miércoles, 20 de junio de 2018

“DESEMBARCO BRITÁNICO FRENTE A LOS QUILMES - 25 DE JUNIO DE 1806” DEL DR. J.A. CRAVIOTTO Y C. BARRERA NICHOLSON (1944)


“... no solo compete al historiador la función de cronista del pretérito,

sino que debe ser arquitecto y sabio a la par y debiera tal vez ser poeta también...”

Silva Herzog (historiador mexicano) 

Es destacable en suma el exhaustivo análisis de la documentación existente realizado por el Dr. Craviotto y don César Barrera Nicholson. Nada entra en el campo de la deducción o la suposición, por el contrario en notorio que han recurrido a la hermenéutica y a la heurística más rigurosas. En la numerosa bibliografía sobre las Invasiones Británicas, [a] estos notables historiadores quilmeños dan una definición y visualización exacta de las maniobras de desembarco y el choque en el suelo de Quilmes entre las fuerzas oponentes, el primero del intento invasor.
Los sucesos que aquí se narran - concluyen los autores – “así como la ocupación de la ciudad y de la Fortaleza, no entran en el desarrollo de este trabajo, dedicado exclusivamente al primer contacto de las fuerzas invasoras con las tropas coloniales, luego de su desembarco sobre las playas de Quilmes.” 
Al recate de esta coyuntura histórica nacional que involucró nuestro suelo, agrego nuevas notas al fin del documento, señaladas con letras para diferenciarlas de las que están numeradas, colocadas por los autores, así como se puso en ‘negrita’ las referencias a Quilmes, la Reducción y se encuadraron los puntos que creímos distintivos para la ubicación geográfica-temporal del lector. Al final del documento figura además de la bibliografía original, nuevos datos bibliográficos recomendados y la cartografía existente en el Archivo de Geodesia y en el que poseía la Junta de Estudios Históricos de Quilmes, inéditos.
Este trabajo fue publicado en el Boletín (ver en EL QUILMERO) de la Junta de Estudios Históricos de Quilmes en el semestre enero-julio de 1944. En la imprenta América. Corresponde al Año I – Tomo 1 de la Junta que presidía el Dr. Craviotto, era vicepresidente el Dr. Fernando I. Pozzo y secretario general Barrera Nicholson. (Chalo Agnelli)

LA INVASIÓN INGLESA DE JUNIO DE 1806 
AL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL HECHO Y DESARROLLO DEL MISMO HASTA EL COMIENZO DEL AVANCE INGLÉS SOBRE BUENOS AIRES.

José A. Craviotto — César Barrera Nicholson


Las invasiones inglesas al territorio del Virreinato, se produjeron en momentos históricamente críticos, en la evolución social de la Colonia. Ellas llegaron, como un fermento más en la revolución que se venía ope­rando en los espíritus y aportó nuevos elementos de juicio a la reflexión aun inmatura de los hombres dirigentes de la sociedad criolla.

El gran feudo de la Corona de España se estremecía desde tiempo atrás, bajo la presión de aspiraciones aun imprecisas, que a la manera de fuerzas telúricas, se manifestaban, de tiempo en vez, en rebeldías con­tenidas y en pretensiones audaces, o en actitudes ‘altaneras, frente a los privilegios, a la jerarquía y a la tradición de los poderes reales encarna­dos en los altos funcionarios españoles, en sus comerciantes y en sus autoridades militares y eclesiásticas.

Les faltaba a los criollos conocer la medida de sus fuerzas. Las inci­dencias de la lucha contra el invasor y la vinculación posterior con sus prisioneros fueron otras tantas experiencias que arrojaron luz meridia­na y reveladora sobre el valor de algunos conceptos acerca del ejercicio de la autoridad para gobernar y del manejo de la fuerza para lograrlo. Los acontecimientos de 1809 y 1810, no son más que las resultantes de un inmenso complejo de causas y efectos, entre las cuales figuran, por lo menos como de acción catalítica, las invasiones inglesas.

Harto comentadas han sido éstas, por autoridades en la materia, acerca de sus consecuencias sociales, económicas, políticas y militares, y tan sólo nos guía el propósito de presentar el cuadro más completo y documentado posible de aquel acontecimiento histórico, en la parte que co­rresponde a su primer desarrollo en aguas y tierras quilmeñas.
ANTECEDENTES

La extensión territorial de la zona conocida por “Los Quil­mes”, hoy partido de Quilmes, tiene por límite N.E. la costa del río de la Plata, denominada antiguamente “la lengua del agua”. En ambos extremos de esa costa, pero fuera de la jurisdicción quilmeña, los surgideros de Buenos Aires y de la Ensenada de Barragán, determinaron los puertos de sus nombres, y por ellos se realizaba el tráfico comercial de la colonia y el de los prime­ros tres cuartos de siglo de nuestra vida de Nación indepen­diente.
Frente a Buenos Aires, el llamado Banco de la Ciudad, impedía la navegación de mediano calado, la cual encontra­ba fondeadero en la zona llamada “Balizas Interiores” y en “los Pozos”, con 15 y 13 pies de profundidad. El banco se extendía por varios kilómetros río afuera, manteniendo su anchura hasta frente a Quilmes, en donde una profunda es­cotadura, acercaba a la costa la línea que marcaba profun­didades de 10 y más pies (hoy la zona llamada “de la tosca”, a una distancia media de 1500 metros, y manteniéndose casi constante en ella, como en la actualidad, se prolongaba hasta el extremo Sur de la costa quilmeña, terminando en la Ensenada de Barragán. Las profundidades en este lugar se hallan hoy modificadas por los depósitos de limo y sedimentos a que han dado origen los malecones del Puerto de La Plata, alterando la antigua altura de fondos al excelente abrigo que constituía la Ensenada.
Esta última, cuyo valor como puerto hemos destacado, fue descubierta como surgidero, en sondajes efectuados en 1727. Su importancia como abrigo para embarcaciones de cierto cala­do, así como su situación estratégica, determinaron que en él se estableciera una guardia militar, ya como defensa efectiva, o, como sucedió después de la paz con Portugal, con el carácter de estación de Policía y Resguardo.
Posteriormente se construyó una batería para 8 piezas de artillería pesada (2 de 24 y 6 de 16) además de las construccio­nes necesarias para cuarteles con destino al alojamiento de tro­pas. La autora que ha tratado el punto en forma completa dice, refiriéndose al puerto de la Ensenada que, durante la época co­lonial: “Fue más que nada y casi exclusivamente un pues­to militar y marítimo para la defensa de un enemigo exterior, o del contrabando, que reducía notablemente los ingresos fis­cales, o burlaba la clausura del puerto de Buenos Aires según la época” (1).

En 1810, poco después de los días de Mayo, el vocal de la Junta, Mariano Moreno, pasó por Quilmes en viaje a la Ensenada: “Acompañado de algunos individuos del gobierno, para examinar personalmente las bondades de su puerto, y enterarse de las obras que se necesitaban para fortificarlo, compo­ner los caminos hasta la Capital y adelantar el pueblo”; el autor que transcribimos continúa: “Así se ha ejecutado; el camino se ha empezado a componer con toda la actividad posible”.(2)

El camino a que alude Moreno es, indudablemente, el anti­guo camino real “de la cresta de las lomas”, cuyos rastros exis­ten, aun en 1837, en mapas de dicho año. (3)
Transcribimos a continuación uno de entre los varios in­formes presentados al general Whitelocke, cuando preparaba su expedición sobre Buenos Aires, referente a los caminos exis­tentes entre la Ensenada y Buenos Aires: “La Reducción (Quilmes) distaba de la Ensenada unas veinte millas y desde aquel punto hasta Buenos Aires habría nueve millas. Existían tres caminos: uno por el arenal de la playa, otro por los bañados y un tercero por las lomas; este último era el mejor, y para llegar a él (desde la Ensenada) había que cruzar algunos bañados, que eran atravesados cómodamente por los carros y ve­hículos de la región; ganando las lomas, el resto del camino era firme y bueno. Pocas eran las chacras situadas cerca del camino, y las tropas no debían esperar que hallaran abrigos cerca de los suburbios de Buenos Aires. Desde la Reducción el camino real pasaba por el puente (de Barracas o de Gálvez), pero mediante un gran rodeo a la izquierda se podía despuntar el Riachuelo” (4).

Eran estas las condiciones en que se encontraba la Reduc­ción de la Exaltación de la Santa Cruz de los Quilmes, geográ­ficamente consideradas, como lugar intermedio entre la Ense­nada y la Capital del Virreinato, lugares a donde había de pen­sarse lógicamente, irían dirigidos los ataques del cuerpo expe­dicionario que desembarcó en las costas de Quilmes y que se conoce en la historia argentina con el nombre de Invasiones Inglesas.

EXPANSIÓN BRITÁNICA

Las postrimerías del siglo XVIII, marcan para Inglaterra el final de una era de transformación social que determinó un rumbo netamente característico en su política exterior. Esta transformación venía realizándose desde muchos lustros atrás en la masa del pueblo que lentamente iba metamorfoseándose de agrícola-ganadero en industrial y manufacturero. Hilande­rías, tejedurías, hierro, acero, etc., fueron rubros importantísimos en la industria Británica, y factores de desequilibrio in­terno por falta de mercados y exceso de producción cuando en estado de guerra con Francia y España, cerró Europa sus mer­cados y se planteó el exceso de producción.
Los gobernantes ingleses se lanzaron a la conquista de aquellos mercados, encarando con lógica sagaz, la posibilidad de surtir las grandes poblaciones coloniales que, principalmen­te España, Francia, Holanda y Portugal habían organizado, convirtiéndose en inmensos imperios coloniales, y sin dejar de contemplar la posibilidad de adueñarse de alguna porción de aquellos extensos patrimonios, para convertirlos así en merca­dos y posesiones inglesas, aliviando de tal manera, la fuerte crisis que afectaba la estabilidad social de las grandes urbes británicas.
Glorias mezcladas de logrerías, grandeza complicada de especulación, espíritu de lucro heroico, fueron, según Groussac, las características de la ambición de Gran Bretaña en sus manifestaciones como individuo y como nación, al lanzarse a la obra de encontrar a cualquier precio, puertos abiertos para sus productos; y así, dice otro autor (5): “Que tras los percales y las muselinas, estaba toda la población inglesa”, y por lo tan­to, desde el primer ministro hasta el último obrero fabril, y desde el gran financista hasta el último pirata, en todos ellos latía el mismo intenso anhelo de expansión; y allí donde fracasó el intento de entendimiento internacional, lanzóse el Imperio a la contienda armada.
Ratificando lo anteriormente expuesto, transcribimos las frases del Fiscal de la Corte Marcial que juzgó al general Whitelocke en 1808, quien resumía las aspiraciones británicas con las siguientes palabras: “Descubrir mercados para nuestras ma­nufacturas, abrir un nuevo horizonte a la inclinación y activi­dad de nuestros comerciantes, hallar nuevas fuentes para el tesoro y nuevos campos para los esfuerzos, surtir las rústicas necesidades de países que salían de la barbarie o los pedidos artificiales y recientes del lujo y refinamiento de aquellas apartadas regiones del globo”.(5 bis)
La conquista de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza, fue el primer acto de fuerza a principios del siglo XIX, en pos de la realización de los ideales comerciales de In­glaterra. El Virreinato del río de la Plata estaba ya, a fines del 1700, en las miras del almirantazgo inglés a cuyo vivaz en­tendimiento no pudo escapar el brillante porvenir que esperaba a las vastas regiones rioplatenses, cerradas al comercio exte­rior y pletóricas de ingentes riquezas exportables legalmente, tan solo para la Metrópoli, y necesitadas de manufacturas in­glesas, accesibles por su bajo precio y su cantidad a todas las clases sociales del virreinato.
Por de pronto en la zona del litoral, de fácil acceso para los navíos de Gran Bretaña, dueña del mar que dominaban sus cor­sarios, la riqueza ganadera, magna herencia sembrada por los primeros pobladores, determinó muy luego la industria saladeril. En los años inmediatos al 1800 el incremento tomado por el comercio de cueros, cerda, huesos, sebo, etc., era tan grande que resultaban ineficaces las embarcaciones de que se disponía. Señala Levene que el número del “Telégrafo Mercantil” del 3 de setiembre de 1802, indica como necesarias no menos de 389 embarcaciones tripuladas por 7780 hombres, a razón de 20 por cada una, para conducir 1.800.000 quintales de sebo y las astas, uñas y cerdas.
Esta sola exposición es suficiente para considerar el gran poder de atracción que estos lejanos lugares tuvieron que ejer­cer sobre las ávidas miradas de los gobiernos ingleses, como una dorada Meca adonde conducir la abarrotada producción de las fábricas británicas y abastecerlas de retorno con valiosas mate­rias primas obtenidas a bajo precio.

