martes, 18 de agosto de 2020

“LAS HUELLAS DE GUILLERMO ENRIQUE HUDSON” DE MASAO TSUDA

 

martes, 12 de noviembre de 2013

Fotografía dedicada por Hudson a su hermana Mary Ellen.
El domingo 3 de noviembre de 2013 en EL QUILMERO se publicó “BUSCANDO A HUDSON ENTRE LOS PÁJAROS DE LONDRES, página tomada de un número del suplemento dominical "rotograbado" de La Prensa y ahora reproducimos una nota especial para ese periódico, publicada en la segunda sección del domingo 14 de octubre de 1962, bajo el título, “Guillermo E. Hudson y su sobrina Laura” de Masau Tsuda; capítulo que luego incluirá en su libro, “Las huellas de Guillermo Enrique Hudson (en el libro el nombre del autor figura como Masao) - que completa la bibliografía hudsoniana - editado en 1963. La Biblioteca Popular Pedro Goyena posee un ejemplar del mismo a disposición de quienes se interesen por la vida y la obra de este nuestro mayor escritor.

El libro incluye los siguientes títulos: Hudson, Garibaldi y el Almirante Brown”; “Hudson y su sobrina Laura”; “La casa natal de Guillermo Enrique Hudson”; “La casa nueva “Las Acacias”; “Porqué Hudson escribió sus obras en idioma inglés.
A continuación se transcribe el segundo de ellos - el mismo que se publica en La Prensa -  páginas que nos introducen en la vida íntima del autor de "Allá lejos y hace tiempo"; sus vínculos familiares, sus afectos y sus añoranzas humanas, fuera de la pampa insuperable:

 
 Reproducción de la carta autógrafa, enviada por Hudson a su sobrina Laura que se traduce a continuación:
Mí querida Laura: 
¿Qué se ha hecho de ti y del barco? No puedo imaginár­melo, pues no veo palabra de su llegada en los diarios.
Como estamos en las vacaciones de Pascua, Emily y yo iremos a la costa por cinco o seis días; pensamos regresar el 13 de abril. Entretanto, si llega alguna carta o telegrama tuyo nos lo enviarán y lo tendremos en unas 24 horas.
Me estoy inquietando al no saber nada de ustedes, ya que dijeron que estarían en Marsella el 30 de marzo.
Hasta pronto, con cariños de los dos para los dos. [1] 
W. H. Hudson

Mary Hellen Hudson de Denholm, hemana menor del escritor y su nieta Violeta Shinya
Esta carta - traducida del inglés y que se publica por primera vez - la escribió Hudson en 1908 a su sobrina Laura, última hija de su hermana Mary Ellen, con quien mantenía frecuente correspondencia. A través de sus car­tas vivió la alegría del casamiento de Laura y recibió la agradable noticia de su visita a Londres, adonde llegaría en viaje de luna de miel, los primeros días del mes de abril. La carta a Laura expresa su ansiedad por verla; estaba impaciente pensando que aún no habrían resuelto salir de Buenos Aires.
No sé por qué causa los hermanos Hudson no eran uni­dos. Guillermo Enrique estaba alejado de su familia; así lo dice en su carta a Cunningham Graham “... Tengo allí hermanos y hermanas y otros parientes, pero no puedo decir si viven o no…” [2] 
Con su hermana Mary Ellen, sin embargo, sucedía todo lo contrario; la quería entrañablemente y la recordaba con ternura. En sus libros Far away and long ago y Book of a Naturalist, la menciona muchas veces con cariño. Es muy posible que ya desde pequeños haya existido más afi­nidad entre ellos. En su autobiografía, Hudson habla de la poco afectuosa actitud de sus hermanos mayores, que siempre trataban de alejarlo, y destaca en cambio la com­prensión de Mary Ellen y de Albert, con quienes jugaba amigablemente. Además, Guillermo y Mary Ellen amaban las bellezas naturales y los pájaros y este sentimiento co­mún los acercaba aún más. Lo apreciamos en su carta a Cunningham Graham, cuando le escribe ... Con frecuencia recibo cartas (y tarjetas postales) de mi hermana, que ahora viven en Los Molles, [3] San Esteban, en Córdoba, entre las sierras y rodeada de bosques, donde está reanudando su conocimiento de los pájaros que en una época eran comu­nes en Buenos Aires, y de otros nuevos para ella, como el mirlo argentino. Sus cartas me hacen morir de deseos de estar en un lugar semejante...”
 Laura y su esposo Shinya (fotografía obtenida en Tokio el 21 de octubre de 1908)

