miércoles, 17 de febrero de 2021

LA FIGURA FÍSICA DE HUDSON Y SU OBRA POR PEDRO L. CERESETO

Hudson era un hombre alto, medía un metro ochenta centímetros, de anchas espaldas y de caminar un tanto encorvado. De frente ancha y de nariz prominente, su cara estaba cubierta, a los 25 años de una barba completa y negra. Sus ojos pequeños de color castaño, bajo espesas cejas, tenían una mirada aguda y penetrante.

Hudson imponía por su sola presencia física, además era una personalidad atrayente, aunque de naturaleza reservada. Cuando visitaba las al­deas o se reunía con amigos, a poco de hablar cautivaba al auditorio, “la gente sucumbía al llamado de su personalidad” según expresa uno de sus mejores biógrafos: Edward Garnett.

LA OBRA DE HUDSON

Al estudiar la obra escrita de Hudson compa­rándola con su larga vida (murió a los 82 años) encontramos que su producción literaria se inicia en su edad madura, en especial después de los 45 años.

Su infancia y juventud transcurren en nuestro país y en él va acumulando sensaciones y expe­riencias que más tarde constituirán el material precioso para sus libros, sus novelas y sus relatos.

No se sabe nada, fuera de aquella mención que hace en su autobiografía Allá lejos y hace tiempo, acerca de la redacción, junto con sus hermanos, de un diario manuscrito que fuera de corta duración, de algún escrito, verso o ensa­yo que haya publicado mientras residía en nues­tro país. En cambio, era un prolijo recolector de datos de sus observaciones naturales, en cuan­to a aves y animales y que menciona cuando refiere que llevaba siempre consigo una libreta de apuntes. En Días de ocio en la Patagonia, se queja de haber perdido sus anotaciones del año que pasó en aquel lugar de nuestro suelo.

En los últimos años de su residencia en la Argentina, tiene una activa correspondencia con instituciones dedicadas a la historia natural, tal la Sociedad Zoológica de Londres, el Museo Smithoniano de Washington, y con el natura­lista Sclater, con quien escribió un libro de Ornitología Argentina en 1888.

EL GORRIÓN DE LONDRES

Cien años me parece que hace que te perdí,

¡maravilloso mundo de los pájaros!

¡Oh, pájaros benditos que revuelan,

zorzal de pico de oro que trina dulcemente

tras las lluvias de abril,

mística voz del cucu en la espesura

y pico carpintero de los campos oreados

y sobre todos ellos, remontadora alondra

por quien el cielo azul palpita en éxtasis!

No sólo en esta isla; más allá de los mares

que la circundan, lejos

vuela, rauda memoria

a más brillantes tierras, y recuerda

a la paloma y a la golondrina,

y la garrulería de los loros

en los templados bosques.

(De Crítica, Buenos Aires.)

 

En los diez primeros años de su residencia en Londres, 1874-1884, Hudson dio a luz varios poemas, uno de los cuales El gorrión de Londres que apareció en 1883, mereció una buena aco­gida, especialmente entre los poetas de aquella ciudad. Con anterioridad había publicado en revistas y periódicos otras poesías que aunque llenas de musicalidad, no habían trascendido entre el público. Es aquella poesía una compo­sición llena de ternura hacia el despreciado pajarito, que tanto se veía en aquella gran urbe y que lo presenta en un medio lleno de ruidos, chimeneas y vida artificial con su atmósfera neblinosa y cubierta del humo.

Pareciera que en el espíritu de Hudson se fueran acumulando aquellas vivencias de su sue­lo natal y de su patria adoptiva, durante el pe­ríodo mencionado hasta 1884. Así como la fruta que se recoge del monte necesita ser clasificada y acondicionada para que el fruticultor le dé salida de acuerdo al grado de madurez, así pare­ciera que Hudson clasificaba sus observaciones o sus trabajos hasta que comenzó la época de su gran producción, que comprende entre los años 1884-1922.

