jueves, 28 de enero de 2010

QUILMES EN UN MAPA DEL AÑO 1756 - JUAN CARLOS BUCETA BASIGALUP

COMPILACIÓN.
Recuperar para la historia local algunas notas de algunos de nuestros más notables periodistas e investigadores es un tributo y reconocimiento a su tarea. Vale señalar para el lector desprevenido, que después de esta nota, mucha fue la bibliografía historiográfica que aportó nuevos aspectos y concepciones sobre el pueblo quilme, su situación y exterminio.
QUILMES EN UN MAPA DEL AÑO 1756
Por Juan Carlos Buceta Basigalup *

NÚMERO ESPECIAL DEL DIARIO EL SOL
Quilmes, noviembre 3 de 1945
compilación y diagramación de Chalo Agnelli

No hay nada más grato para el sentimiento del hombre encariñado con el lugar donde han nacido sus mayores y donde se cumplen las aspiraciones de toda su vida, que el encontrar inespe­radamente algún objeto o referencia ignorada que hable a su espí­ritu con la fuerza hondamente evocativa de los hechos históricos a los que ese mismo pueblo se halla tradicionalmente vinculado a través de los años de su existencia.
Tiempo atrás, cuando reunía, con el entusiasmo que siempre he sentido y siento por estas cosas del pasado, los antecedentes necesarios para hilvanar los capítulos de mi libro “Apuntes para la historia del periodismo argenti­no", tuve la fortuna de tropezar con no pocos elementos de estudio que, si bien no me eran útiles en el momento, dadas las características del trabajo a que estaba dedicado, no dejaron por eso de parecerme menos valiosos, y. dignos de ser con­siderados debidamente en más propicia oportuni­dad. Entre esos antecedentes, uno de cuantos más llamaron mi atención fue un mapa antiguo per­teneciente a la colección "Cartografía jesuítica del Río de la Plata", de Furlong, que mereció diez años atrás —si no recuerdo mal— los honores de la publicación oficial bajo los auspicios del Insti­tuto dé Investigaciones Históricas dé la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires.
Este, mapa, sumamente interesante para el investigador, fue ejecutado por el ingeniero naval Bellin en el año 1756 y publicado por el sacerdote jesuita Chalevoix. Lleva la leyenda en francés: “Carte de la Riviere de la Plata dans l’ Amerique meridionale par Mr. Bellin Ingr. De la marine 1756”
Es, precisamente, en este antiguo documento, donde nos ha sorprendido gratamente la circunstancia de hallar indicada con cuatro
signos convencionales sobre la línea demarcatoria de la costa ribereña, la antigua reducción de la Santa Cruz de los Quilmes bajo la denominación de "Village de Quillme”
El punto marcado e informado así, se halla a continuación de Buenos Aires y  del Riachuelo y precediendo a la Ensenada de Barragán. Cabe señalar, como una curiosidad, la ausencia del nom­bre del Riachuelo en el mapa a que nos referimos, no obstante estar marcado debidamente su curso; curiosidad que - careciendo de mayor importancia en su aspecto intrínseco - no deja de lla­mar la atención en un trabajo cartográfico cuya prolijidad se aprecia; dejando a un lado errores propios de la época en detalles de menor importancia.
La inclusión de Quilmes en el mapa del Ingeniero Bellin, bastaría para reafirmar - si no fueran suficientes los antecedentes históricos y tradicionales del pueblo, harto probados en múltiples formas - la antigüedad de nuestra vieja ciudad. Mas, si en dicho caso, todas las probanzas que se presenten sólo tienen un carácter confirmativo, en otro aspecto de la existencia de Quilmes, posee, el documento que motiva estas líneas, el carácter de un certificado fehaciente pues viene  a demostrar de manera indubitable que la reducción —fundada en 1666 — podía ser tomada en cuenta como lugar habitado 90 años después de ese acontecimiento.
Bien es sabido, repitámoslo para aclarar lo expuesto precedente, que el pueblo indígena formado con los vencidos por Mercado y Villacorta a raíz de la sublevación provocada por las andanzas del aventurero Bohorques, viose amenazado en la primera mitad del siglo XVIII por una despoblación que tenía miras de convertirse en total.
En sus principios, el núcleo humano que dio origen a la población estaba integrado por unas doscientas familias que constituyeron una enco­mienda real y la reducción llamada "de la Santa Cruz" y por extensión, atendiendo a los individuos nativos que la formaban, "de los quilmes". A dichas familias se unieron más tarde otros indígenas, sometidos, como los anteriores, a raíz de los des­graciados sucesos que ensangrentaron el valle Calchaquí.
Fue esta fundación la 29a; de las realizadas en el siglo XVII en lo que es hoy el territorio ar­gentino, de acuerdo al orden cronológico de las efectuadas durante la época colonial y señaladas en el mapa histórico trazado e informado por el prestigioso historiador don José Torre Revello.
¿Qué eran las reducciones? En el estudio del régimen legal y económico a que fueron sometidos los indios, expresa el historiador Ricardo Levene se impone distinguir las siguientes orga­nizaciones adoptadas: las reducciones, el servicio personal, las encomiendas y las misiones. Las reducciones eran poblaciones que si se componían de un conjunto de ochenta casas, tenían, derecho a la designación de dos alcaldes y regidores a cuyo  cargo estaba el gobierno del lugar. Los alcaldes indios estaban habilitados, inclusive, para aplicar castigos como prisión o azotes a quienes se embriagaban, faltaban a los oficios sagrados, etc. Los fondos de la contribución se destinaban a beneficio de la comunidad, pagando los indios un impuesto o tributo desde la edad de 18 años hasta los 50, consistiendo aquél en determinadas cantidades de trigo, maíz, aves, pescados,.etc. A este tipo de población perteneció, pues, nuestro Quilmes en sus orígenes.