Mary Ellen valoraba y agradecía el amor y la compren­sión de su hermano Guillermo, quien entendiéndolo así, tra­taba de animarla sabiendo que su matrimonio había fraca­sado y que eran continuos sus sinsabores y tristezas. En verdad, Mary Ellen no había sido una esposa feliz. Casada en Buenos Aires con un escocés llamado Tomas Denholm, vivió dedicada a sus ocho hijos, un varón y siete mujeres, a quienes cuidó con cariño y abnegación.
Denholm, hombre poco afecto a la vida hogareña, eludía sus obligaciones de padre, desapareciendo esporádicamente, hasta que un día resolvió abandonar su casa para no regresar. Dolorida y avergonzada, Mary Ellen, pensando en sus ocho hijos, pidió a su hermano Guillermo que la acon­sejara. Sintiendo de cerca la amargura y comprendiendo su elevado espíritu de resignación y su fortaleza moral para resistir sola y olvidada de su marido todas las desgracias que le habían ocurrido, Hudson la ayudó a rehacerse y le insistió en que se trasladara a la Casa de Conchitas [4] (donde nacieron todos sus hermanos), que entonces estaba vacía.
Después que Mary Ellen y su familia se fueron a Conchi­tas, Guillermo (que vivía en Buenos Aires, en casa de un amigo situada en la calle Bolívar 344), los visitaba a me­nudo, pues le encantaba pasar con ellos el fin de semana, precisamente allí donde él se dedicaba a sus estudios, donde guardaba celosamente sus libros, sus recopilaciones y su material precioso de ornitología. En 1874, cuando Hudson viajó a Inglaterra, su hermana aún permanecía en Conchi­tas. En su carta a Albert, le decía: “…Después de leerla, trata de hacer llegar esta carta a Conchitas. a la señora Denholm; le llevará quince días para leerla, muy proba­blemente…” [5] 
Sin que se pueda precisar cuándo, Mary Ellen y sus hijos se trasladaron a Córdoba, donde nadie los conocía. Fue un triste día de verano, en que las aguas del río le llevaron a su único hijo varón. Esta pérdida le causó un enorme sufrimiento. Parecía destinada a padecer los más grandes dolores, pues al año siguiente una horrible epide­mia le quitó seis de sus hijas. Laura logró salvarse milagro­samente. La inmensa angustia de Mary Ellen encontraba alivio en la existencia de su hija menor y ella sentía que el caudal de cariño de su madre, naturalmente, crecía día a día.
Después de la instrucción primaria de Laura, Mary Ellen resolvió volver a Buenos Aires. Cerca de Plaza Italia, alquilaron una casa, en la calle Thames 2440. Como dispo­nían de pocos medios, Laura, que había finalizado sus es­tudios en el “North American Normal School”, daba clases particulares de idioma inglés. Las obligaciones aumentaban y era necesario afrontarlas. La idea de establecer un pen­sionado para jóvenes ingleses y norteamericanos fue una solución muy acertada, pues en verdad, resultó de gran utilidad el conocimiento de inglés que ambas poseían.
Un gran amigo de la casa, el señor Hogg, que era gerente general del Banco de Londres y Río de la Plata, se había manifestado con entusiasmo, en varias oportunidades, en reunir jóvenes que quisieran ingresar en la Asociación Cris­tiana de Jóvenes. Esta situación le permitió presentarle a la señora Denholm a ingleses y norteamericanos interesados, y a un asiduo concurrente japonés llamado Yoshio Shinya. [6] 