Aparece en el año 1885 La Tierra purpúrea, su primera novela y en ella describe con caracte­res vivos la existencia azarosa y viril que lleva­ban los habitantes de la Banda Oriental y que él conoció por haber residido allí durante el año 1886. En una novela de fuertes caracteres, amena, salpicada de referencias a hechos al parecer autobiográficos y en cuyas páginas hay escenas de luchas, querellas, así como páginas de amor y de cariño entre los personajes que apa­recen en la trama.

Publica en 1887 Una edad de cristal, novela en la cual describe una fantasía que lleva a la imaginación a construir una sociedad ideal. En 1888 aparece Ralph Herne.

Y viene a continuación la gran producción que a partir de entonces da a luz Guillermo Enrique Hudson. En el año 1892 aparece El naturalista en el Plata. Es uno de los más bellos libros que escribió Hudson. En él describe las pampas y sus costumbres, el encanto de sus des­cripciones hace gozar al lector en el transcurso del libro, que comprende 24 capítulos; trata además las costumbres de los animales que conoció en el Plata, salpicado todo ello de anécdotas llenas de vida y de enseñanza.

Este libro se publicó en la Argentina en el año 1953 en una esmerada impresión de Emecé y con un prólogo escrito por Ezequiel Martínez Estrada, que constituye uno de los más fieles y profundos estudios que se han hecho sobre Hudson.

En el año 1893, aparece Pájaros de la aldea y en ese mismo año se conoce Días de ocio en la Patagonia. En este libro vuelca las observaciones, las experiencias sentidas y las meditaciones que le inspiró su estada de casi un año en aque­llas extensas y áridas llanuras del sur. Permanece allí seguidamente: otoño, invierno y primavera y muestra el cambiante colorido del lugar, el desierto arenoso y el valle encantado de las go­londrinas, álamos y demás vegetación que bordea el anchuroso Río Negro.

El lector argentino puede encontrar la pro­ducción que editó en el año 1956, Ediciones Agepé, con un prólogo sumamente ilustrativo y profundo sobre Hudson, que realizó Lucilo Oriz.

En el año 1895, Hudson llevaba veintiún años viviendo en Inglaterra y su versación sobre los pájaros de aquel país se hace evidente en Pájaros británicos, que publica en aquel año. En el año 1898 aparece Pájaros de Londres, en el cual entre otros dedica un capítulo entero al gorrión, que mereciera su anterior poema del año 1883, El gorrión de Londres.

En el año 1900 describe en La naturaleza en Dowland, las llanuras y colinas que él recorrió en Sussex, al sur de Inglaterra y en ellas vuelca también el recuerdo de la visión de las pampas.

En el año 1901, aparece Pájaros y hombres y en 1903 Días en Hampshire; en este libro relata sus paseos por un paraje que conoció mucho y cuyo suelo y fauna estudia. Describe la aldea de Selborne, que tiene un significado muy profundo en la vida de Hudson, pues en su juventud, en la Argentina, cuando vivía aún en la campaña y no le era dable consultar libros de historia natural, le fue obsequiado uno escrito por Gilbert White, clérigo de la parroquia de Selborn. Relata en su libro Allá lejos y hace tiempo como apreció y quiso este libro, tanto que llegó a aprenderlo en partes de memoria, pues allí contenía mucho material de sus gustos y aspiraciones. Es de imaginar entonces su deseo, una vez en Inglaterra de conocer esta región, cosa que vuelca en este libro.

En el año 1902, publicó en un solo tomo, cuatro cuentos de ambiente argentino: El Ombú, Cuentos de un overo, El niño diablo y Marta Riquelme. Son cuatro historias de carácter nacional que suceden en la llanura bonaerense y otros como Marta en Jujuy. Son historias que bien pueden tener algún rasgo real de los días que le tocó vivir en nuestro país.