LA EXPEDICIÓN AL CABO DE BUENA ESPERANZA

El 25 de julio de 1805, el Mayor General Sir David Baird, fue designado comandante superior de una expedición militar dirigida para apoderarse por la fuerza de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza. A ese efecto, el mismo día, el comodoro Sir Home Popham recibe instrucciones para ponerse a las órdenes de Baird, con carácter de jefe naval, para trans­portar a los expedicionarios hasta su destino en los buques de la escuadra bajo su mando.
Las fuerzas combinadas de mar y tierra salen de Inglate­rra a fines de agosto, recalando el 11 de noviembre, en la Bahía de Todos los Santos en las costas del Brasil, donde permanecen hasta el 28 del mismo mes, fecha en la cual zarpan hacia las aguas del Cabo; llegan allí el 8 de enero de 1806, y tras breve lucha contra la guarnición holandesa defensora de la Colonia, el 18 del mismo mes, se firma la capitulación por la cual Ingla­terra queda en posesión definitiva de aquel territorio.
Instrucciones recibidas por Popham el 2 de agosto del año anterior, le ordenaban enviar una fragata con la misión de na­vegar en aguas del Atlántico frente a las costas americanas entre Río de Janeiro y la desembocadura del Río de la Plata, a efectos de vigilar la probable presencia de naves francesas ene­migas y enviar informes sobre sus movimientos, en previsión de un posible ataque contra las fuerzas inglesas en la Colonia del Cabo, a la cual, en la fecha de remisión de la orden, se su­pone ocupada por dichas fuerzas.
Otras instrucciones posteriores, no llegadas a manos de Popham por haber sido apresada por buques franceses la nave que las conducía, indicaban al Comodoro colaborar con los bu­ques a sus órdenes en una expedición a la India, con cargo de reexpedir a Inglaterra las embarcaciones no necesarias para aquella empresa.
En razón de la orden primera, de patrullar las aguas ame­ricanas del Brasil hasta el Plata, el bergantín “Encounter” zar­pa en dirección a estas costas a cumplir su cometido.

LA EXPEDICIÓN AL RÍO DE LA PLATA

La temida aparición de una escuadra francesa al mando del almirante Willeaumez, [b] aun cuando bien prevista por los ingleses, no tuvo lugar, pues aquellas fuerzas tomaron otro rum­bo. El comodoro Popham, sin conocimiento de las órdenes que le prescribían otras actividades, se encontró con fuerzas nava­les importantes sin objeto inmediato a encarar, y con aguerri­das fuerzas de tierra en iguales condiciones.
El proyecto acariciado por el almirantazgo inglés desde años atrás, de incursionar en las propiedades coloniales de la corona de España, proyecto en el cual había tenido parte muy activa el comodoro, se presentó con todas las características de una brillante oportunidad. Aun cuando sin instrucciones para ello, Popham, ardiente partidario de la ocupación de los puertos sobre el río de la Plata, creyó fácil la operación militar, seguro, en caso de triunfo, de contar con la aprobación del gobierno Británico, quien, en tales casos, sólo condenaba la derrota, y de inmediato propuso los planes correspondientes al general Baird.
Pese a las objeciones de éste para la realización de aque­llos planes, se acordó designar comandante militar de la expedición, con cargo de ocupar interinamente la gobernación de la plaza a conquistarse, al brigadier general Guillermo Carr Beresford, segundo de Baird, hasta tanto llegaran las disposiciones defini­tivas que el gobierno británico ordenara al respecto.
 Lord Guillermo Carr Beresford (1768-1854)
Cinco transportes y seis buques de guerra forman la parte naval de la expedición, conduciendo a su bordo 37 oficiales, 896 hombres entre suboficiales y tropa, 60 mujeres y 40 niños; de las fuerzas indicadas, formaban parte 857 hombres del primer batallón del regimiento N° 71° cazadores escoceses. Las tropas se embarcaron el 13 de abril de 1806, haciéndose a la vela al día siguiente con rumbo hacia las aguas del Río de la Plata.
En la noche del 20 de abril, una tormenta hizo perder de vista al transporte “Ocean” con 200 hombres más o menos a su bordo, y como en caso de que tal embarcación se hubiese perdi­do definitivamente, la fuerza así restada hubiera disminuido el poder del total expedicionario, Popham dispuso recalar en la isla de Santa Elena para reforzarse allí con elementos a solici­tar al gobernador de dicha plaza. Así se realizó, cediendo el go­bernador Patten 103 oficiaos y soldados de artillería y 163 oficiales y soldados del regimiento de infantería de Santa Ele­na, conjunto que se embarcó a bordo del buque mercante arma­do “Justine”, haciéndose a la mar el 2 de mayo siguiente.

SOBRE LAS COSTAS DE QUILMES

El 8 de junio llega la expedición a la altura del cabo Santa María; el 14, Popham, embarcado en la “Narcissus”, se reúne con la expedición, a la cual había conseguido reintegrarse el “Ocean”. Inmediatamente se llamó a consejo de guerra, a fin de resolver el punto de ataque, las dificultades propias de la época, nieblas, etc., Las características del Río de la Plata en esos meses del año, retardaron hasta el día 24 el arribo al lugar elegido para el desembarco. Al respecto se expresa Beresford: “Si bien Sir Home Popham añadía a su pericia el más perseverante fervor y asiduidad, la niebla, la difícil navegación y los continuos vientos contrarios hicieron que recién el 24 por la noche nos encontráramos frente a ella”; refiriéndose a la punta de Quil­mes. (6).

En la mañana del 24, la escuadra avistó la Punta de Lara, amagando un ataque al puerto de la Ensenada y corriéndose luego sin detenerse hasta frente a Buenos Aires. “En la maña­na del 25 - dice Groussac - el enemigo, que había permane­cido en Balizas Exteriores examinando la playa, retrocedió hasta la Punta de los Quilmes” (7). En tal lugar, como se dirá más adelante, desembarcaron los ingleses a mediodía del 25 de junio de 1806.
La privilegiada situación geográfica del puerto de Buenos Aires, militarmente mal protegido, y la fama de sus nacientes riquezas, despertaron desde su segunda población, la codicia de los corsarios de diferentes nacionalidades y pusieron en estado de alarma por repetidas veces a la población de la ciudad, quien debió apercibirse para la defensa de la plaza, con todos sus ele­mentos combatientes cada vez que desde el fuerte, los tambo­res de la guarnición tocaran generala, la campana del Cabildo tañera a rebato y el vocerío y apresurado correr de las gentes anunciaran la presencia de riesgos y peligros avistados en las inmediatas aguas del estuario. Buenos Aires conocía pues, y con regular frecuencia desde los primeros tiempos de su existencia, el estado de ansiedad provocado por las posibilidades de un ata­que desde el exterior. Agregábase a esto, las actividades portuguesas en la margen izquierda del Río de la Plata, las cuales sumaban preocupaciones en las autoridades civiles y militares y daban por resultado la adopción de medidas encaminadas a una organización defensiva permanente en la corta medida de lo posible, en la parte de costa y adyacencias que median entre la Magdalena y el puerto de las Conchas.
En los últimos años del siglo XVIII, el virrey Olaguer Feliú organizó un plan militar con miras a repeler amenazas contra la Capital del Virreinato. Algunos años después llega desde la Metrópoli a las autoridades locales una seria advertencia de estar preparados para una guerra con Gran Bretaña, y esto no ya como inevitable, “mas como si estuviese ya declarada”; lo dicho ocurría en enero de 1805. (8)
Las medidas adoptadas por el virrey Sobremonte, fueron esencialmente las de proveer con tropas efectivas a la defensa de la costa, con lo cual ocurría en forma permanente a una vigilancia continua y a repeler, además, en cualquier momento, toda posible incursión de los indios por el pago de la Magda­lena.
La organización y adiestramiento de las fuerzas a crearse, quedó a cargo del subinspector general, coronel Pedro de Arze.
Se escalonaron pequeños núcleos, luego de reforzar la guar­nición de la Ensenada que, como ya dijimos, contada con 8 pie­zas de artillería; este escalonamiento consistía en grupos de jinetes, formando patrullas, y manteniendo enlace con la En­senada y las estancias que en el trayecto hacia Buenos Aires se encontraban cerca de la costa. En la primera que se cita, de Manuel Arellano, cuyo casco ocupaba tierras de la jurisdicción del actual partido de La Plata, se custodiaba el armamento con­siderado suficiente para armar la gente que pudiera concurrir del pago de la Magdalena e inmediaciones.
Apresuradamente se repararon y aprestaron las fortifica­ciones existentes en la Ensenada, apuntalándolas con obras provisionales hechas a escape y dentro de lo que era posible entre la urgencia notificada y la carencia de recursos oficiales.

