viernes, 28 de octubre de 2011

ISABEL RUIZ, LA PLACERA DE LA PLACITA DE LA COLONIA

Crónica de Chalo Agnelli
 Las plazas son un puntal en la vida de un barrio: en ellas un niño trastabilla sus primeros pasos, un hombre y una mujer viven, para siempre o por un rato, un amor, dos ancianos desovillan nostalgias. El aire se hace más claro, más suave, más profundo en las palzas…
Para los vecinos de La Colonia la plaza Aristóbulo del Valle tiene un apego peculiar. Comúnmente la llaman “la placita de La Colonia” por esa particularidad de los quilmeños de ponerle apodos a las plazas.
Todo el que la cruza a distintas horas verá a una mujer barriendo, juntando hojas, aseando, vigilando los juegos para niños, es Isabel, una tucumana que, desde hace 30 años, es placera en Quilmes, en distintos puntos, pero más de la mitad de esos años en esa plaza de La Colonia.
Ojos alerta, advertencias pacientes, pero firmes cuando se rompen los esquemas de la convivencia social y el cuidado del espacio público, un saludo cordial a los habitué y alguna charla con la abuela que lleva a los juegos al nieto a su cuidado mientras los padres trabajan.
A nadie habrá pasado desapercibida esa mujer; antes con delantal rosa, hoy azul;  con una beba rubia que años atrás, llevaba un pintorcito de Jardín de Infantes y luego el guardapolvo blanco. 
Sí, Isabel Ruiz, prácticamente, crió a Eva, su hija en esa plaza; con sol, con frío, sorprendida por lluvias y tormentas, de las que ahora puede guarecerse en una cabina que la Municipalidad construyó para los elementos de limpieza y su uso personal. Eva fue al Jardín 901, que ya no está más en el barrio, luego a la escuela Nº 17 de la calle Entre Ríos y terminó la secundaria en la Escuela Normal. Siempre próxima a su madre y a esa manzana arbolada.
Isabel vino de su provincia natal siendo muy joven, por esas vueltas de la vida y quizá por un reflejo ancestral que Quilmes tiene con Tucumán y sus pueblos originarios, que nos dieron origen, nombre, gentilicio.
- Aunque ahora vivo en Hudson, en el barrio Kennedy, yo quiero mucho a Quilmes – dice juntando sus manos.
Comenzó trabajando en casa de familia y luego en una fábrica de cerámica esmaltada que estaba en Belgrano y Conesa. El trabajo era pesado y el sueldo escaso, de modo que un día, en 1982, terminó su turno laboral a las 3 de la tarde y pasó frente a la Municipalidad - aún estaba en la calle Sarmiento -; un cartel en la puerta decía “vacantes”; no lo pensó, inmediatamente entró y se anotó. Al día siguiente el señor Guillermo Martinotti la confirmó en el puesto de placera. Y en ese mismo momentos fue a presentar la renuncia a la fábrica y al mediodía comenzó en su nuevo empleo.
Primero estuvo en la plaza San Martín, luego un breve tiempo en la de Conesa, en la plaza de Villa Armonía más tarde y en los últimos largos años en la Aristóbulo del Valle, que considera una parte de su casa.
- Yo me voy bien de acá, anímicamente me voy cargada de energía. Serán los tilos… los ginkgo biloba. Un señor, ya fallecido, que solía venir a cuidar los ginkgo me contaba de las propiedades que tenían para la salud, lo antiguos que eran. ¡Lastima que se están perdiendo! – se lamenta mirando las ramas secas de un árbol de esa especie ubicado sobre la calle Vicente López que parece caerse. Se lo comento y me dice que ya lo advirtió pues ante cualquier inconveniente forestal o en los juegos, los monumentos, en todos los elementos de la plaza ella tiene la obligación de dejarlo asentado en la dependencia municipal respectiva.
- Yo converso con los viejos vecinos del barrio. Me cuentan historias. Sus vidas. Muchos murieron ya – comenta como añorando y se queja:
- Algunas personas no saben cuidar lo suyo. Teniendo cestos cerca, tiran papeles, botellas plásticas, hasta pañales, por cualquier lado. Yo les advierto cuando los veo y contestan qué la plaza en pública, que yo no soy la dueña, que para eso pagan impuestos… Es difícil hacerles entender que no harían esas cosas en sus casas. ¡Como los que llevan a pasear a los perros sin llevar una bolsita para juntar los excrementos!... También viví situaciones de riesgo o de individuos sin pudor, pero cuento con la policía que viene inmediatamente y ante una seña mía, que acordamos, se pone alerta.  
Isabel Ruiz de Sosa es una mujer sencilla, sin pretensiones. Feliz de su trabajo y de la vida que le tocó vivir. Orgullosa de Eva su hija que le dio un nieto, Lautaro, “un nombre fuerte, con carácter”, dice. Recuerdo con afecto al intendente Vides, por su trato generoso y preocupado no solo del estado de la plaza sino también de ella como trabajadora municipal.
Es la placera con más antigüedad en de la plaza Aristóbulo del Valle, y quizá la más antigua en ese cargo tan de otros tiempos. Una figura que sólo puede pasar desapercibida a quienes ignoran o desconocen que el espacio público es una parte del hogar; la vereda, el cordón, las alcantarillas, las calles, las plazas. Pero por cierto que  no para todos en estas grandes ciudades donde se va perdiendo la identidad, el sentido de pertenencia, pues no faltan quien prolonga el descuido de su propia vida interior en el afuera, arrojando, latas, botellas, papeles en cualquier lado, ensuciando con aerosol paredes, estatuas, monumentos, los chicos que escriben los bancos con correctores, sin el menor respeto por lo que es suyo ni consideración por el vecino, sin urbanidad, creyendo que con pagar impuestos tienen derecho a todo, hasta abusar de la salud urbana. Y generalmente esos mismos son los mismos que más escuchamos quejarse de la sociedad de la que son parte.
OTROS TIEMPOS
Dejamos la plaza también cargados con el brío forestal que la circunda y en el camino nos encontramos con don Enrique, un viejo vecino del barrio, nacido cerca de esa plaza allá por los años 30´. Le cuento de la entrevista que acabo de hacer y me relata que cuando él era chico allí había un placero: “Llevaba uniforme de color gris, con gorra parecida a la de los vigilantes de antes. Los pibes no lo queríamos porque nos corría con el bastón si hacíamos alguna travesura. Era vecino. Vivía a cinco cuadras de la plaza, por Pellegrini, no más que eso. Era un viejo vecino de la zona, como yo ahora. Toda la gente lo conocía. No me acuerdo el nombre. Además los sábados por la tarde venía con un cajoncito y vendía golosinas. Era toda una institución, muy responsable de su trabajo. La mayoría de las personas los respetaba mucho.”
Por obra de las coincidencias reunimos dos historias que se entrelazan, una presente y una pasada, por esas cosas sencillas que aún pueden tener los barrios mientras exista gente sencilla.
Chalo Agnelli
20/10/2011
Para más datos sobre esta plaza ver el libro "La Colonia de Valerga - historia socia ldel segundo barrio de Quilmes" de Chalo Agnelli.- Ed. Tiempo Sur. Pp. 49 a 53
Librería El Monje, librería Ramos y 
casa de pastas La Romana 
en Andrés Baranda e Islas Malvinas. La Colonia

1 comentario:

agnellichalo@gmail.com dijo...

Querido Chalo:

¿La plaza es la que está en V. López y Pellegrini? Si es así, allí, hace muchísimos años, cuando yo era muy jovencita, mi tío Pepe (José Ramón Piccinini) que vivía en Quintana entre 12 de Octubre y Córdoba, al lado del corralón de mi padrino José Nepote, quien le regaló un pedazo de terreno donde se hizo su casa, fue por muchos años guardián de esa plaza. La que se acuerda más es mi hermana, que aunque es un poco menor que yo, tiene más claras las cosas de antaño...

Marga Mangione
Berazategui