Marta Riquel­me, es la historia de una joven natural de Jujuy; el amor la liga a un hombre y esto los lleva a luchar en las guerras civiles de aquellos tiempos. El drama se desarrolla cuando pierde a su hijo y al regresar a su pago se fuga al monte siguiendo una leyenda, mientras que el cura que lo pro­tege, está secretamente enamorado de ella, termi­nando la historia con un patetismo impresio­nante.

En el año 1904, aparece otra de sus grandes novelas: Mansiones verdes. Se trata de un roman­ce que se desarrolla en la selva tropical de la Guayana Inglesa. El personaje principal es una creación de la fantasía de Hudson; en la primera parte del relato pareciera tratarse de un ave cuyo canto melodioso atrae y embelesa a un explorador que se interna en el bosque. Pero la trama hace aparecer a esta criatura, Rima de nombre, que ha nacido y vivido en el bosque con sus amigos los pájaros y plantas, y más tarde toma el carácter romántico y a veces dramático que sabe darle a la novela.

Existe una traducción castellana de esta obra que editó Santiago Rueda y tradujo Ernesto Montenegro.

En el año 1908 aparece El fin de la tierra (The Land End), en donde describe aquella parte más occidental de Inglaterra de suelo rocoso en donde se encuentra el cabo del mismo nombre, y en el cual el mar bate constantemente las costas y sus peñascos. Dicen los biógrafos que allí concurría con frecuencia Hudson especialmente durante el invierno a Penzance, una loca­lidad en donde vivió mucho tiempo. En una roca que daba al mar, solía permanecer horas enteras durante la tarde y aún durante la noche contemplando el mar y el cielo, sumido en sus meditaciones. Los vecinos del lugar, luego de muerto Hudson, inscribieron una leyenda sobre dicha roca que dice así: “Aquí acostumbraba a meditar Hudson”.

A pie por Inglaterra, aparece en el año 1909. En 1910 La vida de un pastor, que constituye uno de los libros que más éxito obtuvieron en Inglaterra. Allí están descriptos con la simpleza, al par que con la profundidad, todos los carac­teres de los habitantes de las aldeas que Hudson recorre a pie o en bicicleta, que luego de mu­chos años han remplazado al caballo, que tanto amaba, para recorrer las pampas y que en Ingla­terra prescinde ya sea por no tenerlo en un pri­mer momento y después por desacostumbramiento con la edad o por las cercanías de los lugares que le place visitar. Sus descripciones, como de costumbre, van entretejidas con obser­vaciones y relatos de la vida de animales, cosas y plantas, puestas todas, las humanas como las de la naturaleza y de los animales en el mismo plano de interés.

La vida de un pastor, aparece traducida al cas­tellano, en una edición que tradujo Ricardo Attwell de Veyga, de la editorial Santiago Rueda y de fecha 1946.

En el año 1913 publica Aventuras entre pája­ros, uno de los más bellos libros sobre pájaros que se hayan escrito. No por las descripciones de estos habitantes alados, sino también por su vinculación con la vida del hombre, su lugar en los sentimientos y sus peculiaridades. En él encuentran cabida, entre otros, los pájaros sudamericanos, como el tero, el cardenal, los pájaros europeos tales como el mirlo y el ruiseñor, dos de los más apreciados pájaros cantores de aquel continente.

También la Editorial Santiago Rueda, publica en 1944, con la traducción y un emotivo prólogo de: Attwell de Veiga, este delicado libro que constituye uno de los mejores de la siempre cautivante prosa de Hudson.

Tenía 78 años Hudson, en 1918, cuando publica el libro más conocido de su producción, eI libro autobiográfico Allá lejos y hace tiempo. Es el libro que más ha trascendido en nuestro país, gracias a los esfuerzos y la prolija traducción que el matrimonio Pozzo, con el asesoramiento de Justo P. Sáenz, imprimiera en varias ediciones muy bien ilustradas, de Editorial Peuser.