COMUNICACIONES MILITARES DE CORRELACIÓN DE SEÑALES Y SERVICIOS DE EMERGENCIA

Determinó Sobremonte el establecimiento de vigías en lu­gares convenientes y la indicación de arroyos o malos pasos para la artillería, con el fin de construir puentes de madera, fácil de quemar en caso de retirada, dejando así prevenido todo el camino “de las lomas” entre la Ensenada y Buenos Aires. En eso camino debían colocarse seis piezas de artillería, con un artillero cada una y dos chasques, con el solo objeto de dar señales de salvas ya convenidas. La primera pieza se situa­ría en Buenos Aires en “el alto de la Residencia(9); la segunda en los Quilmes; otra en la estancia de Francisco Márquez, sobre el arroyo Conchitas y las demás en las estancias de Fermín Ro­dríguez, de Arellano y de Loza. En julio de 1805, la mala esta­ción había impedido llevar los cañones a los sitios convenidos que se encontraban a esa fecha, aun desguarnecidos; en abril de 1806, los cañones se encontraban situados en los sitios con­venidos. (10)
En octubre se adoptan disposiciones más precisas; se indi­ca entre otras determinaciones, que la división del campo de Barracas (presumiblemente el destacamento del coronel Arze, encargado de la defensa móvil) hará patrullar la costa desde el Riachuelo hasta los Quilmes; que al primer aviso de alarma, el escuadrón más inmediato a la Ensenada se armará con pre­mura en la estancia de Arellano, para acudir donde fuera me­nester su auxilio, y patrullar la costa desde los Quilmes hasta, la Ensenada. Que se apostase una fuerza reducida, de 30 hom­bres, en la boca del Riachuelo, donde el comandante de marina haría tomar posiciones a las lanchas cañoneras.
Estas fueron en sus líneas principales generales, las pre­visiones militares ideadas por el virrey Sobremonte, para apercibiese al riesgo que se cernía sobre Buenos Aires, de un ata­que inglés a la ciudad o a sus proximidades, sin que se tenga referencia alguna para citar, de que entre las últimas órdenes dadas en octubre de 1805 y los acontecimientos que se desarro­llaron en junio de 1806, se hiciera ensayo, maniobra o compro­bación de las disposiciones adoptadas con el fin de verificar la eficacia de las mismas. (11)
Corrían los primeros días del mes de diciembre de 1805, cuando llegaron noticias a Buenos Aires, con la consiguiente producción de alarma, de que una gran expedición inglesa com­puesta por numerosos navíos, estaba de recalada en la bahía de Todos los Santos, en las costas del Brasil.
Se trataba de las fuerzas expedicionarias inglesas, que em­barcadas en la escuadra a las órdenes de Popham, se dirigirían muy luego para la conquista de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza. Fue ésta la primera información que tuvo Sobremonte de la proximidad de fuerzas enemigas en aguas de América.
Aceleradamente se aprestaron las defensas de las plazas de Montevideo y Buenos Aires; se recomendó la internación de ganados y valores hacia la zona de tierra más adentro, se con­vocaron milicias voluntarias, y las pocas embarcaciones exis­tentes se pusieron en son de guerra.
Al cumplirse un mes de las primeras alarmas, o sea en los comienzos de enero de 1806, nuevas noticias que se reciben, in­dican que la escuadra inglesa había zarpado con rumbo Este. Tal circunstancia, que alejaba la posibilidad de riesgos inmi­nentes, hizo renacer la tranquilidad oficial y pública, con lo cual se resolvió el licenciamiento de voluntarios, desarme de mili­cias y el restablecimiento del ritmo habitual en la vida de la Colonia.          
Así las cosas, llegan los primeros días de junio de 1806, en que el vigía de San Gerónimo (costa del Uruguay) da la alar­ma, por haberse avistado naves enemigas. Presumiéndose un ataque a la plaza de Montevideo, se refuerza su guarnición, ha­ciéndose lo mismo, a todo evento, con la de la Ensenada de Ba­rragán. Pese a la presencia conocida de una escuadra impor­tante en aguas del estuario, llega el día 17 sin que se tomen providencias de fondo, limitándose el virrey al acuartelamiento de las tropas existentes, y hasta disponiendo la reducción de los efectivos movilizados en la campaña, los días 21 y 22. En la tarde de este último, llega aviso desde la Ensenada, de la pre­sencia de siete buques. Los días 23 y 24 se disponen diversas medidas de precaución en aquel punto, mientras en Buenos Aires, las fuerzas desorganizadas y en confusión, permanecen inactivas, ante las impávidas miradas del virrey con su séquito de jefes y subalternos, quienes evidentemente, no creían en un ataque a la ciudad, inerme y prácticamente abandonada desde el punto de vista militar.
"A las once de la mañana del 25 de junio de 1806 los ingleses,
después de recorrer la costa, empezaron el desembarco en Quilmes (José María Rosa - http://faggella.com)

EL DESEMBARCO EN QUILMES

En el parte que firma Beresford sobre la captura de Bue­nos Aires, consta que propuso efectuar el desembarco en Quilmes y que: “No bien lo permitió el viento, sir Home Popham, acercó los buques todo lo que pudo”. A su vez, dice Popham: “Como fue imposible para el Narcissus aproximarlo a la costa debido a la poca profundidad del agua, el Encounter fue acercado hasta encallar, para cubrir el desembar­co del ejército en caso de necesidad”.
Afirma Groussac que el citado bergantín calaba 12 pies y que a pesar de dicho calado escaso: “Tuvo que quedar a una milla de la costa”. Es de observar que los cañones del Encounter no podían tener un alcance útil, de acuerdo con los datos de la época, más allá de los 1.000 ó 1.200 metros, lo cual permitiría suponer que las tropas invasoras, una vez llegadas a la playa, habrían de quedar fuera de la protección de la artillería de di­cho buque, y con mayor razón cuando se internaran tierra adentro. “En la tarde del 25 de junio - dice Gillespie, oficial inglés que participó en la invasión -, la sección militar estaba frente a Quilmes, una punta baja de tierra, situada a doce millas de “Buenos Aires”. A su vez, el teniente Fernyhough - que como Gillespie, pertenecía al batallón de Infantería de Marina - dice: “Llegamos a la altura de Buenos Aires el 25, a unas 15 millas de aquella ciudad, cerca de Quilmes. Allí juzgó prudente des­embarcar el general Beresford”.

La punta baja de tierra, frente a Quilmes, según la carta publicada por la Dirección Hidrográfica de Madrid en el año 1812, de acuerdo a trabajos realizados con anterioridad por el entonces teniente de fragata Andrés de Ayarvide, y frente a la cual fondeó la escuadra inglesa atacante, referida a nuestra costa actual, se encuentra en el lugar determinado por las coor­denadas geográficas siguientes: Lat. 34° 42’ 19”; Long. W. 58° 14' 02”, localizado por la baliza luminosa del Club Náutico Quil­mes por el Servicio Hidrográfico del Ministerio de Marina. (12).
El Gobierno de la Nación, a pedido de la Comisión Nacio­nal de Museos y Monumentos, declaró “lugar histórico”, en Quilmes, al “lugar en que desembarcaron las tropas inglesas que después fueron derrotadas en Buenos Aires (25 Junio 1806).” (13)

Dos esclavos de Juan Antonio Santa Coloma - vecino afin­cado en aquella época en las proximidades de los Quilmes, hacia el extremo Norte del barrio de Villa Crámer del hoy pueblo de Bernal - un pardo y un negro, informaron a la guardia militar del Puente de Gálvez - hoy Pueyrredón - sobre el Riachuelo, en la noche del 25, a las 20 horas, ante el coronel Elía, que: “En la madrugada de ese día aparecieron frente a los Quilmes once fragatas, tres bergantines y un falucho, que se aproximó re­conociendo la costa con un pequeño bote por la popa y regresó, retirándose con tres fragatas, quedando por este motivo re­ducido el número de dicha división inglesa a siete fragatas y tres bergantines; que uno de estos (el Encounter) varó con mucha proximidad a tierra a las 12 y 30, desde cuya hora, pro­cedieron a desembarcar las tropas en 21 botes en tres ocasio­nes, conduciendo en cada uno de ellos 20 a 22 hombres; luego que verificaron el desembarco en el arenal frente a los quilmeños, que se ocultaron en los pajonales del Bañado hasta poco antes de oraciones”. Esta declaración, comprobada por mu­chas otras, por lo menos en lo fundamental, nos mueve a no ratificarla más que con la carta del Cabildo de Buenos Aires a S. M. el Rey, por intermedio de su apoderado en Madrid, Manuel Velazco y Echeverri, que dice así: “A la mañana del día siguiente, 25, se presentó la escuadra enemiga manifestando cla­ramente por sus maniobras que sus miras se dirigían a desembarcar en la inmediata playa, y a poco más o menos de las 12 lo verificó a la vista de todo el vecindario que desde las azoteas divisaba el continuo acercarse de los botes al citado lugar de los Quilmes”.
Agregamos a esto la declaración del subteniente San Pe­dro y Pazos, quien dice haber observado el desembarco desde Buenos Aires sin que se hiciese desde nuestra parte el menor “movimiento para estorbarlo no obstante hallarse el río bajo”. (14)
El lugar elegido por los atacantes, las playas frente a los Quilmes, no lo fue al azar; constituía, según Groussac, el punto desierto más próximo a Buenos Aires donde las fuerzas pudie­ran hacer pie sin ser molestadas. Además era el sitio de la cos­ta más cercano a la playa, que marcaba la menor distancia para que los buques se acercaran a la orilla, contando con una pro­fundidad regular de 12 pies. El coronel Beverina [c]determina el lugar como el único más adecuado para verificar un ataque por sorpresa, antes que un enemigo organizado hubiera tenido tiem­po de enviar allí tropas numerosas para impedir la operación Por otra parte, la existencia de una franja de bañados, entre el punto de desembarco y las barrancas, favorecía la organiza­ción de las tropas que hacían pié, antes de que el ataque que podría llevárseles desde tierra, las encontrara en maniobras preliminares a su colocación en orden de combate. (15)
El alférez Fernández de Castro, en su declaración ante el Cabildo, dice: “Que habiéndose avistado en la mañana del 25 de junio próximo pasado once embarcaciones como a distancia de cinco leguas al Este de este puerto, la Fortaleza dio la señal de alarma.... que desde la mañana hasta las doce del día, los enemigos trataron de acercarse todo lo posible a la costa de los Quilmes, quedando una corbeta fondeada afuera y avan­zando los otros buques a proteger el desembarco, que clara y distintamente se veía efectuar con veinte embarcaciones menores”.
Habían desembarcado 70 jefes y oficiales, 99 suboficiales, el empleado civiles y 1474 hombres de tropa; el núcleo más importante lo formaba el primer batallón del Regimiento N° 71 de Cazadores Escoceses, al mando del teniente coronel sir Denis Pack; el batallón de Infantería de Marina, al mando del capitán King y la Infantería de Santa Helena, al mando del te­niente coronel Lane, integraban el total.
El coronel Elía, en nota ya citada dirigida al Virrey desde el Puente de Gálvez en noche del 25, al referir la información de los esclavos de Santa Coloma, dice: “Que luego que verificaron el desembarco en el arenal de los quilmeños que se ocultaron en los pajonales del Bañado hasta poco antes de oraciones; que dado el toque de caja, se formaron en la playa, al parecer en mucha cantidad, con chaquetas encarnadas con vueltas amarillas y pantalón azul; que poco antes del toque de caja, procedieron algunos a echar en tierra una cu­reña.” (16)
El capitán de milicias de caballería José del Llano, de guar­dia en las cercanías del Puente de Gálvez, donde se presentaron los esclavos de Santa Coloma, declara lo por ellos informado: “Que en el desembarco, habían empezado a las once y concluido a las tres y media de la tarde, desde cuya hora hasta una después de oraciones se conservaron ocultas en el pajonal, de donde salieron a la hora citada para desembarcar la fusilería, ca­ñones de campaña y municiones, las que les fueron traídas a tierra en distintos botes”.
El teniente Álzaga, de guardia también en el Puente de Gálvez, se refiere así a la declaración de ambos esclavos: “Que al cerrar la tarde habían tocado pitos y tambores y hecho algunas evoluciones en la playa; que también les habían visto desembarcar cañones, cargado cada uno por cuatro hombres, para cuya descarga se habían aproximado una fragata y un bergantín que se habían varado con el baja mar”.
En Quilmes, y respondiendo a disposiciones prefijadas, se encontraba el sargento de inválidos Gerónimo Tabares, quien con cuatro hombres y un artillero, disponía de un cañón de a 12, sin cureña, clavado en tierra, para dar aviso con sus dispa­ros, de cualquier novedad. Es probable que estuviese apostado en la vigía de Quilmes desde abril de ese año, tal como lo hemos señalado antes. Así mismo, y desde las 10 de la noche del 24, se encontraba en la Reducción el alférez Manuel Sánchez con 12 hombres, con la misión de rondar las barrancas; el mismo que, al amanecer del día 25, avistando los buques enemigos, mandó parte urgente a S. E. disparando al propio tiempo dos cañonazos y pasando aviso al encargado del cañón más cercano a la ciudad, para que repitiera la señal, tal como lo declaró al Ca­bildo el propio sargento Tabares.
 Marquez Rafael de Sobremonte y Núñez (1745-1827)

