viernes, 26 de noviembre de 2010

LOS ALCANCES DEL HISTORIADOR

Los recientes homenajes realizados en el país con motivo de La Batalla de la Vuelta de Obligado levantaron polvo en los anaqueles de los historiadores.
Esta conflagración se produjo el 20 de noviembre de 1845, en aguas del río Paraná, entre la Confederación Argentina, liderada por Juan Manuel de Rosas y  la escuadra anglo-francesa; cuya intervención, alentada por los del partido unitario exiliados en la Banda Oriental, con el pretexto de lograr la pacificación ante las divergencias existentes entre Buenos Aires y Montevideo, pero en realidad con la solapada pretensión de dividir al país, crear un  protectorado británico y establecer una economía de libre comercio, que si bien no pudieron lograr después de esa avanzada invasora, los unitarios con las corporaciones financieras anglofrancesas lo concretaron a partir de la presidencia de Mitre y sus sucesores.
Los revisionistas nacionalistas de derecha, los revisionistas de la izquierda nacional, los historiadores operativos a determinados medios, los popes de la llamada “historia oficial”, los “académicos”, que se creen los dueños de la historia enfundados en sus birretes y togas, que miran desde sus escaños con menosprecio o condescendencia a los que llaman historiadores mediáticos, como: O´Donnell, Galasso, Bayer, Piglia, etc... Así es, cada uno opina, refuta, juzga, analiza, sugiere… y afortunadamente el resultado es que la Historia no es esa cosa muerta que en nuestras épocas de estudiantes diseccionábamos en las aulas sin posibilidad de reacción alguna. Ya no.
Hoy la historia está en su punto de cocción: viva, transformándose, pasible de revisión, de la incorporación de nuevas interpretaciones, de la recuperación de documentación que se mantuvo oculta o no se tuvo en cuenta; abierta y nunca más ajena.
Vale la pena, en este momento, desde mi pequeño rincón de la historia local, transcribir el siguiente pensamiento sobre la persona y el accionar de historiadores y periodistas, de uno de mis autores elegidos con constancias y consecuencia, Juan Jacobo Bajarlía, de su libro “Sables, historias y crímenes”:

“El historiador debe aproximarse a la verdad. No siendo así se convierte en político de la historia, porque siempre ha menester de la parcialidad para defender su partidismo. Y desgra­ciadamente, en nuestro país no abunda el historiador imparcial. Existe todavía el caudillo de prensa de que nos hablara Alberdi en sus 'Cartas quillotanas'.
Él es, muchas veces, quien dirige la opinión y nos da una semblanza desfigurada de los hechos. ‘La prensa suda­mericana —nos dice despechado el contendor de Sar­miento—, tiene sus caudillos, sus gauchos malos, como los tiene la vida pública en los otros ramos. Y no por ser rivales de los caudillos de sable dejan de serlo de la pluma’.
Pero si alguno no reconociera hoy la existencia de caudillos de la prensa, no pueden negar se ha originado una serie funambulesca de caudillejos que tratan de enjuiciar a nuestras pro-hombres sin otra razón que la lectura de libros escritos tendenciosamente o el poco tino de quien nunca frecuentó los problemas del pasado.
Quisiéramos saber — permítaseme el pleonasmo — si a quienes podríamos llamar 'gacetilleros', ya que les queda grande el título de caudillos, han abierto a veces algún libro fecundo. Estoy seguro que su bibliografía se reduce siempre a una obra intrascendente y a uno que otro dato lanzado como brulote para desorientar […]
En vano será cuanto escriba. Seré uno de los tantos cuyas palabras han de perderse, porque además de todo lo dicho, hay un odio exacerbado con infinitas raíces que arrancan desde el más profundo légamo de nuestra historia. Es el odio que siempre caracterizó nuestras luchas. El odio que no hemos depuesto todavía, conver­tido ahora en un resentimiento imbatible. Ricardo Sáenz Hayes, citando a Joaquín V. González en un libro lleno de buen juicio, nos dice que el odio ha  sido el agente generador de los acontecimientos más significativos de nuestra primera centuria.
Nosotros agregamos que el odio predomina a despecho de los grandes espíritus, y predominará – ya lo estamos viendo – en esta segunda centuria (s. XX)
Y no quisiera terminar este párrafo sin hacer míos estos pensamientos de Sáenz Hayes: ‘Adonde quiera que se mire hallaremos lucha, ojeriza, rencores, venganzas despiadadas. No es menester que corra sangre para destruirse entre sí. Odia el grande al pequeño, por pequeño, y el pequeño al gran­de, por grande. Se odian los iguales en el mismo juicio; los que van de jornada por el mismo camino. El joven procura desalojar al viejo y el viejo cierra hermética­mente las puertas al joven. Existen, además, odios o an­tipatías de carácter psicológico: los violentos detestan a los apacibles, los audaces a los tímidos, los respetuosos y solemnes a los sarcásticos y cínicos’.
Donde hay tanto odio no puede haber imparcialidad. Y así como el odio fue el agente generador de nuestros más grandes acontecimientos, el odio es también el agente inspirador de nuestros libros, cuyas descripciones necesitan ser escorzadas de acuerdo con una perspectiva que encuentre en el espíritu el juicio sereno de la historia. Cuando esto haya acontecido, desaparecerá el caudillo de la cizaña y el sentimiento retrospectivo de federalis­mo y unitarismo.
Nosotros hemos tratado de ser imparciales. Y decimos con Alberdi: ‘Aunque opuesto a Rosas..., he dicho que escribo esto con colores argentinos’.
Hemos analizado serenamente la tan discutida época de Rosas, y al terminar el manuscrito que hoy se publica nos vino a la memoria la frase con que Tácito comenzó sus Anales (‘sin ira ni fervor’) y la hemos usado para po­ner esta obra bajo su égida: Sine ira et studio.” [Bajarlía, Juan Jacobo. “Sables, historias y crímenes, Pp. 145 a 147 Bruguera-Libro blanco. Diciembre de 1983. Buenos Aires]