Es de agradecer al destino que Hudson haya vivido tantos años, para que en una edad en que Ia mayoría de los escritores se retiran de su actividad creadora, haya rememorado a través de su mente limpia, fresca y llena de nostalgias, la vida pastoril y las experiencias  por las extensas llanuras argentinas, el paisaje salvaje de las pampas, la vida del gaucho y las emociones de toda aque­lla naturaleza.

Quizá por medio de este libro es como más hemos conocido los argentinos a este autor que permaneció ajeno a la literatura hasta muchos años después de su muerte. Y es por la simpatía que vierte en sus páginas, en especial de una época que ya se fue y constituye un aconteci­miento histórico, cultural y topográfico, que Hudson ha pasado a ser en la actualidad uno de los escritores y artistas de la prosa más queridos y estudiados por los amantes de las letras.

Otro libro sobre pájaros publica en el año 1919, Pájaros de la ciudad y aldea y ese mismo año ve la luz El libro de un naturalista. Este último libro ha sido traducido por Máximo Siminovich, editado también por Salvador Rue­da y publicado en Buenos Aires en el año 1946. Aquí Hudson habla especialmente de animales como la ardilla, un gran capítulo sobre las ser­pientes y sus particularidades, así como otros mamíferos, perros, ratas, topos y variedad de insectos.

Pájaros del Plata, 1920, es un libro de ornitología de las aves de nuestras pampas, que resume todos sus conocimientos sobre nuestros pájaros y que en el año 1888-1889 había publicado en Londres juntamente con el naturalista Sclater.

Con el nombre de Un vendedor de bagatelas, 1921, agrupa Hudson, en un tomo que se publica en nuestro país en el año 1941, varios cuentos cor­tos de muy variada especie, pero todos unidos por la misma férula de sencillez y simpatía con que impregna Hudson a su personaje. Hay ade­más en uno de ellos una muestra del alma del poeta que llevaba Hudson al incluir un poema llamado El visionario, en el último capítulo.

El título de la obra no tiene relación con su contenido y si así lo designó a este tomo, fue por un encuentro casual de Hudson con una de esas personas que hablan de sí y no escuchan a los demás y que confundió a Hudson con un vendedor ambulante.

Existe una traducción de Francisco Uriburu que publicó Editorial Sudamericana en el año 1946, en un formato de libro de bolsillo.

Uno de los libros que más meditó y que tuvo en preparación más tiempo es Una cierva en el parque Richmond, que fuera el último libro que escribiera Hudson y que diera término justo antes de su muerte, en 1922.

Allí trata Hudson varios temas predilectos, como la migración de las aves, en especial de las aves de las pampas, que veía por millares y for­mando bandadas interminables volando hacia el norte en el otoño. Allí también habla extensa­mente de sus conocimientos sobre los órganos de los sentidos y sus observaciones, como sus teorías respecto a la existencia de muchos más sentidos que los cinco clásicos. Era realmente una de las más grandes facultades que atesoró Hudson, esa sensibilidad de sus sentidos, y bien está a él que encontraba tantas sensaciones donde muchos y la mayoría pasara sin percibirlas, que haya dicho que existen más de veinte sentidos en el hombre.

En este libro, Hudson se explaya en nume­rosas meditaciones sobre distintos temas que hacen a la conducta del hombre, y sus profun­dos pensamientos, sus agudas observaciones ha­cen que al mismo lo designara E. Martínez Estrada como El mensaje póstumo de Hudson.

Tradujo y prologó este libro que apareció en el año 1944, Fernando Pozzo, y lo publicó la Editorial Claridad, incorporada también a la di­vulgación de los libros de Hudson.

Pedro Luis Cereseto

Cereseto, Pedro Luis (22/6/1972) “Guillermo Enrique Hudson y otros ensayos”, Ed. de autor. Buenos Aires. Pp. 25 a 38

 

Compilación Prof. Chalo Agnelli

hudsoniano

 

 

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