Dice Mariano Moreno en su Memorias sobre la primera invasión inglesa, que el Virrey Sobremonte se burlaba de la presencia de barcos enemigos en aguas próximas a la costa de la Ensenada, suponiéndolos de contrabandistas, y que a pe­sar de recibir un parte del Comandante en aquel punto, al toque de oraciones del día 24, en el cual se le informaba haber inten­tado los ingleses un desembarco por aquel lugar y haberlos “resistido con el fuego de la batería”; no obstante ello el virrey se dirigió a la Casa de Comedias (en la esquina actual de Canga­llo y Reconquista), sin dar muestras de atribuir importancia al parte, “con la misma serenidad que en una paz tranquila”. Y solamente cuando a las 8 de la noche entró a su palco un oficial entregándole un nuevo parte, esta vez de los Quilmes, en el cual se le daba aviso que los ingleses desembarcaban allí, se retiró del espectáculo hacia su palacio; Ignacio Núñez, que como Mo­reno, escribió una memoria sobre el suceso que había presen­ciado, también se refiere al parte, llegado al palco del Virrey, desde los Quilmes. (17).

Acerca de estas circunstancias, la nota del Cabildo ya men­cionada en su informe al Rey, dice que: “Avisado el Virrey la noche del 24…  no tomó más providencia que la de despachar una partida de 10 a 12 hombres que fuesen a rondar por aquellos parajes”.

Abundando sobre este punto, el sargento Bonifacio García, de guardia en la Fortaleza en la noche del 24, declaró que: “Durante su guardia llegaron dos chasques de la Ensenada con “comunicaciones para S. E. que se hallaba en el teatro”.
De las referencias transcriptas, y dejando de lado algu­nas pequeñas diferencias de detalle, se desprendería que el Vi­rrey recibió aviso de los graves sucesos del momento, primero directamente desde la Ensenada, y luego desde los Quilmes, siendo probable que este último haya sido dado por el sargento Tabares, de guardia en éste punto.

Concuerdan también las referencias, en señalar la actua­ción tan largamente comentada por la crítica, de la “encumbra­da nulidad”, tal como designó Groussac a Sobremonte; quien, en una asombrosa e inexplicable incapacidad e irresolución, se limitó a observar el desembarco: “con un anteojo, desde uno de los balcones de la Fortaleza”, en la mañana del siguiente día 25, tal como lo declaró el voluntario José Antonio Lago.

EL ATAQUE

Dice Gillespie: Se efectuó el desembarco de toda la fuerza efectiva con todas sus municiones para el servicio. Las fogatas encendidas en todas las alturas y un numeroso concur­so de jinetes viniendo de todos los rumbos al gran centro de la Reducción, pueblito más de dos millas a nuestro frente, de­notaban una alarma general y que este terreno alto (el que se encontraba desde las barrancas hacia el oeste) era el elegido por el enemigo para la lucha que se aproximaba”.
Casi al terminar la tarde, el ejército invasor emprendió la marcha por entre los pantanos en procura de un terreno alto donde acampar y organizarse; continúa Gillespie: “Después de desprender piquetes, el ejército vivaqueó por la noche sobre su terreno. Justamente obscurecía cuando se oyó una alarma de algunos muchachos, que descargaban sus mosquetes en la dirección de donde procedía un ruido de pisadas de caballos, que aparentemente se venían sobre ellos a toda carrera. El teniente Landel, de los marinos, que los mandaba, se condujo con sangre fría. En vez de retroceder precipitadamente, mantuvo su terreno hasta que se formó el cuerpo principal. Esto sucedió porque algunos marineros, observando nu­merosos caballos, trataron en vano de agarrar algunos y de este modo los arrearon sobre nuestras líneas”.
El teniente Fernyhough se expresa en igual sentido; men­ciona las hogueras encendidas en la Reducción y la presencia de tropas montadas y con respecto a la carga de caballería, que los piquetes de avanzada supusieron al notar el avance pre­cipitado de varias tropillas, dice que se produjo al amanecer, “just before daylight”.
Durante el día 25 había soplado viento norte con caracte­res tempestuosos, que se confirmaron con recios aguaceros caí­dos durante la noche, condiciones que debieron ser soportadas por las tropas inglesas en los vivaques y al raso.
Poco antes del obscurecer de dicho día, llegó a los Quilmes el subinspector Arze, al frente de 500 hombres de caballería, armados con espadas y pistolas unos, con chuzos otros, y unos pocos con carabinas, trayendo consigo esta fuerza, 2 cañones y un obús. Esta fuerza de caballería la componían 400 hombres de las milicias de la campaña y unos 100 blandengues.
No tardó en reunirse a esta tropa, un nuevo contingente al mando del coronel De la Quintana, fuerte de 150 hombres, quie­nes llegaron desde la Ensenada cumpliendo órdenes recibidas; el sargento Tabares declaró al Cabildo que primero llegó a los Quilmes el coronel de la Quintana y luego el subinspector Arze.
Al amanecer del día 26, el teniente Manuel Martínez Mu­ñoz, jefe de una de las patrullas de exploración pudo: “Ver los enemigos en la playa que destacaban partidas en trozos y andaban por el bañado, comprendiéndose que reconocían y allanaban pasos”. Por su parte, el sargento Tabares expuso: “Que se empezaban a ser salir las tropas inglesas de entre los pajonales que estaban a la orilla del río”.

El subinspector Arze había extendido sus líneas sobre las barrancas inmediatas al bañado que media entre estas y la costa del río, en el lugar aproximado que hoy existe entre las calles Alsina y Conesa, y más o menos a lo largo de las calles Paz, Pringles y Belgrano, que bordean las barrancas desde Alsina hasta Conesa, formando la cresta de las mismas; la formación estaba ordenada en dos líneas, de dos filas cada una, los blandengues en la primera línea y los milicianos voluntarios en la segunda, ocupando la parte más alta de los bordes de la ba­rranca : “formados los escuadrones en el cantil [d] de una eminen­cia”, [e] según se expresó el capitán Del Llano, participante en el combate, formando parte de las fuerzas del coronel Elía, que llegaron poco después.

La precisión relativa de los nombres de las calles que se mencionan como lugar de formación de las tropas de Arze, la da la topografía inconfundible del lugar, ya se le mire desde las tierras del bañado, ya en el sitio que se da como real, y ellas coinciden fuertemente con los datos e informes para describir los hechos en primer término y que luego corroboraremos con las declaraciones de los participantes criollos y españoles, a las órdenes de Arze y del coronel Elía.
A la derecha de las fuerzas extendidas del subinspector, este había ordenado, en lugar casi inmediato a la Reducción, y apoyándose en ella, el emplazamiento de su artillería, con­sistente en dos cañoncitos de a 4 y un obús de a 12, (18) cuyo alcance controlado, vale decir, de puntería definida, era de 500 a 800 metros para los cañones y de 1200 para el obús.

Frente a los defensores de la Reducción se extendían los terrenos del ba­ñado, anegado por el caudal de las fuertes lluvias caídas en la noche anterior, las cuales, desde los terrenos altos, se desagua­ban torrentosas por los cursos naturales que se despeñaban por las calles de hoy, Las Heras y sus paralelas hasta Rivadavia, aguas que reunidas muy luego en el llamado arroyo del Medio, desbordaban su escaso cauce habitual separando a ambos con­tendientes, de los cuales, los españoles, sobre las barrancas, distaban de 600 a 700 metros de dicho arroyo, y los ingleses sobre el albardón de la costa, de 800 a 1000 metros.
El arroyo del Medio cruzaba el bañado transversalmente, acercándose a la costa a la altura de la actual calle Brandsen y desaguando en la misma por el actual arroyo Colorado y el antiguo, de cauce ya borrado, llamado Antuco o Chantuco.

Retomamos la narración de Gillespie: “El 26 al alba, todos estuvieron sobre las armas después de una copiosa lluvia durante la noche, que dañó unos pocos fusiles. La luz del día nos mostró el pueblito de la Reducción, como a dos millas de nuestra izquierda y una masa a pié y a caballo, con cuatro cañones en cada flanco delante de nosotros, y una densa columna de caballería rondando sobre nuestra derecha. Se formaron en el límite extremo de un profundo pero verdeante bañado, y sobre un llano escogido que se levantaba abruptamente muchas yardas sobre nuestro nivel, semejante a la escarpada margen de un río”.

El observador  colocado hoy sobre la calle Cevallos, mirando hacia las barrancas, puede ver en la intersección de las de Rivadavia y Belgrano un talud de rápida pendiente, que va pronunciándose fuertemente hasta la esquina que forman 9 de Ju­lio y Pringles, disminuyendo levemente hasta pronunciarse nuevamente con violencia en el cruce de San Lorenzo y Mitre, en el lugar denominado “El Cantón”. Eran estos los bordes del llano escogido que se levantaba abruptamente muchas yardas sobre nuestro nivel, semejante a la escarpada margen de “un río”, a que alude el oficial inglés, y que en aquella época, sin las modificaciones de niveles actuales (1944), debían ser más acen­tuadas que hoy. La planimetría actual comprueba la ubicación de las citadas pendientes y muestra, desde el borde del cantil indicado, hacia las vías del ferrocarril del Sud (hoy Roca), con un frente de seis cuadras y un fondo de ocho, una llanura cuya pendiente muy suave, decrece de Oeste a Este y de Sur a Norte, exten­sión que constituiría “el llano escogido” descripto en el texto del citado Gillespie, el cual agrega: “Nada podía ser más lindo como posición defensiva. Por la mañana temprano, varios de sus jefes, en bridones [f] ricamente aperados [g] y vestidos con soberbias capas o ponchos, vinieron a reconocer los bordes del bañado que se interponía entre nosotros y por la confianza que se siguió se puede presumir que despreciaban nuestras amenazas.”