El señor Hogg los recibía casi todos los fines de semana en su casa-quinta y en esas reuniones Laura era el centro de todas las atenciones. Los jóvenes la agasajaban sin sos­pechar que sus sentimientos yá estaban comprometidos, pues Yóshio Shinya la festejaba. Bien pronto Laura hizo saber a su madre su noviazgo con Yoshio y su propósito de casarse con él. El señor Hogg, que simpatizaba mucho con Yoshio y quería muy bien a Laura, fue el primero en recibir de Mary Ellen, muy emocionada, esa agradable noticia. El 21 de noviembre de 1907, en la Iglesia Metodista de la calle Corrientes 718, se casaron Laura y Yoshio. El señor Hogg fue el padrino.
Aun lejos, Hudson vivía cerca de su hermana. Sus cartas así lo expresan. Trataba de ayudarla alentándola y no olvi­dando a Laura a quien nunca dejó de enviarle los tradicio­nales regalos de Navidad y de cumpleaños. Mary Ellen tenía el privilegio de leer las obras de Hudson en libros que él le enviaba cariñosamente dedicados y en cuanto aparecían publicados.
Laura se había casado ya. Una vez más Mary Ellen añoró la ausencia de Guillermo; sólo él hubiera podido comprender que sus sentimientos de alegría y tristeza a la vez, eran tan justificados. Deseaba con vehemencia que Guillermo viera a su sobrina querida. Pensó en el viaje de luna de miel de Laura y Yoshio; ellos le habían hablado de viajar a Japón, pues Yoshio quería visitar su país. Mary Ellen no vaciló en pedirles que incluyeran Londres en su itinerario. Laura, más que nadie, sabía lo que ese pedido significaba y se apresuró a cambiar los planes, accediendo así a la voluntad de su madre, con el mejor consentimiento de Yoshio. El viaje a Japón lo harían en otra oportunidad, pues ya habían resuelto ir directamente de Buenos Aires a Londres, embarcándose en el “S. S. Urakina” para llegar a destino el día 22 de julio. Este cambio postergó la prime­ra fecha que habían fijado para la partida y ante la falta de noticias por inconvenientes en las comunicaciones, Hud­son, preocupado, le escribe a Laura la carta que encabeza este artículo.
Durante su viaje, Laura escribía diariamente a su madre las impresiones recibidas. Sólo las partes relacionadas con Guillermo E. Hudson son las que transcribo a continua­ción. (Las cartas originales están escritas en idioma in­glés).
A bordo del “Urakina” (frente a la costa de Inglaterra)
“Lunes 20. Queridísima mamá: Hoy estamos en Plymouth. Te en­vío mi carta o diario de 24 páginas. No pudimos desem­barcar, de modo que la despachamos y certificamos a bor­do. Espero que la reciban sin inconvenientes. Mañana hará ocho meses que nos casamos, por lo que pienso lo lindo que sería que pudiéramos cenar en tierra y en el corazón de Londres. Desde Plymouth telegrafiamos al Hotel Morley, de la calle Trafalgar, para reservar habitación; sin­ceramente deseo que tengan una, pero alguien a bordo dijo que era difícil debido a la Exposición. Escribiré al tío William en cuanto vea si conseguimos algo en el Morley. Ten­go muchos deseos de verlo. Espero poder encontrar algo en él que me recuerde a ti….”
“Hotel Morley, Plaza Trafalgar, Londres, W. C.