Iniciada, como hemos dicho, con unas 200 familias que totalizaban alrededor de 2.000 individuos, el núcleo humano primitivo fue decreciendo paulatinamente en forma que hubiera sido alarmante en cualquier otro lugar que no fuera la colonia del Plata, de la. desidia y la pobreza más absoluta, en casi todos los aspectos de la vida administrativa eran cosa más que proverbial.
En realidad, fuera en razón de que la nostalgia tuviera resultados funestos sobre el ánimo de los desventurados indígenas, o los malos tratos, las epidemias o el cambio de clima los afectara radicalmente  en su físico, lo positivo es que, ateniéndonos a las estadísticas conocidas, el vecindario fue decreciendo en forma tan notable, que en 1730 sólo existían algo más de un centenar de personas.
Esta involución apenas acusa un leve mejoramiento en sen­tido progresivo unos años después. En 1745, según datos del sacer­dote Lozano, el poblado daba albergue a unas doscientas personas entre las cuales debían contarse ya algunos españoles y mestizos fugitivos de la justicia colonial o contrabandistas que, en la impu­nidad, contrariaban así los preceptos legales que prohibían la con­vivencia de los blancos con los indios de las reducciones.
Con tales antecedentes, puede calcularse, pues, que no sería mucho más importante el estado de la "Village de Quilme" una década más tarde cuando, el ingeniero Bellin la incluye en su carta de la ribera del Plata, considerándola, posiblemente, más que como lugar habitado o habitable como punto de referencia para sus tra­bajos de relevamiento.
¡1756! Si pensamos por un momento en lo que era por enton­ces la misma ciudad de Buenos Aires, no es difícil imaginar lo que sería nuestra gran ciudad de hoy, casi doscientos años atrás. Todo el poblado era paupérrimo, con sus ranchos, más que humil­des, miserables, ocupando una parte de la suerte de estancia — me­dia legua de frente y legua y media de fondo — entregada por el alcalde mayor don Juan del Pozo y Silva en cesión formal al rey para que se llenase la finalidad de albergar a los "reducidos".
Si ese era el aspecto del caserío en 1756, no era menos lamen­table el del edificio que en teoría, era el centro de las actividades religiosas. La parroquia, en efecto, tenía su asiento en una capilla, edificada en 1730 que de tal tenía más el nombre que el aspecto, pues se trataba de un rancho sin mayores pretensiones cuyo sos­tenimiento material sólo podía deberse a los esfuerzos — si es que realizaron alguno — de los mismos indios. Estos, por otra parte, no contaron al efecto con contribución económica alguna proveniente de los españoles afincados en el pago de la Magdalena, ajenos, por lo demás, en razón de la distancia, a las inquietudes espirituales que pudieran tener sus lejanos vecinos de la reducción.
Este estado de cosas, en cuanto al aspecto del pueblo y al número de sus habitantes, se mantuvo hasta comienzos del siglo XIX. Principio efectivo de la evolución lenta pero ininterrumpida de lo que podemos considerar como la segunda y definitiva etapa de la vida de la ciudad actual, debe considerarse el decreto dictado el 14 de agosto de 1812 por el cual declarose extinguida la reduc­ción y se libró a toda clase de personas el acceso y permanencia en el poblado, cuyas tierras, declaradas de propiedad estatal, fueron poco tiempo después distribuidas entre los nuevos vecinos.
Deli­neose así el pueblo del futuro que comenzó, bajo el sol de la liber­tad, una nueva era, con su firme evolución hacia un futuro que se ha cumplido sobradamente como lo señala esta moderna ciudad de que tan orgullosos nos sentimos los quilmeños.
El mapa del ingeniero Bellin, trazado en 1756, ha traído a nuestra mente estos y muchos otros episodios de nuestro pasado, de ese pasado al que todos deberíamos recordar constantemente, con afecto de hijos, como lo somos, de una Nación que guarda en cada rincón de su suelo una reliquia venerable, o evoca una tra­dición romántica o un episodio heroico. Son todos ellos jalones inamovibles colocados a lo largo de la senda que representa el engrandecimiento espiritual, social y material que todos los argentinos transitamos con una fe inmensa en el brillante devenir de un país libre, democrático y unido en la fe de sus destinos.
Pequeños episodios engrandecidos a la distancia por el tiempo que transcurre inexorablemente, pequeños, episodios como éste de aparente intrascendencia evocado en la nota periodística, integran también la historia de los pueblos. Permítame el lector la satisfacción, de haber recordado uno de ellos en estos párrafos dedicados a "EL SOL” el primer diario quilmeño, en su número especial, correspondiendo así a una amable sugerencia de su dinámico director Don José Antonio Blanco, a la cual he accedido, como no podía ser menos, con íntima satisfacción y especial aprecio hacia el distinguido colega.

Juan Carlos Buceta Basigalup.- Quilmes, Noviembre 3 de 1945
1987 - 2010, Chalo Agnelli.
                                                                   
*La trayectoria de este periodista quilmeño se halla en el libro “Cuaderno de Identidad Nº 1” de Chalo Agnelli. 
Y en este blog: http://elquilmero.blogspot.com.ar/2011/05/semana-del-periodista-juan-carlos.html

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