 
El talud de rápida pendiente, que va pronunciándose fuertemente hasta la esquina que forman 9 de Ju­lio y Pringles, disminuyendo levemente hasta pronunciarse nuevamente con violencia en el cruce de San Lorenzo y Mitre, en el lugar denominado “El Cantón”.
No nos quedaba otra alternativa que forzar nuestro camino al través de todos los obstáculos. Nuestras tropas se formaron en dos columnas y después de avanzar 800 yardas desplegaron en batalla. El regimiento 71 cubría la derecha; el batallón de marina formaba, un poco más atrás del 71, a la izquierda; y el cuerpo de Santa Helena, 200 pasos atrás, la reserva. Un avance instantáneo nos llevó al bañado (al cauce desbordado del arroyo del Medio), y el ene­migo, viendo enredado (encajado ?) uno de nuestros cañones, y nuestros hombres irreparablemente presos en él, abrió sus fuegos, en dirección oblicua, a la derecha”.
Curso aproximado del arroyo del Medio sobre un plano actual
Desapareció aproximadamente a partir de 1950 (circa) 

 Espacio actual del arroyo del Medio que atravesaba la avenida Otamendi.
El teniente Fernyhough escribió al respecto: “Al observar este movimiento, el general Beresford determinó atacarlos sin dilación, y dio órdenes para avanzar todos, que fueron pronta y alegremente obedecidas, primeramente sacándonos nuestros sombreros y tocando tres toques las gaitas (bagpipes) del 71° de cazadores escoceses”.
Prosigue Gillespie: “El 71°, sin embargo, no desanimado por los obstáculos, lo pasó gritando, y pronto se lanzó a la carga, mientras los marinos se ocultaban rápidamente en su reta­guardia y algo a la derecha, para cubrir aquel flanco del re­sultado de un choque intentado por el cuerpo estacionado ya descripto, que aparentemente esperaba la probabilidad de tal ventaja”.
Fernyhough dice: “No fuimos muy adelante, sin en­redarnos (encajarnos ?) en el pantano, lo cual, apercibido por el enemigo, hizo que abriera vivo fuego sobre nosotros. El capitán Le Blanc, del 71°, perdió infortunadamente su pierna y sufrió la amputación inmediata en el mismo campo de batalla. Tuvimos también varios hombres muertos o heridos, y lo que se agregó a nuestras dificultades en ese momento, fue que nues­tros cañones se atollaron bien pronto en el pantano por lo que no pudimos utilizar uno para disparar contra el enemigo. Con muchos esfuerzos allanamos este impedimento y continuamos avanzando a buena velocidad...” 
Gillespie se refiere al final del combate en la siguiente for­ma: “Habiendo vencido el bañado y ganado la altura más allá de éste (las barrancas, muy probablemente por la cuesta que se extiende entre las calles Nicolás Videla y Castelli), los grana­deros del 71° hicieron una descarga cerrada que puso al ejér­cito enemigo en completa fuga, abandonando sus cañones y las mulas que los tiraban”. El teniente Fernyhaugh dice: “…has­ta llegar tolerablemente cerca, al tiempo que el enemigo inició su retirada con la mayor precipitación, después de recibir dos o tres descargas de mosquetería y un vivo cañoneo desde dos piezas de campaña de bronce, que afortunadamente se encon­traban muy a la izquierda de nuestra línea, por lo que evitaron el pantano quedando habilitados para lograr las alturas a tiempo para cañonear sobre los españoles en su retirada”.
El general Beresford, en su informe a su jefe, Baird, des­cribe así el combate: “Eran las 11 de la mañana del 26, cuando recién conseguí apartarme de mi puesto (campamento de la costa), y el enemigo pudo haber contado cada hombre que yo llevaba, desde su posición. Fui llevado hasta la cima de una loma sobre la que se encontraba el pueblo de Reducción, el que cubría su flanco, consistiendo su fuerza principalmente en ca­ballería - entretanto fui informado que estas contaban 2000 - con ocho piezas de campaña. La topografía del terreno era tal que me obligaba a enfrentarlo directamente y para hacer mi formación de ataque en lo posible igual a la suya, dispuse todas las tropas en una sola línea, excepto la infantería de San­ta Helena de 150 hombres, la que formé a 120 yardas a la re­taguardia con dos piezas de campaña, con orden de enfrentar derecha e izquierda, a medida que nuestros flancos fuesen amenazados por su caballería. Yo poseía dos (piezas) de 6 libras sobre cada flanco y dos obuses en el centro de la primera línea. En este orden avancé sobre el enemigo, y después que nos acercamos al alcance de sus cañones, una franja de bañado se nos interpuso a nuestro frente y me obligó á detenerme, mientras los cañones hacían un pequeño rodeo para atravesarlos, lo que apenas se había realizado, cuando el enemigo abrió fuego sobre nosotros, apuntando bien al principio, pero como íbamos avanzando a gran velocidad, no obstante el terreno pantanoso, lo que pronto nos obligó a abandonar todos nuestros ca­ñones; su fuego no nos causó mayores perjuicios. El regimiento 71° llegaba a la cumbre de las barrancas en bastante buena formación, apoyado por un batallón de mari­nería, cuando el enemigo no quiso esperar que se le acercaran más, retirándose de la cima de la barranca, mientras nuestras tropas llegaban a la misma, comenzando un fuego de fusilería. El enemigo huyó precipitadamente, dejándonos 4 piezas de campaña y un carro de artillería y nosotros no lo volvimos a ver en todo el día. Hice un alto de dos horas sobre el campo, para dejar descansar las tropas y disponer lo necesario para llevar con nosotros los cañones del enemigo y los nuestros, los que habíamos podido sacar de los pantanos, gracias a los esfuer­zos del capitán Donelly”. Hasta aquí el general Beresford.
El varias veces transcripto Fenyhough dice: “Estuvimos en posesión de la eminencia y de seis cañones de bronce, abando­nados por el enemigo, quien fue tan inconsistente en sus evo­luciones, que dejó dos de ellos cargados, con los cuales les hicimos un fuego muy bien dirigido. Atribuimos las escasas pérdi­das que sufrimos, a la inexperiencia del enemigo en el manejo de sus cañones, los cuales, por lo general, tiraban muy elevado”.
A su vez, el comodoro Popham, en nota dirigida a Sir William Mardsen, escrita en Buenos Aires, dice: “El enemigo se encontraba apostado en el pueblo de Reducción, construido sobre un promontorio a unas dos millas de la costa, y aparente­mente existía una buena llanura entre los dos ejércitos, pero resultó ser, en la mañana siguiente, solamente un pantano cu­bierto de vegetación baja. Esto impidió en cierto modo nuestro avance; tampoco abrió el enemigo las hostilidades hasta encon­trarse las tropas casi en el medio del bañado, de donde pensó que sería imposible sacarlas. Las admirables e inteligentes dis­posiciones del general Beresford y el coraje de su ejército, pronto hicieron comprender al enemigo que su única salvación estaba en una retirada precipitada, porque tuvimos la satisfac­ción de ver desde las naves cerca de 4000 españoles de la caba­llería huir en todas direcciones, dejando sus piezas de artillería en el campo, mientras nuestras tropas subían por las barran­cas”.
Puede apreciarse fácilmente la concordancia de los jefes y oficiales ingleses acerca del desarrollo de las operaciones de avance, y lo contestes de sus relaciones, en cuanto a la huida en desbandada de las fuerzas defensoras de la Reducción, puede decirse sin lucha previa, tan pronto los invasores arremetieron contra “la escarpada margen”, es decir, cuando iniciaron el asal­to de las posiciones que ocupaban las fuerzas de Arce, en lo alto del talud formado por las barrancas de los lugares ya mencio­nados de Quilmes. (19)

VEAMOS AHORA LAS OPERACIONES DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LAS INFORMACIONES DE ORIGEN ESPAÑOL (20)

Tendidas las fuerzas de Arze, que presenciaban el avance de las tropas inglesas, íbase acercando a Quilmes, desde el puen­te de Gálvez, el coronel Elía, siguiendo con los hombres bajo su mando la orilla de la barranca, en número de 260 soldados, con dos cañones y un obús. Este refuerzo había salido de la quinta de Gálvez, sobre el Riachuelo, entre las 7 y las 8 de la mañana del día 26, en cumplimiento de órdenes de Arze, forman­do del modo siguiente: una patrulla exploradora de 26 hombres al mando del alférez Juan Ignacio Terrada, con la misión de des­cubrir bañados y caminos, a fin de que la artillería no sufriese demoras ni tropiezo alguno en la marcha. Seguían luego las piezas de artillería mencionadas, al mando del capitán Vereterra; luego el regimiento de Voluntarios de Caballería y cerraba la marcha una compañía de infantería al man­do del capitán Florencio Terrada, compañía que, pocos días antes, había sido provista con caballos, transformándola en in­fantería montada. Estas tropas, al mando del coronel Elía, que se acercaba a los Quilmes al trote de los caballos detuvo su mar­cha aproximadamente a 400 metros al Noroeste de la posición ocupada por Arze.
Durante la marcha, Elía recibió chasques [h] enviados por Ar­ze; uno de ellos, el capitán Manuel Marín, portador de instruc­ciones para que acelerasen el paso, “pues el enemigo marchaba ya por el bañado”, por lo que empezó la formación a marchar a rienda suelta. La marcha fue nuevamente apurada por otra orden del subinspector.
El comandante de la partida exploradora de vanguardia, alférez Terrada, declaró ante el Cabildo, que descubrió en la par­tida de afuera del bañado en dirección a los Quilmes, una fuerza considerable de tropas enemigas formadas en batalla y man­cando aligerar a su gente para hacer de aquellos un reconocimiento exacto, vio que avanzaban divididos en dos trozos, y en consecuencia mandó cuatro chasques, avisando la operación del enemigo y noticiando de su inmediación y movimiento aconse­jando marchasen nuestras fuerzas a su encuentro, pues de lo contrario no darían lugar a formar la línea como en efecto sucedió.
Otros oficiales, el teniente Muñoz y el mayor Ibáñez, decla­raron, en este punto: “Los ingleses descubrieron su columna y marcharon de frente, y las tropas inglesas seguían su des­embarco (sic) por el bañado, con frente de batalla al sud”. Refiriéndose ambos a la marcha del ejército invasor por el bañado, acercándose al cauce del arroyo del Medio al tiempo que las tro­pas de Elía, distantes algo más de media legua de la posición de Arze, hacia el Noroeste, descubrían al enemigo como a seis cuadras de la formación del subinspector, marchando en co­lumnas.
Dice el capitán Del Llano, de las fuerzas del coronel Elía: “Llegados a la vista del enemigo, que ya estaba formado en columna fuera del bañado (arroyo), observó que el señor subinspector general rompió el fuego con su tren volante, desde el cantil de una eminencia en donde lo tenía colocado al costado derecho de 200 hombres escasos, formados en batalla, figuran­do dos escuadrones, y que los enemigos contestaban con el de sus cañones”. El ayudante mayor del regimiento de volunta­rios de caballería, Pedro Ibáñez, que integraba las fuerzas de Elía, declaró: “Que en la marcha, cuando llegaron a ocho o nueve cuadras del pueblo de los Quilmes, donde se hallaba formado el cuerpo de blandengues y los voluntarios de caballería de campaña… ya estaban haciendo fuego a las tropas inglesas… haciéndoles entonces fuego por elevación el enemigo”.
El mencionado varias veces, alférez Terrada, en su declara­ción ante el Cabildo, continúa esta parte así: “Que en esas cir­cunstancias el subinspector rompió el fuego de su artillería sobre los enemigos y como el exponente esperase la incorpora­ción de su regimiento (recuérdese que Terrada mandaba el piquete explorador de vanguardia) para incorporarse según las órdenes que tenía, se mantuvo en expectativa en la misma orilla de la barranca, desde donde vio que las dos primeras balas de nuestra artillería causaron daño en las filas enemigas, ma­tándoles 18 o 20 hombres que quedaron tendidos en el suelo. Que a vista de esto, los enemigos empezaron a flaquear, sa­liéndose muchos soldados de las filas y corriendo hacia atrás, pero en el momento fueron contenidos por dos jefes que anda­ban a caballo y sus claros fueron prontamente cerrados y conti­nuaron avanzando; que vuelto a hacer fuego la batería del sub­inspector, sus tiros no causaron daño a los enemigos, como los primeros, ni llegó a tiempo el tren que marchaba con la caba­llería, a pesar de las voces que daba el declarante para que se apresurase a llegar al lugar donde él estaba, que era adonde se dirigía el trozo principal de la fuerza enemiga, de lo que resultó que este pudiera formarse en la barranquera y abrir desde allí sus fuegos sobre los nuestros”.