Julio 22. Miércoles. Bueno, por fin estamos en el real y mismísimo Londres. Ayer, a eso de las dos de la tarde, anclamos en el Támesis frente a Tilbury y vinimos a Lon­dres en tren especial en una hora de viaje - cuando los hombres de la aduana subieron a bordo, acabaron con él equipaje y partió el tren, eran las cuatro -  de modo que llegamos al hotel a eso de las seis menos diez. Estábamos cansados y con hambre, ya que no habíamos tomado el té, de modo que lo pedimos en cuanto llegamos, pero antes de tomarlo le cablegrafiamos: ‘llegamos’; debe de haberlo recibido a eso de las seis de la tarde; espero que así sea. Después de cenar salimos a caminar un poco por la ribera. Lo primero que me impresionó de Londres fue su aspecto sucio; ¡ah! si pudieras ver solamente los hermosos edi­ficios, pero, ¡todo negro! Escribí al tío William antes de cenar y esta mañana, al desayuno, recibí un telegrama suyo diciendo que vendría a las 11.30. Bueno, salimos y dimos una vuelta; después fuimos al Consulado del Japón y volvimos, y lo encontramos esperándonos. Es muy, muy agradable. Se parece mucho a sus fotografías, sólo que se lo ve más viejo y más triste; él dice que se conserva igual, pero da la impresión de que está sufriendo continuamente. Habla lento y bajo y uno creería que tiene ‘fatiga* sola­mente. Pienso que es su modalidad.
Preguntó mucho por ti, hasta cómo estabas y si tenías el cabello gris. Dice que su libro [7] fue muy bien recibido y que lo que dijo en él de la crueldad con los pájaros en Cornualles ha traído como consecuencia una ley aprobada por el Parlamento para protegerlos allí y que es la primera vez que un libro ha sido causa de que las Cámaras aprobaran una ley. 
¡Imagínate qué honor para él, y sin embargo uno lo ve tan tranquilo y casi humilde! Iremos a verlo esta tarde - somos como la realeza, devolvemos las visitas el mismo día -; nos pidió que lo hiciéramos para conocer a la tía Emilia; ¡quién sabe cómo me llevaré con ella!; espero que bien. El tío nos explicó cómo llegar a su casa y nos dijo que quedaba como a seis millas, dos leguas, agregó. To­davía no tenemos el baúl con el mate y las cosas, pero le dijimos que tú habías mandado algunas y rió, diciendo que temía haber perdido el gusto de tomarlo…”
“Jueves 23. Ayer a la tarde fuimos a lo del tío William y parece que era el día ‘at home’ de la tía Emily; había otras personas. Es pequeña, blanca y fea, y más bien des­cuidada en su apariencia. Habló sólo unas pocas palabras conmigo; luego se dedicó a sus otras visitas, y el tío nos atendió. Antes de irnos nos hicieron prometer qué iríamos a almorzar hoy. Volvimos bastante tarde anoche, cenamos y fuimos a visitar a los Sharpers.
Esta mañana fuimos a la Abadía dé Westminster. Fue, simplemente hermoso (pero te contaré todo esto a mi re­greso). De allí fuimos a lo del tío William y me hice una opinión mejor de tía Emily, que la de ayer. Los dos son muy amables. El tío estaba muy contento con el mate. De allí fuimos a la Exposición Franco-Británica donde echa­mos un vistazo y vimos algunos de los juegos olímpicos. Era muy linda pero bastante cansadora porque hacía mu­cho calor...”
“Hotel Morley, Londres.
Martes 28. Queridísima mamá: Es tardísimo pero te diré solamente lo que he hecho hoy. El tío William vino otra vez esta tarde. Creo que disfruta estando con nos­otros; se fue alrededor de las 6.30, justo a la hora en que vino Betty...”