Hasta hoy en este blog, EL QUILMERO no hace argumentación sobre la historia como ciencia ni como arte ni siquiera reflexiones, salvo algunas apreciaciones ligeras; inauguro estas REFLEXIONES DE MÁS ACÁ pues es oportuno afirmar que en mi reducto de la historia quilmeña a la que me he acotado, más como divulgador que como historiador, también existen aquellas posibilidades de interpretación histórica, a las que se suman las contradicciones entre los que creen que la historia se hace sólo desde la memoria oral o únicamente desde el documento certificado o desde tal o cual postura ideológica oportuna con el cargo o la función que se ocupe o desde el fútil relumbrón que puede dar aparecer en un medio masivo de comunicación o recibir un reconocimiento cualquiera, venga de donde venga. Por esto y mucho más vale la pena reflexionar sobre las palabras de Bajarlía.
CHALO AGNELLI

Juan Jacobo Bajarlía. Poeta, novelista, dramaturgo y periodista, nació en Buenos Aires en 1919 y obtuvo diversos galardones, entre ellos el "Ellery Queen"s Mystery Magazine" (1964), el del Fondo Nacional de las Artes (1969), el Premio Municipal de Narrativa (1970) y el Konex de Platino (1984).
Era también abogado, doctorado en criminología; dirigió "Contemporánea" (1948-1950 y 1956-1957), revista que agrupó las tendencias de vanguardia. Desde el 27 de junio de 1982, colaboraba en forma permanente con La Gaceta Literaria. Su último trabajo fue publicado el 22 de julio.
Firmaba sus novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly. Publicó "Historias de monstruos" (1969), "Fórmula al antimundo" (1970), "El día cero" (1972), "El endemoniado Sr. Rosetti" (1977) y "Sables, historias y crímenes" (1983). Como poeta ha publicado "Estereopoemas" (1950), "La Gorgona" (1953), "Canto a la destrucción" (1968) y "Nuevos límites del infierno" (1972).
En ensayo produjo, entre otros títulos, "Notas sobre el barroco" (1950), "El vanguardismo poético en América y España" (1957), "Sadismo y masoquismo en la conducta criminal" (1959) y "La polémica Reverdy-Huidobro" (1964).
Estrenó varias piezas teatrales, y su drama "Monteagudo" (1969) obtuvo cuatro distinciones: la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal de Teatro a la mejor obra no representada, la del Fondo Nacional de las Artes y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Falleció El 22 de julio del 2005. En 2007 se publicó la obra póstuma El placer de matar, que recopila distintas investigaciones que realizó Bajarlía sobre grandes crímines y criminales de la historia.

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