Las bajas a que alude el declarante, alférez Terrada, así co­mo las que hemos indicado en una de las partes transcriptas de Feryhough, no se ven documentadas ni ratificadas en la infor­mación elevada por el Cabildo, con motivo de la invasión ingle­sa. Por otra parte, en la planilla de bajas, firmada por el mayor de brigada J. W. Deane, producidas en las operaciones realiza­das durante los días 26 y 27 de junio de 1806 (combate en Quil­mes y tiroteos en el Puente de Gálvez), acciones libradas por las fuerzas de Beresford, se dan como datos oficiales 1 muerto (el cirujano Halliday, muerto por una partida, después del combate de Quilmes), 12 heridos y 1 desaparecido. Para corroborar tales datos, agregamos que la consulta de los registros de sepultura en el viejo cementerio de los Quilmes, no se anotan inhumacio­nes en el día 26 ni en los inmediatos subsiguientes, tal como consta en el Registro de dicho año, existente en el Archivo de la Iglesia Parroquial.

Puede observarse que el desarrollo de las maniobras preli­minares al combate y la marcha de las fuerzas inglesas por el bañado hacia las barrancas, está descripta por los oficiales ingleses en forma concordante con las declaraciones que vienen de leerse, de los oficiales españoles. Abundan además, en iguales confirmaciones, las varias declaraciones de otros oficiales inte­grantes de las fuerzas del Coronel Elía, de gran valor, pues ellos, al aproximarse al subinspector, tenían ante su vista todo el pa­norama del terreno por el cual avanzaban los británicos.


Hasta ese momento, en el cual los cañones ingleses comen­zaron a replicar a la artillería española, las tropas a las órdenes de Arze ocupaban su posición sobre los barrancosos bordes ya descriptos; las de Beresford, parte de las cuales ya habían atra­vesado el arroyo desbordado, se disponían a cargar a la bayone­ta, para desalojar al enemigo de la altura que frente a ellos se alzaba, erizada de fuerzas de caballería, siéndoles necesario atra­vesar el espacio de terreno llano, comprendido entre el arroyo y las barrancas, a pecho descubierto y bajo el fuego de los cañones de Arze, el cual (como lo suponían) debía aumentar cuando en­traran en acción las tres piezas que traía Elía con sus tropas, a quien, los ingleses, desde el bajo, estaban viendo llegar en opor­tunas condiciones para atacar su flanco derecho en una carga de caballería que les llegaría desde las alturas de la zona Noroeste de la Reducción, hasta el bañado y el terreno comprendido entre este y las barrancas.
No se había iniciado, pues, el cuerpo a cuerpo, que los in­gleses juzgaban inminente, por las numerosas fuerzas de caba­llería que con sus cargas impetuosas hubieran desorganizado sus líneas y sembrado la confusión entre sus reservas, flancos y frente, desorganización que podía ser causada por el choque y luego por el combate a sablazos en el entrevero, en el que, pocos años después, se mostrarían tan hábiles los soldados de la guerra de la independencia y de las luchas interiores; agréguese a ésta carga, protegida mientras llegaba, por el fuego de los cañones de Arze, la que se sumaría desde el frente, con la caballería del sub­inspector, descendiendo velozmente, cubierta por el fuego de cañón, desde la que Gillespie había clasificado como “linda posi­ción defensiva”, y puede tenerse una noción concreta de las con­diciones en que se hallaban los contendientes, en el momento en que uno de ellos se encontraba en reorganización, después de haber atravesado el arroyo, en tanto que el otro, a su frente, dis­paraba impunemente su artillería sobre el primero, al tiempo en que una fuerza de caballería amagaba el flanco derecho de las fuerzas invasoras.
El coronel Rocamora y el capitán Vereterra, ambos de la fuerza de Elía, recién llegadas a inmediaciones de la formación de Arze, propusieron a éste, en nombre de su jefe inmediato (Elía): “Que si le parecía que atacasen al enemigo por el costado opuesto al que él lo hacía”, es decir, por la izquierda españo­la, cargar con la caballería contra la derecha inglesa, justamen­te en el momento en que el regimiento N° 71 al atravesar el arroyo, quedaba en descubierto, y que la infantería de marina no había llegado aún a esa posición para cubrirlo y protegerlo en su flanco de la carga de la caballería española, carga que espera­ban los ingleses se produjese, tal como lo hace notar Gillespie, quien precisamente en esos momentos se encontraba en la posi­ción señalada para la infantería de marina, de la cual formaba parte.
Dice Del Llano, que mientras la consulta al subinspector te­nía lugar en momentos tan apremiantes, las tropas de Elía: “Re­corrieron las armas y se procedió a cargar las pistolas, y como esto no pudo verificarse, porque las balas que contenían los cartuchos eran de más calibre que el que sufría el cañón de aquellas, cuando se esperaba que este incidente abatiese el ánimo de los soldados, no hizo más que inflamarlos y excitarlos a que solicitasen, como lo hicieron con empeño, en que se les per­mitiese entrar contra el enemigo, fiados en que con sólo el caballo lo desorganizarían”.
Pero a pesar de todo ello, y de que en ese momento, a jui­cio de muchos jefes y oficiales que participaron en el combate - tal como lo expone más tarde el Cabildo - la carga contra la derecha inglesa era necesaria - cosa que ratifica el mismo Gillespie, que la esperaba, desde el lugar que ocupaba en la po­sición inglesa - la carga no se cumplió; declaró Del Llano: “Arze contestó que de ningún modo aludiendo a la propuesta de Rocamora y Vereterra y que siguiesen a reunírsele, desplegando en batalla por el costado izquierdo de su formación”. Y dice el Cabildo: “Mandó resueltamente que la caballería auxiliar (la de Elía), pasando por la retaguardia de sus fuerzas, fuese a ocupar el lado derecho de la misma eminencia” (ba­rranca). Se le mandó preguntar entonces qué se hacía con los dos cañones de a cuatro y el obús de a ocho”. (llegados al mando de Vereterra) A lo que contestó Arze, según declaración del teniente Álzaga: “Que por su retaguardia pasasen al costado derecho donde estaba la artillería que con él (Arze) hacía fuego, para que ellos lo verificasen hicieran fuego con las piezas recién llegadas, mientras él (Arze) hacía su retirada que ya había ordenado”.
Esta orden se daba en momentos de estar todas las fuer­zas de Arze y las de Elía, bajo el fuego enemigo, quien con la misma alza y deriva, podía batir un blanco de mayores dimensiones y aumentado en profundidad, en el que estaban com­prendidas todas las fuerzas españolas; blanco que era ofrecido a la artillería inglesa gracias a la maniobra ordenada por el subinspector, de mandar realizar el pasaje por su retaguardia, hacia su derecha, por no tener por conveniente dividir las fuer­zas del enemigo con un duplicado choque (el que podrían ha­ber llevado por el frente las fuerzas de Arze y por el flanco derecho enemigo, las del coronel Elía)
Las consecuencias de este movimiento las da el teniente Manuel Martínez Muñoz: “Paró nuestra artillería (dejó de hacer fuego la de Arze) y se tocó retirada saliendo en desconcierto toda la caballería que estaba a las órdenes del subinspector”, ratificado por el teniente Fermín Tocornal: “Al aproximarse (las fuerzas de Elía a la formación de Arze) y sin que hubieran entrado en funciones las tres piezas que llevaban, ni aun se hubiesen cargado, mandó el señor Inspector la retirada, y en seguida hizo seña el único tambor que había, viéndose desfi­lar por la izquierda las tropas de dicho jefe, atropellándose con los que llegaban. Resultó estropearse unos, rodar otros y envolverse todos, al mismo tiempo que el enemigo redoblaba sus fuegos de fusilería y algunos de cañón, sirviéndose enton­ces de algunas de nuestras piezas que ya habían caído en su poder”.
El capitán Francisco Castañón, del 4° Escuadrón de Vo­luntarios de Caballería, que venía con Elía, declaró: “Los enemi­gos empezaron un fuego graneado por compañías y algunos tiros de cañón con dirección a la caballería (la de Elía) y como al empezar los fuegos de fusilería los enemigos que lo hacían al pie de las barrancas y a corta distancia no tuvieron contraposición de las mismas armas, pues sólo había fusiles entre algunos blandengues, se mandó volver caras y marchas en retirada (tropas de Arze) lo que se verificó con algún “desorden, atropellándose con las que llegaban”.
Por su parte, el capitán Manuel Martínez Muñoz, dijo que las fuer­zas de Arze: “Desfilaron por la izquierda de aquellas (de Elía)…  y viendo el subinspector           … los tres cañones que el capitán Martínez conducía, preguntó al capitán Vereterra si los traía cargados, y contestándole que no, le dijo que se retirase y al hacerlo estaba la gente desordenada por la reti­rada que se había ordenado”.
El choque entre las tropas de Arze en retirada, y las recién llegadas al mando del coronel Elía, se produjo necesariamente, desde que, según el capitán Del Llano: “Por la reiterada orden del subinspector, fue indispensable la reunión con éste”; para lo cual, las fuerzas de Elía, como ya se ha dicho: “Debían pasar por la retaguardia de Arze para ocupar su derecha. Tal reu­nión, siempre según Del Llano, se hizo en las críticas circunstancias en que ya hería la fusilería del contrario y que ya con­vertía con precipitada fuga, sobre la izquierda, el escuadrón de blandengues que formaba la vanguardia de las fuerzas de Arze”. Vale decir, hacia la izquierda de Arze, en donde inicia­ban el despliegue en batalla las fuerzas recién llegadas de Elía. “Esta evolución - sigue Llano - que era mandada por dicho señor (Arze) y de la que no habían oído voz de mando ni señal que la indicase, ni menos instruido en su determinación, de­rrotó, con el opuesto choque de los blandengues, la formación en que iban a entrar (los que llegaban) y deshechas las filas, se redujo a desorden ambas formaciones, las que ya no pu­dieron ordenarse por las precipitadas marchas y descargas del enemigo, que no malogró esta oportunidad para causarles más confusión con su artillería, y apoderarse de cuatro piezas de las que tenían ambas divisiones nuestras”.
El teniente Álzaga declaró que el subinspector había orde­nado que si las tropas de caballería llegadas del puente de Gálvez: “Traían los cañones descargados, que huyesen”, agre­gando que: “Cuando quisieron verificar el movimiento de los cañones (por la retaguardia de Arze pasarlos a la derecha de su formación, según lo había ordenado), ya desfiló huyendo la gente que tenía el subinspector, atropellando por la del coronel Elía, y que a tiempo, el enemigo empezó a menudear el fuego graneado, lo que causó mayor confusión en la gente que había vuelto el rostro, de suerte que, aunque el deponente (Alzaga) y otros oficiales quisieron contenerlos, no pudieron lograrlo, y al poco tiempo se vió ya al enemigo en posesión del tren volante (la artillería española)”.
Es este el momento descripto por Gillespie, en que dice: “Habiendo vencido el bañado y la altura más allá de éste, los granaderos del 71° hicieron una descarga cerrada que puso al ejército enemigo en fuga completa abandonando los cañones y las mulas que los tiraban”.
El ayudante Bruno de la Quintana y el mayor Ibáñez que­daron a la cabeza de los últimos grupos que se retiraban; los capitanes Martínez y Molino de Torres, así como también el mayor Rocamora, recibieron orden del subinspector para reunir la gente fugitiva. Las tropas al mando directo del mayor Ibáñez, al oír “chiflar” un “rebenque flauta" de este jefe, se reunie­ron como a distancia de media legua del campo del combate, sobre la loma”. El capitán Joaquín Torres declaró al Cabildo, que cuando la retirada se transformó en desorden y luego en fuga: “El mayor de su regimiento, Tomás de Rocamora, tuvo que mandar a los oficiales a contener la tropa, lo que se con­siguió sin esfuerzo, yendo a reunirse como a distancia de una legua del enemigo, hacia el sud”; por lo que puede suponerse, para las tropas fugadas o gran parte de ellas, que se situaron en la parte suroeste de la actual ciudad de Quilmes, en las pe­queñas lomas de Villa Argentina y sus inmediaciones.
Loma de la bodega y viñedos Rosignoli donde se construyó la Villa Argentina. Hoy en día imperceptible.
En aquel punto se mandó al mayor Ibáñez pasase lista, de la que resultaron ciento diez ausentes. El capitán González de Castilla oyó decir que tal orden fue dada: “Con la intención de volver a atacar al enemigo”, y continúa: “Además se dispuso por el subinspector el nombramiento de partidas destinadas a reconocer la posición del enemigo y a observar sus movimien­tos, pero que luego se cambió de parecer y se ordenó retirada”.
Confirma lo antes indicado la ya mencionada varias veces declaración del capitán Del Llano, quien dice, respecto a este punto: “Reunidas en la loma una hora después de este choque, las tropas de Blandengues, Caballería e Infantería montada, y pasada lista de los individuos que componían estos cuerpos, se formaron de ellos dos divisiones en columna, las que por orden del Inspector marcharon en retirada hacia la ciudad, yendo la de Voluntarios de Caballería por las inmediaciones del bañado, y las de Blandengues y Caballería de la Frontera por las lomas, colocándose en medio de ambas una caja mon­tada para señales al señor Inspector General.” (22)