Miércoles 29. Nos levantamos a las 8 esta mañana y fuimos a Paddington a encontrarnos con el tío. Después que llegamos a Windsor recorrimos todo el Palacio y las habitaciones reales; entonces tomamos un carruaje y atra­vesamos el parque hasta un lugar llamado Virginia Waters. El panorama era muy hermoso y yo gocé de veras estando al aire fresco. Almorzamos en un lugar, una po­sada antigua en el Parque, y luego fuimos al lago; el cochero nos dijo que llevaría media hora, pero ¡ah!, fue tremendamente largo; caminamos y bien rápido durante más de una hora, así que cuando tomamos el coche otra vez, yo estaba simplemente molida. Después de llegar a la estación tomamos el té y luego el tren para Londres, adon­de llegamos a eso de las 6 de la tarde. Nosotros hu­biéramos querido oír cantar a la Melba. Está aquí en el Gran ópera, así que una. vez en Londres fuimos allí a sacar las entradas. ¡Las más baratas que habían quedado costaban una libra y un chelín!, naturalmente no sacamos, era demasiado caro para nosotros, de modo que volvimos al hotel atravesando Covent Gardens y compramos una libra de cerezas - se consiguen tan hermosas, tan baratas - nos desvestimos, nos recostamos y comimos cerezas. Estábamos los dos tan cansados que nos dormimos y tuvimos que apu­rarnos a vestirnos para cenar a las 8...”
Jueves 30, 21.45. Acabamos de volver de despedir al tío y a la tía Emily. Hoy, cuando estaba escribiendo, apa­reció Winnie; es la primera visita que me hace ya que está en el teatro de operaciones. Telegrafió que vendría, de modo que apareció alrededor de las 11; almorzó y tomó el té con nosotros; ha cambiado muchísimo pero to­davía es bonita. Justamente cuando empezábamos a tomar el té, un tal señor Morris - a quien Yoshio había cono­cido a través del editor del Morning Post - entró y se unió a nosotros. Es un hombre muy interesante, uno de los empleados principales de la Embajada Japonesa y también autor de varios libros que ha escrito sobre el Japón. Ha sido muy amable y atento con nosotros. Habíamos prome­tido estar en lo del tío William a eso de las 5.30 pero lle­gamos allí como una hora más tarde. El tío tenía los dia­rios y también tu tarjeta postal, y yo espero, mamá que­ridísima y que puedas arreglarte para conseguir a esa gen­te o alguna otra, y que estés cómoda hasta que volvamos a casa. Estoy segura de que disfrutaré con los diarios; los leeré después que esté en cama. No nos mandes más dia­rios mamá, porque cuesta demasiado el franqueo; en cuan­to lleguemos al Japón [8] tendremos La Razón, así que no nos mandes más y gracias por los que nos enviaste. Tía Emilia ha estado todo el día con dolor dé cabeza, por lo que no nos quedamos mucho, pero tío William insistió en que cenáramos con él en un restaurante. ¡Pobre tío William!, habló de toda la vieja gente de Buenos Aires. Creo que sen­tía despedirse de nosotros. Dijo que te estaba escribiendo y me preguntó si tendrías interés en más novelas y yo dije qué sí, que estaba segura que estarías encantada...”
