de cuanto hay de esencial en el país argentino, de profundo, de difícil de aprehender y definir y por ello mismo, casi imposible de expresar. Pero no cabe suponer que pueda haber nadie capaz de reflejar tan vívidamente lo que fue una larga y entrañable expe­riencia de Hudson con el gaucho y su hábitat, en contacto con una realidad desvanecida para siempre y que por tanto ya nadie podrá vivir como él.
Abundan en la bibliografía hudsoniana estudios en los que campea un tono admirativo y aun de asombro ante el hecho de que en su obra Hudson recor­dara frecuentemente su tierra natal. Confieso que en general no lo compar­to. Lo verdaderamente sorprendente sería lo contrario: ¿cómo podrían ha­berse borrado de su espíritu las viven­cias de una existencia pampeana libre como el pájaro, que se alargó hasta los treinta y tres años de edad? Pero lo que sí creo que es extraordinario y absolutamente excepcional es la fuerza tremenda del impacto psicológico que la pampa produjo en su espíritu, al extremo de que aun en los libros en los que aborda temas típicamente ingleses, la recuerda obsesivamente, y es capaz de relatar acontecimientos y experien­cias con numerosos detalles de exactitud sorprendente setenta años después de haber acontecido. Lo que es asom­broso es que la vida de Hudson haya quedado prácticamente detenida en nuestra pampa por cuarenta y ocho años, en los que vivió separado de ella por miles de kilómetros y en contacto con ambientes absolutamente diferen­tes. Lo que linda con lo increíble es que un hombre que estaba viviendo voluntariamente en Inglaterra, donde ya había publicado trabajos literarios y científicos, haya llegado a sugerir, co­mo lo hizo Hudson, que en la isla no podía pensar tan bien como lo hacía aquí y que su capacidad intelectiva se encontraba allá disminuida. En efecto, así lo da a entender claramente en el pasaje de “El naturalista en el Plata” donde nos dice que en lo que a él respecta, su cerebro se veía estimulado y su actividad intelectual se encontra­ba mucho más facilitada cuando cabal­gaba, que en cualquier otra circunstan­cia, para finalizar así: “Es incomprensible que alguien pueda pensar mejor estando acostado, sentado o caminando que andando al galope del caballo”. Como él mismo lo ha explicado, es sabido que en Inglaterra Hudson no podía cabalgar, cosa que aquí hacía poco menos que permanentemente.
TRADUCTOR CASI CONFESO
Pienso que lo que la pampa significó en la vida y en la obra de Hudson nos está mostrando que estamos frente a un caso excepcional al cual no es posi­ble aplicarle sin más la regla general de que el escritor pertenece a su idio­ma. Pero hay otro aspecto que por su singular importancia, a mi juicio debe ser cuidadosamente considerado. Y es el hecho de que cuando Hudson se refiere a algo relacionado con la pam­pa, estoy convencido de que primero sintió y pensó en castellano lo que a continuación escribió en inglés, al ex­tremo de que me atrevo a sostener que en esos casos es él mismo el que, en cierto sentido, escribe como traductor. Cada vez que recuerda un hecho de esta tierra, una anécdota o sucedido, un incidente entre los gauchos, y toda su obra está permanentemente salpica­da de ellos, ha de haberlos pensado primero, invariablemente, en lo que el protagonista de “La tierra purpúrea”, Richard Lamb - que en muchos aspec­tos es el propio Hudson - llama “la primorosamente expresiva fraseología gauchesca”. El traductor que vierte al castellano esos libros, se encuentra en una situación especialísima ante capí­tulos enteros de los mismos, y debe saber que en realidad está revirtiendo esas líneas a su idioma originario, en el que en verdad fueron concebidas.
El mismo escritor expone casi expre­samente su condición de traductor en el Apéndice de “El Ombú”, donde es­cribe: “Los incidentes relativos a la invasión inglesa de junio y julio de 1807 los he narrado tal cual los recibí de los labios del viejo gaucho, al que en el cuento he llamado Nicandro”. Y concluye: “Las notas que tomé, sin fecharlas, durante mis pláticas con el viejo, de las numerosas anécdotas de don Santos Ugarte, y de toda la historia de ‘El Ombú’, fueron escritas, me parece, por el año 1868, el año de la gran polvareda”.