Durante la marcha, por el ala derecha, se incorporaron mu­chos dispersos, indudablemente los que se encontraban hacia el norte y el oeste de la zona de combate. El informe conjunto se detuvo en las barrancas de la estanzuela de los Dominicos, posesión de la Orden en el actual deslinde Quilmes-Avellaneda, hoy terrenos de Urquizú, pocos centenares de metros al oeste de las vías del ferrocarril Sud, en el recorrido Don Bosco-Wilde.


En este paraje se echó pie a tierra, mudándose los caballos: “En un corral del mismo Santo Domingo”. El subinspector se detuvo para comer, lo que no se pudo conseguir hasta después de mucho tiempo, porque los negros que llevaban sus viandas se habían quedado muy atrás. El teniente Alzaga: “Oyó al subinspector quejarse de la poca substancia (sic) de la caba­llería y detestarla para siempre, y donde y cuando la tropa fue reconvenida por su fuga y desconcierto, contestaron que ellos habían manifestado sus deseos de combatir y defender la patria, en el concepto que no los habían de poner de carnada; pero que estando, como estaban, armados sólo de espadas, era claro que no pudiesen resistir al nutrido fuego de fusilería que habían hecho los ingleses”.
Después de tres cuartos de hora de descanso, en el momen­to que Arze iniciaba su almuerzo, se mandó reanudar la mar­cha hacia el Puente de Gálvez, al trote y al galope, por la no­ticia recibida de que el enemigo, a menos de una legua de dis­tancia, venía picando la retaguardia de los dispersos españoles. Al caer la tarde de ese día 26, los fugitivos hacían su pasaje por el Puente de Gálvez, marchando en desfilada por encontrar­lo casi cortado con el fin de impedir o por lo menos dificultar la entrada del invasor a la capital.
En cuanto al sargento Tabares, permaneció en su puesto, desde el cual, viendo perdida la acción y clavarse uno de los ca­ñones - que en la fecha de su declaración ante el Cabildo, 22 de julio de 1806, se hallaba aun en el mismo sitio - hizo lo mismo con el que tenía a su cargo y enseguida se retiró a su “casa en el mismo pueblo de los Quilmes”.
Los ingleses, por su parte, hicieron un alto de dos horas en el caserío de la Reducción; entre tanto, el cirujano Dr. Halliday: “Que había permanecido demasiado tiempo en el lugar que ocupamos por la mañana - dice Gillespie, indicando que el médico se entretuvo en el lugar del combate - fue bárbara­mente asesinado”. Fueron destacadas partidas en persecución y hostigamiento de los españoles fugitivos, y por la tarde, el ejército inglés emprendió la marcha hacia la capital del Virrei­nato. El grueso acampó a una milla del Riachuelo, vale decir en el actual barrio de “La Crucesita”, en Avellaneda, mientras que tres compañías del regimiento 71°, establecieron guerri­llas, río de por medio, con las tropas españolas que defendían el acceso al puente de Gálvez.

DESENLACE

Los sucesos posteriores, así como la ocupación de la ciudad y de la Fortaleza, no entran en el desarrollo de este trabajo, dedicado exclusivamente al primer contacto de las fuerzas invasoras con las tropas coloniales, luego de su desembarco sobre las playas de Quilmes.
Días, después, ya el 20 de julio del mismo año, Popham es­cribía a Miranda: “Acá estamos en posesión de Buenos Aires, el mejor país del mundo. Me gustan prodigiosamente los sud­americanos”. Agrega el autor de quien hemos tomado la refe­rencia: “En verdad, la estadía iba a ser corta y su entusiasmo por los criollos perecedero. El 12 de agosto se arriaba del Fuerte la bandera inglesa y Popham emprendía a la fuerza el agrio camino de la retirada”. (23)

Se reciben las primeras informaciones, 18 de junio de 1806

El desembarco, 25 de junio
Combate de Quilmes, 26 de junio
“Acción” de Gálvez, 27 de junio
La rendición, 27 de junio

José A. Craviotto — César Barrera Nicholson
Quilmes, junio 26 de 1944
Compilación, digitalización y compaginación Prof. Chalo Agnelli

* Ver en EL QUILMERO del viernes, 27 de junio de 2014, QUILMES Y LAS INVASIONES INGLESAS, 1806 - 1807 ¿Y EL TESORO? CRONOLOGÍA DE HECHOS

FUENTE 

Biblioteca Popular Pedro Goyena

Gentileza Flía. Bucich-Otamendi-Reinke 

FOTOS E IMÁGENES 

Academia Nacional de Historia. “Imágenes de la Invasión Británica 1806-1807”. Edición bilingüe. 

Archivo General de la Nación. 

Asociación Amigos de Santa Coloma

Néstor Antonio Pienso 

NOTAS

1.  - Sors, ob. citada en Bibliografía, pág. 7.
2. - Moreno, ob. cit. en Bibliografía, pág. 290. Para referencias acer­ca de la fecha de construcción de los puentes en los arroyos, conf. Antonio Torassa. “El Partido de Avellaneda”. La Plata, pág. 29 y sig.       
3. - Mapa del agrimensor Descalzi, agregado al Duplicado de mensu­ra N° 28 de Quilmes. Además, en la copia tomada por Lavalle, del mapa Descalzi de 1889, registro 698-28-3, como el anterior, en el Archivo de la Dirección de Geodesia y Catastro de la Provin­cia de Buenos Aires. Existen pruebas documentales antiguas; “el camino antiguo para gente de a caballo por encima de la Barranca del Río” (en 1614), y “el camino por donde se venía de la ciudad de Santa Fe, “se entendía por las inmediaciones de la barranca, que es el terreno propia para caminos”. Dirección de Geodesia, Catastro y Mapa de la Prov. de Buenos Aires. “Compilación de referencias documentales       Tomo 1, La Plata, 1933, pág. 93 y 97.
4. — Beverina, ob. citada en Bibliografía, tomo II, pág. 232. El rodeo a la izquierda a que se alude, corresponde a la ruta que, en aque­lla época, llevada a los pasos de Burgos, Chico, de la Noria, de Zamora y He los Remedios, todos sobre el Riachuelo o el Matanza.
5.— García de Loydi, cit. en Bibliografía, quien ha tomado el dato de D. L. Molinari, “La Representación de los Hacendados...”, pág. 24, nota al pié.
5 bis.-  Beverina, ob. cit.
6. — Parte de Beresford, mencionado en Bibliografía.
7.  — Groussac, ob. cit. en Bibliografía, pág. 25.
8.— Beverina, cit. Tomo 1, pág. 157 y 159.
9. — Hoy comprendida entre las calles Defensa, San Juan, Balcarce y Humberto Primo.
10.— Sors, ob. cit., pág. 215, nota al pié. En julio de 1805, desde la Ensenada se destacaron dos chasques en las estancias de Sosa y Rodríguez, y desde Buenos Aires, dos a Quilmes y dos al arroyo de Conchitas, para formar en dichos puntos los puestos de aviso.
11.  — Beverina, ob. cit., 1? pág. 183.
12. — H5, N° 37, Nota de Mayo 20 de 1937, del Jefe del Servicio Hidro­gráfico del Ministerio de Marina al Presidente del Museo de Quil­mes de Antaño: “De acuerdo a su atenta nota de fecha 4 de Mayo “del corriente, solicitando la localización de las puntas Quilmes “y de Colares, me es grato manifestar a Ud. que en la Carta del “Río de la Plata que se adjunta, se han indicado en tinta roja las “coordenadas geográficas de las puntos Quilmes, Colorada (Co­llares) y la chimenea de la Cervecería Quilmes...”. De la citada carta del Río de la Plata se han tomado los datos que consigna más en el texto, en valor y ubicación sobre el terreno.
13. — Conf. “Boletín de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos”, año IV, N° 4, Bs. Aires, 1S42, pág. 571, y mismo boletín, año V, 5, Bs. Aires 1943, acta del 8 de junio.
14.  — Los testimonios y declaraciones de jefes, oficiales, suboficiales, tropa y vecinos armados que participaron en la acción de los Quil­mes o que presenciaron el desembarco, han sido tomadas, sal­vo indicaciones especiales que se hará constar expresamen­te, de la “Información hecha por el Cabildo de Buenos Aires, sobre la pérdida y reconquista de esta Ciudad en 1806. Octubre “31 de 1806. Buenos Aires. (Colección Coronado)”, que figura en el apéndice de la obra citada de García de Loydi, pág. 285 a 424.
15.  — En la imposibilidad de detallar meticulosamente las característi­cas del terreno, sobre todo en los años inmediatos posteriores al de la primera invasión inglesa, terreno que constituyó una verda­dera “Cabeza de puente”, remitimos al lector a la consulta del co­pioso material cartográfico o documental que señalamos en la bibliografía. Desde el año 1640, las características del bañado frente a Quilmes quedan señaladas del modo siguiente: “...y porque las dichas tierras corren desde la barranca de este “Río Grande de la Plata la tierra adentro, y de la dicha barranca al dicho río habrá poco más de media legua de ancho de tierras, anegadizos, pantanos, albardones y monte, de tierras vacas y despobladas.” Reg. Estadístico 1863, Tomo 1 Bs. Aires, 1864, Pág. 18, “Título de media legua de tierras, en el bajo de la chácara del General Francisco Velázquez Meléndez, en el pago de la Magdalena, al “susodicho, en 11 de Agosto de 1640”. Varias constancias documentales, permiten probar que la chacra de Velázquez Meléndez, ocupaba tierras hoy comprendidas entre Quilmes y Bernal, (Arch. de la Direcc. de Geodesia).
16. — Esta referencia la tomamos de Beverina, ob. cit., pág. 239 del tomo 1, quien a su vez la transcribe de Miguel Lobo, “Historia General de las antiguas colonias hispano-americanas”. Tomo III, pág. 241.
17.  — Moreno, ob. cit., pág. 97. Núñez, ob. cit. en bibliografía, Pág. 23.
18. — Los números no se refieren al calibre del cañón sino al peso del proyectil, expresado en libras; el proyectil esférico de 12 libras tenía un calibre aproximado de 12 centímetros, en tanto que los de 4 y 8 libras de peso se consideraban de pequeño calibre.
19. — Las transcripciones de Gillespie, Fernyhough, Beresford y Fopham han sido tomadas de las fuentes que se indican en la biblio­grafía adjunta.
20. — Véase nota 14.
21. — Esta marcha por la orilla de la barranca se hizo, a nuestro juicio, por el camino llamado antiguamente “de la cresta de las lomas”, que travesaba el frente de las propiedades entregadas por Garay en 1580, el cual, llegaba como es sabido, hasta el borde de las ba­rrancas. Hoy lo tendríamos señalado en parte por la avenida San Martín, en Bernal y Don Bosco y, ya en terreno bajo, en Wilde, en la prolongación de la citada avenida que, en el paraje antigua­mente llamado “la media luna”, convergía hacia la izquierda para llegar hasta Puente Chico a unirse con la avenida Mitre de Ave­llaneda.
22. — Creemos que la formación que se retiró por el “camino de las lomas” lo hizo por la zona de la cual calle Dardo Rocha y su pro­longación hasta Puente Chico (antiguo camino Puente de Gálvez, Puente Chico, Puente de Conchitas, Ensenada); la otra formación, “por las inmediaciones del bañado”, vale decir, por el camino se­ñalado en la nota 21, a menos que lo fuese por el actual camino a Mar del Plata, antiguo “del Tropezón”, o “de la Alianza”, que se reúne con el anterior frente a la vieja propiedad de la Orden de Santo Domingo, y que en su recorrido hasta ese punto bordea la cañada o bañado de Gaete; sin embargo, la lluvia caída en la no­che del 25, que inundó el bañado de Quilmes, debió también haber aumentado el caudal de agua de la cañada y de los desagües de la misma, haciendo tal vez intransitable el último de los caminos mencionados.
23. — Horacio Zorroaquín Becú. “De aventurero yanqui a cónsul porteño en los Estados Unidos”. “David C. de Forest, 1774-1825”, en “Anuario de la Sociedad de Historia Argentina”. Vol. IV, (año 1942), Bs. Aires, 1943, pág. 215.
NOTAS DEL COMPILADOR