Recuerdo que un día, hablándome de Guillermo E. Hudson, el señor Yoshio Shinya me dijo: “Es muy probable que yo sea el único japonés que haya visto y tratado a Guillermo E. Hudson. Fue al verlo por primera vez en Londres, cuando me asombré de la fidelidad de las fotografías que me habían enseñado. Era igual. Su rostro definía muy bien los rasgos de los Hudson. Tenía buena figura, muy alto y quizás un poco encorvado; recuerdo que para hablarme se agachaba debido a mi estatura. (Y. Shinya era de una estatura un poco más baja que la normal de los japoneses) Nunca podré olvidar el amor y la ternura que demos­traba por Laura. Era tan expresivo en su afecto, que yo me sentía conmovido y confieso que llegué a mirarlo con lágrimas en los ojos. Laura era para Hudson el reflejo de su querida herma­na, y varias veces nos manifestó que le parecía que ha­blando con ella, lo hacía también con Mary Ellen. Nuestra permanencia en Londres le absorbía su valioso tiempo, pero él era feliz haciéndonos conocer la ciudad, acompañándonos a hacer compras, organizándonos paseos, en fin, atendiéndonos siempre. Laura y yo decidimos hablar en inglés, sabiendo que tía Emilia no entendía el castellano. No obstante nuestro propósito, era evidente que habíamos despertado en Hudson los recuerdos de sus años transcurridos en la Argentina, pues él insistía en hablarnos en castellano. Fue así como tía Emilia se vio privada muchas veces de participar en nues­tras conversaciones. Recuerdo el día que muy emocionado nos recitó el poe­ma de Domínguez; fue, en verdad, uno de los tantos gratos momentos con que nos obsequió durante nuestra visita. Realmente Hudson no podía ocultar su amor a la Ar­gentina. Sus ojos se tornaban brillantes de alegría cuando hablaba de Buenos Aires, de sus lugares, de sus calles, y sus definiciones eran tan exactas, que ciertamente me llamó la atención su memoria prodigiosa”.
Mary Hellen y su nieta Violeta Shinya
De regreso a Buenos Aires, Laura y Yoshio rogaron a Mary Ellen que viviera con ellos en la nueva casa que ocu­paban en la calle Beruti 1033. En el año 1910, Laura era madre de una niña, Violeta, quien desdé muy pequeña recibió el cuidado y el amor de su abuela, debido a la salud precaria de Laura. Violeta encontró en Mary Ellen la mis­ma ternura de su madre. Al año siguiente viajaron las tres a Córdoba, a Los Cocos, donde residieron hasta 1915, año en que falleció Laura. 
Mary Ellen y su nieta, volvieron a Buenos Aires. Cam­biaron de domicilio, mudándose a una casa situada en la calle Teodoro García 2995. Allí es donde el 23 de agosto de 1919 dejó de existir Mary Ellen. Cuando Hudson recibió el telegrama que le comunicaba esa triste noticia, se apre­suró a escribirle a Yoshio Shinya una carta en la que le manifestaba su gran pesar, diciéndole que esa dolorosa noticia era un golpe muy rudo que recibía en su vejez. Sin embargo, le reconfortaba pensar que su hermana había amado a la naturaleza, y Hudson tenía la convicción de que quien ama a la naturaleza vive eternamente feliz.
Guillermo Enrique Hudson parecía predestinado a vivir sin el calor de su familia. A la edad de 17 años perdió a su madre y a los 26 a su padre. En el lapso de pocos años, fallecieron sus hermanos. En su vejez, a los 78 años, sufrió la pérdida de su hermana más querida, Mary Ellen, y dos años más tarde, en 1921, la de Emily, su mujer. Al año siguiente, el 18 de agosto de 1922, se apaga la existencia de Guillermo E. Hudson. En el momento de su muerte, na­die se encontraba a su lado. Masao Tsuda