También en este aspecto de traduc­tor, el caso de Hudson es muy singular: no es la situación común del que tradu­ce una obra escrita y por tanto con un texto fijo, sino la del que recoge una tradición oral y la recrea por escrito en otro idioma. Pero ello no quita que en el procedimiento se produzca una ver­dadera traducción. Y esta característi­ca de traductor la mantiene Hudson a través de toda su obra siempre que se refiere a algo vinculado con su tierra natal, hasta su libro póstumo. Sólo que no en todos los casos puede traducir adecuadamente, y entonces no vacila en confesar abiertamente esa limita­ción. Así procede, por ejemplo, en “Una cierva en el parque de Richmond”, donde después de hablar de una fábula de Iriarte nos dice: “me recuerda a otra mejor, una de esas deliciosas y divertidas leyendas popula­res que sobre los animales solía oír a los gauchos de la pampa”. Sintetiza el asunto omitiendo pormenores que se adivinan sabrosos y después afirma: “El lector debe creer bajo mi palabra que este cuento es excelente”, mas reconoce que sus detalles pueden resultar chocantes en idioma inglés. Supri­me todo ello, “pues no escribo en castellano, idioma en el que parecería perfectamente natural e inocente”, concluye.
Está claro que Hudson no es sola­mente un traductor fiel. Por encima de eso, es un creador auténtico al que no voy a pretender descubrir ahora. Me he permitido poner énfasis en el hecho de que también es un traductor, porque él constituye un aspecto de su personali­dad en el que no se ha reparado y resulta muy importante para los fines de este trabajo. En efecto, pienso que la cuestión cambia radicalmente de color si la enfocamos a la luz de ese hecho insoslayable. Si es verdad que el escritor pertenece a su idioma, y creo que lo es, ¿a qué idioma pertenece Hudson? ¿Al inglés, en el que escribió sus libros, o al castellano, en el que sintió y pensó los pasajes más entraña­bles de los mismos? Parece absurdo tener que decidirse por uno con exclu­sión del otro, lo que además de arbitra­rio sería prácticamente imposible, a mi juicio. Pienso que es evidente que Hud­son pertenece a ambos idiomas, y en consecuencia su obra merece sobrada­mente ocupar un lugar egregio no sólo en la literatura inglesa, sino también en la argentina.
LA VERDADERA CUESTIÓN CON RESPECTO A HUDSON
A pesar de todo cuanto se ha escrito y dicho sobre la “argentinidad” de Hudson y su obra, aún no se ha supera­do el equívoco altamente pernicioso que consiste en marginarlo de lo que se considera literatura argentina en senti­do estricto, al extremo de que práctica­mente no se lo estudia en los cursos de esa asignatura en los distintos niveles de nuestra enseñanza, ni se lo ha inclui­do en numerosas colecciones oficiales y privadas en las que ha figurado todo autor nacional de alguna significación.
Y todo ello por haber escrito en inglés. Algunos distinguidos críticos y eruditos que han realizado importantes contri­buciones para el mejor conocimiento de la obra hudsoniana, cuando han dedicado sus esfuerzos al estudio de la literatura argentina en su conjunto no han juzgado correcto o conveniente incluir la obra de Hudson. Se da esta curiosa dualidad: cando se escribe casi invariablemente se omite la obra hudsoniana; cuando se trata de estudios sobre Hudson, generalmente se lo considera argentino y se concluye en que su obra merece un lugar destacado en nuestra literatura .Pienso que creer que Hudson nos pertenece, sólo por haber sido un en­trañable hijo de la pampa y haber sentido y pensado gran parte de su obra en nuestra lengua, es simplificar demasiado el problema y desubicarse irremisiblemente con respecto al mis­mo. Deberíamos comprender que tam­bién en materia cultural o mejor dicha mucho más aún en ella, nada nos será dado graciosa y gratuitamente. Habría que persuadirse de que especialmente en estos dominios nada deja de tener un precio, el que a menudo es mucho más importante que todo lo material­mente mensurable. Y en el caso de Hudson, el coste sólo podrá ser solven­tado tras largas vigilias del espíritu, después de haber superado el equívoco que lo mantiene marginado de lo que consideramos literatura argentina en sentido estricto. No, no basta todo lo que el escritor pampeano sintió y pensó para que nosotros podamos decir ufanamente que nos pertenece. Y tan pronto como comprendamos cabalmen­te esto, a mi juicio hemos de percibir claramente que lo que realmente im­porta es poder llegar a contestar afir­mativamente este grave interrogante: ¿lo merecemos a Hudson?
JUAN CARLOS LOMBÁN
Compilación y tipeado Chalo Agnelli,
hudsoniano director del Blog EL QUILMERO – 24/8/2019
“A los cincuenta años de esta nota en el 5° aniversario del fallecimiento de su autor, el profesor don Juan Carlos Lombán.  
FUENTE
“La Prensa” domingo 28 de diciembre de 1969, nota espacial para este diario.


NOTA

[1] Ver biografía en el Blog EL QUILMERO del viernes, 6 de febrero de 2015Juan Carlos Lombán - Docente, historiador y hudsoniano”

[2] Ver los trabajos “Los Veinticinco Ombúes”, “Nuestra pampa reflejada en idio­ma inglés”, “La patria de Guillermo En­rique Hudson” y “Hudson o la imposibi­lidad del retorno”, en las ediciones domi­nicales de “La Prensa” del 23 de marzo, el 11 de mayo, el 13 de julio y el 14 de di­ciembre del corriente año, respectivamen­te. Allí he aclarado las ediciones de los libros de Hudson que he utilizado.


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