[a] Prefiero “Invasiones Británicas” pues no fueron solamente ingleses los que invadieron nuestro suelo, también hubo escoceses, galeses e irlandeses, parte del Reino Unido de la Gran Bretaña. De todos modos se respeta el título original.
[b] Jean-Baptiste Philibert Willaumez (7 de agosto de 1763 - 17 de mayo de 1845) fue un marinero francés, oficial de la Marina y almirante del Primer Imperio Napoleónico. En 1806, Willaumez comandó un escuadrón en la campaña atlántica. Navegó hasta el Cabo de Buena Esperanza, Brasil y el Caribe, interrumpiendo el comercio británico y hostigando a sus fuerzas. En 1837, se lo designó par de Francia, y se retiró. En 1844, el rey Louis-Phillipe lo convirtió en conde.
[c] Juan Beverina (Córdoba, 24/8/1877 – 1943)fue un militar e historiador  considerado «uno de los máximos exponente de la larga tradición historiográfica del Ejército Argentino»
[d] Lugar que forma escalón en la costa o en el fondo del mar.
[e] Elevación del terreno
[f] Caballo ensillado y enfrenado a la brida
[g] Forrados
[h] O chasquis Mensajero que transmitía órdenes y noticias. 
BIBLIOGRAFÍA 
BEVERINA Juan. “Las invasiones inglesas al Río de la Plata", 2 to­mos, Bs. Aires, 1939. 
GILLESPIE Alejandro. “Buenos Aires y el interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806 y 1807, con relación preliminar de la expedición desde Inglaterra hasta la rendición del Cabo de Buena Esperanza, bajo el mando conjunto de Sir David Baird, G. C. B. y Sir Home Popham C. C. B.”, Bs. Aires, 1921.
FERNYHOUGH Robert.- “Military memoirs of four Brothers (natives “of Staffordhsire) Engaged in the service of their country, as well “in the New World and Africa, as on the continent of Europe. “By the survivor. London. William Sams, St James’s Street, Book- “seller of the Royal Family. M. DCCC. XXIX”.
- “Parte de la captura de Buenos Aires por los Ingleses. Tomado de la London Gazette Extraordinary, 13 de setiembre de 1906”. Datado en el “Fuerte de Buenos Aires, 2 de julio de 1806”, firmado por W. C. Beresford. en “Anuario de la Sociedad de Historia Ar­gentina”. Tomo II, Bs. Aires 1940, pág. 582.
- “Extracto de un despacho del Comodoro Popham, Knight, dirigido a William Mardsen, E'sq.” fechado “Narcissus, fuera de Buenos Aires, julio 6 de 1806”. Anuario citado, pág. 592.
NUÑEZ Ignacio. “Noticias Históricas de la República Argentina”. Capítulo “De la Invasión de los ingleses sobre Buenos Aires el “año 1806”. Bs. Aires MCMXLIII.
GROUSSAC Paul. “Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires”. Bs. Aires, 1942.
MORENO' Manuel. “Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno...”. Capítulo “Verificada la conquista por el Mayor Beresford, el Dr. “Moreno trabaja unas Memorias de este suceso, cuyo extracto se “dá, edición original, pág. 84 a 100. Londres. J. M’Creery, Black- horse court, Fleet-Street, 1812.
GARCIA DE’ LOYDI L. “El Virrey Sobre Monte”. Bs. Aires, 1930. De su valioso apéndice documental hemos obtenido la “Información “hecha por el Cabildo...” que mencionamos en la referencia 14.
SORS DE TRICERRI Guillermina. “El Puerto de la Ensenada de Ba­rragán 1727-1810”. La Plata, 1933. 
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA 
Beverina, Juan Bartolomé. “Las invasiones inglesas al Rio de la Plata 1806-1807”. Editorial Más Letras Comunicaciones 2015
Bent, John. “The 1806-7 British Expedition to the Río de la Plata”. 98Libros de Hispanoamérica - PDF
Capdevila, Arturo. "Las invasiones inglesas. Crónica y evocación". Espasa Calpe S.A. Colección Austral, cuarta edición, 31 de octubre de 1951 (en la BPPG)
Cuadra Centeno, P. A.; Mazzoni, M. L. (2011) “La invasión inglesa y la participación popular en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires 1806-1807”. Anuario del Instituto de Historia Argentina (11), 43-71. En Memoria Académica. Disponible en: 
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5243/pr.5243.pdf
Estrada, Marcos M. de.”Invasiones Inglesas Al Río De La Plata 1806 – 1807” Librería Histórica. Buenos Aires 2009. 
González, Julio César. "El Real Consulado de Buenos Aires, durante las invasiones inglesas" (1806-1807) Bs. As. 1941 (Apartado del Anuario de Historia Argentina II (1940) Editado por la Sociedad de Historia Argentina. Bs. As. 1941 (en la BPPG)
Livacich, Serafín. "Notas Históricas" (Con ilustraciones) Bs. As. Cap. VI Pág. 223 a 238 (en la BPPG)
Roberts, Carlos. “Las Invasiones Inglesas Del Río de la Plata (1806-1807)” Taller Gráfico, S.A. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1938, Primera Edición 
Pearson, Isaac R. - Las Invasiones Inglesas - 1901-PDF 
CARTOGRAFÍA
“Carta del Río de la Plata publicada por la Dirección Hidrográfica “‘de Madrid en el año 1812, de acuerdo a los trabajos efectuados por el “teniente de fragata Andrés de Oyarvide”, en T. Caillet-Bois, “Ensayo “de Historia Naval Argentina”, Bs. Aires, 1929, pág. 242.
“Plancheta 3927 b, escala 1/25.000. Instituto Geográfico Militar, Edi­ción 1948’*.
“Relevamiento altimétrico del partido de Quilmes. Oficina de Obras “Públicas de la Municipalidad. Escala 1/10.000”.
“Plano de la concesión Cóndor. Municipalidad de Quilmes. Obras Pú­blicas”.
“Ministerio de Obras Públicas. Sondeos efectuados frente a Quilmes en el año 1924. Escala 1/10.000”.
“Servicio Hidrográfico del Ministerio de Marina. Carta del Río de
La Plata, de Buenos Aires a Montevideo, con correcciones hasta 1937”. 
EN EL ARCHIVO DE LA DIRECCIÓN DE GEODESIA, CATASTRO Y TIERRAS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES:
Registro N° 1276-29-3- plano del año 1824. (Manzo)
Registro N° 698-28-3- plano del año 1839. (Descalzi)
Registro N° 388-25-1- plano del año 1818 (Mesura)
Registro Duplicado N° 28 Quilmes del año 1837. (Descalzi) 
EN EL ARCHIVO DE LA JUNTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE QUILMES, LOS SI­GUIENTES PLANOS Y DOCUMENTOS QUE SUPONEMOS INÉDITOS: 
Nota del Jefe de Policía interino a Juez de Paz de Quilmes, de marzo 17 de 1852. Legajo C. Carpeta 1852.
Nota del Juez de Paz Maldonado a Ministro de Gobierno. Junio 1857. Legajo C. Carpeta 17.
Plano Muñiz del bañado, año 1867, copia del año 1884, en Sección Municipalidad, carpeta 1884, legajo B-l-1884.
Notas relativas a las obras de la “Concesión del tramway a caballo”, del año 1874. Carpeta 1874. Expediente 1-B-1874.
Plano de mensura del bañado por Silva, año 1874. Carpeta C, 1874.
Plano y perfil longitudinal del camino a la Ribera. Silva. 1882. Car­peta 1882, Leg. C. 1882.
Plano de la concesión Parry. Silva. 1887. Carpeta 1888-P-1
Plano del bañado norte. Silva. 1891. Carpeta 1892. 124-P-1892.


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