Del capítulo “Hudson, Garibaldi y el Almirante Brown”. Casa del Alte. Brown donde residió sus últimos años. En su frente pueden observarse los dos cañones que dieron motivo a la denominación con que Hudson hiciera referencia a la misma.


Del capítulo, “La casa natal de Guillermo Enrique Hudson” interior de la casa natal de Hudson durante la ocupación temporaria por parte de una familia tucumana. 

 Del mismo capítulo la casa natal de Hudson antes de su restauración

Plano esquemático de la ubicación de la casa de Hudson en la estancia Vitel, "Las Acacias" de la familia Gándara.

Frente y vista posterior de la presunta casa de Hudson en la estancia Vitel de la familia Gándara, tema que se desarrolla en el capítulo “La casa nueva, Las Acacias”

Masao Tsuda fue embajador del Japón en Argentina (1954), presidente de la Asociación Hudsoniana de Tokio junto a la Asociación Amigos de Hudson en Argentina realizó gestiones para rescatar la estanzuela “Los 25 ombúes” de los intrusos. 
Había visitado por primera vez la Argentina en 1941, precisamente el año en que se cumplía el centenario del nacimiento de Hudson.
Una circunstancia ajena a él le generaron problemas con el gobierno Argentino, que tras la presión que los Estados Unidos hicieron al dictador Pedro Pablo Ramírez (1943-1944), el gobierno de facto debió romper relaciones diplomáticas con los países del Eje (Alemania, Italia y Japón) el 26 de enero de 1944 y les declaró la guerra el 27 de marzo de 1945 - cuatro meses antes de que finalizara la misma - bajo la presidencia del dictador Edelmiro Farrell. Tsuda por el hecho de ser japonés y director para América del Sur de la agencia de noticias japonesa Domei fue detenido por breve lapso de tiempo pues la inmediata intevención de numerosos intelectuales argentinos le devolvió la libertad.  
En 1957 la provincia de Buenos Aires crea el Museo y Parque Evocativo Guillermo Enrique Hudson por Decreto N° 7.641 con dependencia de la Dirección de Museos, Reservas e Investigaciones Culturales. A partir de 1991 las gestiones de la profesora Violeta Shinya - sobrina nieta de Hudson e hija de un japonés - fructifican y se recibe la primera partida de las generosas donaciones gestionadas por Masao Tsuda y el embajador Yoshio Fujimoto, de distintas empresas y la Asociación de Amigos y lectores de Guillermo E. Hudson del Japón. Se inicia la ampliación de tierras del Museo en dirección al arroyo las Conchitas. En 1996 se obtienen donaciones de organismos internacionales de Japón y de la Fundación Lloyds Bank.
  Compilación y notas Bibliógrafo Chalo Agnelli
FUENTES
http://edant.clarin.com/diario/96/09/28/T-03201d.htm
 
NOTAS

[1] Traducción del autor.
[2] “W. H. Hudson’s letters to R. B. Cunningham Graham”. The Golden Cockcrel Press. 1941 pp. 28-29. letter.dated April 17, 1894.
[3] Hotel Los Molles, propiedad de un señor inglés de apellido Baxter, situada en Los Cocos, San Esteban, Córdoba
[4] Al referirse a su casa natal, hablando Hudson de su “casa de Conchi­tas”, no la ubicaba como la “casa de los 25 Ombúes”. Esto trajo alguna vez su confusión. Cuando el Cónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires, en 1865, lo recomendó al Smithsonian Institute, Hudson, cumpliendo con los requisitos de la solicitud de empleo, envió sus datos personales a esa entidad. Enterado el secretario del Instituto, doctor Spencer Fullerton Baird, escribió al cónsul americano, diciéndole que no le había sido posi­ble encontrar en el mapa un lugar que se denominara “Conchitas”.
[5]W. H. Hudson’s Diary concerning his voyage from Buenos Aires to Southampton on the Ebro” Westholm Publication. Hannover New Humpshire p. 34
[6] Yoshio Shinya fue uno de los primeros japoneses que vinieron a la Argentina. Llegó en el año 1900 a bordo de la Fragata Sarmiento. En 1893 se celebró entre la Argentina y el Japón un convenio comercial. El gobierno argentino envió la Fragata Sarmiento al Japón para exteriorizarle su simpatía. Enterado de que se necesitaba un mozo, Shinya se presentó al Capitán D. Onofre Betveder para ofrecerse. .Tenía entonces 16 años. Al llegar a Buenos Aires, resolvió permanecer algunos meses en la casa del capitán. Estudió intensamente, ingresando a la escuela normal y continuó sus estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Posteriormente se destacó por sus inquietudes en bien de los japoneses residentes en la Argentina. Fue presidente de la Asociación Japonesa en la Argentina y durante muchos años se distinguió como corresponsal, colaborando en diarios japoneses y en “La Prensa” y “La Nación”. Murió en Buenos Aires en el año 1954.
[7]The land’s end”.
[8] Viajaron a Japón desde Londres, vía EE.UU.

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